En torno a la leyenda que se fabricó Serrano Suñer (II)

15 noviembre, 2016 at 8:30 am

Angel Viñas

En el post anterior denuncié -siguiendo la pista abierta por Antonio Marquina y continuada por otros autores- el clamoroso escándalo que implica que en el Ministerio de Asuntos Exteriores no se halle prácticamente ningún documento que aclare la gestión de la política seguida de 1940 a 1942. En cambio sí contamos con numerosas apreciaciones personales de su protagonista. Realmente, todo un éxito que es imprescindible matizar.

franco-mussolini-y-serrano-sun%cc%83erSerrano comenzó a tomar posiciones para labrarse un papel en la historia en el momento mismo en que el régimen franquista aparecía poco menos que como un paria a la mayor parte de la opinión pública occidental. Sus opiniones, privadas y  públicas, no pudieron llegar en mejor momento. Es más, se situaron en paralelo a la orwelliana doctrina sentada por el Mando. Basta con rememorar la línea directriz que guió la fundamental obra de Agustín del Río Cisneros, aparecida en 1946[1],  un año antes de las memorias serranistas:

España cumplió su misión, absteniéndose en una guerra que no le competía, con la mayor corrección internacional. España defendió (sic) su territorio de la expansión germánica porque así lo exigía el imperativo de la independencia nacional, pero no violó ningún compromiso ni quebró ninguna alianza, ya que España no estaba atada por ningún convenio que le obligara a participar en la contienda[2].

Del Río no tuvo el menor empacho en copiar casi literalmente a Franco. Así iba seguro. En cuanto a Serrano se olvidó de las implicaciones del tratado de amistad hispano-germano de 1939, del Pacto de Acero y de lo que realmente había ocurrido. Se explica que suscribiera el mismo neolenguaje para referirse al pasado.

Pero ya antes de publicar la primera versión de sus memorias, Serrano se preocupó de poner en conocimiento de los británicos su interpretación de lo que había sucedido. Es un hecho curioso que ningún historiador español o extranjero ha explicado debidamente. ¿Por qué dirigirse a los enemigos de hacía tan solo tres años? ¿Por qué hacerlo subrepticiamente? Algunas explicaciones pueden darse. Serrano, cuando llegó a Exteriores en octubre de 1940, tenía ideas muy primitivas sobre la realidad internacional y ninguna cualificación especial para que Franco le destinara al Palacio de Santa Cruz. Sus escarceos con diplomáticos extranjeros habían sido lamentables, como algunos de ellos plasmaron en sus propias memorias o en sus informes a las capitales. Ante la sometida opinión pública española, Arriba (por él controlado) y el resto de la sumisa prensa ofrecían, naturalmente, una imagen muy diferente. Pero Serrano era, a pesar de todo, un hombre lo suficientemente inteligente para avanzar peones por los oscuros pasadizos de los contactos privados y personales.

Es lo que hizo nada más terminada la segunda guerra mundial, con una serie de declaraciones confidenciales a los británicos. No estuvieron pensadas para conseguir un impacto público sino, quizá, para influir en Londres por vía reservada. Es notable que se dirigiera a representantes del país que en 1947 consideró de forma pública y un tanto agresiva como uno de los enemigos seculares de España. Léase a título de ejemplo:

El grupo anglo-francés dominante durante nuestras peores etapas políticas había sentenciado a España a ser un pueblo de tercer orden, un mero satélite, un mercado, una fuente de contadas materias primas (…) Por donde quiera que se extendieran los anhelos de prosperidad de España aparecían los países dominantes: si por la propia Península, era Inglaterra (Gibraltar, la alianza peninsular y tantos otros intereses españoles eran objeto del veto inglés); si por Marruecos, Francia reinaba allí quia nominor leo…[3]

Para presentar las declaraciones de Serrano no públicas, conviene reproducir el despacho de remisión con que el entonces embajador británico en Madrid sir Victor Mallet las acompañó el 8 de octubre de 1945.

Tengo el honor de incluir un interesante relato de Mr. Malley, agregado de prensa adjunto[4], sobre una conversación que ha tenido recientemente con el señor Serrano Suñer. Mr. Malley, que solía servir de intérprete para mi predecesor en sus entrevistas cuando el señor Suñer era ministro de Asuntos Exteriores, se encontró con él en dos o tres ocasiones en 1944 en la Universidad y otros lugares. Hace unas cuantas semanas el señor Serrano Suñer dijo a Mr. Malley que había estado buscando una ocasión para hablar con él porque estaba muy preocupado por la seguridad de sus seis hijos, el mayor de los cuales solo tiene 13 años de edad. El señor Serrano Suñer también dijo que sabía muy bien que su propia vida y la de su mujer estaban en peligro pero que su preocupación principal era la seguridad de sus hijos en el caso de que pudiera producirse repentinamente una algarada en el país[5]. La conversación derivó después hacia la historia pasada y al final invitó a Mr. Malley a cenar en privado con él a fin de continuar la charla. No había motivo alguno para que Mr. Malley no aprovechara tal ocasión y la conversación que figura en el memorándum adjunto es, en mi opinión, de interés histórico. Arroja luz sobre la mentalidad de Serrano Suñer y sobre el papel que desempeñó en la primera parte de la guerra.

El señor Serrano Suñer no intenta en modo alguno negar su política de pleno apoyo al Eje por cuanto que estaba convencido de la victoria alemana y de que “los intereses vitales de su país no podían defenderse mejor de otra manera en aquel tiempo”. Esta confesión de la política pro-alemana del Gobierno español está, por supuesto, en total contradicción con las afirmaciones recientemente repetidas por parte de Franco de que España fue realmente neutral durante la guerra. Quizá en el futuro pueda presentarse la ocasión de llamar la atención del Generalísimo sobre el hecho de que su propio ministro de Asuntos Exteriores no comparte las opiniones que él ha manifestado en relación con la neutralidad española durante los importantísimos años entre 1940 y 1942[6].

Obsérvese que el nuevo embajador (llevaba tan solo unos pocos meses en Madrid[7] tras haber pasado por la embajada en Suecia, otro país neutral) no quiso meterse en berenjenales. Destacó el extremo más importante en 1945: la rapidísima vuelta a la tuerca de la propaganda que llevaba meses declinando el mismo tema. Los rasgos esenciales eran los previsibles: la neutralidad conseguida por el Generalísimo con el aplauso y consentimiento de todos los españoles, el haberse zafado de la gravísima amenaza que representaban los ejércitos beligerantes en las fronteras españolas, el valor de la conducta frente al hegemónico poder alemán, la no aceptación de cualquier compromiso internacional salvo con Portugal, etc[8].

Esta presentación sirvió también para apoyar la tesis de que en la España de la postguerra sobre la dictadura nazi y Alemania cayó rapidísimamente un espeso velo de silencio. La propaganda oficial ya había sentado las bases para reinterpretar y reescribir la postura ante el conflicto mundial. De la misma manera que la dictadura “plastilinizó” el pasado en la República y la guerra civil también aplicó los mismos mecanismos para  “plastilinizar” -a manera de historia instantánea- los años más recientes. Un pasado que del Río Cisneros presentó para el consumo de una población sojuzgada, hambrienta e idiotizada a fuerza de racionamiento y propaganda:

Desencadenada la guerra universal, España mantuvo una posición neutral y pacífica, esforzándose en localizar la guerra, evitando, con su hábil política exterior, que los países del Eje, totalmente victoriosos en los primeros años de la guerra, rebasasen sus fronteras, con daño para las naciones aliadas[9].

Hacía falta tener “papo”.

(Continuará)

[1] Viraje político español durante la II Guerra Mundial, 1942-1945, y réplica al cerco internacional, 1945-1946, Madrid, Ediciones Europa, 2ª edición, 1977.

[2] El autor (1909-1992) fue un conocido periodista, glosador de las insondables profundidades del pensamiento de José Antonio Primo de Rivera y del no menos inmarcesible de Franco. Fue director de ediciones del Movimiento y jefe de su Gabinete de Estudios de Prensa. Algunas de sus numerosas obras están disponibles en la red, alojadas en portales de editoriales de sensibilidad, digamos, pro-nazi. Como corresponde.

[3] La traducción castiza sería “porque sí”. En el buscador de Google es fácil encontrar su origen.

[4] Malley había vivido la mayor parte de su vida adulta como profesor de inglés en España. Cuando estalló la guerra civil daba clases en un colegio en El Escorial. Se refugió en la embajada británica. Su conocimiento de la escena española le llevó a servir a las órdenes de sir Robert Hodgson, el primer agente británico en la zona franquista. Más tarde pasó a la embajada al establecerse las relaciones diplomáticas plenas en 1939. Era un católico ferviente. Se mezclaba bien con el pueblo llano e informaba de ámbitos adonde no llegaban habitualmente los diplomáticos. En 1951, ya era consejero. Fue ascendiendo poco a poco en el escalón de condecoraciones (el 1 de enero de 1942 y 1952 en la orden del Imperio Británico y en junio de 1962 en la de Saint Michael and Saint George como comendador –CMG o, en el argot, “call me God”. Escribió numerosos informes. Comparando los anuarios diplomáticos británicos uno se pregunta si había algo más detrás de Malley. Una vez nombrado consejero, siquiera fuese con rango local, pasó a ministro y luego descendió a primer secretario. No conozco la mecánica interna del escalafón del personal contratado en las embajadas británicas pero tales vaivenes parecen un tanto sorprendentes. Se jubiló a principios de los años sesenta.

[5] Naturalmente me es imposible saber si ese fue el motivo que llevó a Serrano a tomar contacto.  Si lo fue, es que consideraba muy crítica la situación interna española, lo cual no deja de ser significativo. No obstante, si preparaba el terreno para una eventual petición de, digamos, asilo el procedimiento parece, aunque no raro, sí un tanto extraño. No cabe descartar que se tratase de una excusa.

[6] Las itálicas son mías.

[7] Presentó credenciales a Franco el 27 de julio de 1945 y no dejó de contarle algunas verdades del barquero: en Inglaterra existía un sentimiento generalizado de desconfianza hacia el régimen, asociado con su amistad con las potencias fascistas, y no se olvidaba que había expresado su esperanza de una victoria alemana. Franco le interrumpió diciéndole que todo eso se había exagerado y que nunca había tenido la intención de aliarse con los enemigos del Reino Unido, ni siquiera en 1940. Lo de la División Azul no había sido sino una mera gota de agua. España no quería vivir aislada de sus vecinos y amigos. Mallet replicó que ya estaba bastante aislada y que lo estaría todavía más.

[8] La lectura de las páginas del semanario El Español de aquella época es sumamente instructiva.

[9] Serrano abundó en sus memorias de 1947, p 203: “España (…) sin romper sus relaciones con los aliados, poco, poquísimo, podía dañar los intereses de estos”.