INTRANSIGENTES (EN HOMENAJE A CHARLIE HEBDO)
Algunos de los columnistas de EL PAÍS (Francisco G. Basterra, Manuel Rivas, Manuel Vicent, entre otros) han recordado directa o indirectamente, en relación con los numerosos comentarios que suscitan los recientes atentados en París que la absolutización de creencias religiosas no es algo por lo que haya atravesado y atraviesa el Islam solamente. Ocurre en otras religiones.
En punto a horrores se ha hecho referencia al calvinismo desatado en Ginebra en los albores de la Reforma o a la guerra de Treinta Años que asoló a Europa. Algunos han rozado también la utopía nacional-católica que protegió con ardor la dictadura franquista.
No soy un historiador del hecho religioso pero siempre he encontrado en él cosas interesantes. En esta coyuntura, sin embargo, no he visto (mea culpa) que nadie haya hecho alusión a uno de los documentos más reveladores de la intransigencia como fue la Carta Colectiva del Episcopado Español de 1937, una sarta de disparates históricos. No ha sido repudiada. En realidad la Iglesia Católica, que yo sepa, no ha pedido jamás perdón por haber recubierto con sus bendiciones la represión franquista en la guerra y después. Sí ha aprovechado su involución de los últimos quince o veinte años (no sabemos todavía lo que nos depara el futuro) para subir a los altares, o a los prealtares, a numerosas víctimas del «terror rojo». Todo esto es sobradamente conocido.
No es posible comparar (sería profundamente ahistórico) los atentados terroristas de unos yihadistas alucinados y las prácticas cohonestadas desde las alturas del poder eclesiástico contra los «rojos» y demás «ralea» que constituía, para la coalición vencedora en 1939, la tan traída y llevada «anti-España». Los resultados desembocaron en una gran mortalidad pues el terror del Estado y las bendiciones de la Iglesia suele ser letal. También en España. No es de extrañar que, en ocasiones, las viñetas de Charlie Hebdo tomaran como diana la supuesta defensa de la civilización cristiana por un Pinochet, los coroneles griegos o Franco.
Pero yo quisiera, en este post, traer a colación una muestra de intolerancia, intransigencia y soberbia que figura tanto en el makeup sicológico de los yihadistas como en los genes de la Iglesia de la VICTORIA.
Como la guerra civil fue una guerra contra el MAL absoluto según predicaron los Señores Obispos, se sobreentendió que quienes se separaran de él y buscaran su redención, ya fuese en este valle de lágrimas o en la otra vida, debían abjurar de sus aberraciones. Las que subyacieron a un comportamiento político inspirado por el Maligno.
Curiosamente ni los numerosos historiadores eclesiásticos, que los hay y muy buenos, ni los cualificadísimos portavoces intelectuales que han disertado largo y tendido acerca de la maldad intrínseca del Islam han echado un vistazo atrás y se han preguntado qué hizo la Iglesia Católica tras su VICTORIA en España. No faltan libros. Sin ir más lejos puedo recomendar la lectura del de Gutmaro Gómez Bravo y Jorge Marco, La obra del miedo. Violencia y sociedad en la España franquista (1936-1950), Península, Barcelona, 2011, que muestra la profunda complicidad de los católicos, legos o seglares, en la represión. Se entiende que, ante todo, para salvar almas…
Desde el punto de vista de historia de las ideas, que en los últimos años ha vuelto a ponerse de moda para denigrar en todo lo posible la experiencia republicana y sus fuentes, es muy relevante un documento que descubrió hace algunos años un denodado investigador, Guillermo Portilla, al preparar su tesis doctoral que afortunadamente fue convertida en libro: La consagración del Derecho Penal de autor durante el franquismo. El Tribunal Espaecial para la Represión de la Masonería y el Comunismo (Comares, Granada, 2010). Portilla le agrega un impresionante apéndice documental entre el cual figura el compromiso que la autodenominada Santa Madre Iglesia exigía, para reabrir las puertas de su gracia, a todo el que deseara volver a su seno abjurando de sus perniciosas creencias anteriores de índole laicista, liberal, masónico, socialista o comunista. Por no hablar de las de ateos y librepensadores. Me pregunto qué habrían dibujado los humoristas de Charlie Hebdo, vilmente asesinados, de haberlo leído. En efecto, el descarriado debía hacer profesión de fé de que
«la Santa Iglesia Católica, Apostólica, Romana es la única y verdadera Iglesia fundada por Jesucristo en la tierra, a la cual de todo corazón me someto. Creo todos los Artículos que me propone creer; repruebo y condeno cuanto Ella reprueba y condena y estoy pronto a observar cuanto me manda, y especial prometo creer»:
(Agárrese el lector que ahora vienen curvas)
«la doctrina católica sobre la Encarnación, Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo y la unión hipostática de las dos naturalezas, divina y humana; la divina maternidad de María Santísima, así como su integérrima virginidad e Inmaculada Concepción; la presencia verdadera, real y sustancial del Cuerpo, juntamente con la Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo en el Santísimo Sacramento de la Eucaristía; los siete Sacaramentos instituidos por Jesucristo para salvación del género humano, a saber: Bautismo, Confirmación, Eucaristía, Penitencia, Extremaunción, Orden y Matrimonio; el Purgatorio, la resurrección de los muertos, la vida eterna; el Primado, no tan solo de honor sino también de jurisdicción, del Romano Pontífice, sucesor de San Pedro, Príncipe de los Apóstoles y Vicario infalible de Cristo; el culto de los Santos y de sus imágenes; la autoridad de las apostólicas y eclesiásticas tradiciones y de las Sagradas Escrituras, que no deben interpretarse y entenderse sino en el sentido que ha tenido y tiene la Santa Madre Iglesia Católica; y todo lo demás que por los Sagrados Cánones y por los Concilios Ecuménicos, especialmente por el Sagrado Concilio Tridentino y por el del Vaticano ha sido definido y declarado…»
En resumen, la negación pura y dura de una gran parte de las corrientes intelectuales que han hecho el mundo occidental y en particular la Europa de nuestros días. También a Charlie Hebdo. Es fascinante la reivindicación del Concilio de Trento (1545-1563), aquella vuelta de espaldas a una naciente Europa nueva y cuando la España católica en el siglo XVI se oponía ferozmente a la Reforma. Continuó oponiéndose a las Luces. Esta actitud podría ser un baremo. ¿Para qué?
Para hacer la cuenta de la vieja. Entre el final del Concilio de Trento y el momento en que se escribió el texto arriba transcrito transcurrieron unos 370 años. Dado que los ataques yihadista-terroristas en el corazón de Europa no tienen ni siquiera veinte, bien podría pensarse que sería necesario esperar otros trescientos y pico para pronunciar un juicio sólido, fundado en hechos históricos (futuros), acerca de si el yihadismo forma parte esencial y permanente del ADN de la religión bajo la cual se cobija. Deseemos que no sean tantos y confiemos en que la Unión Europea también sirva para atajar tamañas aberraciones.
Dos postdatas.
1. Escuchado en la tienda donde suelo comprar el periódico. El kiosquero dice a un cliente: «Vamos a ver si las instituciones europeas hacen ya algo en contra de estos terroristas».
2. Página de una revista belga de gran difusión. La caricatura de un dibujante ante su mesa de trabajo. El lápiz apunta hacia un cartel en el que en letras gruesas se lee: «Charlie akbar». En justa correspondencia, en Francia ha florecido el grito Je suis Ahmed.
A lo mejor son orientaciones que no estaría mal seguir, en lo posible.