Manuel Fraga Iribarne, Londres, noviembre de 1975 (y II)
La conversación ocurrió en la residencia de lord Mountbatten. Wilson llegó a las 3 de la tarde. Fraga (que se hizo el “sorprendido” al ver al primer ministro) apareció cinco minutos más tarde. Wilson se quedó aproximadamente unos cincuenta minutos y, deliberadamente, dejó a Fraga que hablara todo lo posible. El todavía embajador no ocultó en ningún momento su deseo de convertirse en presidente del Gobierno a la muerte de Franco, que consideraba ya como inminente. Reconoció que era fácil confundir ambición y wishful thinking [tomar deseos por realidades] pero afirmó que él creía tener un papel que desempeñar en España y que disponía de los contactos necesarios para alcanzar sus ambiciones. Wilson no parece que entrara al trapo.
Fraga describió sus famosos tres grupos de opinión. No pudieron sorprender al primer ministro. Un grupo lo componían todos aquellos que divisaban en la reforma algo peligroso y que creían que cualquier paso a favor de la liberalización política llevaría a la revolución y al caos. Por consiguiente, estaban decididos a evitarla. [Se trataba, obviamente, del franquismo casposo, encerrado en sus fantasmagóricas convicciones]. El segundo grupo, en el que Fraga figuraba, creía que era necesario continuar las reformas graduales que ya habían empezado a realizarse en los años sesenta y confiaban en que el príncipe Juan Carlos impulsara dicho proceso. El tercero y último grupo estimaba que todas las instituciones y personalidades del régimen de Franco deberían desaparecer lo más rápidamente posible.
Fraga describió la posición del príncipe. Contaba, sin la menor duda, con el apoyo del Ejército y de la Armada así como con el de la amplia mayoría de la clase media, que ya representaba el 50 por ciento de la población (sic). Con su viaje al Sáhara español y con las medidas de “devolución” a favor de los saharauis adoptadas en las últimas dos semanas Juan Carlos ya había demostrado hasta qué punto estaba dispuesto a actuar.
En este punto intervino lord Mountbatten para señalar que en varios viajes a España había podido apreciar por sí mismo la popularidad de Juan Carlos.
Fraga continuó afirmando que, en su entender, lo más importante estribaba en no “achuchar” al príncipe más allá de lo que este considerase necesario. Se necesitarían por lo menos entre dos y tres meses para presentar sus propuestas de reforma que después exigirían de dos a tres años para surtir efecto. [¡Qué rapidez!].
En respuesta a una pregunta muy propia de la época Fraga se extendió sobre las diferencias entre la situación española que se produciría tras la muerte de Franco y la portuguesa. La primera diferencia era que los españoles y portugueses eran pueblos muy distintos. La segunda era que las Fuerzas Armadas españolas no habían tenido que hacer frente (ni estaban dispuestas a ello) al tipo de conflictos coloniales que habían tenido las portuguesas [mejor callar el episodio marxiano – en el sentido de los hermanos Marx- de Ifni-Sáhara, que han estudiado, entre otros, un general franquista, Casas de la Vega, y un teniente coronel y doctor en historia poco franquista como Gabriel Cardona]. La tercera diferencia estribaba en la economía: la española era más próspera que la de Portugal. Wilson no dejó de observar que en el caso portugués las Fuerzas Armadas habían experimentado derrotas coloniales y que, en último término, se habían contagiado de los eslóganes revolucionarios de sus adversarios.
En respuesta a otra pregunta Fraga dijo que tenía muy buenas relaciones con Mario Soares. Por desgracia, no había un Soares en España. Los socialistas estaban divididos en tres grupos. Él confiaba que los socialistas europeos harían todo lo posible para unirlos (sic). Wilson respondió que quizá pudiera emprenderse algo por la vía de los partidos. Sus líderes se reunirían en algún momento para abordar la cuestión. Significativamente afirmó que el régimen que siguiera a la muerte de Franco debería estar en contacto con los socialdemócratas europeos y estrechar lazos con ellos [una advertencia que no se le olvidó a Fraga durante su breve ejercicio como vicepresidente del Gobierno y ministro de la Gobernación en los meses ulteriores].
Entonces, y un tanto sorprendentemente, Fraga pidió consejo sobre cómo abordar el problema sindical. Gente de la que él se fiaba tenía opiniones muy diversas sobre si convenía desmantelar la organización sindical y empezar de nuevo o más bien trabajar sobre la existente. Wilson respondió que tenía grandes dudas a la hora de hablar sobre un tema que no conocía. [Era verdad y el dossier que le había llegado no había dicho una palabra al respecto]. Sin embargo no se privó de señalar que su inclinación sería tener cuidado con el desmantelamiento ya que esto podría abrir las puertas al trotskismo y a los maoístas dentro del movimiento obrero. [Sin duda reflejaba su conocimiento de la situación británica y un profundo desconocimiento de las raíces fascistas de la española, combatida desde hacía años por CCOO dentro de los propios sindicatos verticales].
Fraga se refirió brevemente a la deseabilidad que a la ceremonia de proclamación de Juan Carlos como rey pudieran asistir representantes de alto nivel del Reino Unido y de otros países europeos occidentales. Aludió a la importancia estratégica de España a caballo entre el Mediterráneo occidental y el Atlántico oriental e hizo varias alusiones a las relaciones con la Comunidad Económica Europea. Wilson replicó que tanto él como sus colegas comunitarios estaban dispuestos a extender su mano de amistad y de cooperación con España y ayudarla a convertirse en una sociedad democrática. No hizo la menor referencia a temas internos. Tampoco utilizó la información sobre la situación española que se le había suministrado. Salvando el lapsus sindical, Wilson había ido a escuchar.
Algo de lo que percibió, y de lo que no hemos encontrado reflejado por escrito, se tradujo después en orientaciones. No nos interesan aquí. Lo que sí es destacable en este encuentro es que Fraga acudía a la España post-franquista con deseos, esperanzas y proyectos que poco o nada tuvieron que ver con lo que terminaría siendo realmente la Transición. No es de extrañar que la gestión del fugaz Gobierno de Arias Navarro estuviese condenada al fracaso. De notar es que Fraga tampoco demostró demasiada mano izquierda en su conversación con Wilson pero para demostrar esto un post no es suficiente.
Fuente: TNA, PREM 16/1128.