EU-USA: se levanta la tormenta
De cara al público la Comisión solía maquillar , hasta cierto punto, las implicaciones sociales de ciertas políticas. Ahora bien, esto ya no es posible del todo en casos en los que las consecuencias se desparraman, cada vez con mayor intensidad, por las sociedades europeas. Ejemplifica el alto grado de interpenetración de las economías y la incidencia de nuevas pulsiones integracionistas sobre dimensiones esenciales de lo que todavía queda de soberanías nacionales. Y es mucho. Para bien o para mal, la experiencia ha mostrado que si se desea mejorar la integración hay que integrarse más. De lo contrario surgen situaciones que generan agravios comparativos o ventajas competitivas. Como no hay armonización de la fiscalidad directa han salido a la luz casos en los que se revela, por ejemplo, la pugna por atraer inversiones extranjeras gracias a un menor nivel de imposición. El escándalo luxemburgués acaba de ponerlo de relieve.
La idea de Brittan, ampliada, resurgió durante la recién expirada Comisión Barroso a propuesta del presidente Obama y en plena crisis monetaria, financiera e institucional. Del tema se encargó (no por casualidad) el comisario de Comercio, Karel de Gucht. Liberal flamenco muy controvertido en Bélgica [se sugiere echar un vistazo a Wikipedia en francés. La entrada en la versión castellana es muy breve y completamente obsoleta]. Abanderó un tipo de librecambismo que le enfrentó con varios políticos franceses a quienes acusó de «proteccionistas», como si hubieran incidido en un pecado nefando difícilmente perdonable. Apoyado por Barroso, se manejó mejor que Brittan. El proyecto de mandato de negociación tuvo una trayectoria no demasiado dilatada, se filtró por los distintos escalones del Consejo de la Unión y se aprobó el 14 de junio de 2013. Los funcionarios debieron trabajar como esclavos durante casi cuatro meses. Ningún Estado miembro rompió filas. La totalidad de mandato no se hizo pública, pero esto es algo relativamente normal. La conocían los Gobiernos y las burocracias de los Estados miembros y, de buena o mala gana, todos le dieron su respaldo.
Como organismo político la Comisión no es insensible a las ideologías. Si la mayor parte de los Gobiernos de los Estados miembros de la UE es de derechas, la Comisión se orientará también en esta dirección. Si predominan los Gobiernos socialdemócratas o liberales irá en estos sentidos. El juego en el colegio en el que se fragua la toma de decisiones es más sutil. Los intereses ideológicos no son los únicos en presencia. También tienen importancia los específicamente nacionales y la necesidad de conseguir mayorías cómodas de tal suerte que se eviten votaciones y den al exterior sensación de fortaleza y unidad.
El lector no debe dejarse deslumbrar por el caso del presidente de la Comisión que es el cargo en que se refleja más nítidamente el choque de las orientaciones ideológicas. En las últimas elecciones al Parlamento Europeo tal circunstancia ha quedado clara. Los grupos políticos filtraron a sus candidatos a la Presidencia de la Comisión y lograron, con gran berrinche del primer ministro británico, que fuesen aceptados por los Gobiernos de las mismas cuerdas. Esto, sin embargo, no quiere decir que en las próximas elecciones en 2019 vuelva a repetirse el fenómeno.
La oposición contra el TTIP (ATCI) pronto adquirió dimensiones realmente extraordinarias. Las negociaciones las había llevado a cabo la Comisión, negociador por la UE, que informa con regularidad de su marcha a los Estados miembros en el seno del Consejo. Antes, mucho antes, la Comisión negociaba en presencia de funcionarios de los Estados miembros que no intervenían pero vigilaban. El negociador, en consecuencia, tenía que demostrar sus cualidades como tal a dos bandas encontradas. Con el sistema actual la calidad de la información que se suministra puede no reflejar bien los altos y bajos de todo proceso negociador. Algunos se enteran mejor de lo que realmente pasa. Otros no. Nada de lo que antecede significa que el negociador por la Unión no sea excelente. En el caso del TTIP (ATCI) lo es. De ello puedo dar testimonio personal.
Es imposible, con todo, mantener bajo cuerda la marcha del proceso. Tampoco es recomendable. En las negociaciones que aquí nos interesan los resultados parciales (cualificados por el principio de que nada es final hasta que todo se haya negociado) fueron transpirando hacia los medios de comunicación y las redes sociales. Noticias ciertas y rumores abultados despertaron alarma. Las implicaciones de la ATCI son, en efecto, enormes. No tardaron en acudir a las barricadas numerosas ONGs, fuerzas de la sociedad civil, expertos, etc, tanto a la derecha como a la izquierda del espectro ideológico. Tampoco faltaron organizaciones, generalmente empresariales o sindicales, que defendieron sin reparos temas en los que tenían un interés eminente. Economistas y juristas apoyaron a los dos bandos. Pronto cristalizaron dos objeciones absolutamente fundamentales. La primera atañe a la determinación del equilibrio deseable entre regulación y desregulación. La segunda se refiere al riesgo de que ciertos poderes de los Estados miembros pudieran verse disminuídos como resultado de las negociaciones.
La primera objeción, muy articulada por las organizaciones sindicales aunque no solo por ellas, pone el acento en que las negociaciones parecía que iban inclinándose demasiado en el sentido de una desregulación demasiado amplia con el fin de estimular la competencia a escala internacional. Esto significa facilitar el acceso de los productos de ambas partes al mercado opuesto. En teoría económica la competencia incita a mejorar los niveles de eficiencia y productividad. Pero en un mundo en el que no reina el tipo de competencia perfecta de los libros de texto han surgido temores de que el TTIP (ATCI) pudiera hacer recaer principalmente el impacto de la desregulación sobre la mano de obra. En claro: los trabajadores y los pequeños empresarios. Si en un país X los niveles de protección laboral, alimentaria, sanitaria, de salubridad pública, medioambientales, etc., son netamente inferiores a los del país Y, el juego de la libre competencia tenderá a inducir a este a rebajar los niveles con el fin de reducir sus costes y defenderse de la agresividad comercial de X.
En tal perspectiva suele afirmarse que un acuerdo equilibrado debería optar no tanto por favorecer la libre competencia sino por promover una cierta igualización en los niveles de protección de cada parte. Para muchos no está demostrado que el resultado conseguido hasta ahora lo logre en grado suficiente. Tras esta argumentación late la noción de que los mecanismos de protección europeos son, en muchos casos, superiores a los de Estados Unidos. Las feroces discusiones entre republicanos y demócratas por introducir un sistema de seguro médico obligatorio que ni siquiera es un remedo de los europeos no han hecho sino agudizar la preocupación.
También se aduce que en el sector servicios existen numerosas limitaciones a la libre competencia perfectamente motivadas en la medida en que la educación, la salud o el suministro de bienes públicos, por citar unos cuantos ejemplos, no deben quedar sometidos en la mayor medida posible al imperio del mercado, ni a escala nacional ni internacional. Esto conecta con una discusión que se da en casi todos los Estados miembros entre la derecha y la izquierda sobre la ampliación de las medidas privatizadoras. No hay que recordar lo que pasa en España en el campo de la sanidad.
En un acuerdo con Estados Unidos, afirman las posturas críticas, sería necesario que para cada uno de los sectores productores de bienes públicos se determinasen las circunstancias, modalidades y extensión de las respectivas aperturas del mercado sin dejar demasiado al automatismo de la libre competencia internacional. Favorecer esta debería ser un objetivo instrumental y, por consiguiente, más o menos maleable en función de las disposiciones que se negocien entre las partes. Como siempre, hay que ver los detalles. En general, la nueva Comisión Juncker se ha comprometido a no disminuir los niveles europeos. ¿Lo conseguirá?
(Continuará)