LINDEZAS COMO EN OTROS TIEMPOS

28 febrero, 2023 at 8:30 am

ANGEL VIÑAS

En el post de la semana anterior acudí a una información de la red Quora sobre el “oro de Moscú”. Ya me he desconectado de ella. Leer muchas de las estupideces que contiene sobre historia de España no compensa las informaciones sobre otros temas y de las cuales tampoco puedo fiarme si aplico los mismos criterios.

De vuelta a Bruselas, he tardado en recuperarme de un viaje que me ha dejado absolutamente extenuado. Castigo, sin duda, a mi inherente perversidad. Como me ofrezco unas pequeñas vacaciones he pasado revista a algunos de los comentarios que la salida de mi libro ORO, GUERRA, DIPLOMACIA ha despertado a una serie de lectores que, por el momento en que fueron publicadas, me parece absolutamente imposible que hubiesen leído un libro de 500 páginas.

Un amigo y colega a quien aprecio mucho me contó hace tiempo cómo calificar muchos de los comentarios que publica la prensa en digital y que son accesibles bien a todos los lectores o únicamente a los subscriptores de los medios en cuestión. Siempre bajo seudónimos. Yo solo he hecho, antes de hoy, tres o cuatro comentarios de tal índole. Ni que decir tiene que con toda corrección y a los que he añadido mi nombre y apellidos, a pesar de que la publicación impone el seudónimo. La idea es, naturalmente, que se sepa quién los ha escrito.

En el caso de mi libro ha habido numerosos comentarios elogiosos que, obviamente, no reproduciré. A continuación, sí lo hago con los que aparecieron en un medio que tampoco identificaré. He quitado todos los seudónimos que pudieran identificar a sus autores y no he añadido ni quitado ni una coma. He mejorado, eso sí, alguna que otra falta de ortografía. Supongo que con los modernos buscadores no será difícil llegar a los originales.

Pues bien, mi amigo en cuestión, muy activo en las redes (mucho más que servidor que ya estoy meditando una retirada táctica) suele comparar los exabruptos en tal tipo de comentarios a los que en tiempos menos tecnológicamente avanzados solían pintarse en los urinarios públicos para HOMBRES. Solían ser más crudos y más tajantes. Así que supongo que los mecanismos sicológicos que impulsaban a pintarrajear aquellas muestras de donosura, sagacidad y viveza de espíritu fueron los mismos que impulsan a teclear sus equivalentes hoy.

Naturalmente no voy a entrar en discusión con tales genios de la historia. Incluso con quien parece que sabe algo más hasta el punto de hacer un recorrido por mi carrera profesional y de investigador (totalmente accesible en el cv de mi blog totalmente actualizado). No creo que haya trabajado en las instituciones bruselenses ni que tampoco haya leído mis memorias en la Comisión Europea entre 1987 y 2001 (Al servicio de Europa, Editorial Complutense, Madrid, 2003), otro mamotreto de 500 páginas. Tampoco me parece que esté mínimamente familiarizado con los archivos moscovitas. Por si le sirve de consuelo diré que algunos de estos me recordaron, extrañamente, a los procedimientos que se seguían en el del Ministerio de Asuntos Exteriores en los albores de la Transición y heredados de la tal vez para él simpática dictadura. Ahora bien, en varios de los que visité en Moscú, hace ya muchos años, había entrado la informática y en otros podían consultarse amplios catálogos en busca de lo que pudiera interesar al investigador. En ellos, por lo demás, no fui el primer visitante español. Ignoro si tan poco exacto comentarista conocerá el libro pionero de Antonio Elorza y Marta Bizcarrondo, precursores.  Probablemente ni ha ido a Moscú ni tampoco se destetó, como servidor, en los archivos españoles ya en el bienio 1974-1976 o en casi treinta años de actividad diplomática dentro y fuera de España. ¿Chi lo sà?

Expuestas estas simples puntualizaciones tengo el placer de ofrecer un ramillete de comentarios. Me he limitado a una clásica docena.

  1. La presentación del libro de este tío ha terminado con las pocas ganas que tenía de seguir leyendo este periódico.
  • Este es un falsario de los de izquierda de los que nos quieren hacer comulgar con ruedas de molino.

3.   De historiador solo tiene lo que a él le interesa con su ideología zurda.
Comulga incluso con la Menoría Histórica del granuja de Zapatero.

LA ABERRANTE MEMORÍA HISTÓRICA PROPUESTA POR PRESUNTOS ENFERMIZOS SECTARIOS (..) Memoria Histórica mediante un proyecto de ley propuesto al granuja de Zapatero por PSOE, IU (Comunistas), PNV (Separatistas) y BNG (Comunistas y separatistas del Bloque Nacionalista Gallego).

Los firmantes del “Manifiesto un compromiso ético inaplazable. La Ley de la Memoria Histórica”. Que entre otros firmaban:
– Carlos Jiménez Villarejo Concurrió en las listas de Iniciativa per Catalunya Verds-Esquerra Unida i Alternativa (ICV-EUiA) y en Podemos y que en la década de 1970, militó en la oposición antifranquista, es decir, un antifranquista declarado.
– Francisco Espinosa Martín un pseudo historiador regado con premios en Andalucía de la Sultana Díaz y que entre otras milongas escribió “La Matanza de Badajoz”, de la que estos sinvergüenzas llegan a inventarse que «Manolete» toreó a docenas de republicanos en la plaza de toros de Málaga (otros dicen en Badajoz), dándoles muerte con el estoque taurino.. Incluso a este hombre le da las gracias el republicano Paul Preston, colaborador necesario en su libro: “El holocausto español: Odio y exterminio en la Guerra Civil y después”. En el libro hace una distinción a todos los españoles que colaboraron y al igualo que Espinosa, son todos elementos ANTIFRANQUISTAS.

  • Este pseudo historiador presuntamente está en la nómina del PSOE y no dice ni una verdad a tiros.
  • Menudo embustero…
  • Vaya panfleto un mero libro de corta y pega sin aportar nada nuevo
  • Este no historiador, como confirma el comentario de (…) ya pasó por El Mundo, donde se permitía decir: [Stalin] no sólo no quería que nuestro país adoptara el modelo soviético, sino que estaba particularmente interesado en que el Gobierno de Manuel Azaña se mantuviera dentro de unas coordenadas democráticas.

8. (…) hacía los siguientes comentarios:
Indalecio Prieto:’¿De quién puede estar las mayores posibilidades del triunfo de una guerra? De quien disponga de más medios, de quien disponga de más elementos. Si la guerra, cual dijo Napoleón, se gana principalmente a base de dinero, dinero y dinero, la superioridad del Estado, del Gobierno de la República, es evidente. Todo el oro de España, todos los recursos monetarios españoles válidos en el extranjero; todos, absolutamente todos, están en poder del Gobierno: son las reservas de oro que han venido garantizando nuestro papel moneda. El único que puede disponer de ellas, porque en sus manos se hallan, es el Gobierno. Ese tesoro nacional permite al Gobierno español, defensor de la legalidad republicana, una resistencia ilimitada, en tanto que, en dicho orden de cosas, la capacidad del enemigo es nula’. Cuando hacía 3 meses que el oro estaba en Moscú, el gobierno socialista del Frente Popular hizo público un comunicado CLARIDAD, 20.1.1937, contraportada. EL ORO ESPAÑOL ESTA EN ESPAÑA

Manuel Azaña en su libro `Memorias políticas y de guerra”: «De nada sirve que el presidente de la República hable de democracia y liberalismo, si al propio tiempo las películas que nuestra propaganda hace exhibir en los cines, acaban siempre con los retratos de Lenin y Stalin.»

9. El cónsul de Noruega en Madrid cuenta en su diario que el embajador de Stalin entraba en los despachos ministeriales a dar órdenes sin llamar siquiera a la puerta….. El PSOE se bolchevizó con Largo Caballero y las JJSS de Carillo eran estalinistas, no digamos ya el PCE. No se combatía por una democracia sino por una revolución…y resulta que Stalin no quería eso, nos cuenta Viñas

10. Por mor de la precisión: el señor Viñas ha escrito muchos libros de historia, pero no es en absoluto un profesional de ese campo, ni desde luego un profesor universitario de historia. Estos datos son públicos y bien conocidos. Es (ha sido, porque está jubilado) funcionario del cuerpo de Economistas y Técnicos Comerciales del Estado, y funcionario de la Unión Europea (sin oposición, por cierto, porque se le designó director general por cuota política nacional y luego se le funcionarizó, un procedimiento que existía hace años). Su experiencia en la universidad como catedrático (hasta mediados los años 80) se centra en distintas áreas de economía, no de historia. Su análisis del asunto del oro de Moscú fue un encargo político, no de naturaleza académica, y peca además de defectos metodológicos graves: el señor Viñas desconoce absolutamente la lengua rusa, en la época en la que lo llevó a cabo el acceso a los archivos soviéticos era el que era (no es que ahora haya mejorado mucho, por cierto) y sobre el terreno se movió siempre de la mano de funcionarios locales que le dieron acceso a aquello que Moscú consideraba conveniente. A principios de la década de 2010, a punto de jubilarse, se pasó un tiempo breve en la facultad de historia de la Complutense de Madrid, pero como profesor subalterno y solo para materias marginales (algún posgrado por ejemplo); la designación fue sin duda (otra vez) política, o en ella mediaron al menos amigos de su misma órbita política, la del PSOE. En la comunidad académica de la historiografía carece del más mínimo prestigio: se le considera un aficionado, otro advenedizo más. Cosa distinta es el eco que puedan en el medio tener sus publicaciones, entrevistas…

11. Viñas es un historiador muy sesgado a la izquierda, y carece de objetividad histórica, como otros de signo ideológico opuesto. El tema del oro de Moscú es un asunto muy suculento para la derecha y la izquierda política e historiográfica.

12. De lo que se dice en el texto deduzco que Viñas entrevistó a Stalin y este le contó todo lo que iba hacer. No habla de la decoración de la Puerta de Alcalá. Temía tanto al fascismo que luego firmo la alianza con Hitler
Muy triste Viñas, tú has fumado algo

Dice un refrán castellano que piensa el ladrón que todos son de su condición. A este último caballero puedo informarle que no he tomado jamás ninguna droga y que el tabaco (generalmente en pipa) lo dejé en cuanto leí la introducción a sus peligros del primer informe que publicó el Dept. de Sanidad de Estados Unidos tras vencer la guerrita que interpuso durante años contra él la industria norteamericana del tabaco. Por supuesto, para mejorar la salud de las ciudadanas y ciudadanos.

Finalmente, recuerdo que he escrito un libro de 500 páginas con referencias muy cuidadas. ¿Me engañaría si atribuyo a tales patrióticos, desinteresados, nacionalistas españoles de rara prosapia que hacen comentarios de la manera indicada más arriba, una cierta inclinación hacia el PP, Vox y, ¡oh, cielos!, la olvidada FET y de las JONS?

Los camelos políticos e históricos de hoy no son cosa nueva: tienen antecedentes directos en la publicística española (V)

13 diciembre, 2022 at 8:30 am

ESTA SERIE ESTÁ DEDICADA A LA MEMORIA DEL PROFESOR RICARDO MIRALLES, CATEDRÁTICO DE HISTORIA DE LA UPV, EN EL RECUERDO Y CON MI ADMIRACIÓN

Ángel Viñas

La impresión que surge tras la lectura de las informaciones que he reproducido en entregas anteriores es que la supuesta decisión del Politburó del PCUS (no había otro: no se trataba de una decisión de la Comintern) se “construyó” a posteriori. Esta noción se acentúa porque tampoco encaja con el ulterior desarrollo de los hechos (materia prima de cualquier historiador que se precie). El programa de la coalición de Frente Popular no recogía muchos de los puntos que aparecían en el “documento” milagrosamente exhumado por el diligente autor ya identificado.

De todas maneras, es igualmente obvio que tampoco en febrero de 1936, a los pocos días de las elecciones y en espera de una segunda vuelta, se habría planteado en Moscú la “eliminación” de Alcalá-Zamora. No estaba en las manos de los dirigentes moscovitas otear el futuro español a la manera de un conjunto de Nostradamuses de los tiempos soviéticos.  En el momento del triunfo de la coalición de Frente Popular eran otros los problemas que en España se suscitaban de inmediato, aunque naturalmente muchos de sus integrantes estaban descontentos (con razón) con la actitud previa de Don Niceto que había metido la pata hasta el corvejón adelantando las elecciones y destruido las esperanzas y proyectos de un Gil Robles, más inteligente y sinuoso.

En todo caso los amables lectores comprenderán que el vocablo “eliminación” tiene siniestras connotaciones. Lo que surgió fue la deseabilidad de sustituir a Don Niceto por otra persona más acorde con las sensibilidades de la coalición que había ganado las elecciones. Esto ha dado origen a numerosas discusiones. El gobierno, de entrada, lo asumió Azaña (en el cual no se lució demasiado) y después de muchos conciliábulos se planteó la posibilidad de que pasara a la presidencia de la República. Azaña pensó que Prieto podría colocarse al frente del Ejecutivo. Que los soviéticos (que no pintaban nada en la alta política republicana) dibujasen en su gélido invierno moscovita tal escenario a los diez días de las elecciones de febrero es de auténtica carcajada.

Las medidas del Gobierno que surgió, un tanto inesperadamente tras la deserción inmediata del hasta entonces presidente del Consejo, Portela Valladares, se orientaron en otra dirección: proceder al cambio de destino de dos de los jefes militares de quienes las izquierdas no podían fiarse lo más mínimo. Los generales Franco y Goded. No fueron oprimidos. Simplemente se les trasladó a lugares donde siguieron conspirando (sin que las autoridades movieran un dedo). Al general Cabanellas, que había declarado el estado de guerra en la V Región Militar (cabeza en Zaragoza), no le pasó nada. Quizá lo protegieron los tan cacareados masones, pero allí se quedó y siguió conspirando.

Naturalmente hubo después otros movimientos, pero ¿qué jefes y oficiales fueron coaccionados y reprimidos? Son palabras mayores. El diligente autor de la preciada Universidad privada y católica parece ignorar que incluso Ricardo de la Cierva, mucho antes de 2011, había alumbrado a varios de los más importantes: se estaba desarrollando una conspiración en ciertos sectores del Ejército que -afirmó mendazmente- se había relanzado poco antes de las elecciones.

¿Y qué decir de las expropiaciones y nacionalizaciones de la propiedad, incluido el propio Banco de España? En primer lugar, el programa del Frente Popular se había constituido formalmente el 15 de enero de 1936. Se hizo público (es fácil encontrarlo en Internet en el ABC del día siguiente).  Lo han comentado numerosos historiadores. Muchos de los planteamientos más extremistas no se le habían incorporado. Que después de las elecciones el Politburó incidiera en, por ejemplo, la nacionalización de la banca hubiera sido incomprensible. Ni siquiera se hizo durante la guerra, cuando supuestamente la mano de Moscú se abatía sobre la desgraciada España. ¿Se cerraron por lo demás iglesias y casas religiosas en la primavera de 1936? Cuando hubo asaltos fue por motivos y exasperaciones bien documentados.

No hablemos de la independencia de Marruecos, la declaración de guerra a Portugal, la creación de la República Soviética Ibérica, etc, etc ¿Cómo fue posible publicar tan egregias estupideces en 2011? Por una razón muy sencilla: el tan distinguido catedrático de la Universidad privada madrileña absorbió glotonamente una leche nutricia pero que estaba envenenada de raiz. Es la misma leche que alimentó, en su momento, las fobias de la derecha más carpetovetónica y que acudió a las banderas golpistas en el verano de 1936.

Nuestro autor quiso probablemente reivindicar, contra centenares de títulos escritos y millares de documentos, la probidad, supuestamente impoluta, de quienes se situaron tras la sublevación. Es decir, salvar el honor -es un decir- de las partes del Ejército rebeldes, de Falange, de los carlistas, de los monárquicos, de la Iglesia (sobre todo, de la Iglesia), unidos contra una banda de “facinerosos” al frente del gobierno del Estado. Que eso tenga que ver algo con los hechos y con las pulsiones que aletearon detrás es algo que no le preocupa.

Es decir, se aplica la técnica del despropósito justificativo después de la sublevación desvirtuando esta de manera tal que la lista pudiera servir de “explicación” ex ante de la imperiosa necesidad de prevenir una “revolución prosoviética” ex post. Es la misma lógica que estuvo en la base del famoso Dictamen de 1938 de la comisión montada por el inefable abogado del Estado y ministro de la Gobernación, también cuñado de Franco, Ramón Serrano Suñer (otro embustero de armas tomar) sobre la ilegitimidad de los poderes actuantes en 18 de julio de 1936. No en vano figuraron en ella destacados conspiradores de los que prepararon el golpe de Estado. Algunos desde casi el comienzo de los años republicanos.

Como bazofia “histórica” los amables lectores admitirán que la supuesta decisión del Politburó de febrero de 1936 es difícil de superar. No es de extrañar, pues, que desde hace años numerosos historiadores y servidor vengamos sosteniendo que las pretensiones de la sedicente “historiografía” neofranquista con respecto al origen de la guerra civil no están respaldadas por evidencia documental solvente.

Tampoco crean, en ningún caso, que el tan ilustre catedrático (de una Universidad confesional) objeto de este sucinto comentario es un caso aislado. En este mismo blog he tenido ocasión de abordar las últimas producciones (de 2019 y 2021: no me acusarán de no estar al día) de dos incluso más ilustres generales -de Brigada y de División- que abordan la cuestión bajo las mismas, o parecidas, perspectivas: constitución -¡en Asturias!- del Ejército Rojo, sovietización de España, peligro existencial para la PATRIA.

Es como si no se hubiera escrito nada al respecto desde que los historiadores dejamos de pasar por una censura destinada a guardar las doctrinas intangibles de la dictadura. Quizá cuando salga mi próximo libro, tengan algún sobresalto adicional.

 ¡Ah! ¿Y Negrín? El tan denostado Negrín, a la derecha y a la izquierda, demonizado por los franquistas, los anarquistas, los conservadores, los “liberales” y los poumistas. No seré el único en 2023 en recuperar su memoria. Otros (entre ellos, por añadidura, algún extranjero) lo harán también. Con papeles. No con inventos en los que tan consumados son algunos políticos, comentaristas y periodistas del montón en las tierras de Dios que son ESPAÑAAAAA.

(continuará)

Los camelos políticos e históricos de hoy no son cosa nueva: tienen antecedentes directos en la publicística española (IV)

7 diciembre, 2022 at 10:09 am

ESTA SERIE ESTÁ DEDICADA A LA MEMORIA DEL PROFESOR RICARDO MIRALLES, CATEDRÁTICO DE HISTORIA DE LA UPV, EN EL RECUERDO Y CON MI ADMIRACIÓN

Ángel Viñas

Una de las características de la historiografía profranquista, derechista, falangista, profascista, o como quieran denominarla los amables lectores, es que no acude a fuentes primarias y profundiza en ellas como suelen hacer hasta los historiadores normalitos. No me refiero, naturalmente, a los investigadores de pro. Pero la primera, cuando toma referencias, suele distorsionarlas à gogo. Abundan las obras que se basan en otras y, en particular, abundan la prensa o las revistas. También relatos de quienes sufrieron bajo las izquierdas republicanas. No suelen faltar Asturias y, sobre todo, Paracuellos, aunque en los últimos veinte años el abanico se ha ampliado. En este blog he citado a autores militares (aparte de los del SHM, a algunos generales, ya sean de brigada, de división e incluso tenientes generales) y a autores civiles, pero he sido más comedido con estos últimos, salvo la excepción norteamericana todavía en activo a la que he dedicado los correspondientes posts en diversos momentos del tiempo.    

En cuanto a sus orígenes, hay que pensar sobre todo en lo que se ha escrito acerca del período entre 1933 y 1935. Desde el punto de vista de aquella publicística barata no fueron tiempos de preparación para parar el golpe definitivo que afirman iban a propinar las izquierdas. Es lógico, dado que desde otoño de 1933 se sucedieron varios gobiernos de signo diferente. Ya a principios de los años sesenta del pasado siglo Herbert R. Southworth propinó un duro golpe a dicha subliteratura que proliferó durante el primer franquismo y sentó, literalmente, cátedra y cátedras. Ni que decir tiene que son escasos los cantamañanas que hoy citan a tal autor. Con frecuencia, incluso lo hunden en el ludibrio. Pero Southworth tenía razón y ha sobrevivido.

En la presente ocasión me centraré en un ejemplo señero, de principios del segundo decenio del presente siglo (dejo de lado el libro de un general de división aparecido en 2021, pero volveré a él si interesa a los lectores). Al primero le otorgo importancia y, desde luego, más que a cualesquiera periodistas o gacetilleros porque su autor es relativamente joven (no pertenece a las generaciones “heroicas” de quienes hicieron frente al desconocimiento extranjero sobre la “verdad de España”). Es también catedrático en una universidad (confesional). Dado que, como señaló Ricardo de la Cierva, la KGB introdujo numerosos agentes solapadamente en la estatal, quizá pudo haber pensado que fuera de ella estaría más seguro.  Ha escrito varios libros, en general biografías de militares sublevados. Incluso ha trabajado de guionista o coguionista en una serie, en mi opinión ramplona, sobre la guerra civil. Viene aquí a cuento porque también ha escrito una historia sobre ella. La publicó en una connotada editorial madrileña. En puridad, no puede pedírsele más. Es, lo reconozco humildemente, una autoridad para los propósitos de estos posts. Su nombre es Luis E. Togores.

En esa “historia” (las comillas son ahora intencionadas y las añade servidor) tal autor hace un diagnóstico “preciso” de los orígenes de la guerra civil. Acude, sin que al parecer se le haya rebelado el ordenador, a una FUENTE DOCUMENTAL para demostrarlo.

Descúbranse e inclínense los lectores. Nada menos que una decisión del Politburó moscovita del 28 de febrero de 1936. Afirma con toda seriedad que los gerifaltes soviéticos aprobaron entonces nada menos que un programa político para España.  Tiemblen los lectores. Contenía los siguientes puntos (cito literalmente para lo cual pongo las correspondientes comillas):

  • “La eliminación del presidente de la República Alcalá-Zamora
  • El empleo de medidas especiales, de coacción y opresión, contra los jefes y oficiales del Ejército.
  • La expropiación y nacionalización de toda clase de propiedad privada, tanto en fincas rústicas como en consejos (sic) industriales y económicos.
  • La nacionalización de la banca.
  • El cierre de iglesias y casas religiosas.
  • La independencia de Marruecos y su transformación en un estado soviético independiente.
  • El terror dirigido para el exterminio de la burguesía.
  • La creación del Ejército Rojo.
  • El asalto del proletariado al poder y, no en último término,
  • La creación de la República Soviética Ibérica y la declaración de guerra a Portugal”.

La Internacional Comunista (Comintern) contaba, además, hacer la revolución en España con el apoyo de los socialistas de Largo Caballero, Prieto y Negrín.

Ruego a los amables lectores que no se rían y que se tomen la cosa en serio. Me he limitado a transcribir. No crean, por favor, que me he inventado algo. Ahora bien, ¿qué habría hecho ante tales paparruchadas un historiador normal y corriente, incluso si me apuran medianillo?

En primer lugar, se preguntaría en dónde el autor en cuestión ha encontrado tal catálogo de decisiones que, sin duda alguna, auguraban no un negro sino negrísimo porvenir para la católica e inmortal España. En realidad, no solo para ella sino también para Portugal y para Marruecos (supongo que en su versión del Protectorado español porque el francés era otra cosa). Se trataría de una pregunta razonable, habida cuenta de la enormidad de los indeseables escenarios que encerraba tan malvado y peligrosísimo programa. (Los lectores pueden añadir los adjetivos que estimen más oportunos o sustituir los anteriores).

El historiador en cuestión no da explicación alguna. Lo toma como si fuera una revelación del libro negro del Maligno (perdón por la analogía). A mí, francamente, me sorprendió. Para cuando publicó su magna obra en 2011, el conocimiento de los pormenores del proceso que condujo a la intervención soviética en España había dado pasos de gigante gracias a varios historiadores españoles y extranjeros. Entre ellos figuraban ingleses (E. H Carr, J. Haslam), norteamericanos (D. Kowalsky) y alemanes (F. Schauff). Entre los españoles A. Elorza, M. Bizcarrondo y un servidor. (No citaré a los que ya abordaron el tema antes, como D. Cattell, en los años cincuenta). Todos los mencionados fuimos a Moscú en busca de evidencias primarias o, en los casos de Cattell, Carr y Haslam, consultaron las ya disponibles (también en ruso) en el mundo occidental. Podría haber acudido a la colección documental que editó un norteamericano, R. Radosh, que terminó viendo la luz hoy diríamos trumpiana, pero tampoco figura en sus fuentes.

Los demás investigadores hemos buceamos en los archivos de la Comintern, del Politburó y de otros repositorios moscovitas. ¡Cielos! Ninguno encontró el menor rastro de aquella decisión del 28 de febrero de 1936. Así que no es exagerado afirmar que tan distinguido autor simplemente se la inventó. (Tampoco ofrece la menor referencia, pero en esto no destaca ya que no da ninguna, absolutamente ninguna). 

Inventarse cosas es, por lo demás, algo muy habitual en la tradición en que hunde sus raíces tan sugerente catedrático (en ella sobresalen autores muy renombrados como Joaquín Arrarás, Manuel Aznar, Burnett Bolloten, Ricardo de la Cierva, Juan Manuel Martínez Bande, Luis Suárez, etc, entre otros menos conocidos, pero no menos sesgados y siempre ayunos de fuentes soviéticas).  Si bien, en general, proporcionan referencias e incluso notas a pie de página, a tan estimable investigador le basta una discusión de unas cuantas páginas sobre literatura “relevante” para encontrar la savia necesaria y producir, en tipos generosos, un libro de 370 páginas de texto de gran interlineado. Quizá para facilitar la lectura a los no acostumbrados.

No oculto que también cita a servidor, a quien bautiza de una manera muy incorrecta: ”el nuevo Arrarás del siglo XXI, pero abiertamente escorado a favor de una de las facciones existentes en el Frente Popular”. Hay formas menos crípticas de expresión. Arrarás fue un autor vomitivo y turiferario de Franco. No ignoro que menciona a Jackson y a Thomas. Es un alivio, aunque solo relativo. Escribieron en tiempos en que el acceso a archivos, españoles y extranjeros, no era posible. No hay referencia a ningún otro. Ni siquiera a Sir Paul Preston. 

Al examinar el invento del Politburó cualquier licenciado en Historia normalito pensaría que tan distinguido catedrático es algo descuidado. Ignoró lo que suele aprenderse en el primer curso de prácticas (al menos en muchas facultades extranjeras; en la que él estudió lo veo algo más difícil en su tiempo, pero no imposible). Cuando uno se basa en un solo documento hay que examinarlo cuidadosamente desde el punto de vista externo e interno. Ubicarlo, por así decir, con precisión: orígenes y contexto. También la utilización que de él se ha hecho, porque él, evidentemente, no fue a Moscú a ver papeles..

Al proceder de tal manera se observa que hay ciertas cosas que no cuadran. En el plano externo, ¿qué autor ha alumbrado que el Politburó siguiera tan de cerca la evolución política española como para tomar una decisión de tanta trascendencia a los pocos días de las elecciones de febrero de 1936? Nuestro autor ni se plantea la cuestión. Cuando él escribió ya se habían identificado las reacciones moscovitas a la evolución política española. Un servidor había incluso acudido a los mensajes enviados desde Moscú a la antena del PCE en Madrid. Eran descifrados sistemáticamente. Están en Kew, al alcance de un corto vuelo y, en aquellos años, a un precio módico. Luego fueron gratuitos si se hacían en los propios archivos. Además, existían compendios documentales (en ruso) y una parte del fondo cominterniano podía ya, creo, consultarse hacia el año 2010 desde el AHN en la calle de Serrano madrileña, (Innecesario es decir que el autor en cuestión no menciona ningún archivo). Servidor aportó incluso los informes del GRU (el servicio de inteligencia militar soviético) que llegaron a la mesa de Stalin y describí pormenorizadamente el proceso de deslizamiento en el cual se produjo su decisión. Lo hice ya en 2006 en La soledad de la República, pocos años antes. Nadie me echó a los perros.

Ahora pasemos al lado interno de tan amenazadora decisión. En febrero de 1936 no había socialistas de Largo Caballero, Prieto y Negrín. El PSOE estaba más o menos dividido entre seguidores del primero, del segundo y de un tercero que no era Negrín sino Julián Besteiro. Negrín no se había perfilado lo suficiente y se situaba inequívocamente dentro de la corriente del segundo. Que la derecha lo haya maldecido en la guerra y después de la guerra es comprensible. Negrín siempre fue el hombre a abatir. Tampoco tenía, al filo de las elecciones de febrero, la estatura política que después llegó a alcanzar. Que su nombre fuera conocido antes de ellas de los grandes prebostes del Politburó requiere, pues, aportar evidencia específica. Y aun así habría que demostrar que se utilizó en o de cara a la supuesta reunión. En definitiva, me temo que tan curioso y trascendente investigador, al menos en lo que se refiere al conocimiento de la dinámica política republicana al filo de las elecciones de 1936, cometió un pifio mayúsculo.

(continuará)

Los camelos políticos e históricos de hoy no son cosa nueva: tienen antecedentes directos en la publicística española (III)

29 noviembre, 2022 at 8:30 am

       ESTA SERIE ESTÁ DEDICADA A LA MEMORIA DEL PROFESOR RICARDO MIRALLES, CATEDRÁTICO DE HISTORIA DE LA UPV, EN EL RECUERDO Y CON MI ADMIRACIÓN

Ángel Viñas

Confío en que los amables lectores no se hayan desanimado porque me haya permitido recordar en los dos posts anteriores aspectos que a muchos historiadores les sonarán como trivialidades. Pero me parecieron necesarios a fin de preparar el terreno en el que se mueve esta pequeña serie de posts. En el presente centro la cuestión.

A lo largo de la guerra civil y la posterior dictadura franquista (casi cuarenta años) hubo una reacción única a los, en mi modesta opinión, cuatro grandes interrogantes de la evolución histórica española en la primera mitad del siglo XX:

  • ¿Por qué hubo una guerra civil?
  • ¿Quién la quiso y preparó?
  • ¿Por qué?
  • ¿Quién empezó antes a matar?

Las respuestas fueron inequívocas y excluyentes. Se expresaron, eso sí, con mayor o menor contundencia a lo largo del período. Espero no ser demasiado conciso si señalo que los camelos, históricos y políticos, difundidos fueron del siguiente tenor:

  • La guerra civil fue inevitable
  • La quisieron y provocaron las izquierdas.
  • Una gran parte de ellas deseaba establecer en España un régimen soviético o para-soviético.

(Tras el colapso de la URSS pasó a afirmarse que lo que en realidad querían era un régimen revolucionario de características que no se han precisado demasiado).

  • También fueron las izquierdas las que empezaron a matar porque en la primavera de 1936 crearon una situación intolerable e invivible, con destrucciones, saqueos, asesinatos, incendios, asaltos, etc. Un contexto, pues, absolutamente apocalíptico.

Los amables lectores observarán que no menciono el caso de la insurrección obrera de Asturias, aunque un sobresaliente general de división, descendiente de uno de los generales rebeldes, continúa impertérrito afirmándolo hasta en fecha reciente acudiendo a “autoridades” de risa. Sí cabe afirmar que tuvo dos efectos fundamentales. A los militares que más tarde se sublevaron les enseñó que contra un amplio sector del Ejército, debidamente preparado y condicionado, el Gobierno tendría poca fuerza que oponer. Los Gobiernos de la primavera de 1936, en cambio, ni interiorizaron ni, sobre todo, operacionalizaron las lecciones que cabría extraer de aquellos acontecimientos.

Todo esto he tratado de explicarlo en mi libro El gran error de la República y no lo repetiré aquí. Junto con el precedente (¿Quién quiso la guerra civil?) he documentado, en lo posible, cómo se combinó el haz de factores que determinaron las condiciones suficientes para el posterior estallido. Ni que decir tiene que la explicación de la dictadura fue, desde el comienzo del golpe, muy diferente.

En esta explicación, y supuestas las circunstancias de desbarajuste total, no pudo extrañar que la parte más sana de las fuerzas armadas y de un amplio sector de la propia sociedad española se vieran obligadas a recurrir a la legítima defensa. Únicamente gracias a tal reacción se evitó que España se convirtiera en un bastión del comunismo y, por ende, en una amenaza para Europa e incluso para toda la civilización occidental. En realidad, se les debía todo el reconocimiento que recibieron en la dictadura y que todavía reivindica un amplio sector de la derecha española más o menos manipulado.

Aun en nuestros días se publican libros o artículos que, de una u otra manera, defienden y argumentan lo bien fundado de las anteriores afirmaciones y, por ende, sus resultados.  Puedo citar como ejemplo el de un distinguido general ya mencionado en este blog en un libro aparecido a bombo y platillo en el año 2021. Otros retroceden incluso a los tiempos del glorioso Imperio en el que no se ponía el sol y a la envidia torera que su existencia y sus éxitos despertaron en otros países, cualidades negativas que suponen siguen teniendo efectos hasta nuestros días.

La situación me parece un tanto sorprendente. A principios de los años cincuenta aparecieron en la República Federal de Alemania algunas memorias o biografías que trataron de explicar, de manera no demasiado condenatoria, el proceso que llevó al Tercer Reich y a la segunda guerra europea y mundial. Con prudencia, eso sí, porque la derrota y la ocupación estaban todavía muy presentes en el recuerdo de todos.  Constituyó un golpe de efecto el que, en 1985, a los cuarenta años del final de la guerra en Europa, el presidente Richard von Weizsäcker se pronunciara oficialmente, desde su alta magistratura, en el sentido de que tal desastre, colapso o hecatombe (Zusammenbruch en alemán) había sido, en realidad, el momento de la liberación (Befreiung) de la tiranía nacionalsocialista.    

Cada país lucha con sus demonios pasados como quiere y como puede. En España hubo que esperar a 2007 para que las Cortes aprobaran la Ley de Memoria Histórica y hasta el reciente mes de octubre para que lo hicieran con la Ley de Memoria Democrática. Eso sí, tras un duro forcejeo mantenido por las derechas sin excepción y con subterfugios que no afectaban a lo esencial. No recuerdo a ningún prohombre o minifigura de las derechas que no haya disimulado una parte de la propia historia. Ricardo de la Cierva modernizó, como pudo, el canon acuñado durante el franquismo y sus resultados le han sobrevivido, aunque sean hoy los menos quienes lo citen. 

Pero como la historia siempre se escribe desde el futuro analizando los hechos, datos, decisiones y circunstancias de los que para quienes la hicieron eran su presente, hoy, cuando ya se han abierto bastante los archivos (no todos) podemos afirmar sin temor a equivocarnos demasiado que algunos (y no en las izquierdas) desencadenaron la guerra civil y mantuvieron en pie la dictadura.

Sin embargo, no es la evolución de la derecha española lo que aquí me interesa. Me interesa más lo que se afirma en algunos libros de historia, con sus combates de frente y de retaguardia. En el próximo post me referiré a uno de sus más denodados defensores en un libro que se autodenomina de historia. Dejo de lado las estupideces que circulan por internet y las que distribuyen aficionados, periodistas y militares connotados, siempre como si fueran verdades inapelables y eternas.

Para servidor la desvirtuación frontal de la historia de los orígenes de la guerra civil (es decir, la cuestión clave de la que se derivan todas las demás) se encuentra en dos libros inequívocamente de la derecha más acrisolada, es decir la de cuño franquista. Casi todo está en ellos. Hay otros, por ejemplo, la Historia de la Cruzada española de Joaquín Arrarás, pero el autor era un periodista de medio pelo, cuyos grandes méritos consistieron en ser miembro de Acción Española, es decir del núcleo más inequívocamente monárquico alfonsino de la conspiración, y haber escrito la primerísima biografía del omnisciente, del elegido por la gracia de Dios y de su santa Iglesia, vencedor del comunismo y salvador de España, el general Francisco Franco.

Los dos libros en cuestión son

Servicio Histórico Militar: Historia de la Guerra de Liberación, tomo 1 (no tuvo seguimiento), Madrid, 1945, y

Ricardo de la Cierva: Historia de la guerra civil española.  Antecedentes. Monarquía y República, 1898-1936, Librería Editorial San Martín, Madrid, 1969.

(Aprovecho la ocasión para sugerir al Ministerio de Defensa la publicación del primero, con o sin edición comentada: sería un gran servicio a la historia y a la democracia)

(continuará)

                                                                                                                                                          r

Los camelos políticos e históricos de hoy no son cosa nueva: tienen antecedentes directos en la publicística española (II)

22 noviembre, 2022 at 8:33 am

ESTA SERIE ESTÁ DEDICADA A LA MEMORIA DEL PROFESOR RICARDO MIRALLES, CATEDRÁTICO DE HISTORIA DE LA UPV, EN EL RECUERDO Y CON MI ADMIRACIÓN

Angel Viñas

En comparación con la situación en Europa en los años de nuestra guerra civil es trivial afirmar que los españoles padecimos otro tipo específico. En ella también se concentró el choque de las grandes ideologías del siglo XX: liberalismo, comunismo, fascismo en algunas de sus variedades. Fue igualmente una guerra internacional por interposición. Es innegable que no se hubiese producido sin un caldo de cultivo previo y propio, por muchos que sean los paralelismos que se le quieran encontrar con otros países europeos. Al igual que en otras situaciones históricas la determinó la conjunción de condiciones necesarias (exhaustivamente estudiadas) y otras suficientes, manipuladas desde los primeros momentos, e incluso antes, del estallido de la conspiración.   Duró casi la mitad de la contienda mundial en Europa. Los ejemplos más próximos podrían ser, hasta cierto punto, Italia, Francia, Yugoslavia y, con características especiales, más tarde
Grecia.  

Ahora bien, a diferencia de lo que ocurrió en Europa occidental, la evolución subsiguiente no llevó a la restauración de un sistema democrático. Abocó, al contrario, en la consolidación de una dictadura militar de ribetes ferozmente antiliberales, fascistas y trentistas (es decir, propios de los Concilios de Trento y sucesivos). No existen paralelos en los países de nuestro entorno (salvo, con características muy peculiares y diferentes, en Portugal). Espero que no se me eche a los perros tras estas manifestaciones. Son bastante elementales.

En el caso que nos ocupa tampoco tuvimos los españoles la oportunidad de gestionar el duelo de las víctimas, salvo el que los vencedores impusieron a la gloria de sus propios caídos (siempre por Dios y por ESPAÑA, constante y obsesivamente presentes en el espacio público). Al resto, muchísimo más numeroso, se le condenó a un ignominioso silencio, aunque no pudo ser al olvido de sus deudos. A estos, en cambio, sí se les imposibilitó exteriorizarlo debida y públicamente. A todos ellos se les espetó, en términos hirientes, un adjetivo omnipresente: rojos.  Algo similar no ocurrió ni siquiera en la Alemania post-nazi o en la Italia post-fascista, países con una historia bastante más sangrienta que la nuestra.

En consecuencia, se quiera o no se quiera, la España actual es un subproducto directo de la dictadura franquista (que jamás fue un tiempo de extraordinaria placidez). Al igual que las sociedades de la Europa central y oriental lo son también de sus pasadas dictaduras comunistas y, a veces, de sus propias guerras, como en los casos que siguieron a la desmembración de la antigua Yugoslavia. Subrayo esto último, porque sus consecuencias me tocó vivirlas desde la atalaya de Naciones Unidas y siempre tuve presente el caso español. Cada país y cada Estado han lidiado con su pasado como han querido o como han podido (algunos incluso dirán que como se les han permitido).

La característica más peculiar española en tal proceso es que en la evolución posterior a la dictadura los poderes públicos no fueron tan beligerantes como en otros casos. La democracia anclada en nuestra Constitución sentó las bases de un cierto laissez-faire en lo que se refiere a la confrontación con el pasado. Influida, en mi modesta opinión, por el dictum tan corriente en los años setenta del pasado siglo: “todos fuimos culpables”.  Personalmente yo suelo afirmar, no en broma, que “bueno, algunos lo fueron más que otros”. Así que discrepo de protagonistas y testimonios que mezclaron a todos y a los que, a veces, se acude sin apoyarse en evidencias primarias de época para obtener “resultados” hoy que no tienen propósitos demasiado científicos.

Aquel dictum no se evoca ya con tanta contundencia como antaño, pero no por ello ha dejado de ser operativo. Es algo, en mi modesta opinión, sorprendente. En la moderna historiografía española, y también en una parte de la extranjera que se ha ocupado seriamente del caso español, se ha mostrado de forma suficiente, con trazos bastante inequívocos, lo que hubo detrás del juego de responsabilidades en la evolución que llevó a la guerra civil y lo que ocurrió después.

En estos posts combinaré historia (mucha) y memoria (menos). Para esta última debo remitirme a un sinnúmero de especialistas entre los que, desglosados algo generacionalmente, figuran nombres como Francisco Espinosa Maestre, Francisco Cobo Romero, Francisco Moreno Gómez, Santos Juliá, sir Paul Preston, Javier Tusell, Julio Aróstegui, Alberto Reig, Josefina Cuesta (cuyo nombre se ha dado a la  nueva Cátedra salmantina de Memoria), Eduardo González Calleja, Rafael Cruz, Manuel Álvaro Dueñas, Julián Casanova, José Luis Ledesma,  Fernando Mikelarena, Fernando del Rey, José María Márquez, Matilde Eiroa, Santiago Vega, Javier Rodrigo, Gutmaro Gómez Bravo, Mirta Núñez Díaz-Balart, Encarnación Barranquero, Sergio Riesco, Jorge Marco y muchos otros y otras que han investigado y publicado abundantemente.

En el libro que hemos escrito Francisco Espinosa, Guillermo Portilla y servidor, CASTIGAR A LOS ROJOS, puede encontrarse un listado de las más importantes investigaciones por provincias y comunidades sobre la represión que tuvo lugar en la zona franquista y después en la España entera, sin solución de continuidad, y la que acaeció en la zona leal a la República. Todavía queda bastante por hacer, aunque es difícil que en términos cuantitativos los resultados varíen fundamentalmente. Los cualitativos, sin embargo, han ido ganando en relevancia porque las diferencias son esenciales, vitales, totales.

Los amables lectores observarán que, en tan abreviada, y sin duda poco exacta nómina, no figura quién esto escribe. Servidor se dedicó a otros temas que, eso sí, tienen mucho que ver con la historia y los camelos que sobre ella se han escrito y se escriben. Es, pues, en esta rápida retrospectiva en lo que ante todo me concentraré. Luego pasaré a la cuestión de la memoria.

Lo que intento señalar es que no todo lo que pasa por historia en el período relacionado a la guerra civil, sus antecedentes y sus consecuencias, se ajusta a los cánones generalmente aceptados, tanto en el extranjero como entre una buena (o gran) parte de los contemporaneistas españoles.

(continuará)

ESTA SERIE ESTÁ DEDICADA A LA MEMORIA DEL PROFESOR RICARDO MIRALLES, CATEDRÁTICO DE HISTORIA DE LA UPV, EN EL RECUERDO Y CON MI ADMIRACIÓN

15 noviembre, 2022 at 10:32 am

Los camelos políticos e históricos de hoy no son cosa nueva: tienen antecedentes directos en la publicística española (I)

Angel Viñas

La creciente polarización de los discursos políticos e históricos en estos últimos años tiene muchas causas y no solo la de los ataques al gobierno “social-comunista” como empezó a afirmar VOX en el debate parlamentario de enero de 2020 y continúa hoy la presidenta de la Comunidad de Madrid, entre muchos otros. Una de tales causas podría ser la competencia con y en el PP y sus advenedizos líderes. No me compete abordar la cuestión. De ello se ocupan muchos mejores analistas que servidor. Prefiero concentrarme en la historia, porque para abordar el pasado disponemos de evidencias primarias relevantes de época más seguras.

Después de haber sacado los colores, hasta cierto punto, a un eminente historiador norteamericano en los dos posts anteriores, ahora me dedicaré a sacárselos a un menos eminente historiador español. Haré una excepción. No mencionaré su nombre, pero daré pistas para que los amables lectores puedan identificarlo sin grandes problemas.

La idea se me ocurrió después de dar la conferencia inaugural el pasado 2 de noviembre en un encuentro en torno a la represión educativa durante el franquismo en el distrito universitario de Salamanca. Se me pidió que hablara en términos generales sobre la historia y memoria de la misma y que diera una visión global. No pude negarme por razones personales y profesionales. Como en aquel día estaba cegato, a consecuencia de una doble operación de cataratas (problemas de la edad), y bastante fastidiado, no pensé en improvisar. Penosamente fui puliendo a lo largo de las semanas precedentes mi intervención.

Ahora la retoco de forma sustancial con otra finalidad: la de reflexionar sobre un ejemplo -para mi egregio- de cómo un historiador (cuya filiación política exacta no me consta, aunque de la ideológica no tengo muchas dudas) puede llegar a tergiversar de manera radical y absoluta el pasado. Un pasado, por cierto, bien conocido, documentado, explorado y analizado por multitud de otros colegas, mayores y también mucho más jóvenes que él.

Recordaré, a todos los efectos, que el tema de la represión franquista hace tiempo que se ha convertido en el capítulo más vivo, más vibrante y, me atrevo a señalar, más innovador de la historiografía española contemporánea. Es un capítulo que ha reunido a historiadores, forenses, arqueólogos, sicólogos, juristas, médicos y otros especialistas en los trabajos de campo y de laboratorio como raras veces se ha visto en nuestra sociedad. Es un ámbito bastante trillado, aunque nunca lo suficiente. Todavía queda mucho por descubrir y, por tanto, analizar.

Me apresuro a señalar que, en esto, como en otras ramas del conocimiento histórico, los españoles hemos seguido, adaptado y renovado ejemplos extranjeros. Los interesados fuera de España por temas similares ya se habían atrevido a desentrañar las peripecias por las que, en sus países respectivos, atravesaron los temas relacionados con la gestión de las víctimas de dos guerras mundiales y su recuerdo.  Los españoles también los hemos abordado a la par que la sociedad ha ido cambiando y se ha hecho más consciente de su propia historia. Ha planteado a los poderes públicos una serie de cuestiones con una intensidad que no siempre había atosigado a sus antecesores.

El tema de por qué ha sido así ha dado origen a análisis sin cuento. También a diatribas. Desde la lejanía en la que, por lo general, he abordado y sigo abordando capítulos de la historia de España, creo que algunos identificadores deben figurar en todo caso. En primer lugar, la modernización del marco social y cultural, efecto de diversos factores:

  • La incorporación plena de España y de los ciudadanos a las democracias europeas.
  • Los impactos que ello ha conllevado en un mundo en el que la comunicación nacional e internacional se han hecho casi instantáneas.
  • El propio cambio intergeneracional por el transcurso del tiempo y, no en último término,
  • La necesidad cada vez más intensamente sentida de ajustar cuentas con nuestro pasado.

En general, nada nuevo bajo el sol. Otras sociedades (en Europa, América Latina, Asia, África) han tenido que lidiar con problemas similares, cada una con sus mecanismos, sus situaciones de partida y sus desafíos políticos y culturales.

Servidor no actuó nunca sobre el terreno en el ámbito de las “fosas del olvido”. He visto los toros desde la barrera en dos puestos de cierta responsabilidad: como director general (en el sentido español) para América Latina y los países del sudeste asiático primero y como responsable de la política de derechos humanos en la Comisión Europea después. En ambos tuve que dar mis propias batallitas para empujar la actuación directa, frente a otras múltiples necesidades. Puedo asegurar que conozco un tanto las dificultades para arbitrar recursos y las sempiternas explicaciones para justificar la carencia de fondos.

Tampoco olvido que el estudio de la represión en la guerra civil española no es un capítulo nuevo en nuestra historia. En pleno desarrollo de la contienda los vencedores ya sintieron la imperiosa necesidad de ir exponiendo ante sus partidarios y ante el mundo los resultados de lo que denominaron la “vesania roja”. Por supuesto silenciaron la propia y no tardaron en establecer un “inventario” de los crímenes republicanos. (Siguen en ello). Algunos (no todos) de sus esfuerzos se reflejaron en un Avance de la denominada Causa General publicado por el sedicente Ministerio de Justicia en 1943. No tuvo seguimiento hacia el exterior, en España o fuera de España. Los miles y miles de expedientes en que se plasmaron sus hercúleos esfuerzos quedaron cerrados a cal y canto. El Avance, hoy disponible en el mercado en varias ediciones sucesivas, pero con prólogos cada vez más incendiarios, fue la única plasmación de aquel hercúleo esfuerzo.

A diferencia de lo ocurrido durante la dictadura, la democracia española ha puesto tales expedientes en Internet. Hay autores que han escrito artículos y algún libro sobre el tema sin abandonar su lugar de residencia, incluso en el extranjero. Milagros, claro, de las modernas técnicas de información y comunicación.

Hoy está de moda señalar en algunos ambientes que el caso español NO ES (repito, NO ES) un caso radicalmente diferente en comparación con otras sociedades europeas que también han atravesado por guerras o confrontaciones internas. Se subraya que se adapta bastante bien, en particular, a lo que ha sucedido en otros casos del espacio común europeo. Sesudos estudios han mostrado pautas relativamente similares en cuanto a la evolución de los indicadores económicos, sociales y culturales, sobre todo en la Europa occidental.

Hélàs! Quizá por mi larga permanencia en el extranjero, y mi propia experiencia personal en Bruselas o en Nueva York (Naciones Unidas), mi percepción es algo diferente. Uno siempre está influido por su propia carrera de funcionario experto en algo o historiador.

España no participó en los dos crisoles en que se formaron las sociedades europeas occidentales de nuestros días: a saber, las dos guerras mundiales. Fueron los vencedores y los vencidos quienes, apenas terminada la primera contienda, comenzaron a abordar los problemas prácticos, teóricos y conceptuales de la gestión de las víctimas, militares y civiles, y la significación más apropiada que debería darse a sus sacrificios. Todavía seguimos en la senda abierta por aquellas experiencias. El culto a los muertos y desaparecidos se extendió particularmente en Francia y Bélgica (países en los que he vivido) y en Italia. Todos fueron campos de batalla. También se extendió en el Reino Unido y Alemania (los conozco un poco igualmente porque he vivido en ellos). Las consecuencias fueron inmensas para sus sociedades. No puede ni debe extrañar que al cabo del tiempo ocurriera algo similar en nuestro caso…

(continuará)

…. Y en la nuestra, calderadas (II)

18 octubre, 2022 at 8:30 am

Ángel Viñas

Por fortuna, o por desgracia, no soy de los patriotas que se dan continuamente golpes de pecho, deplorando que no se consideren suficientemente en la enseñanza de la HISTORIA las glorias del Imperio. Tampoco comulgo con el menéndezpelayismo que se revive continuamente en ciertos medios y, en particular, en las redes sociales. Todo país tiene su pasado y lidia con él como puede y/o como le dejan. Me irrita, sin embargo, que en ellos se agite una versión de los tiempos extinguidos que, no por casualidad, coincide en sus esencias con la que, más o menos, se enseñaba a los niños de mi generación en la posguerra española.

Las críticas de los medios y portavoces de la derecha (PP, Vox y lo que queda de C´s) a las Leyes de Memoria Histórica y de Memoria Democrática han sido constantes en su afirmación de que ambas pretenden “imponer” una versión “única” (la “roja”, la “izquierdista”, la de los “derrotados en una santa guerra civil”). Yo me congratulo de haber aprendido, en España y fuera de España, otra versión que difiere de tales patochadas. También de haber contribuido, muy modestamente, a deshacer algunos de los entuertos de la primera, en la senda de historiadores mucho más importantes que mi humilde persona.

Sigo preguntándome, no obstante, cuál es el objetivo de aquellos “patriotas”: ¿quieren hacer bueno el dictum, tan repetido, de George Orwell del que quien controla el presente controla el pasado y quien controla este último controla el futuro? ¿Quieren reimplantar la hegemonía de una concepción, de un partido y de una clase y que todos los demás se inclinen ante ella como si fuéramos adoradores del dios Baal, sacrificios incluidos? La lucha por el poder no me parece suficiente. Algo falla en mecanismos más profundos.

Si, como deseo, España no llega a seguir masivamente el camino de Hungría, los EEUU de Mr Trump, la Rusia de Putin y el de las amenazas que penden sobre Francia e Italia, cabría suponer que la reciente LMD será asumida más pronto que tarde, como corresponde, por el grueso de  la sociedad española.

No trata de abrir heridas, porque las supuestas “heridas” nunca fueron cerradas; no trata de adoctrinar a los jóvenes con enseñanzas peligrosas para la democracia, porque para la democracia lo peligroso es la evocación de un pasado un tanto vergonzoso; sí acentúa el deseo de no favorecer la marcha hacia la aceptación de un Estado como el que padecimos hasta 1975 (con el aplauso de tantos militares, jueces, “educadores”, funcionarios y eclesiásticos). Se trata, simplemente, de hacer más o menos normal lo que es más o menos normal en los países de nuestro entorno. Cada uno con sus especificidades.  

¿O acaso piensan los cerebros dirigentes del PP, Vox y lo que queda de C´s que la España anterior a 1977 debería ser el modelo a seguir, actualizado para cumplir “imposiciones” extranjeras, pero que económicamente les (nos) benefician? Se basó, ciertamente, en mentiras colosales (de las que a la derecha española cuesta tanto trabajo deshacerse) y a las que, al menos, tres generaciones de historiadores nacidos después de la guerra, en las postrimerías de la dictadura y después de la subida a los cielos del general Francisco Franco hemos tratado de poner los adecuados correctivos.

Lo hemos hecho siguiendo las pautas normales y corrientes en los países occidentales de nuestro entorno cultural: relecturas críticas de los trabajos de los historiadores del “anterior régimen”; búsquedas de evidencias documentales en archivos españoles y extranjeros; importación de los nuevos planteamientos en la historiografía contemporánea; celebración de congresos, simposios y seminarios en los que exhibir las divergencias naturales entre unos y otros. ¿Qué más puede pedirse a los historiadores españoles?

Simplemente contribuimos a deshacer los mitos que abundan en nuestra historia. Como han hecho nuestros compañeros en las historias de sus respectivos países. No pretendemos haber llegado a la cúspide del conocimiento del pasado, pero sí empezar a recuperar el tiempo perdido.

Y aquí incluso hemos innovado, porque la historia no se encierra solo en documentos (que son mi ámbito de preferencia). También se halla en las “tumbas del olvido”, en las cunetas de las carreteras, en las rastrojeras y bosques de Galicia, Castilla la Vieja, León, Navarra, La Rioja, Castilla la Nueva, Extremadura, Andalucía, Levante, Baleares, Canarias, Marruecos y otras más.

Historiadores, arqueólogos, técnicos, especialistas, forenses, etc. han desarrollado -o importado- nuevas técnicas, nuevos instrumentos, nuevos métodos para sacar a la luz la barbarie de los vencedores (y también repasar la achacada a los vencidos, que de todo hubo en la viña del Señor, a pesar que la de estos ya fue puesta en relieve, exageradamente, en la Causa General, que la dictadura nunca llegó a exhibir al público).

¿Por qué, pues, el griterío, un tanto histérico, que ha acompañado al debate de las leyes de memoria?

Servidor tiene una respuesta incompleta, quizá demasiado simple, pero que no he tomado de nadie, que me ha sobrevenido tras años de análisis detenido de las evidencias primarias documentales de época. Como las que fueron dando a la luz desde fechas tempranas Ian Gibson en el caso de Lorca; Paco Espinosa, en el ámbito de la División Orgánica nº 2 en Sevilla y Extremadura; Francisco Moreno Gómez en Córdoba y tantos y tantos otros que después han ido incrementando el volumen y la calidad del conocimiento.

Mi respuesta, provisional como tantas afirmaciones en historia (que nunca es completa, nunca definitiva), es que una de las características fundamentales de la historiografía acuñada en el franquismo sobre la República y la guerra civil estriba en que practicó sistemáticamente, constantemente, una táctica de camuflaje que responde al concepto de proyección.

Me di cuenta de ello demasiado tarde (aunque nunca es tarde si la dicha es buena) y la expuse y argumenté en La otra cara del Caudillo en 2015. Desde entonces me ha sido un instrumento útil para aclarar algunos puntos esenciales en las actividades y propaganda generada por Franco. Consiste, simplemente, en atribuir al adversario (perdón, al “enemigo” en la jerga de Carl Schmitt) un tipo de comportamientos que es el reflejo de los propios.

Así, como han puesto de relieve entre otros Herbert R. Southworth, Paul Preston, Rafael Cruz y Eduardo González Calleja y su equipo, se justificó el asalto a la República; se explicó la creación de una caótica situación de quiebra de la ley y el orden en 1936; se lavó los cerebros con la imprescindible reacción ante el enemigo schmittiano; la tan celebrada “sovietización” de España, cuando lo que se dilucidaba era hasta qué punto debía llegar la “fascistización” de la propia; el tan traído y llevado “cerco internacional”  o la amenaza de la injerencia extranjera tras 1945; el “odio” a la PATRIA de las tres Internacionales carreroblanquistas (la comunista, la socialista y la masónica), amén de un largo etcétera.

Un etcétera a cuya defensa y explicación contribuyeron muchos:  periodistas, militares, curas (incluso en el Vaticano) e historiadores y que encontró su más depurada (y, con frecuencia, también absurda) plasmación en la ingente obra del único autor con dos dedos de frente (no en vano había sido jesuita) que fue Ricardo de la Cierva, hoy ya olvidado incluso por las derechas más o menos histéricas en temas que nos quieren inducir a aceptar sus interpretaciones como leyes de evolución de la historia.

Bienvenida sea, pues, la nueva Ley de Memoria Democrática. No será un fin, pero si es un nuevo comienzo. Quizá ya dejemos de echarnos autoculpas cuando los alemanes (con una historia más horrorosa tras de sí) todavía se las ven y se las desean con la mejor forma de superar el recuerdo de sus dos dictaduras.

Tengan en cuenta los amables lectores que no hay historia definitiva. Con estas palabras da comienzo el prólogo de mi próximo libro que estará ya en las librerías antes de finales del mes de enero. Ahora bien, ya desde aquí planteo una siempre cordial invitación a los historiadores, periodistas, juglares, miembros de la FNFF y lectores que creen a pies juntillas en alguno de esos profesores foráneos que no ha trabajado en su vida en un archivo.

No son quienes han descubierto, por la suprema e incognoscible gracia del Altísimo, las claves de la evolución de la historia española desde la caída de la Monarquía alfonsina. No sé si llegaré a ver a lo mejor a unos y otros exhibir nuevas evidencias primarias relevantes de época, en España y en el extranjero, que puedan oponer con contundencia y exactitud a las que otros historiadores, entre quienes tengo el honor de contarme, han empleado medio siglo años en ir reuniendo a trancas y barrancas.

FIN

LA REFLEXIÓN DE UN FILÓSOFO SOBRE FRANCO (y II)

4 octubre, 2022 at 12:05 pm

ÁNGEL VIÑAS

Dejemos de lado la guerra civil. Cualquier historiador militar dirá que en ella Franco aprendió sobre la marcha. Por ejemplo, a no perder el tiempo de charla con sus amigotes (como señaló en unos recuerdos no destinados a la publicación el embajador Serrat). O a manejar grandes unidades (porque durante año y pico los militares fascistas y nazis no entendían sus maniobras hasta que él, en su bondad, se lo explicó detenidamente: había que ir ”limpiando” la retaguardia. Añadiré que como luego hicieron los nazis en Polonia y la URSS especialmente)

Dueño y señor de los destinos de España el inmortal Caudillo se lanzó a la tarea de la represión cum recuperación. Aparece así el estratega económico, aunque lamentablemente el profesor Villacañas no parece haber leído ningún libro al respecto (desde protagonistas, por ejemplo, José Larraz a los escasos escritos de Franco se conservan en materia de economía como si la deseable para España hubiera sido una de tipo cuartelero, según la denominó Javier Tusell). Un estratega económico, cuyo genio hacendístico se sacó del magín algunas de las medidas más rocambolescas, sin base económica alguna, como el  arbitrio llamado subsidio del combatiente, el arbitrio del plato único y del día sin postre.

Tampoco analiza nuestro autor la génesis de los lamentables resultados, ni la fundamentación filosófica del Estado franquista, caso de que su conducator tuviese en mente alguna idea doctrinal de lo que era un Estado. El profesor Villacañas se fía de economistas un tanto raritos y que en la actualidad hay que identificar con lupa. Y, en cuanto a los filósofos, llama la atención que no haya hecho la menor referencia a Johann Gottlieb Fichte, que inaugura la filosofía del idealismo alemán y representa el idealismo subjetivo o ético –una de sus tres corrientes principales. Al fin y al cabo es la que intenta introducir la razón en la historia, que es el ámbito de las acciones humanas, éticas y jurídicas, para ordenarla.

Decimos que nos llama la atención porque es precisamente Fichte el autor de El Estado comercial cerrado, un Estado ideal racional, ajustado a la forma totalitaria de organización económica, estructurado como un Estado autárquico, regido por un sistema económico desconectado con el comercio exterior, con una economía planificada defensora de los mecanismos destructivos del libre comercio.

La obra de Fichte contiene las dosis adecuadas de voluntad de poder e ingenuidad económica necesarias para plasmarse en las realidades económicas de los Estados totalitarios de la primera mitad del s. xx. En este sentido, Franco quería industrializar España (por eso dedicó, como han señalado Francisco Comín, Miguel Martorell, Jordi Maluquer de Motes y un montón de otros especialistas) una gran parte de los presupuestos del Estado a las fuerzas de seguridad, a exportar todo lo exportable al Tercer Reich y a depender, críticamente, de los suministros de las repelentes potencias anglosajonas.

Eso sí, el profesor Villacañas recurre a la historia del INI y a su dedicación a las industrias de la defensa para SALVAR A LA PATRIA, por si la atacaban, La historia de las relaciones exteriores, en el período 1939 a 1953, no es importante. Al final, los norteamericanos acudirán en su socorro, como han indicado (¡sorpresa, sorpresa!) algunas publicaciones del Banco de España, como si no hubiera otras.

Hace ya muchos años dirigí una historia de las relaciones económicas de España, bajo la inmarcesible guía de aquel superhombre que hasta hace poco algunos hablaban de elevar a los altares. Un pequeño tomo de 1.500 páginas basadas en EPRE pura y dura. El profesor Villacañas se guía, sin embargo, por Gramsci y su intuición. ¿Qué ocurre? Pues nada menos que Franco supo cómo sacar a la PATRIA (su patria, bien entendido) del atolladero al que la autarquía la había llevado. Que siguiera la reflexión del gran teórico italiano no está probado. Tampoco que su obra contará en las lecturas de mesa de noche del “Caudillo”.

Nos cuenta, eso sí, algo que está más que demostrado: lo de la autarquía, en realidad, fue una entelequia, porque en el fondo, a lo largo de los años cincuenta del pasado siglo, la economía fue regularizándose y gracias a los norteamericanos y a unos cuantos economistas (no olvida citar a Juan Sardá y a Enrique Fuentes Quintana, ¡bravo!) se abrieron las fronteras. Incluso lanza un cable salvavidas al almirante Luis Carrero Blanco, como ya intentó Tusell. Con Gramsci todo se arregla.

En realidad, a Carrero Blanco, como codirector de la política económica de la dictadura, no le salva ni su ángel de la guarda. Yo me siento un poco autorizado para subrayarlo  porque en mis incursiones por los archivos de la Presidencia del Gobierno de la época me encontré con un plan completo, firmado por el señor almirante, para reforzar a toda marcha la producción industrial patria. Lo hizo a finales de 1957, es decir, cuando Franco supuestamente se disponía a seguir al pie de la letra la estrategia gramsciana, aconsejado por algunos ministros del Opus Dei (a quienes, posiblemente, los españoles deberíamos estar agradecidos por los siglos de los siglos).

En la biblioteca de la UCM el profesor Villacañas podrá encontrar los tomazos de Política comercial exterior en España (1931-1975) y en el segundo, a partir del capítulo VIII, un análisis que mezcla las dimensiones político-económica, la actuación gubernamental, papeles internos y los planes del todopoderoso ministro subsecretario de la Presidencia. El original se hallaba en el archivo de la presidencia del Gobierno, serie SG, caja 4, E 115/57. Si prefiere consultar una fotocopia del original, la encontrará en la colección de papeles que entregue hace años a la biblioteca de la Facultad de Geografía e Historia.

Informo de esto porque es de esperar que no haya ocurrido al original lo que pasó con una conferencia secreta, dada por Su Excelencia el Jefe del Estado (SEJE) a la nueva Comisión delegada del Gobierno para Asuntos económicos, meses antes pero en el mismo año 1957. En ella el simpar “Caudillo” ya exaltó las virtudes del guayule como forma de remediar la carencia de caucho que dificultaba los transportes de mercancías que unían a los hombres y tierras de España. ¿Estrategia? Si no ya autarquía, por lo menos de industrialización sustitutiva de las importaciones. Más presentable.

En el caso de que el profesor Villacañas no se hubiera enterado de las proclividades auténticas de Franco y de Carrero  Blanco podría también ir al AGA en el que hallará, salvo que también haya desaparecido, la carta que el segundo envió a su colega y “amigo”, el ministro de Asuntos Exteriores, Fernando María Castiella (olvidadas, por supuesto, sus reivindicaciones de España y su heroica cruz de hierro). Estaba en el legajo R-12028, Expediente 2, y la he utilizado en mis clases de máster. (No recuerdo ya si también la entregué a la biblioteca de la Facultad de Geografía e Historia).

¿Su tenor? España, frente a tres tenebrosas Internacionales (la comunista, la socialista y la masónica) no podía bajar la guardia.  Eran en lo espiritual ateas y en lo político albergaban la pretensión de “dominar el mundo”. Su objetivo común estribaba en “hacer desaparecer los regímenes que, como el nuestro (católico, antisocialista, anticomunista, anticapitalista y rabiosamente independiente) son impermeables a su acción de dominio”.

No sé si esto es lo que también sugirieron, mutatis mutandis, Maquiavelo y Gramsci y que hoy podría recitar, con algunas nuevas tonalidades, VOX.

Claro que los expertos podrían aducir que ello no se compadece con el señero ejemplo en la segunda mitad del siglo XX que dio la España de Franco aceptando un régimen de capitulaciones de cara a los EE.UU. Recuerda en algunos aspectos al del fenecido imperio otomano ante las grandes potencias. Ahí sí que se vio la sabiduría no maquiavélica pero sí, al menos, galaica del tan enaltecido “Caudillo”.

¿Y los orígenes de la “revolución pasiva”? Tampoco hay que volver a pensadores de la Italia renacentista y/o casi contemporánea. Hubo tres vectores detrás. El primero y más importante, la amenaza inmediata de la suspensión de pagos internacionales de España. El segundo, la pugna por parte de los sectores más abiertos al mundo en la Administración civil (no en la militar) por no perder el tren en el contexto de la recuperación de las economías europeas occidentales. El tercero, la falta absoluta de alternativas que no fuera una apertura vigilada, controlada y medida en el aspecto económico. Salvo, naturalmente, que la orgullosa España de Franco se hundiera en la ignominia internacional. No sabemos muy bien por qué el profesor Villacañas presenta la transformación de Francia, bajo De Gaulle, como una circunstancia adicional que contribuyó a que Franco llegase a aceptar el Plan de Estabilización (p. 216).

Pero fue una aceptación muy medida. El Plan de Estabilización y Liberalización de 1959, sobre el que se ha escrito largo y tendido, pero con respecto al cual el profesor Villacañas solo menciona un libro de pasada y un par de artículos de historiadores del Banco de España disponibles en la red, fue un éxito.  La primera contribuyó a arrojar de la España rural a millones de emigrantes en el interior y también al exterior. En ambos casos ya se habían hecho algunas pruebas, incluso de puertas afuera. En este terreno, por ejemplo, con el Reino de Bélgica, en los términos establecidos en la convención bilateral de 1956 (ojo al año).

La liberalización se aplicó a las mercancías, a los servicios y a los capitales (en este caso, con reparos). Pero luego, a pesar de los obispos, presbíteros y religiosos del montón, se abrió la puerta de par en par a los turistas extranjeros. Salvo en este último caso (¡Benidorm!), con cautela en los anteriores.

El profesor Villacañas menciona, correctamente, el sector financiero. Hubiese debido leer algo más porque la liberalización de las importaciones fue casi flor de un día. Duró no más de ocho años. Los suficientes para que la economía se reequipase tras los señeros ejemplos del biscuter y del 600. Se trató de seguir levantando, con capital y patentes extranjeros, eso sí, una nueva industria automovilística y sus derivadas.

En la lectura de esta segunda parte, al igual que en la primera, hay algunas afirmaciones que, aquí y allá, dejan en el lector una sensación de cierto desconcierto. Señalemos, a título de ejemplo, la afirmación según la cual “[l]os republicanos habían hecho desaparecer las reservas del Banco de España, pero Franco lo volvía a comprar.” (p. 308) No parece ésta la mejor manera de expresar la necesidad que el esfuerzo bélico impuso a la República para financiar, con las reservas en oro, la adquisición de armamento que sólo estaba dispuesto a venderle a la URSS, casi en exclusiva.

Asimismo, que se pretenda hacer creer al lector que “se avanzaba lentamente hacia una política de mímesis con Europa, con la aprobación de la Ley de Bases de la Seguridad Social y la creación del Instituto Nacional de Previsión, que extendía la cobertura de Seguridad Social a todos los trabajadores, incluidos los agrarios” (p. 326). Ocurre, sin embargo, que dicha Ley de Bases no pasó de ser una reordenación de sistemas asegurativo-contributivos profesionales ya existentes cuya cobertura distaba mucho de acercarse a la universalidad de prestaciones, y además, no integró los regímenes especiales.

Por otro lado, emanan molestos efluvios de escritor en mi modesto entender algo turiferario cuando aborda los años del Opus Dei. Se trata de la pretensión de hacer pasar de matute la idea de que durante el periodo desarrollista Franco pretendió imitar el esquema europeo (así se encabeza el capítulo 13).

El profesor Villacañas expone las opiniones que López Rodó desarrolla en sus Memorias sobre aquellos años, en las que presenta su obra como la efectiva europeización económica y social de España, con elementos propios de lo que luego nuestro estimado autor denomina “revolución pasiva”: la que puso en práctica las reformas que respondían a los supuestos anhelos regeneracionistas y progresistas de Franco y que, no menos supuestamente, culminaron el proceso modernizador de europeización y vertebración de España defendidas por Ortega (p. 220). ¡NO!

Más adelante, no es López Rodó sino el propio profesor Villacañas, quien sostiene que “Franco había visto que resultaba necesario mejorar las condiciones de vida y alentó la idea de homologación con Europa […] Los tiempos exigían, como dijo, ‘movimientos de integración económica europea’, que afectarán a la estructura de la nación.” (pp. 294-295). ¡No y no! Franco nunca fue un regeneracionista, sino un ultranacionalista de aroma cuartelero que nunca aspiro en primer lugar a asentar y modernizar la convivencia nacional.

Tampoco fue un europeísta, pues para Franco ser cosmopolita era ser antiespañol. Mucho menos un liberal, por mucho que se empeñe el profesor Villacañas al afirmar que “el había sido fascista con los fascistas y ahora liberal con los yanquis” (p. 350), o que había que usar “tanto como fuera posible [a Suárez], antes de que todo el mundo descubriera su inconsistencia, para asegurar la política liberal del franquismo.” (p. 489).

¿Dónde están Castracani, Maquiavelo y Gramsci detrás de ello? Nowhere. Su aparición en el relato de la evolución económica de la España de Franco resulta ser un producto de la imaginación, expuesto eso sí brillantemente, de un catedratico de nuestros días.

De todas maneras, reconozco de nuevo humildemente no ser filósofo. Por eso he acudido a uno de mis amigos. Es economista, brillante; ha pasado muchos años por el corazoncito del análisis económico de la Comisión Europea y, por fortuna, es también doctor en Filosofía. Se ha jubilado recientemente en la Universidad de Valencia. Hace unos años le pedí que pensara en las supuestas glorias de Franco en materia económica.

¿Su respuesta?: fue una rémora para la economía y la política de España. Sin él, y sin su dictadura, nos hubiéramos incorporado mucho antes -y mejor- a la expansión económica europea occidental.

No encuentro nada mejor que reproducir la referencia en la red en la que cada hijo de vecino puede fácilmente encontrarla acudiendo a un ordenador:

https://e-revistas.uc3m.es/index.php/HISPNOV/article/view/2875/1581

En lo que se refiere al desarrollo político no es necesario lanzar las campanas al vuelo. Hubo que esperar a que Carrero Blanco y Franco subieran a los cielos para que la última paria política e ideológica en la Europa occidental tratara de empezar a recuperar el tiempo perdido.

FIN 

 LA REFLEXION DE UN FILÓSOFO SOBRE FRANCO (I)

27 septiembre, 2022 at 9:42 am

ÁNGEL VIÑAS

Soy el primero en señalar que los historiadores de archivo (o equivalentes) nos pasamos la vida buscando evidencias que nos permitan esclarecer facetas del pasado y de las acciones de los hombres y mujeres en él.  La noble aspiración de muchos es poder llegar a demostrar algo que otros no hayan escrito. Reconozco haber caído en tal pecado, que algunos calificarán de soberbia, y entono el oportuno acto de contrición.

Sé, quizá demasiado bien, que no todo está en los papeles u otras evidencias. Ni siquiera en lo que se refiere a Franco, objeto en los últimos años de mi atención antes, en e inmediatamente después de la guerra civil.

Que todos sus papeles no se conocen, es la evidencia misma. Al igual que se destruyeron (gracias a los buenos oficios de ciertos ministros de la epoca y otros gerifaltes falangistas o franco-falangistas) millares y millares de documentos sobre la represión, los de SEJE no abundan, fuera de los archivos habituales. (Ahora, han aparecido muchos nuevos en el Pazo de Meiras, sobre los que sus honorables descendientes no habían dicho ni pio). Un historiador empírico se mesa, naturalmente, los cabellos y soy de quien se pone en primera línea de los entristecidos y de los que tanto lo lamentan.  

Hay, obviamente, otra manera de escribir sobre el pasado que es más simple, más directa y, sobre todo, muchísimo más cómoda. Basarse, por ejemplo, en una mas o menos cuidada selección de lo escrito sobre Franco y aplicar otra forma de ver, de mirar, de comprender (parte de) lo publicado. Los resultados son más rápidos, tan pronto como se identifique esa nueva perspectiva. Escribo esto con todo respeto.

El pasado curso academico se publicó una reflexión sobre Franco y el franquismo. El autor es el profesor José Luis Villacañas, catedrático de Filosofía en la UCM. La publicidad con que se rodeo la obra hizo hincapié en que habría que considerarla como novedosa y el autor, es de imaginar, esencial. El título es ciertamente prometedor y a servidor le llamó la atención por lo que me pareció ser una cierta contradicción en su título: LA REVOLUCIÓN PASIVA DE FRANCO.  

Normalmente, el término revolución no se asocia con pasividad. Si acudimos al DRAE veremos que entre sus acepciones figuran las siguientes: 2. Cambio profundo, generalmente violento, en las estructuras políticas y socioeconómicas de una comunidad nacional; 3. Levantamiento o sublevación popular; 4. Cambio rápido y profundo en cualquier cosa.

Común a tales acepciones son las notas de rapidez, profundidad y acción. La pasividad brilla en todas ellas por su ausencia. Reconozco, evidentemente, que el DRAE, al que acudo siempre que puedo, no es autoridad suprema en materia histórica, salvo del lenguaje, pero tampoco es en modo alguno desdeñable.

Curioso, compré el libro y el pasado verano me he entretenido en leerlo. No puedo decir que de una tirada y que no descansara hasta haberlo terminado. Tampoco que me fascinase. Es, en parte, una reflexión biográfica del personaje; un intento de penetrar en los entresijos de su pensamiento y un análisis de la evolución del sistema político que engendró y que perduró hasta su muerte.

Dificulta la lectura el que, quizá por exigencias de tiempo, carezca de un índice bibliográfico e incluso de nombres. Esto me parece el colmo. Pensar en que hubiera debido considerarse un índice analítico o de conceptos es, en tales condiciones, utópico.

Ciertamente admito que, a veces, por exigencias del calendario de publicaciones de la editorial no dé tiempo a introducir este último, que es el más útil, creo, para el eventual lector. Que tampoco se hayan incorporado los dos primeros es muy de lamentar. Sobre todo, el bibliográfico. No cuesta más de un par de horas y no tiene por qué dedicárselas el autor. Cualquier lector/revisor de la editorial puede hacerlo. HarperCollins es un sello respetable y el libro no se publicó en un período en el que tenía que competir con una multiplicidad de títulos. Salió a mitad de febrero del corriente año.

Los lectores espero que no me consideren tiquismiquis si traigo a colación la banalidad que sobre el “Caudillo” y su obra se han escrito algunos centenares de libros. Del más diverso tipo y con los más encontrados resultados. A favor (en España de forma casi exclusiva hasta, digamos, 1975). En contra, hasta entonces sobre todo en el extranjero (aunque también hubo obras a favor, en general de periodistas -muchos de ellos tramposos). Luego las tornas cambiaron: los autores españoles tomamos la iniciativa y, en mi modesta opinión, creo que no la hemos dejado. Los últimos ejemplos que conozco son los de Matilde Eiroa (ya comentado en este blog) y el recientisimo de Javier Rodrigo (que en pocos días estará en las librerías)

La obra que ahora abordo no pretende ser una biografía en sentido estricto. Sí pretende aportar una “nueva” concepción de la personalidad y obra del   inolvidable “Caudillo”. Aquí está su interés y, para mí, una profunda decepción.

El profesor Villacañas (a quien no tengo el gusto de conocer) aspira a decir algo que no se ha dicho o escrito sobre la figura de Franco. Lo hace de una forma, digamos, un tanto peculiar: conjuga las tesis y escritos de dos autores completamente dispares. e italianos. Está en su derecho, pero no aporta ningún documento ni de la pluma de Franco ni de su paso por la historia que no sea conocido. Se basa en una selección de autores que lo trataron de cerca (en particular su primo hermano) y en un cuidado repertorio de ministros o políticos que han escrito sobre él en memorias y relatos muy heterogéneos, pero en general laudatorios.

Con estos más que limitados, si no limitadísimos, materiales acude para comprender mejor la figura más señera de la historia de España en el siglo XX a nada menos que a Nicolás Maquiavelo en algunas de sus obras. Una es, naturalmente, El príncipe. Otra, de la que confieso no había jamás oído hablar, es la biografía de un condotiero del siglo XIV llamado   Castruccio Castracani. Para explicar al lector de nuestros días la carrera y virtudes del Franco militar parece ser que es la más importante. Utiliza, además, no traducciones. Acude, como es debido, a los textos originales.

Los lectores que no los tengan en casa pueden descargarlos en https://www.academia.edu/25630010/El_Principe_Maquiavelo_Ensayo_     y en  https://archivos.juridicas.unam.mx/www/bjv/libros/2/609/11.pdf, respectivamente.

El procedimiento puede parecer muy interesante, pero es absolutamente erróneo. De haber pensado como historiador y no como filósofo político tendría que haber demostrado que Franco, un militar con resultados mediocres en la Academia de Infantería de Toledo, habría estado leyendo al menos la primera obra  (la más conocida) a lo largo de sus años de aprendizaje militar en África (de la segunda no hablemos porque no hay  -o el profesor Villacañas no la ha aportado- la mas minima referencia de que Franco hubiese conocido de su existencia).

 Es un lugar común afirmar que Napoleón Bonaparte leía El Príncipe. Es posible que de ello sacara altísimo provecho. Al autor del nuevo libro habría que pedirle que lo hubiese demostrado en el caso de Franco. De ello, sin embargo, rien de rien.

No olvido, al contrario, que algunos de los biógrafos, y mas aun los hagiógrafos, de Franco  han afirmado que el futuro “Caudillo”, a medida que se hacía mayorcito y aprendía a manejar las armas en las casi decimonónicas campañas de Marruecos, y luego mientras meditaba sobre la agitación social de la época en Oviedo, y después, ya general, como director de la Academia de Zaragoza, y, sobre todo, en los años de paz de la República leyó mucho: por ejemplo, obras de historia, de filosofía, de derecho, de economia; incluso alguna que otra de gramática para perfeccionar su estilo. O tal vez que  discutió con el genio hacendístico por excelencia que es como solia presentarse a Don José Calvo Sotelo.

¡Ay!, por desgracia nadie ha aportado la menor prueba de lo que antecede. Tampoco el autor del extraño libro que comento. No podría afirmarse lo mismo de sus congéneres entre los dictadores europeos del siglo XX: la biblioteca de Stalin se conserva y con muchas de las obras anotadas o con marcas de lectura; también se ha escrito sobre lo que queda de la biblioteca de Hitler (de educación incluso más limitada que la de Franco). De Mussolini se conoce su gusto por el pensamiento político y la filosofía y desde luego escribió la tira (aunque también le escribieron, como es lógico). De Salazar, catedrático de Universidad, no hablemos.

Es decir, me parece que el autor de este nuevo libro sigue un procedimiento profundamente ahistórico. Impone, para comprender el comportamiento de Franco, una metodología basada en el análisis de dos obras para “demostrar” una tesis absurda. La que, tácitamente, el glorioso “Caudillo” obró como si las hubiese leído cuando una de ellas era probablemente desconocida para los militares españoles de principios del siglo XX (ya que no de los siempre admirables eruditos). Lo que no hace es ir A LOS DOCUMENTOS (públicos y no públicos).

Esto que antecede se aplica, esencialmente a la primera parte intitulada “Príncipe Nuevo”.  Uno puede verse tentado a afirmar la influencia de la lectura de Maquiavelo sobre el inefable caudillo si asocia  su famosa baraka con la idea de fortuna, que utiliza el prepolitologo italiano y que circulaba en el ambiente humanista del renacimiento en Italia. El hombre tiene que habérselas con la fortuna para hacer su vida, y para ello ha de poseer la virtù, una noción que Maquiavelo seculariza más que sus precedentes. Empero, para tener algún valor histórico, cualquier hipótesis que se lance ha de ser contrastada con evidencia empírica de la que en este caso estamos huérfanos.

Pero, más allá de la supuesta influencia de tales obras sobre el pensamiento del inmarcesible Caudillo, en esta primera parte llaman la atención algunas referencias de menor enjundia, pero que dejan con la mosca tras la oreja al historiador menos atento.

A título de ejemplo, se nos dice que, en 1934, los hombres de Acción Católica estaban en contacto con Mussolini para preparar la rebelión en España, cuando ya sabemos que ésta llevaba años preparándose. desde el mismo día en que se proclamó la República; que tanto Calvo Sotelo como Sainz Rodríguez y los monárquicos estuvieron en la operación para conseguir la ayuda militar italiana (pp. 36 y 62). Asimismo, señalemos la mención a la “Legión africana” cuando su nombre no es otro que el original de “Tercio de Extranjeros”, y posteriormente transformado en “Legión Española” (p. 46). No hay nada nuevo y si bastante texto para rellenar pagina tras pagina.

La segunda parte del título “La revolución pasiva” se basa en una interpretación del concepto que de esta acuñó Gramsci. Yo me descubro humildemente. No me considero discípulo del pensador y político italiano, pero para asociarlo con Franco habría que mostrar que, al menos, alguno de los compañeros de milicia y luego ministros de Franco a partir de 1937 hubieran estado influidos por su lectura. Por ejemplo, el cuñado y supuesto mentor, el por tantas razones odiado Ramón Serrano Suñer, alejado oportunamente del poder en 1942.

(continuará)

CASTIGAR A LOS ROJOS: OTRO ESLABÓN EN UNA CADENA (Y IV)

5 julio, 2022 at 8:30 am

ANGEL VIÑAS

Para culminar esta pequeña serie de posts el profesor Guillermo Portilla ha redactado la siguiente contribución que sitúa perfectamente al teniente coronel Acedo Colunga en el ominoso lugar que le corresponde. Lo ubica como un eslabón fundamental en coexistencia con penalistas españoles no militares de la época. Todos contribuyeron, con sus escritos y opiniones, a crear el caldo de cultivo en el que floreció, en todo su mortal esplendor, la mefítica atmósfera que nutrió el pensamiento jurídico dominante durante la dictadura. Avalaron, con su supuesta autoridad, las ideas que “justificaron” el asesinato legal, la persecución, la depuración o la muerte civil de los defensores de un derecho penal en consonancia con las mejores tradiciones de las Luces, el liberalismo y la democracia tanto en España como en el extranjero.

‘Castigar a los rojos. Acedo Colunga, el gran arquitecto de la represión franquista’, Ángel Viñas | Francisco Espinosa | Guillermo Portilla (Crítica, 2022)

GUILLERMO PORTILLA

Tras el golpe militar los penalistas republicanos fueron perseguidos y condenados. Traicionados por sus “colegas” de profesión, fueron depurados en la Universidad y sancionados por todos los tribunales de excepción. Suerte muy distinta corrieron los que apoyaron al régimen. El Derecho penal español quedó en manos de mediocres y serviles procedentes del tradicionalismo católico y del nacional-falangismo. La interrelación entre unos y otros fue perfecta: los tomistas asumieron sin rechistar el nacionalismo y el Caudillaje en tanto que los fascistas aceptaron de buen grado la intervención eclesiástica en todos los sectores del Estado.  Unos y otros, sin excepción, avalaron, legitimaron y, a veces, incluso participaron directamente en la configuración legal del régimen militar integrando los tribunales “especiales”.

Con la intención de dotar al derecho penal autoritario de la legitimidad que le faltaba, aparecieron ante todo los penalistas: Federico Castejón, falangista ultraconservador, fue uno de los diseñadores del Derecho penal de la dictadura y componente básico de la Comisión serranosuñerista sobre ilegitimidad de una República que habría funcionado como una verdadera organización criminal. Además, fue el redactor del Anteproyecto de Código penal falangista de 1938 que prohibía el matrimonio entre españoles y personas de raza inferior.

Isaías Sánchez Tejerina, artífice de la ley sobre represión de la masonería y el comunismo, vocal del Tribunal correspondiente, fue uno de los depuradores más estrictos en la Universidad. Justificó el golpe de Estado como un ejemplo de legítima defensa colectiva y avaló la creación de una dictadura tradicionalista católica. La mejor manera de prevenir la delincuencia era, pensaba, la creación de un Estado fuerte, autoritario y no neutral en la defensa de la fe.   

Jaime Masaveu, haciendo uso del mismo informe de la Comisión serranosuñerista, elaboró una teoría sobre el estado de necesidad del soldado republicano contra la República. Su ideología ultraderechista quedó patente en el trabajo “La defensa nacional militar frente a un Estado anárquicamente revolucionario. (Enfoque jurídico)”.  En él planteó una cuestión trascendente: si la verdadera obligación del Ejército era la Defensa Nacional frente a cualquier otra finalidad y el significado de asumir tal opción. En tal disyuntiva, Masaveu lo tuvo claro: el soldado republicano debía defender a la Nación española frente al Estado delincuente. Desde la Fiscalía franquista se dijo que su comportamiento durante la “cruzada” fue de intachable patriotismo, estando siempre dispuesto para toda clase de misiones que pudieran encomendársele. Militarizado desde los primeros momentos, se le concedió la medalla de la campaña.

Entre los penalistas hubo otro, Juan del Rosal, que sobresalió por encima de todos. No solo por su apoyo al Caudillo o admiración por el nacionalsocialismo, sino porque intentó elaborar las bases de un Derecho penal totalitario, autoritario y tradicionalista católico conforme a una dictadura fascista. De un catolicismo vehemente, característica, por lo demás, habitual entre aquellos penalistas que tras la guerra se quedaron en España, Del Rosal fue por convicción, quien mejor representó al falangismo nacionalsindicalista y al nacionalsocialismo en la dogmática penal. Renegó de su maestro Jiménez de Asúa una vez consumado el levantamiento militar y apoyó sin fisuras las dictaduras totalitarias de Alemania y España.  Es cierto también que a finales de los años cuarenta, coincidiendo con el fracaso de las dictaduras fascistas, abdicó aparentemente de esa ideología y se pasó al bando del Derecho penal liberal

Eugenio Cuello Calón, ya mencionado en el post anterior, fue el autor intelectual del Proyecto de Código penal de 1939. Franquista y católico, llegó a tener un control absoluto de la Academia. Cooperó activamente con la dictadura de Primo de Rivera hasta el punto de ser uno de los juristas que participó en la Comisión redactora del Código Penal de 1928. En 1929 ya era Catedrático de Derecho penal de la Universidad de Barcelona y Vocal de la Comisión General de Codificación. Su posición iusnaturalista la mantuvo hasta el fin de su vida: principio de legalidad sí, pero siempre que no colisionara contra “los principios de eterna razón y preceptos inmutables de un orden moral obligatorio”. El ideal de Derecho penal que defendió aparece recogido en el discurso de ingreso que pronunció en la Academia de Jurisprudencia y Legislación, el 24 de abril de 1951.  En ella perfiló lo que debería ser su modelo. Un Derecho penal subjetivo en el que no se castigara el hecho sino al autor. Siguiendo muy de cerca el movimiento de la Nueva Defensa Social, salvaguardó una doctrina para los delincuentes corregibles y fundada en el aislamiento o segregación de seguridad, para los ineducables o incorregibles.

En la Academia, una vez fallecido Castejón, el poder se concentró en manos de Cuello Calón y Sánchez Tejerina, a los que se premió con las cátedras de Jiménez de Asúa y Quintiliano Saldaña. Más tarde, sus discípulos: Octavio Pérez Vitoria, Valentín Silva Melero, José Ortego Costales, Antonio Ferrer Sama, José Guallart López y Manuel Serrano mantuvieron una línea continuista, legitimadora de la dictadura. Fueron tan conservadores y tradicionalistas católicos o más que sus maestros. A ninguno se les leyó ni oyó jamás una censura al régimen franquista y a su maquinaria represiva.

Por contraposición, el penalista más perseguido y odiado por los “intelectuales” y el aparato represivo de la dictadura fue sin duda Luis Jiménez de Asúa. Contaba para su orgullo con los antecedentes de una lucha pertinaz contra la Monarquía, la Iglesia católica y la dictadura primorriverista. Similar senda de persecución y exilio sufrieron la mayoría de sus discípulos y amigos: Mariano Ruiz Funes, Emilio González López, Antón Oneca y Manuel López Rey.

Al profesor Jiménez de Asúa, socialista y masón, le persiguieron las dos dictaduras españolas. ¿Qué otro fin podía esperar a un demócrata antimonárquico que altivamente proclamaba que“en España la norma de cultura política es hoy marcadamente antidinástica, afirmativamente republicana, y en pro de la auténtica forma democrática está hoy mayoritariamente pronunciada la opinión pública española. (..) nadie defiende al rey y a la dinastía que representa, a lo sumo los capitalistas e industriales que con algunos políticos conservadores tratan en esta hora de crear un partido “centrista”, soslayan tamaña cuestión diciendo que la política consiste en abordar y resolver problemas concretos, pero no se deciden a la defensa abierta y desinteresada del caduco trono”?          

El desencuentro entre Jiménez de Asúa y la dictadura de Primo de Rivera se produjo prácticamente desde la llegada al poder de los militares. El sátrapa no vio con buenos ojos su crítica a los reiterados ataques a la libertad de expresión ejecutados por la dictadura y la denuncia del confinamiento de Miguel de Unamuno en Fuerteventura, con motivo de la intervención no autorizada de su correspondencia y desvelarse el contenido de una carta que el escritor había enviado a un amigo residente en Argentina. Al tiempo, Asúa reprochó a la dictadura el encarcelamiento de Ángel Ossorio, ex ministro, por una razón similar: desvelarse el contenido de una carta privada dirigida a Antonio Maura, en la que se reprobaba la adjudicación del servicio telefónico a la compañía donde trabajaba el hijo del dictador.  No hay que identificarlo.  

Pero realmente el acontecimiento que marcó el destino de Asúa y su colisión con Primo de Rivera fue el concurso a la cátedra de griego que durante treinta años había ocupado Unamuno. Pese a la presencia policial, Jiménez de Asúa junto a otros docentes y seis alumnos burlaron el control y accedieron al lugar de la votación. En ese escenario se produjeron insultos a los miembros del Tribunal y varias cargas policiales. Al tener conocimiento Asúa de la detención de los estudiantes en los alrededores del Ministerio, se presentó el 29 de abril de 1926 en la Dirección General de Seguridad. Tras dar su nombre fue inmediatamente detenido, al tiempo que se le comunicó la decisión del Gobierno de proceder al inmediato confinamiento.

Durante el franquismo, fue depurado en la Universidad y condenado por el Tribunal de Responsabilidades Políticas a la pérdida de todos sus bienes y a la nacionalidad. Igualmente lo condenó el Tribunal Especial por un delito complejo de masonería y comunismo a la pena de treinta años de cárcel.  Su lucha política y su inmensa contribución al desarrollo del Derecho penal continuaron en el destierro hasta su fallecimiento en Buenos Aires en 1970 cuando era presidente de la República española en el exilio.

___________________

Ex post de servidor

Para terminar esta serie, una pequeña orientación bibliográfica. Los lectores que deseen profundizar en un tema que puede parecerles un tanto abstruso harían ver en consultar el trabajo del profesor Gutmaro Gómez Bravo sobre las no siempre divertidas oposiciones en la postguerra a las codiciadas cátedras de Derecho Procesal y Derecho Penal en los años siguientes a la guerra civil. Se darán una idea del ambiente que en ellas se respiró, con aspirantes que solían vestir el uniforme del “Glorioso Ejército Nacional” e imbuidos en las doctrinas, entre otras, del nacionalsocialismo imperante en los años treinta y principio de los cuarenta. Es de fácil consulta en https://www.academia.edu/28307279/LA_UNIVERSIDAD_NACIONALCAT%C3%93LICA_La_reacci%C3%B3n_antimoderna

Se trata de un estudio masivo dirigido por el profesor Luis Enrique Otero Carvajal, de consulta obligada. Las páginas correspondientes a los dos tipos de “Derecho” de la época que aquí interesan se encuentran en las páginas 969 a 986. Se reirán.

FIN