Los camelos políticos e históricos de hoy no son cosa nueva: tienen antecedentes directos en la publicística española (V)

13 diciembre, 2022 at 8:30 am

ESTA SERIE ESTÁ DEDICADA A LA MEMORIA DEL PROFESOR RICARDO MIRALLES, CATEDRÁTICO DE HISTORIA DE LA UPV, EN EL RECUERDO Y CON MI ADMIRACIÓN

Ángel Viñas

La impresión que surge tras la lectura de las informaciones que he reproducido en entregas anteriores es que la supuesta decisión del Politburó del PCUS (no había otro: no se trataba de una decisión de la Comintern) se “construyó” a posteriori. Esta noción se acentúa porque tampoco encaja con el ulterior desarrollo de los hechos (materia prima de cualquier historiador que se precie). El programa de la coalición de Frente Popular no recogía muchos de los puntos que aparecían en el “documento” milagrosamente exhumado por el diligente autor ya identificado.

De todas maneras, es igualmente obvio que tampoco en febrero de 1936, a los pocos días de las elecciones y en espera de una segunda vuelta, se habría planteado en Moscú la “eliminación” de Alcalá-Zamora. No estaba en las manos de los dirigentes moscovitas otear el futuro español a la manera de un conjunto de Nostradamuses de los tiempos soviéticos.  En el momento del triunfo de la coalición de Frente Popular eran otros los problemas que en España se suscitaban de inmediato, aunque naturalmente muchos de sus integrantes estaban descontentos (con razón) con la actitud previa de Don Niceto que había metido la pata hasta el corvejón adelantando las elecciones y destruido las esperanzas y proyectos de un Gil Robles, más inteligente y sinuoso.

En todo caso los amables lectores comprenderán que el vocablo “eliminación” tiene siniestras connotaciones. Lo que surgió fue la deseabilidad de sustituir a Don Niceto por otra persona más acorde con las sensibilidades de la coalición que había ganado las elecciones. Esto ha dado origen a numerosas discusiones. El gobierno, de entrada, lo asumió Azaña (en el cual no se lució demasiado) y después de muchos conciliábulos se planteó la posibilidad de que pasara a la presidencia de la República. Azaña pensó que Prieto podría colocarse al frente del Ejecutivo. Que los soviéticos (que no pintaban nada en la alta política republicana) dibujasen en su gélido invierno moscovita tal escenario a los diez días de las elecciones de febrero es de auténtica carcajada.

Las medidas del Gobierno que surgió, un tanto inesperadamente tras la deserción inmediata del hasta entonces presidente del Consejo, Portela Valladares, se orientaron en otra dirección: proceder al cambio de destino de dos de los jefes militares de quienes las izquierdas no podían fiarse lo más mínimo. Los generales Franco y Goded. No fueron oprimidos. Simplemente se les trasladó a lugares donde siguieron conspirando (sin que las autoridades movieran un dedo). Al general Cabanellas, que había declarado el estado de guerra en la V Región Militar (cabeza en Zaragoza), no le pasó nada. Quizá lo protegieron los tan cacareados masones, pero allí se quedó y siguió conspirando.

Naturalmente hubo después otros movimientos, pero ¿qué jefes y oficiales fueron coaccionados y reprimidos? Son palabras mayores. El diligente autor de la preciada Universidad privada y católica parece ignorar que incluso Ricardo de la Cierva, mucho antes de 2011, había alumbrado a varios de los más importantes: se estaba desarrollando una conspiración en ciertos sectores del Ejército que -afirmó mendazmente- se había relanzado poco antes de las elecciones.

¿Y qué decir de las expropiaciones y nacionalizaciones de la propiedad, incluido el propio Banco de España? En primer lugar, el programa del Frente Popular se había constituido formalmente el 15 de enero de 1936. Se hizo público (es fácil encontrarlo en Internet en el ABC del día siguiente).  Lo han comentado numerosos historiadores. Muchos de los planteamientos más extremistas no se le habían incorporado. Que después de las elecciones el Politburó incidiera en, por ejemplo, la nacionalización de la banca hubiera sido incomprensible. Ni siquiera se hizo durante la guerra, cuando supuestamente la mano de Moscú se abatía sobre la desgraciada España. ¿Se cerraron por lo demás iglesias y casas religiosas en la primavera de 1936? Cuando hubo asaltos fue por motivos y exasperaciones bien documentados.

No hablemos de la independencia de Marruecos, la declaración de guerra a Portugal, la creación de la República Soviética Ibérica, etc, etc ¿Cómo fue posible publicar tan egregias estupideces en 2011? Por una razón muy sencilla: el tan distinguido catedrático de la Universidad privada madrileña absorbió glotonamente una leche nutricia pero que estaba envenenada de raiz. Es la misma leche que alimentó, en su momento, las fobias de la derecha más carpetovetónica y que acudió a las banderas golpistas en el verano de 1936.

Nuestro autor quiso probablemente reivindicar, contra centenares de títulos escritos y millares de documentos, la probidad, supuestamente impoluta, de quienes se situaron tras la sublevación. Es decir, salvar el honor -es un decir- de las partes del Ejército rebeldes, de Falange, de los carlistas, de los monárquicos, de la Iglesia (sobre todo, de la Iglesia), unidos contra una banda de “facinerosos” al frente del gobierno del Estado. Que eso tenga que ver algo con los hechos y con las pulsiones que aletearon detrás es algo que no le preocupa.

Es decir, se aplica la técnica del despropósito justificativo después de la sublevación desvirtuando esta de manera tal que la lista pudiera servir de “explicación” ex ante de la imperiosa necesidad de prevenir una “revolución prosoviética” ex post. Es la misma lógica que estuvo en la base del famoso Dictamen de 1938 de la comisión montada por el inefable abogado del Estado y ministro de la Gobernación, también cuñado de Franco, Ramón Serrano Suñer (otro embustero de armas tomar) sobre la ilegitimidad de los poderes actuantes en 18 de julio de 1936. No en vano figuraron en ella destacados conspiradores de los que prepararon el golpe de Estado. Algunos desde casi el comienzo de los años republicanos.

Como bazofia “histórica” los amables lectores admitirán que la supuesta decisión del Politburó de febrero de 1936 es difícil de superar. No es de extrañar, pues, que desde hace años numerosos historiadores y servidor vengamos sosteniendo que las pretensiones de la sedicente “historiografía” neofranquista con respecto al origen de la guerra civil no están respaldadas por evidencia documental solvente.

Tampoco crean, en ningún caso, que el tan ilustre catedrático (de una Universidad confesional) objeto de este sucinto comentario es un caso aislado. En este mismo blog he tenido ocasión de abordar las últimas producciones (de 2019 y 2021: no me acusarán de no estar al día) de dos incluso más ilustres generales -de Brigada y de División- que abordan la cuestión bajo las mismas, o parecidas, perspectivas: constitución -¡en Asturias!- del Ejército Rojo, sovietización de España, peligro existencial para la PATRIA.

Es como si no se hubiera escrito nada al respecto desde que los historiadores dejamos de pasar por una censura destinada a guardar las doctrinas intangibles de la dictadura. Quizá cuando salga mi próximo libro, tengan algún sobresalto adicional.

 ¡Ah! ¿Y Negrín? El tan denostado Negrín, a la derecha y a la izquierda, demonizado por los franquistas, los anarquistas, los conservadores, los “liberales” y los poumistas. No seré el único en 2023 en recuperar su memoria. Otros (entre ellos, por añadidura, algún extranjero) lo harán también. Con papeles. No con inventos en los que tan consumados son algunos políticos, comentaristas y periodistas del montón en las tierras de Dios que son ESPAÑAAAAA.

(continuará)

Los camelos políticos e históricos de hoy no son cosa nueva: tienen antecedentes directos en la publicística española (IV)

7 diciembre, 2022 at 10:09 am

ESTA SERIE ESTÁ DEDICADA A LA MEMORIA DEL PROFESOR RICARDO MIRALLES, CATEDRÁTICO DE HISTORIA DE LA UPV, EN EL RECUERDO Y CON MI ADMIRACIÓN

Ángel Viñas

Una de las características de la historiografía profranquista, derechista, falangista, profascista, o como quieran denominarla los amables lectores, es que no acude a fuentes primarias y profundiza en ellas como suelen hacer hasta los historiadores normalitos. No me refiero, naturalmente, a los investigadores de pro. Pero la primera, cuando toma referencias, suele distorsionarlas à gogo. Abundan las obras que se basan en otras y, en particular, abundan la prensa o las revistas. También relatos de quienes sufrieron bajo las izquierdas republicanas. No suelen faltar Asturias y, sobre todo, Paracuellos, aunque en los últimos veinte años el abanico se ha ampliado. En este blog he citado a autores militares (aparte de los del SHM, a algunos generales, ya sean de brigada, de división e incluso tenientes generales) y a autores civiles, pero he sido más comedido con estos últimos, salvo la excepción norteamericana todavía en activo a la que he dedicado los correspondientes posts en diversos momentos del tiempo.    

En cuanto a sus orígenes, hay que pensar sobre todo en lo que se ha escrito acerca del período entre 1933 y 1935. Desde el punto de vista de aquella publicística barata no fueron tiempos de preparación para parar el golpe definitivo que afirman iban a propinar las izquierdas. Es lógico, dado que desde otoño de 1933 se sucedieron varios gobiernos de signo diferente. Ya a principios de los años sesenta del pasado siglo Herbert R. Southworth propinó un duro golpe a dicha subliteratura que proliferó durante el primer franquismo y sentó, literalmente, cátedra y cátedras. Ni que decir tiene que son escasos los cantamañanas que hoy citan a tal autor. Con frecuencia, incluso lo hunden en el ludibrio. Pero Southworth tenía razón y ha sobrevivido.

En la presente ocasión me centraré en un ejemplo señero, de principios del segundo decenio del presente siglo (dejo de lado el libro de un general de división aparecido en 2021, pero volveré a él si interesa a los lectores). Al primero le otorgo importancia y, desde luego, más que a cualesquiera periodistas o gacetilleros porque su autor es relativamente joven (no pertenece a las generaciones “heroicas” de quienes hicieron frente al desconocimiento extranjero sobre la “verdad de España”). Es también catedrático en una universidad (confesional). Dado que, como señaló Ricardo de la Cierva, la KGB introdujo numerosos agentes solapadamente en la estatal, quizá pudo haber pensado que fuera de ella estaría más seguro.  Ha escrito varios libros, en general biografías de militares sublevados. Incluso ha trabajado de guionista o coguionista en una serie, en mi opinión ramplona, sobre la guerra civil. Viene aquí a cuento porque también ha escrito una historia sobre ella. La publicó en una connotada editorial madrileña. En puridad, no puede pedírsele más. Es, lo reconozco humildemente, una autoridad para los propósitos de estos posts. Su nombre es Luis E. Togores.

En esa “historia” (las comillas son ahora intencionadas y las añade servidor) tal autor hace un diagnóstico “preciso” de los orígenes de la guerra civil. Acude, sin que al parecer se le haya rebelado el ordenador, a una FUENTE DOCUMENTAL para demostrarlo.

Descúbranse e inclínense los lectores. Nada menos que una decisión del Politburó moscovita del 28 de febrero de 1936. Afirma con toda seriedad que los gerifaltes soviéticos aprobaron entonces nada menos que un programa político para España.  Tiemblen los lectores. Contenía los siguientes puntos (cito literalmente para lo cual pongo las correspondientes comillas):

  • “La eliminación del presidente de la República Alcalá-Zamora
  • El empleo de medidas especiales, de coacción y opresión, contra los jefes y oficiales del Ejército.
  • La expropiación y nacionalización de toda clase de propiedad privada, tanto en fincas rústicas como en consejos (sic) industriales y económicos.
  • La nacionalización de la banca.
  • El cierre de iglesias y casas religiosas.
  • La independencia de Marruecos y su transformación en un estado soviético independiente.
  • El terror dirigido para el exterminio de la burguesía.
  • La creación del Ejército Rojo.
  • El asalto del proletariado al poder y, no en último término,
  • La creación de la República Soviética Ibérica y la declaración de guerra a Portugal”.

La Internacional Comunista (Comintern) contaba, además, hacer la revolución en España con el apoyo de los socialistas de Largo Caballero, Prieto y Negrín.

Ruego a los amables lectores que no se rían y que se tomen la cosa en serio. Me he limitado a transcribir. No crean, por favor, que me he inventado algo. Ahora bien, ¿qué habría hecho ante tales paparruchadas un historiador normal y corriente, incluso si me apuran medianillo?

En primer lugar, se preguntaría en dónde el autor en cuestión ha encontrado tal catálogo de decisiones que, sin duda alguna, auguraban no un negro sino negrísimo porvenir para la católica e inmortal España. En realidad, no solo para ella sino también para Portugal y para Marruecos (supongo que en su versión del Protectorado español porque el francés era otra cosa). Se trataría de una pregunta razonable, habida cuenta de la enormidad de los indeseables escenarios que encerraba tan malvado y peligrosísimo programa. (Los lectores pueden añadir los adjetivos que estimen más oportunos o sustituir los anteriores).

El historiador en cuestión no da explicación alguna. Lo toma como si fuera una revelación del libro negro del Maligno (perdón por la analogía). A mí, francamente, me sorprendió. Para cuando publicó su magna obra en 2011, el conocimiento de los pormenores del proceso que condujo a la intervención soviética en España había dado pasos de gigante gracias a varios historiadores españoles y extranjeros. Entre ellos figuraban ingleses (E. H Carr, J. Haslam), norteamericanos (D. Kowalsky) y alemanes (F. Schauff). Entre los españoles A. Elorza, M. Bizcarrondo y un servidor. (No citaré a los que ya abordaron el tema antes, como D. Cattell, en los años cincuenta). Todos los mencionados fuimos a Moscú en busca de evidencias primarias o, en los casos de Cattell, Carr y Haslam, consultaron las ya disponibles (también en ruso) en el mundo occidental. Podría haber acudido a la colección documental que editó un norteamericano, R. Radosh, que terminó viendo la luz hoy diríamos trumpiana, pero tampoco figura en sus fuentes.

Los demás investigadores hemos buceamos en los archivos de la Comintern, del Politburó y de otros repositorios moscovitas. ¡Cielos! Ninguno encontró el menor rastro de aquella decisión del 28 de febrero de 1936. Así que no es exagerado afirmar que tan distinguido autor simplemente se la inventó. (Tampoco ofrece la menor referencia, pero en esto no destaca ya que no da ninguna, absolutamente ninguna). 

Inventarse cosas es, por lo demás, algo muy habitual en la tradición en que hunde sus raíces tan sugerente catedrático (en ella sobresalen autores muy renombrados como Joaquín Arrarás, Manuel Aznar, Burnett Bolloten, Ricardo de la Cierva, Juan Manuel Martínez Bande, Luis Suárez, etc, entre otros menos conocidos, pero no menos sesgados y siempre ayunos de fuentes soviéticas).  Si bien, en general, proporcionan referencias e incluso notas a pie de página, a tan estimable investigador le basta una discusión de unas cuantas páginas sobre literatura “relevante” para encontrar la savia necesaria y producir, en tipos generosos, un libro de 370 páginas de texto de gran interlineado. Quizá para facilitar la lectura a los no acostumbrados.

No oculto que también cita a servidor, a quien bautiza de una manera muy incorrecta: ”el nuevo Arrarás del siglo XXI, pero abiertamente escorado a favor de una de las facciones existentes en el Frente Popular”. Hay formas menos crípticas de expresión. Arrarás fue un autor vomitivo y turiferario de Franco. No ignoro que menciona a Jackson y a Thomas. Es un alivio, aunque solo relativo. Escribieron en tiempos en que el acceso a archivos, españoles y extranjeros, no era posible. No hay referencia a ningún otro. Ni siquiera a Sir Paul Preston. 

Al examinar el invento del Politburó cualquier licenciado en Historia normalito pensaría que tan distinguido catedrático es algo descuidado. Ignoró lo que suele aprenderse en el primer curso de prácticas (al menos en muchas facultades extranjeras; en la que él estudió lo veo algo más difícil en su tiempo, pero no imposible). Cuando uno se basa en un solo documento hay que examinarlo cuidadosamente desde el punto de vista externo e interno. Ubicarlo, por así decir, con precisión: orígenes y contexto. También la utilización que de él se ha hecho, porque él, evidentemente, no fue a Moscú a ver papeles..

Al proceder de tal manera se observa que hay ciertas cosas que no cuadran. En el plano externo, ¿qué autor ha alumbrado que el Politburó siguiera tan de cerca la evolución política española como para tomar una decisión de tanta trascendencia a los pocos días de las elecciones de febrero de 1936? Nuestro autor ni se plantea la cuestión. Cuando él escribió ya se habían identificado las reacciones moscovitas a la evolución política española. Un servidor había incluso acudido a los mensajes enviados desde Moscú a la antena del PCE en Madrid. Eran descifrados sistemáticamente. Están en Kew, al alcance de un corto vuelo y, en aquellos años, a un precio módico. Luego fueron gratuitos si se hacían en los propios archivos. Además, existían compendios documentales (en ruso) y una parte del fondo cominterniano podía ya, creo, consultarse hacia el año 2010 desde el AHN en la calle de Serrano madrileña, (Innecesario es decir que el autor en cuestión no menciona ningún archivo). Servidor aportó incluso los informes del GRU (el servicio de inteligencia militar soviético) que llegaron a la mesa de Stalin y describí pormenorizadamente el proceso de deslizamiento en el cual se produjo su decisión. Lo hice ya en 2006 en La soledad de la República, pocos años antes. Nadie me echó a los perros.

Ahora pasemos al lado interno de tan amenazadora decisión. En febrero de 1936 no había socialistas de Largo Caballero, Prieto y Negrín. El PSOE estaba más o menos dividido entre seguidores del primero, del segundo y de un tercero que no era Negrín sino Julián Besteiro. Negrín no se había perfilado lo suficiente y se situaba inequívocamente dentro de la corriente del segundo. Que la derecha lo haya maldecido en la guerra y después de la guerra es comprensible. Negrín siempre fue el hombre a abatir. Tampoco tenía, al filo de las elecciones de febrero, la estatura política que después llegó a alcanzar. Que su nombre fuera conocido antes de ellas de los grandes prebostes del Politburó requiere, pues, aportar evidencia específica. Y aun así habría que demostrar que se utilizó en o de cara a la supuesta reunión. En definitiva, me temo que tan curioso y trascendente investigador, al menos en lo que se refiere al conocimiento de la dinámica política republicana al filo de las elecciones de 1936, cometió un pifio mayúsculo.

(continuará)

Los camelos políticos e históricos de hoy no son cosa nueva: tienen antecedentes directos en la publicística española (II)

22 noviembre, 2022 at 8:33 am

ESTA SERIE ESTÁ DEDICADA A LA MEMORIA DEL PROFESOR RICARDO MIRALLES, CATEDRÁTICO DE HISTORIA DE LA UPV, EN EL RECUERDO Y CON MI ADMIRACIÓN

Angel Viñas

En comparación con la situación en Europa en los años de nuestra guerra civil es trivial afirmar que los españoles padecimos otro tipo específico. En ella también se concentró el choque de las grandes ideologías del siglo XX: liberalismo, comunismo, fascismo en algunas de sus variedades. Fue igualmente una guerra internacional por interposición. Es innegable que no se hubiese producido sin un caldo de cultivo previo y propio, por muchos que sean los paralelismos que se le quieran encontrar con otros países europeos. Al igual que en otras situaciones históricas la determinó la conjunción de condiciones necesarias (exhaustivamente estudiadas) y otras suficientes, manipuladas desde los primeros momentos, e incluso antes, del estallido de la conspiración.   Duró casi la mitad de la contienda mundial en Europa. Los ejemplos más próximos podrían ser, hasta cierto punto, Italia, Francia, Yugoslavia y, con características especiales, más tarde
Grecia.  

Ahora bien, a diferencia de lo que ocurrió en Europa occidental, la evolución subsiguiente no llevó a la restauración de un sistema democrático. Abocó, al contrario, en la consolidación de una dictadura militar de ribetes ferozmente antiliberales, fascistas y trentistas (es decir, propios de los Concilios de Trento y sucesivos). No existen paralelos en los países de nuestro entorno (salvo, con características muy peculiares y diferentes, en Portugal). Espero que no se me eche a los perros tras estas manifestaciones. Son bastante elementales.

En el caso que nos ocupa tampoco tuvimos los españoles la oportunidad de gestionar el duelo de las víctimas, salvo el que los vencedores impusieron a la gloria de sus propios caídos (siempre por Dios y por ESPAÑA, constante y obsesivamente presentes en el espacio público). Al resto, muchísimo más numeroso, se le condenó a un ignominioso silencio, aunque no pudo ser al olvido de sus deudos. A estos, en cambio, sí se les imposibilitó exteriorizarlo debida y públicamente. A todos ellos se les espetó, en términos hirientes, un adjetivo omnipresente: rojos.  Algo similar no ocurrió ni siquiera en la Alemania post-nazi o en la Italia post-fascista, países con una historia bastante más sangrienta que la nuestra.

En consecuencia, se quiera o no se quiera, la España actual es un subproducto directo de la dictadura franquista (que jamás fue un tiempo de extraordinaria placidez). Al igual que las sociedades de la Europa central y oriental lo son también de sus pasadas dictaduras comunistas y, a veces, de sus propias guerras, como en los casos que siguieron a la desmembración de la antigua Yugoslavia. Subrayo esto último, porque sus consecuencias me tocó vivirlas desde la atalaya de Naciones Unidas y siempre tuve presente el caso español. Cada país y cada Estado han lidiado con su pasado como han querido o como han podido (algunos incluso dirán que como se les han permitido).

La característica más peculiar española en tal proceso es que en la evolución posterior a la dictadura los poderes públicos no fueron tan beligerantes como en otros casos. La democracia anclada en nuestra Constitución sentó las bases de un cierto laissez-faire en lo que se refiere a la confrontación con el pasado. Influida, en mi modesta opinión, por el dictum tan corriente en los años setenta del pasado siglo: “todos fuimos culpables”.  Personalmente yo suelo afirmar, no en broma, que “bueno, algunos lo fueron más que otros”. Así que discrepo de protagonistas y testimonios que mezclaron a todos y a los que, a veces, se acude sin apoyarse en evidencias primarias de época para obtener “resultados” hoy que no tienen propósitos demasiado científicos.

Aquel dictum no se evoca ya con tanta contundencia como antaño, pero no por ello ha dejado de ser operativo. Es algo, en mi modesta opinión, sorprendente. En la moderna historiografía española, y también en una parte de la extranjera que se ha ocupado seriamente del caso español, se ha mostrado de forma suficiente, con trazos bastante inequívocos, lo que hubo detrás del juego de responsabilidades en la evolución que llevó a la guerra civil y lo que ocurrió después.

En estos posts combinaré historia (mucha) y memoria (menos). Para esta última debo remitirme a un sinnúmero de especialistas entre los que, desglosados algo generacionalmente, figuran nombres como Francisco Espinosa Maestre, Francisco Cobo Romero, Francisco Moreno Gómez, Santos Juliá, sir Paul Preston, Javier Tusell, Julio Aróstegui, Alberto Reig, Josefina Cuesta (cuyo nombre se ha dado a la  nueva Cátedra salmantina de Memoria), Eduardo González Calleja, Rafael Cruz, Manuel Álvaro Dueñas, Julián Casanova, José Luis Ledesma,  Fernando Mikelarena, Fernando del Rey, José María Márquez, Matilde Eiroa, Santiago Vega, Javier Rodrigo, Gutmaro Gómez Bravo, Mirta Núñez Díaz-Balart, Encarnación Barranquero, Sergio Riesco, Jorge Marco y muchos otros y otras que han investigado y publicado abundantemente.

En el libro que hemos escrito Francisco Espinosa, Guillermo Portilla y servidor, CASTIGAR A LOS ROJOS, puede encontrarse un listado de las más importantes investigaciones por provincias y comunidades sobre la represión que tuvo lugar en la zona franquista y después en la España entera, sin solución de continuidad, y la que acaeció en la zona leal a la República. Todavía queda bastante por hacer, aunque es difícil que en términos cuantitativos los resultados varíen fundamentalmente. Los cualitativos, sin embargo, han ido ganando en relevancia porque las diferencias son esenciales, vitales, totales.

Los amables lectores observarán que, en tan abreviada, y sin duda poco exacta nómina, no figura quién esto escribe. Servidor se dedicó a otros temas que, eso sí, tienen mucho que ver con la historia y los camelos que sobre ella se han escrito y se escriben. Es, pues, en esta rápida retrospectiva en lo que ante todo me concentraré. Luego pasaré a la cuestión de la memoria.

Lo que intento señalar es que no todo lo que pasa por historia en el período relacionado a la guerra civil, sus antecedentes y sus consecuencias, se ajusta a los cánones generalmente aceptados, tanto en el extranjero como entre una buena (o gran) parte de los contemporaneistas españoles.

(continuará)

ESTA SERIE ESTÁ DEDICADA A LA MEMORIA DEL PROFESOR RICARDO MIRALLES, CATEDRÁTICO DE HISTORIA DE LA UPV, EN EL RECUERDO Y CON MI ADMIRACIÓN

15 noviembre, 2022 at 10:32 am

Los camelos políticos e históricos de hoy no son cosa nueva: tienen antecedentes directos en la publicística española (I)

Angel Viñas

La creciente polarización de los discursos políticos e históricos en estos últimos años tiene muchas causas y no solo la de los ataques al gobierno “social-comunista” como empezó a afirmar VOX en el debate parlamentario de enero de 2020 y continúa hoy la presidenta de la Comunidad de Madrid, entre muchos otros. Una de tales causas podría ser la competencia con y en el PP y sus advenedizos líderes. No me compete abordar la cuestión. De ello se ocupan muchos mejores analistas que servidor. Prefiero concentrarme en la historia, porque para abordar el pasado disponemos de evidencias primarias relevantes de época más seguras.

Después de haber sacado los colores, hasta cierto punto, a un eminente historiador norteamericano en los dos posts anteriores, ahora me dedicaré a sacárselos a un menos eminente historiador español. Haré una excepción. No mencionaré su nombre, pero daré pistas para que los amables lectores puedan identificarlo sin grandes problemas.

La idea se me ocurrió después de dar la conferencia inaugural el pasado 2 de noviembre en un encuentro en torno a la represión educativa durante el franquismo en el distrito universitario de Salamanca. Se me pidió que hablara en términos generales sobre la historia y memoria de la misma y que diera una visión global. No pude negarme por razones personales y profesionales. Como en aquel día estaba cegato, a consecuencia de una doble operación de cataratas (problemas de la edad), y bastante fastidiado, no pensé en improvisar. Penosamente fui puliendo a lo largo de las semanas precedentes mi intervención.

Ahora la retoco de forma sustancial con otra finalidad: la de reflexionar sobre un ejemplo -para mi egregio- de cómo un historiador (cuya filiación política exacta no me consta, aunque de la ideológica no tengo muchas dudas) puede llegar a tergiversar de manera radical y absoluta el pasado. Un pasado, por cierto, bien conocido, documentado, explorado y analizado por multitud de otros colegas, mayores y también mucho más jóvenes que él.

Recordaré, a todos los efectos, que el tema de la represión franquista hace tiempo que se ha convertido en el capítulo más vivo, más vibrante y, me atrevo a señalar, más innovador de la historiografía española contemporánea. Es un capítulo que ha reunido a historiadores, forenses, arqueólogos, sicólogos, juristas, médicos y otros especialistas en los trabajos de campo y de laboratorio como raras veces se ha visto en nuestra sociedad. Es un ámbito bastante trillado, aunque nunca lo suficiente. Todavía queda mucho por descubrir y, por tanto, analizar.

Me apresuro a señalar que, en esto, como en otras ramas del conocimiento histórico, los españoles hemos seguido, adaptado y renovado ejemplos extranjeros. Los interesados fuera de España por temas similares ya se habían atrevido a desentrañar las peripecias por las que, en sus países respectivos, atravesaron los temas relacionados con la gestión de las víctimas de dos guerras mundiales y su recuerdo.  Los españoles también los hemos abordado a la par que la sociedad ha ido cambiando y se ha hecho más consciente de su propia historia. Ha planteado a los poderes públicos una serie de cuestiones con una intensidad que no siempre había atosigado a sus antecesores.

El tema de por qué ha sido así ha dado origen a análisis sin cuento. También a diatribas. Desde la lejanía en la que, por lo general, he abordado y sigo abordando capítulos de la historia de España, creo que algunos identificadores deben figurar en todo caso. En primer lugar, la modernización del marco social y cultural, efecto de diversos factores:

  • La incorporación plena de España y de los ciudadanos a las democracias europeas.
  • Los impactos que ello ha conllevado en un mundo en el que la comunicación nacional e internacional se han hecho casi instantáneas.
  • El propio cambio intergeneracional por el transcurso del tiempo y, no en último término,
  • La necesidad cada vez más intensamente sentida de ajustar cuentas con nuestro pasado.

En general, nada nuevo bajo el sol. Otras sociedades (en Europa, América Latina, Asia, África) han tenido que lidiar con problemas similares, cada una con sus mecanismos, sus situaciones de partida y sus desafíos políticos y culturales.

Servidor no actuó nunca sobre el terreno en el ámbito de las “fosas del olvido”. He visto los toros desde la barrera en dos puestos de cierta responsabilidad: como director general (en el sentido español) para América Latina y los países del sudeste asiático primero y como responsable de la política de derechos humanos en la Comisión Europea después. En ambos tuve que dar mis propias batallitas para empujar la actuación directa, frente a otras múltiples necesidades. Puedo asegurar que conozco un tanto las dificultades para arbitrar recursos y las sempiternas explicaciones para justificar la carencia de fondos.

Tampoco olvido que el estudio de la represión en la guerra civil española no es un capítulo nuevo en nuestra historia. En pleno desarrollo de la contienda los vencedores ya sintieron la imperiosa necesidad de ir exponiendo ante sus partidarios y ante el mundo los resultados de lo que denominaron la “vesania roja”. Por supuesto silenciaron la propia y no tardaron en establecer un “inventario” de los crímenes republicanos. (Siguen en ello). Algunos (no todos) de sus esfuerzos se reflejaron en un Avance de la denominada Causa General publicado por el sedicente Ministerio de Justicia en 1943. No tuvo seguimiento hacia el exterior, en España o fuera de España. Los miles y miles de expedientes en que se plasmaron sus hercúleos esfuerzos quedaron cerrados a cal y canto. El Avance, hoy disponible en el mercado en varias ediciones sucesivas, pero con prólogos cada vez más incendiarios, fue la única plasmación de aquel hercúleo esfuerzo.

A diferencia de lo ocurrido durante la dictadura, la democracia española ha puesto tales expedientes en Internet. Hay autores que han escrito artículos y algún libro sobre el tema sin abandonar su lugar de residencia, incluso en el extranjero. Milagros, claro, de las modernas técnicas de información y comunicación.

Hoy está de moda señalar en algunos ambientes que el caso español NO ES (repito, NO ES) un caso radicalmente diferente en comparación con otras sociedades europeas que también han atravesado por guerras o confrontaciones internas. Se subraya que se adapta bastante bien, en particular, a lo que ha sucedido en otros casos del espacio común europeo. Sesudos estudios han mostrado pautas relativamente similares en cuanto a la evolución de los indicadores económicos, sociales y culturales, sobre todo en la Europa occidental.

Hélàs! Quizá por mi larga permanencia en el extranjero, y mi propia experiencia personal en Bruselas o en Nueva York (Naciones Unidas), mi percepción es algo diferente. Uno siempre está influido por su propia carrera de funcionario experto en algo o historiador.

España no participó en los dos crisoles en que se formaron las sociedades europeas occidentales de nuestros días: a saber, las dos guerras mundiales. Fueron los vencedores y los vencidos quienes, apenas terminada la primera contienda, comenzaron a abordar los problemas prácticos, teóricos y conceptuales de la gestión de las víctimas, militares y civiles, y la significación más apropiada que debería darse a sus sacrificios. Todavía seguimos en la senda abierta por aquellas experiencias. El culto a los muertos y desaparecidos se extendió particularmente en Francia y Bélgica (países en los que he vivido) y en Italia. Todos fueron campos de batalla. También se extendió en el Reino Unido y Alemania (los conozco un poco igualmente porque he vivido en ellos). Las consecuencias fueron inmensas para sus sociedades. No puede ni debe extrañar que al cabo del tiempo ocurriera algo similar en nuestro caso…

(continuará)

UNA PUNTUALIZACIÓN SOBRE LA EXHUMACIÓN/INHUMACIÓN DE JOSÉ ANTONIO PRIMO DE RIVERA (I)

25 octubre, 2022 at 8:30 am

A LA MEMORIA Y EN EL RECUERDO DE MI GRAN AMIGO VICENTE ABAD, DOCTOR EN HISTORIA, CONOCEDOR COMO POCOS DE LA EVOLUCIÓN EN LA  EXPORTACIÓN DE LA NARANJA, PIEZA FUNDAMENTAL DE LA CONEXIÓN DE LA ECONOMÍA ESPAÑOLA CON EL EXTERIOR DURANTE TANTOS Y TANTOS AÑOS. UNIDO AL DOLOR DE SU FAMILIA Y LAMENTANDO PROFUNDAMENTE EL VACÍO QUE NOS DEJA. 

ÁNGEL VIÑAS

Reconozco abiertamente que no me hubiese agradado escribir este post. La noticia de que la familia del fundador de Falange ha expresado el deseo de que tras la exhumación de sus restos prevista en la LMD (BOE del 20 de octubre de 2022) se inhumen de nuevo  sus restos en terreno sagrado -algo que servidor respeta, aunque la dictadura no lo hizo con los deseos de los deudos de miles de otros enterrados en Cuelgamuros- ha dado origen a comentarios muy diversos. En ellos han intervenido incluso primeras espadas de la política española. He leído las afirmaciones efectuadas por, entre otros, los Señores Feijóo y Abascal. No cito a otros menores.

También ha habido algún que otro docto comentario en el que se ha presentado al entonces marqués de Estella como arrepentido de lo que había contribuido a poner en marcha. Expresó su sentimiento en esta dirección en su, para algunos, inmortal testamento, antes de comparecer al juicio soberano e inapelable del Altísimo. En sus propias palabras: “Ojalá fuera la mía la última sangre española que se vertiera en discordias civiles. Ojalá encontrara ya en paz el pueblo español, tan rico en buenas calidades entrañables, la patria, el pan y la justicia”.

Confío en que nadie me acuse del pecado infame de denostar a los muertos. No es mi estilo como historiador. Me pregunto, sin embargo, hasta qué punto ciertas líneas de su testamento -para algunos inmortales- perseguían propósitos menos dignos. Planteo esta cuestión porque pedir perdón y desear ante el 20 de noviembre de 1936 (fecha de su ejecución) que su sangre fuera la última derramada por España también podría haber sido una última jugarreta para difuminar las propias responsabilidades en tal derrame. Escrito esto, naturalmente, con el debido respeto.

El historiador, de derechas o de izquierdas, si es historiador, debe plantear una cuestión. ¿Estaría José Antonio Primo de Rivera (en lo sucesivo JPdR) tan afectado por el resultado de su proceso ante el Tribunal Popular que ya había olvidado lo que él refrendó con su nombre unos cuantos meses antes cuando preparaba la sublevación de una parte del Ejército y de sus propios seguidores contando con la ayuda de una potencia extranjera?

En la familia de Wikipedia (fuente de la que más adelante diré algunas palabras) figura el testamento:

https://es.wikisource.org/wiki/Testamento_de_Jos%C3%A9_Antonio_Primo_de_Rivera

De esta fuente deseo destacar dos frases:

1ª “Entre los distintos párrafos que se dan como míos, desigualmente fieles en la interpretación de mi pensamiento, hay uno que rechazo del todo: el que afea a mis camaradas de la Falange el cooperar en el movimiento insurreccional con “mercenarios traídos de fuera”. Jamás he dicho nada semejante, y ayer lo declaré rotundamente ante el Tribunal aunque el declararlo no me favoreciese. Yo no puedo injuriar a unas fuerzas militares que han prestado a España en África heroicos servicios”

Y 2ª: “Que [se] coleccionen todos mis discursos, artículos, circulares, prólogos de libros, etc., no para publicarlos —salvo que lo juzguen indispensable— sino para que sirvan de pieza de justificación cuando se discuta este periodo de la política española en que mis camaradas y yo hemos intervenido”.

No conozco a muchos colegas que hayan examinado críticamente las citas anteriores a la vista de lo que ya sabemos documentalmente de la biografía de JPdR, ni tampoco a los enaltecedores ex post, y los ha habido a millares incluso después de la inhumación del inmortal “Caudillo”, a quienes les haya pasado por la mente. Si me equivoco presento mis excusas a mis amables lectores. Confieso no haber leído todas las biografías de JPdR ni tampoco las de SEJE. Me he preocupado más bien de descubrir nuevos papeles.

Sí algunos, por el contrario, no me permiten dar un ego te absolvo (laico, evidentemente) al líder falangista.

Viene al caso Julián Casanova, ahora lejos del ruido de la prensa española pero que la sigue desde Estados Unidos. Su opinión la ha reiterado recientemente en uno de sus últimos twits que circuló el año anterior (22 de noviembre de 2021). En él previno, y ha repetido ahora, de la tentación de llegar a creer que habría que exonerar a JAPdR, por lo mucho que quiso la paz y la reconciliación en su repito, inmortal testamento, al que sus descendientes se remiten.

En historia, ¡ay!, existe otro relato. Es, exactamente, al contrario: el hoy por algunos (muchos, al decir del PP y VOX) todavía añorado líder falangista no buscó ni la paz ni mucho menos la reconciliación. Antes del 18 de julio estuvo plenamente al corriente de lo que se tramaba con la ayuda de una potencia extranjera y contribuyó a ello en lo que pudo (que no fue mucho).

Desde el primer momento, al igual que los monárquicos alfonsinos, en cuyas filas militó al principio (nobleza obliga), JAPdR voló tan pronto como pudo a abrevar en la fuente nutricia (ideológica y financiera) del fascismo. Cabe discutir en qué medida las ideas de Mussolini entraron a formar parte del mapa político y sicológico del hijo del antiguo dictador. No soy un exégeta de lo que en alguna ocasión he denominado su insondable pensamiento, a la manera en que se hizo durante muchos años durante la larga dictadura de Franco.

¿He de recordar aquí al inefable Centro de Estudios Joseantonianos en el que trabajó un tal Agustín del Río Cisneros? Me permito señalar que su desciframiento dio de comer -y mucho más- a incontables comentaristas en aquellos tiempos difíciles para una gran mayoría de españoles.  Los amables lectores podrían echar un vistazo al siguiente artículo https://elcorreodeespana.com/historia/869953025/Ser-joseantoniano-hoyMe-presento-como-prueba-testifical-Por-Enrique-de-Aguinaga.html para hacerse una idea de lo que algunos todavía consideran necesario no recordar.

Existen tantas biografías del entonces marqués de Estella que no sabría por dónde empezar. Pero sí me acuerdo de uno de los libros sobre él que leí y que todavía conservo en mi biblioteca. Tenía como título El trovador de Falange Española (nada menos) y su autor era un tal Bernd Nellessen. Los lectores que lo deseen pueden echar un vistazo a lo que de tal biógrafo dice su entrada en Wikipedia en alemán (tal vez en ciertos temas algo más fiable que la española) : https://de.wikipedia.org/wiki/Bernd_Nellessen  . Como muchas de las entradas biográficas en tan importante referencia, a veces oculta más de lo que dice.

Ahora bien, para edificación de algunos periodistas, comentaristas de todo y tertulianos de pro me permitiré recordar la significación profunda, incluso para los más iletrados, del informe adjunto a una carta que envió al Duce del fascismo redentor, el 14 de junio de 1936, Don Antonio Goicoechea, líder de Renovación Española.

Fue un personaje del que hoy poco se habla, pero sobre cuyas espaldas recae una responsabilidad monumental. No me refiero a su gestión como comisario de la Banca Oficial durante la guerra y posteriormente gobernador del Banco de España en la postguerra. Su entrada en Wikipedia la amortigua considerablemente y está bastante desfasada: https://es.m.wikipedia.org/wiki/Antonio_Goicoechea Evidentemente ningún lector ha considerado importante actualizarla. Un descuido.

Pues bien, tal caballero, español por los cuatro costados como Dios manda, ya había avisado al Duce en octubre de 1935 (algo que sigue ocultándose cuidadosamente) de que, si las izquierdas llegaban al poder, aunque fuera por medio de elecciones, ellos, los monárquicos y un sector del Ejército, se sublevarían. Podría decirse que quien avisa no es traidor y, ciertamente, de Goicoechea no cabría afirmar que traicionase a Mussolini. Que no lo fuera con respecto a la España que llevaba dos años gobernada por una coalición radical-cedista, implícita y luego explícita, es otra cosa.

En febrero de 1936 la consulta al pueblo soberano dio una corta mayoría a la coalición electoral del Frente Popular (aviso a navegantes: según algunos doctos historiadores,  ello ocurrió gracias al engaño, a la coacción y a las malas artes típicas de las izquierdas,  como quedó registrado en páginas inmortales en el Dictamen sobre la ilegitimidad de poderes actuantes en 18 de julio de 1936, pero a cuya versión actualizada por dos eminentes autores cabe oponer la valoración que han recibido, sin dar respuesta, en https://ojs.ehu.eus/index.php/HC/article/view/19831).

También se han silenciado las implicaciones que tuvo el hecho, quien avisa no es traidor, que la confidencia de Goicoechea a Mussolini se puso en marcha casi de inmediato. Por si las moscas.

El caso es que Goicoechea, Calvo Sotelo y JAPdR (sí, el señor marqués de Estella) hicieron honor al estimulante proyecto transmitido a Mussolini nueve meses antes.  El informe, sucinto, de sus actividades durante la primavera de 1936  lo envió a Roma el posterior gobernador del Banco de España, siempre adicto a las “pelas”.

Subrayo que no me corresponde el mérito de haber descubierto carta e informe. Lo hizo un historiador italiano, Massimo Mazzetti. Los dio a conocer en 1979 (hace más de 40 años), no sin cometer algún que otro error. Los analizó y comentó mi buen amigo el profesor Ismael Saz en su libro Mussolini contra la Segunda República, publicado por la Fundación Alfons El Magnànim de Valencia en 1986. Lógicamente se refirió a Mazzetti.

¿Y qué ha ocurrido en España? Pues que son escasos los historiadores de derechas, y sobre todo ningún político de tal orientación, por no hablar de la ultraderecha, o que ningún periodista de las mismas, se han dignado echarles un vistazo crítico y, como es obvio, encuadrarlos debidamente. Son, por cierto, títulos muy conocidos en la Universidad española.

Sin embargo, como la historia nunca es definitiva casi siempre es posible decir algo más o sea dar un paso hacia adelante. Es lo que servidor intentó hacer con una monografía titulada expresivamente ¿Quién quiso la guerra civil? (Crítica, 2019).  Nadie podrá acusarme de querer dar gato por liebre con el título.

(continuará)

Nota: el próximo martes es el 1º de noviembre, día de todos los santos. No quisiera que la continuación de este post coincidiera con tal fecha. No deseo que ello pueda llevar a comentarios extemporáneos. Por ello, se publicará el 8 de noviembre.

Salvador Gómez Valdés entrevista a Ángel Viñas, catedrático emérito de la Universidad Complutense de Madrid, para hablar del libro “Castigar a los rojos” sobre Acedo Colunga, artífice de la represión franquista.

18 octubre, 2022 at 11:51 am

https://www.rtve.es/play/videos/la-aventura-del-saber/la-aventura-del-saber-05-10-22/6707091/

…. Y en la nuestra, calderadas (II)

18 octubre, 2022 at 8:30 am

Ángel Viñas

Por fortuna, o por desgracia, no soy de los patriotas que se dan continuamente golpes de pecho, deplorando que no se consideren suficientemente en la enseñanza de la HISTORIA las glorias del Imperio. Tampoco comulgo con el menéndezpelayismo que se revive continuamente en ciertos medios y, en particular, en las redes sociales. Todo país tiene su pasado y lidia con él como puede y/o como le dejan. Me irrita, sin embargo, que en ellos se agite una versión de los tiempos extinguidos que, no por casualidad, coincide en sus esencias con la que, más o menos, se enseñaba a los niños de mi generación en la posguerra española.

Las críticas de los medios y portavoces de la derecha (PP, Vox y lo que queda de C´s) a las Leyes de Memoria Histórica y de Memoria Democrática han sido constantes en su afirmación de que ambas pretenden “imponer” una versión “única” (la “roja”, la “izquierdista”, la de los “derrotados en una santa guerra civil”). Yo me congratulo de haber aprendido, en España y fuera de España, otra versión que difiere de tales patochadas. También de haber contribuido, muy modestamente, a deshacer algunos de los entuertos de la primera, en la senda de historiadores mucho más importantes que mi humilde persona.

Sigo preguntándome, no obstante, cuál es el objetivo de aquellos “patriotas”: ¿quieren hacer bueno el dictum, tan repetido, de George Orwell del que quien controla el presente controla el pasado y quien controla este último controla el futuro? ¿Quieren reimplantar la hegemonía de una concepción, de un partido y de una clase y que todos los demás se inclinen ante ella como si fuéramos adoradores del dios Baal, sacrificios incluidos? La lucha por el poder no me parece suficiente. Algo falla en mecanismos más profundos.

Si, como deseo, España no llega a seguir masivamente el camino de Hungría, los EEUU de Mr Trump, la Rusia de Putin y el de las amenazas que penden sobre Francia e Italia, cabría suponer que la reciente LMD será asumida más pronto que tarde, como corresponde, por el grueso de  la sociedad española.

No trata de abrir heridas, porque las supuestas “heridas” nunca fueron cerradas; no trata de adoctrinar a los jóvenes con enseñanzas peligrosas para la democracia, porque para la democracia lo peligroso es la evocación de un pasado un tanto vergonzoso; sí acentúa el deseo de no favorecer la marcha hacia la aceptación de un Estado como el que padecimos hasta 1975 (con el aplauso de tantos militares, jueces, “educadores”, funcionarios y eclesiásticos). Se trata, simplemente, de hacer más o menos normal lo que es más o menos normal en los países de nuestro entorno. Cada uno con sus especificidades.  

¿O acaso piensan los cerebros dirigentes del PP, Vox y lo que queda de C´s que la España anterior a 1977 debería ser el modelo a seguir, actualizado para cumplir “imposiciones” extranjeras, pero que económicamente les (nos) benefician? Se basó, ciertamente, en mentiras colosales (de las que a la derecha española cuesta tanto trabajo deshacerse) y a las que, al menos, tres generaciones de historiadores nacidos después de la guerra, en las postrimerías de la dictadura y después de la subida a los cielos del general Francisco Franco hemos tratado de poner los adecuados correctivos.

Lo hemos hecho siguiendo las pautas normales y corrientes en los países occidentales de nuestro entorno cultural: relecturas críticas de los trabajos de los historiadores del “anterior régimen”; búsquedas de evidencias documentales en archivos españoles y extranjeros; importación de los nuevos planteamientos en la historiografía contemporánea; celebración de congresos, simposios y seminarios en los que exhibir las divergencias naturales entre unos y otros. ¿Qué más puede pedirse a los historiadores españoles?

Simplemente contribuimos a deshacer los mitos que abundan en nuestra historia. Como han hecho nuestros compañeros en las historias de sus respectivos países. No pretendemos haber llegado a la cúspide del conocimiento del pasado, pero sí empezar a recuperar el tiempo perdido.

Y aquí incluso hemos innovado, porque la historia no se encierra solo en documentos (que son mi ámbito de preferencia). También se halla en las “tumbas del olvido”, en las cunetas de las carreteras, en las rastrojeras y bosques de Galicia, Castilla la Vieja, León, Navarra, La Rioja, Castilla la Nueva, Extremadura, Andalucía, Levante, Baleares, Canarias, Marruecos y otras más.

Historiadores, arqueólogos, técnicos, especialistas, forenses, etc. han desarrollado -o importado- nuevas técnicas, nuevos instrumentos, nuevos métodos para sacar a la luz la barbarie de los vencedores (y también repasar la achacada a los vencidos, que de todo hubo en la viña del Señor, a pesar que la de estos ya fue puesta en relieve, exageradamente, en la Causa General, que la dictadura nunca llegó a exhibir al público).

¿Por qué, pues, el griterío, un tanto histérico, que ha acompañado al debate de las leyes de memoria?

Servidor tiene una respuesta incompleta, quizá demasiado simple, pero que no he tomado de nadie, que me ha sobrevenido tras años de análisis detenido de las evidencias primarias documentales de época. Como las que fueron dando a la luz desde fechas tempranas Ian Gibson en el caso de Lorca; Paco Espinosa, en el ámbito de la División Orgánica nº 2 en Sevilla y Extremadura; Francisco Moreno Gómez en Córdoba y tantos y tantos otros que después han ido incrementando el volumen y la calidad del conocimiento.

Mi respuesta, provisional como tantas afirmaciones en historia (que nunca es completa, nunca definitiva), es que una de las características fundamentales de la historiografía acuñada en el franquismo sobre la República y la guerra civil estriba en que practicó sistemáticamente, constantemente, una táctica de camuflaje que responde al concepto de proyección.

Me di cuenta de ello demasiado tarde (aunque nunca es tarde si la dicha es buena) y la expuse y argumenté en La otra cara del Caudillo en 2015. Desde entonces me ha sido un instrumento útil para aclarar algunos puntos esenciales en las actividades y propaganda generada por Franco. Consiste, simplemente, en atribuir al adversario (perdón, al “enemigo” en la jerga de Carl Schmitt) un tipo de comportamientos que es el reflejo de los propios.

Así, como han puesto de relieve entre otros Herbert R. Southworth, Paul Preston, Rafael Cruz y Eduardo González Calleja y su equipo, se justificó el asalto a la República; se explicó la creación de una caótica situación de quiebra de la ley y el orden en 1936; se lavó los cerebros con la imprescindible reacción ante el enemigo schmittiano; la tan celebrada “sovietización” de España, cuando lo que se dilucidaba era hasta qué punto debía llegar la “fascistización” de la propia; el tan traído y llevado “cerco internacional”  o la amenaza de la injerencia extranjera tras 1945; el “odio” a la PATRIA de las tres Internacionales carreroblanquistas (la comunista, la socialista y la masónica), amén de un largo etcétera.

Un etcétera a cuya defensa y explicación contribuyeron muchos:  periodistas, militares, curas (incluso en el Vaticano) e historiadores y que encontró su más depurada (y, con frecuencia, también absurda) plasmación en la ingente obra del único autor con dos dedos de frente (no en vano había sido jesuita) que fue Ricardo de la Cierva, hoy ya olvidado incluso por las derechas más o menos histéricas en temas que nos quieren inducir a aceptar sus interpretaciones como leyes de evolución de la historia.

Bienvenida sea, pues, la nueva Ley de Memoria Democrática. No será un fin, pero si es un nuevo comienzo. Quizá ya dejemos de echarnos autoculpas cuando los alemanes (con una historia más horrorosa tras de sí) todavía se las ven y se las desean con la mejor forma de superar el recuerdo de sus dos dictaduras.

Tengan en cuenta los amables lectores que no hay historia definitiva. Con estas palabras da comienzo el prólogo de mi próximo libro que estará ya en las librerías antes de finales del mes de enero. Ahora bien, ya desde aquí planteo una siempre cordial invitación a los historiadores, periodistas, juglares, miembros de la FNFF y lectores que creen a pies juntillas en alguno de esos profesores foráneos que no ha trabajado en su vida en un archivo.

No son quienes han descubierto, por la suprema e incognoscible gracia del Altísimo, las claves de la evolución de la historia española desde la caída de la Monarquía alfonsina. No sé si llegaré a ver a lo mejor a unos y otros exhibir nuevas evidencias primarias relevantes de época, en España y en el extranjero, que puedan oponer con contundencia y exactitud a las que otros historiadores, entre quienes tengo el honor de contarme, han empleado medio siglo años en ir reuniendo a trancas y barrancas.

FIN

En todas casas cuecen habas (I)

11 octubre, 2022 at 8:30 am

Ángel Viñas

Por los todavía escasos posts que llevo escritos en esta nueva temporada académica se me ocurre pensar lo que puede ser que se nos eche encima a lo largo de la misma: al lado de un ejemplo brillantísimo de investigación rompedora sobre ciertos aspectos muy manipulados de la guerra civil, como el de Carlos Píriz, no faltará algún intento de descalificarlo.  También es un curso en el que, ya lo advierto, aparecerá un libro para el cual he ido recopilando documentación, cual ratoncito hacendoso, desde por lo menos 2013. La maldita pandemia me ha permitido terminarlo.

Ese trabajo se inserta en la línea que he ido abordando en los últimos años: el intento, confío que no del todo malogrado, de continuar dando una respuesta documentada (con “papeles” de archivos españoles y extranjeros) a las grandes preguntas de nuestra historia contemporánea: ¿por qué hubo una guerra civil?, ¿quién la quiso?, ¿con qué pretextos?, ¿quién la preparó cuidadosamente?, ¿cuáles fueron, de entre los factores esenciales que determinaron su éxito para los vencedores, la derrota para los vencidos, aquéllos que más controversias han despertado?; ¿qué argumentos se esgrimieron? Son preguntas que se han planteado también otros historiadores de mi generación y muchos más jóvenes. Cada uno ha contribuido a su manera.

No pretendo haber hallado todas las respuestas, simplemente porque NO HAY HISTORIA DEFINITIVA. Sin embargo, al leer el artículo de Natalia Junquera en EL PAÍS sobre las lagunas y barbaridades de que adolecen los conocimientos de los jóvenes españoles sobre memoria democrática, pienso que la labor vale la pena. No porque crea que esos jóvenes, y sus sucesores, vayan a leer mi libro. Lo creo porque pienso que, con otros muchos de otros autores, tal vez ayudará a los profesores de Enseñanza Media e incluso a algunos de la Universidad a presentar una contraimagen, fundamentada empíricamente, a las leyendas franquistas, postfranquistas o simplemente de derechas que pululan a sus anchas por los medios y conductos de la red.

No lo hago, como a veces lo he hecho, dándome golpes de pecho. En todos los países cuecen habas y en algunos, incluso, calderadas.

Espero que no se me tome a mal si en la primera categoría encuadro, a efectos de comparación, ciertas actividades del país que, para muchos, es el que mejor ha tratado de superar una historia horrible y terrible: la República Federal de Alemania. Su palmarés es, pasada la época de la reconstrucción tras la liberación en 1945 de la tiranía nacionalsocialista, bastante brillante. Esto no significa que no adolezca de puntos oscuros.

Como se dice que afirmó el primer canciller federal Konrad Adenauer a un periodista norteamericano, el nuevo Estado podía hacer justicia a los horrores del pasado o construir la democracia. Para él, que había sufrido persecución bajo la dictadura nazi, el camino a seguir era obvio: el segundo. Y, en tal sendero, se cerraron ojos y oídos a muchas de las injusticias y barrabasadas de la época precedente.

En condiciones muy diferentes, la naciente democracia española optó también por esta vía. Muchos funcionarios del aparato represivo (policial, jurídico, político y militar) se vieron exonerados tácitamente.  Muchos han fallecido. Otros, ya pocos, siguen tan panchos. La justicia española los protege. Que el Derecho haya progresado y haya ido adaptándose a nuevas y también horribles experiencias, al parecer es irrelevante. La historia se ha detenido, para ella, en el bienio 1975-1977.

Hay, naturalmente, diferencias fundamentales entre ambos casos en cuanto al enfoque para lidiar con un pasado poco edificante. A trancas y a barrancas, al socaire de funcionarios, movimientos populares y cambios políticos los alemanes fueron encarándose seriamente con su pasado. No había otra alternativa a medida que los crímenes del nacionalsocialismo fueron saliendo a la luz gracias al afán de muchos investigadores, las críticas del extranjero y, no en último término, acontecimientos que despertaron las conciencias de nuevas generaciones. Por ejemplo, los procesos de Auschwitz sobre la Shoah y el juicio de Eichmann a principios de los años sesenta, los movimientos estudiantiles del final del decenio o la exhibición en las pantallas de televisión de una conocida serie norteamericana (“Holocausto”). [Si no recuerdo mal también se proyectó en España, pero no despertó convulsión alguna].

Con todo, es obvio que en Alemania se hicieron cosas que hubieran podido abordarse en nuestro país pero que no se abordaron.

En primer lugar, crear un mecanismo de enseñanza de la historia y de la cultura política de la democracia que conllevara el rechazo explícito de la dictadura nacionalsocialista. Se hizo en fecha relativamente temprana. Se la dotó de medios financieros, materiales y personales y se la incorporó al capítulo correspondiente del presupuesto federal. Se trata de la Bundeszentrale für politische Bildung, establecida en 1961 a partir de otra institución preexistente y sostenida desde entonces por todos los partidos del arco parlamentario en las dos cámaras. Eso sí, al margen de la influencia de los partidos de extrema derecha que han florecido en los últimos años en el panorama político alemán. (Ni que decir tiene que, paralelamente, todos ellos tienen sus propias instituciones paralelas que también reciben financiación pública).

En la “feliz” España de nuestros días hay, sin embargo, que oír el griterío que despiertan algunos modestos intentos de construir un currículum en el que se valorice la experiencia democrática española en la historia. Que la hubo.

En segundo lugar, en Alemania se abordó la tarea de lidiar con algunos retazos que las primeras oleadas de la desnazificación habían dejado de lado. Ante todo, y por las connotaciones que también tiene para España, la execración de los equivalentes (hasta cierto punto) de los sumarísimos de urgencia que introdujo el franquismo.

Ya el 1º de septiembre de 1939 la “justicia” castrense nazi con sus habituales consejos de guerra se amplió a una nueva institución mucho más rápida y menos garantista. A lo largo del conflicto desembocó en una estructura en la que se fusilaba (o ahorcaba) primero y se preguntaba después. Se trató de lo que en la jerga de la época se denominaron fliegende Standgerichte, siempre acompañados -para no perder tiempo- de pelotones de ejecución que no tardaban demasiado en liquidar a los juzgados culpables de los delitos que se les imputaban, se les achacaban o se les inventaban, que de todo hubo en la Viña del Señor. Se añadieron, además, órganos similares en la Gestapo y las SS. Se estima que por sus manos -o sus fusiles- pasaron en torno a 700.000 alemanes, soldados, civiles y “despistados” tras haber sido “tratados” por cerca de 3.000 juristas. Todos o casi todos empeñados en cumplir con su “deber”.

Tras la catástrofe (Zusammenbruch para unos, liberación –Befreiung– para otros) hubo resistencias a lidiar con aquellas “amables” jurisdicciones. Cuando yo estaba en Bonn, era posible leer los ataques que en la prensa se dirigían rutinariamente al presidente del Ejecutivo del estado federado de Baden-Wurtemberg, Hans Filbinger. Tan prominente político, del partido de Adenauer, había ocupado -tan feliz- el rango más bajito (equivalente a capitán) de los jueces de una de aquellas jurisdicciones. Una perla.

Pues bien, a pesar de haberse documentado pormenorizadamente los desmanes de la jurisdicción militar en la época nazi, hubo que esperar nada menos que hasta 1995. Fue entonces cuando la sala competente del Tribunal Supremo Federal consideró como “Blutjustiz” (justicia de sangre, es decir desprovista de todo amparo jurídico) la actividad de tales fieles servidores del Estado nacionalsocialista. Ninguno de ellos fue perseguido en los tribunales.

Los amables lectores que entiendan alemán pueden recurrir a una fuente libre de toda sospecha: https://www.deutschlandfunkkultur.de/deserteure-wehrkraftzersetzer-und-kriegsverraeter-100.html. En ella podrán observar no solo lo que antecede sino también que no fue hasta 2002 (sí, a principios del corriente siglo) cuando el Parlamento alemán deshizo las sentencias de la justicia militar nazi en materia de desertores, de quienes se negaron a servir en filas y de todos los que contribuyeron a “reducir la resistencia armada” a los aliados. Sin embargo, incluso entonces no se atrevió a abordar el caso de los denominados “traidores” a la causa nacionalsocialista.

No estaría de más que alguien tradujera al castellano un resumen de los retortijones alemanes a la hora de lidiar con la justicia nazi tal y como se observa, por ejemplo, en https://zeitgeschichte-online.de/themen/der-dolch-unter-der-richterrobe.

En el caso español, que yo sepa, no hay nada equivalente. El Cuerpo Jurídico Militar no ha manifestado la menor muestra de repugnancia por la actuación de sus antiguos componentes, entre ellos el teniente coronel (luego general de División) Felipe Acedo Colunga y otros más conocidos como el “carnicerito de Málaga”,  un señor llamado Carlos Arias Navarro.

(continuará)

LA REFLEXIÓN DE UN FILÓSOFO SOBRE FRANCO (y II)

4 octubre, 2022 at 12:05 pm

ÁNGEL VIÑAS

Dejemos de lado la guerra civil. Cualquier historiador militar dirá que en ella Franco aprendió sobre la marcha. Por ejemplo, a no perder el tiempo de charla con sus amigotes (como señaló en unos recuerdos no destinados a la publicación el embajador Serrat). O a manejar grandes unidades (porque durante año y pico los militares fascistas y nazis no entendían sus maniobras hasta que él, en su bondad, se lo explicó detenidamente: había que ir ”limpiando” la retaguardia. Añadiré que como luego hicieron los nazis en Polonia y la URSS especialmente)

Dueño y señor de los destinos de España el inmortal Caudillo se lanzó a la tarea de la represión cum recuperación. Aparece así el estratega económico, aunque lamentablemente el profesor Villacañas no parece haber leído ningún libro al respecto (desde protagonistas, por ejemplo, José Larraz a los escasos escritos de Franco se conservan en materia de economía como si la deseable para España hubiera sido una de tipo cuartelero, según la denominó Javier Tusell). Un estratega económico, cuyo genio hacendístico se sacó del magín algunas de las medidas más rocambolescas, sin base económica alguna, como el  arbitrio llamado subsidio del combatiente, el arbitrio del plato único y del día sin postre.

Tampoco analiza nuestro autor la génesis de los lamentables resultados, ni la fundamentación filosófica del Estado franquista, caso de que su conducator tuviese en mente alguna idea doctrinal de lo que era un Estado. El profesor Villacañas se fía de economistas un tanto raritos y que en la actualidad hay que identificar con lupa. Y, en cuanto a los filósofos, llama la atención que no haya hecho la menor referencia a Johann Gottlieb Fichte, que inaugura la filosofía del idealismo alemán y representa el idealismo subjetivo o ético –una de sus tres corrientes principales. Al fin y al cabo es la que intenta introducir la razón en la historia, que es el ámbito de las acciones humanas, éticas y jurídicas, para ordenarla.

Decimos que nos llama la atención porque es precisamente Fichte el autor de El Estado comercial cerrado, un Estado ideal racional, ajustado a la forma totalitaria de organización económica, estructurado como un Estado autárquico, regido por un sistema económico desconectado con el comercio exterior, con una economía planificada defensora de los mecanismos destructivos del libre comercio.

La obra de Fichte contiene las dosis adecuadas de voluntad de poder e ingenuidad económica necesarias para plasmarse en las realidades económicas de los Estados totalitarios de la primera mitad del s. xx. En este sentido, Franco quería industrializar España (por eso dedicó, como han señalado Francisco Comín, Miguel Martorell, Jordi Maluquer de Motes y un montón de otros especialistas) una gran parte de los presupuestos del Estado a las fuerzas de seguridad, a exportar todo lo exportable al Tercer Reich y a depender, críticamente, de los suministros de las repelentes potencias anglosajonas.

Eso sí, el profesor Villacañas recurre a la historia del INI y a su dedicación a las industrias de la defensa para SALVAR A LA PATRIA, por si la atacaban, La historia de las relaciones exteriores, en el período 1939 a 1953, no es importante. Al final, los norteamericanos acudirán en su socorro, como han indicado (¡sorpresa, sorpresa!) algunas publicaciones del Banco de España, como si no hubiera otras.

Hace ya muchos años dirigí una historia de las relaciones económicas de España, bajo la inmarcesible guía de aquel superhombre que hasta hace poco algunos hablaban de elevar a los altares. Un pequeño tomo de 1.500 páginas basadas en EPRE pura y dura. El profesor Villacañas se guía, sin embargo, por Gramsci y su intuición. ¿Qué ocurre? Pues nada menos que Franco supo cómo sacar a la PATRIA (su patria, bien entendido) del atolladero al que la autarquía la había llevado. Que siguiera la reflexión del gran teórico italiano no está probado. Tampoco que su obra contará en las lecturas de mesa de noche del “Caudillo”.

Nos cuenta, eso sí, algo que está más que demostrado: lo de la autarquía, en realidad, fue una entelequia, porque en el fondo, a lo largo de los años cincuenta del pasado siglo, la economía fue regularizándose y gracias a los norteamericanos y a unos cuantos economistas (no olvida citar a Juan Sardá y a Enrique Fuentes Quintana, ¡bravo!) se abrieron las fronteras. Incluso lanza un cable salvavidas al almirante Luis Carrero Blanco, como ya intentó Tusell. Con Gramsci todo se arregla.

En realidad, a Carrero Blanco, como codirector de la política económica de la dictadura, no le salva ni su ángel de la guarda. Yo me siento un poco autorizado para subrayarlo  porque en mis incursiones por los archivos de la Presidencia del Gobierno de la época me encontré con un plan completo, firmado por el señor almirante, para reforzar a toda marcha la producción industrial patria. Lo hizo a finales de 1957, es decir, cuando Franco supuestamente se disponía a seguir al pie de la letra la estrategia gramsciana, aconsejado por algunos ministros del Opus Dei (a quienes, posiblemente, los españoles deberíamos estar agradecidos por los siglos de los siglos).

En la biblioteca de la UCM el profesor Villacañas podrá encontrar los tomazos de Política comercial exterior en España (1931-1975) y en el segundo, a partir del capítulo VIII, un análisis que mezcla las dimensiones político-económica, la actuación gubernamental, papeles internos y los planes del todopoderoso ministro subsecretario de la Presidencia. El original se hallaba en el archivo de la presidencia del Gobierno, serie SG, caja 4, E 115/57. Si prefiere consultar una fotocopia del original, la encontrará en la colección de papeles que entregue hace años a la biblioteca de la Facultad de Geografía e Historia.

Informo de esto porque es de esperar que no haya ocurrido al original lo que pasó con una conferencia secreta, dada por Su Excelencia el Jefe del Estado (SEJE) a la nueva Comisión delegada del Gobierno para Asuntos económicos, meses antes pero en el mismo año 1957. En ella el simpar “Caudillo” ya exaltó las virtudes del guayule como forma de remediar la carencia de caucho que dificultaba los transportes de mercancías que unían a los hombres y tierras de España. ¿Estrategia? Si no ya autarquía, por lo menos de industrialización sustitutiva de las importaciones. Más presentable.

En el caso de que el profesor Villacañas no se hubiera enterado de las proclividades auténticas de Franco y de Carrero  Blanco podría también ir al AGA en el que hallará, salvo que también haya desaparecido, la carta que el segundo envió a su colega y “amigo”, el ministro de Asuntos Exteriores, Fernando María Castiella (olvidadas, por supuesto, sus reivindicaciones de España y su heroica cruz de hierro). Estaba en el legajo R-12028, Expediente 2, y la he utilizado en mis clases de máster. (No recuerdo ya si también la entregué a la biblioteca de la Facultad de Geografía e Historia).

¿Su tenor? España, frente a tres tenebrosas Internacionales (la comunista, la socialista y la masónica) no podía bajar la guardia.  Eran en lo espiritual ateas y en lo político albergaban la pretensión de “dominar el mundo”. Su objetivo común estribaba en “hacer desaparecer los regímenes que, como el nuestro (católico, antisocialista, anticomunista, anticapitalista y rabiosamente independiente) son impermeables a su acción de dominio”.

No sé si esto es lo que también sugirieron, mutatis mutandis, Maquiavelo y Gramsci y que hoy podría recitar, con algunas nuevas tonalidades, VOX.

Claro que los expertos podrían aducir que ello no se compadece con el señero ejemplo en la segunda mitad del siglo XX que dio la España de Franco aceptando un régimen de capitulaciones de cara a los EE.UU. Recuerda en algunos aspectos al del fenecido imperio otomano ante las grandes potencias. Ahí sí que se vio la sabiduría no maquiavélica pero sí, al menos, galaica del tan enaltecido “Caudillo”.

¿Y los orígenes de la “revolución pasiva”? Tampoco hay que volver a pensadores de la Italia renacentista y/o casi contemporánea. Hubo tres vectores detrás. El primero y más importante, la amenaza inmediata de la suspensión de pagos internacionales de España. El segundo, la pugna por parte de los sectores más abiertos al mundo en la Administración civil (no en la militar) por no perder el tren en el contexto de la recuperación de las economías europeas occidentales. El tercero, la falta absoluta de alternativas que no fuera una apertura vigilada, controlada y medida en el aspecto económico. Salvo, naturalmente, que la orgullosa España de Franco se hundiera en la ignominia internacional. No sabemos muy bien por qué el profesor Villacañas presenta la transformación de Francia, bajo De Gaulle, como una circunstancia adicional que contribuyó a que Franco llegase a aceptar el Plan de Estabilización (p. 216).

Pero fue una aceptación muy medida. El Plan de Estabilización y Liberalización de 1959, sobre el que se ha escrito largo y tendido, pero con respecto al cual el profesor Villacañas solo menciona un libro de pasada y un par de artículos de historiadores del Banco de España disponibles en la red, fue un éxito.  La primera contribuyó a arrojar de la España rural a millones de emigrantes en el interior y también al exterior. En ambos casos ya se habían hecho algunas pruebas, incluso de puertas afuera. En este terreno, por ejemplo, con el Reino de Bélgica, en los términos establecidos en la convención bilateral de 1956 (ojo al año).

La liberalización se aplicó a las mercancías, a los servicios y a los capitales (en este caso, con reparos). Pero luego, a pesar de los obispos, presbíteros y religiosos del montón, se abrió la puerta de par en par a los turistas extranjeros. Salvo en este último caso (¡Benidorm!), con cautela en los anteriores.

El profesor Villacañas menciona, correctamente, el sector financiero. Hubiese debido leer algo más porque la liberalización de las importaciones fue casi flor de un día. Duró no más de ocho años. Los suficientes para que la economía se reequipase tras los señeros ejemplos del biscuter y del 600. Se trató de seguir levantando, con capital y patentes extranjeros, eso sí, una nueva industria automovilística y sus derivadas.

En la lectura de esta segunda parte, al igual que en la primera, hay algunas afirmaciones que, aquí y allá, dejan en el lector una sensación de cierto desconcierto. Señalemos, a título de ejemplo, la afirmación según la cual “[l]os republicanos habían hecho desaparecer las reservas del Banco de España, pero Franco lo volvía a comprar.” (p. 308) No parece ésta la mejor manera de expresar la necesidad que el esfuerzo bélico impuso a la República para financiar, con las reservas en oro, la adquisición de armamento que sólo estaba dispuesto a venderle a la URSS, casi en exclusiva.

Asimismo, que se pretenda hacer creer al lector que “se avanzaba lentamente hacia una política de mímesis con Europa, con la aprobación de la Ley de Bases de la Seguridad Social y la creación del Instituto Nacional de Previsión, que extendía la cobertura de Seguridad Social a todos los trabajadores, incluidos los agrarios” (p. 326). Ocurre, sin embargo, que dicha Ley de Bases no pasó de ser una reordenación de sistemas asegurativo-contributivos profesionales ya existentes cuya cobertura distaba mucho de acercarse a la universalidad de prestaciones, y además, no integró los regímenes especiales.

Por otro lado, emanan molestos efluvios de escritor en mi modesto entender algo turiferario cuando aborda los años del Opus Dei. Se trata de la pretensión de hacer pasar de matute la idea de que durante el periodo desarrollista Franco pretendió imitar el esquema europeo (así se encabeza el capítulo 13).

El profesor Villacañas expone las opiniones que López Rodó desarrolla en sus Memorias sobre aquellos años, en las que presenta su obra como la efectiva europeización económica y social de España, con elementos propios de lo que luego nuestro estimado autor denomina “revolución pasiva”: la que puso en práctica las reformas que respondían a los supuestos anhelos regeneracionistas y progresistas de Franco y que, no menos supuestamente, culminaron el proceso modernizador de europeización y vertebración de España defendidas por Ortega (p. 220). ¡NO!

Más adelante, no es López Rodó sino el propio profesor Villacañas, quien sostiene que “Franco había visto que resultaba necesario mejorar las condiciones de vida y alentó la idea de homologación con Europa […] Los tiempos exigían, como dijo, ‘movimientos de integración económica europea’, que afectarán a la estructura de la nación.” (pp. 294-295). ¡No y no! Franco nunca fue un regeneracionista, sino un ultranacionalista de aroma cuartelero que nunca aspiro en primer lugar a asentar y modernizar la convivencia nacional.

Tampoco fue un europeísta, pues para Franco ser cosmopolita era ser antiespañol. Mucho menos un liberal, por mucho que se empeñe el profesor Villacañas al afirmar que “el había sido fascista con los fascistas y ahora liberal con los yanquis” (p. 350), o que había que usar “tanto como fuera posible [a Suárez], antes de que todo el mundo descubriera su inconsistencia, para asegurar la política liberal del franquismo.” (p. 489).

¿Dónde están Castracani, Maquiavelo y Gramsci detrás de ello? Nowhere. Su aparición en el relato de la evolución económica de la España de Franco resulta ser un producto de la imaginación, expuesto eso sí brillantemente, de un catedratico de nuestros días.

De todas maneras, reconozco de nuevo humildemente no ser filósofo. Por eso he acudido a uno de mis amigos. Es economista, brillante; ha pasado muchos años por el corazoncito del análisis económico de la Comisión Europea y, por fortuna, es también doctor en Filosofía. Se ha jubilado recientemente en la Universidad de Valencia. Hace unos años le pedí que pensara en las supuestas glorias de Franco en materia económica.

¿Su respuesta?: fue una rémora para la economía y la política de España. Sin él, y sin su dictadura, nos hubiéramos incorporado mucho antes -y mejor- a la expansión económica europea occidental.

No encuentro nada mejor que reproducir la referencia en la red en la que cada hijo de vecino puede fácilmente encontrarla acudiendo a un ordenador:

https://e-revistas.uc3m.es/index.php/HISPNOV/article/view/2875/1581

En lo que se refiere al desarrollo político no es necesario lanzar las campanas al vuelo. Hubo que esperar a que Carrero Blanco y Franco subieran a los cielos para que la última paria política e ideológica en la Europa occidental tratara de empezar a recuperar el tiempo perdido.

FIN 

 LA REFLEXION DE UN FILÓSOFO SOBRE FRANCO (I)

27 septiembre, 2022 at 9:42 am

ÁNGEL VIÑAS

Soy el primero en señalar que los historiadores de archivo (o equivalentes) nos pasamos la vida buscando evidencias que nos permitan esclarecer facetas del pasado y de las acciones de los hombres y mujeres en él.  La noble aspiración de muchos es poder llegar a demostrar algo que otros no hayan escrito. Reconozco haber caído en tal pecado, que algunos calificarán de soberbia, y entono el oportuno acto de contrición.

Sé, quizá demasiado bien, que no todo está en los papeles u otras evidencias. Ni siquiera en lo que se refiere a Franco, objeto en los últimos años de mi atención antes, en e inmediatamente después de la guerra civil.

Que todos sus papeles no se conocen, es la evidencia misma. Al igual que se destruyeron (gracias a los buenos oficios de ciertos ministros de la epoca y otros gerifaltes falangistas o franco-falangistas) millares y millares de documentos sobre la represión, los de SEJE no abundan, fuera de los archivos habituales. (Ahora, han aparecido muchos nuevos en el Pazo de Meiras, sobre los que sus honorables descendientes no habían dicho ni pio). Un historiador empírico se mesa, naturalmente, los cabellos y soy de quien se pone en primera línea de los entristecidos y de los que tanto lo lamentan.  

Hay, obviamente, otra manera de escribir sobre el pasado que es más simple, más directa y, sobre todo, muchísimo más cómoda. Basarse, por ejemplo, en una mas o menos cuidada selección de lo escrito sobre Franco y aplicar otra forma de ver, de mirar, de comprender (parte de) lo publicado. Los resultados son más rápidos, tan pronto como se identifique esa nueva perspectiva. Escribo esto con todo respeto.

El pasado curso academico se publicó una reflexión sobre Franco y el franquismo. El autor es el profesor José Luis Villacañas, catedrático de Filosofía en la UCM. La publicidad con que se rodeo la obra hizo hincapié en que habría que considerarla como novedosa y el autor, es de imaginar, esencial. El título es ciertamente prometedor y a servidor le llamó la atención por lo que me pareció ser una cierta contradicción en su título: LA REVOLUCIÓN PASIVA DE FRANCO.  

Normalmente, el término revolución no se asocia con pasividad. Si acudimos al DRAE veremos que entre sus acepciones figuran las siguientes: 2. Cambio profundo, generalmente violento, en las estructuras políticas y socioeconómicas de una comunidad nacional; 3. Levantamiento o sublevación popular; 4. Cambio rápido y profundo en cualquier cosa.

Común a tales acepciones son las notas de rapidez, profundidad y acción. La pasividad brilla en todas ellas por su ausencia. Reconozco, evidentemente, que el DRAE, al que acudo siempre que puedo, no es autoridad suprema en materia histórica, salvo del lenguaje, pero tampoco es en modo alguno desdeñable.

Curioso, compré el libro y el pasado verano me he entretenido en leerlo. No puedo decir que de una tirada y que no descansara hasta haberlo terminado. Tampoco que me fascinase. Es, en parte, una reflexión biográfica del personaje; un intento de penetrar en los entresijos de su pensamiento y un análisis de la evolución del sistema político que engendró y que perduró hasta su muerte.

Dificulta la lectura el que, quizá por exigencias de tiempo, carezca de un índice bibliográfico e incluso de nombres. Esto me parece el colmo. Pensar en que hubiera debido considerarse un índice analítico o de conceptos es, en tales condiciones, utópico.

Ciertamente admito que, a veces, por exigencias del calendario de publicaciones de la editorial no dé tiempo a introducir este último, que es el más útil, creo, para el eventual lector. Que tampoco se hayan incorporado los dos primeros es muy de lamentar. Sobre todo, el bibliográfico. No cuesta más de un par de horas y no tiene por qué dedicárselas el autor. Cualquier lector/revisor de la editorial puede hacerlo. HarperCollins es un sello respetable y el libro no se publicó en un período en el que tenía que competir con una multiplicidad de títulos. Salió a mitad de febrero del corriente año.

Los lectores espero que no me consideren tiquismiquis si traigo a colación la banalidad que sobre el “Caudillo” y su obra se han escrito algunos centenares de libros. Del más diverso tipo y con los más encontrados resultados. A favor (en España de forma casi exclusiva hasta, digamos, 1975). En contra, hasta entonces sobre todo en el extranjero (aunque también hubo obras a favor, en general de periodistas -muchos de ellos tramposos). Luego las tornas cambiaron: los autores españoles tomamos la iniciativa y, en mi modesta opinión, creo que no la hemos dejado. Los últimos ejemplos que conozco son los de Matilde Eiroa (ya comentado en este blog) y el recientisimo de Javier Rodrigo (que en pocos días estará en las librerías)

La obra que ahora abordo no pretende ser una biografía en sentido estricto. Sí pretende aportar una “nueva” concepción de la personalidad y obra del   inolvidable “Caudillo”. Aquí está su interés y, para mí, una profunda decepción.

El profesor Villacañas (a quien no tengo el gusto de conocer) aspira a decir algo que no se ha dicho o escrito sobre la figura de Franco. Lo hace de una forma, digamos, un tanto peculiar: conjuga las tesis y escritos de dos autores completamente dispares. e italianos. Está en su derecho, pero no aporta ningún documento ni de la pluma de Franco ni de su paso por la historia que no sea conocido. Se basa en una selección de autores que lo trataron de cerca (en particular su primo hermano) y en un cuidado repertorio de ministros o políticos que han escrito sobre él en memorias y relatos muy heterogéneos, pero en general laudatorios.

Con estos más que limitados, si no limitadísimos, materiales acude para comprender mejor la figura más señera de la historia de España en el siglo XX a nada menos que a Nicolás Maquiavelo en algunas de sus obras. Una es, naturalmente, El príncipe. Otra, de la que confieso no había jamás oído hablar, es la biografía de un condotiero del siglo XIV llamado   Castruccio Castracani. Para explicar al lector de nuestros días la carrera y virtudes del Franco militar parece ser que es la más importante. Utiliza, además, no traducciones. Acude, como es debido, a los textos originales.

Los lectores que no los tengan en casa pueden descargarlos en https://www.academia.edu/25630010/El_Principe_Maquiavelo_Ensayo_     y en  https://archivos.juridicas.unam.mx/www/bjv/libros/2/609/11.pdf, respectivamente.

El procedimiento puede parecer muy interesante, pero es absolutamente erróneo. De haber pensado como historiador y no como filósofo político tendría que haber demostrado que Franco, un militar con resultados mediocres en la Academia de Infantería de Toledo, habría estado leyendo al menos la primera obra  (la más conocida) a lo largo de sus años de aprendizaje militar en África (de la segunda no hablemos porque no hay  -o el profesor Villacañas no la ha aportado- la mas minima referencia de que Franco hubiese conocido de su existencia).

 Es un lugar común afirmar que Napoleón Bonaparte leía El Príncipe. Es posible que de ello sacara altísimo provecho. Al autor del nuevo libro habría que pedirle que lo hubiese demostrado en el caso de Franco. De ello, sin embargo, rien de rien.

No olvido, al contrario, que algunos de los biógrafos, y mas aun los hagiógrafos, de Franco  han afirmado que el futuro “Caudillo”, a medida que se hacía mayorcito y aprendía a manejar las armas en las casi decimonónicas campañas de Marruecos, y luego mientras meditaba sobre la agitación social de la época en Oviedo, y después, ya general, como director de la Academia de Zaragoza, y, sobre todo, en los años de paz de la República leyó mucho: por ejemplo, obras de historia, de filosofía, de derecho, de economia; incluso alguna que otra de gramática para perfeccionar su estilo. O tal vez que  discutió con el genio hacendístico por excelencia que es como solia presentarse a Don José Calvo Sotelo.

¡Ay!, por desgracia nadie ha aportado la menor prueba de lo que antecede. Tampoco el autor del extraño libro que comento. No podría afirmarse lo mismo de sus congéneres entre los dictadores europeos del siglo XX: la biblioteca de Stalin se conserva y con muchas de las obras anotadas o con marcas de lectura; también se ha escrito sobre lo que queda de la biblioteca de Hitler (de educación incluso más limitada que la de Franco). De Mussolini se conoce su gusto por el pensamiento político y la filosofía y desde luego escribió la tira (aunque también le escribieron, como es lógico). De Salazar, catedrático de Universidad, no hablemos.

Es decir, me parece que el autor de este nuevo libro sigue un procedimiento profundamente ahistórico. Impone, para comprender el comportamiento de Franco, una metodología basada en el análisis de dos obras para “demostrar” una tesis absurda. La que, tácitamente, el glorioso “Caudillo” obró como si las hubiese leído cuando una de ellas era probablemente desconocida para los militares españoles de principios del siglo XX (ya que no de los siempre admirables eruditos). Lo que no hace es ir A LOS DOCUMENTOS (públicos y no públicos).

Esto que antecede se aplica, esencialmente a la primera parte intitulada “Príncipe Nuevo”.  Uno puede verse tentado a afirmar la influencia de la lectura de Maquiavelo sobre el inefable caudillo si asocia  su famosa baraka con la idea de fortuna, que utiliza el prepolitologo italiano y que circulaba en el ambiente humanista del renacimiento en Italia. El hombre tiene que habérselas con la fortuna para hacer su vida, y para ello ha de poseer la virtù, una noción que Maquiavelo seculariza más que sus precedentes. Empero, para tener algún valor histórico, cualquier hipótesis que se lance ha de ser contrastada con evidencia empírica de la que en este caso estamos huérfanos.

Pero, más allá de la supuesta influencia de tales obras sobre el pensamiento del inmarcesible Caudillo, en esta primera parte llaman la atención algunas referencias de menor enjundia, pero que dejan con la mosca tras la oreja al historiador menos atento.

A título de ejemplo, se nos dice que, en 1934, los hombres de Acción Católica estaban en contacto con Mussolini para preparar la rebelión en España, cuando ya sabemos que ésta llevaba años preparándose. desde el mismo día en que se proclamó la República; que tanto Calvo Sotelo como Sainz Rodríguez y los monárquicos estuvieron en la operación para conseguir la ayuda militar italiana (pp. 36 y 62). Asimismo, señalemos la mención a la “Legión africana” cuando su nombre no es otro que el original de “Tercio de Extranjeros”, y posteriormente transformado en “Legión Española” (p. 46). No hay nada nuevo y si bastante texto para rellenar pagina tras pagina.

La segunda parte del título “La revolución pasiva” se basa en una interpretación del concepto que de esta acuñó Gramsci. Yo me descubro humildemente. No me considero discípulo del pensador y político italiano, pero para asociarlo con Franco habría que mostrar que, al menos, alguno de los compañeros de milicia y luego ministros de Franco a partir de 1937 hubieran estado influidos por su lectura. Por ejemplo, el cuñado y supuesto mentor, el por tantas razones odiado Ramón Serrano Suñer, alejado oportunamente del poder en 1942.

(continuará)