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Salvador Gómez Valdés entrevista a Ángel Viñas, catedrático emérito de la Universidad Complutense de Madrid, para hablar del libro “Castigar a los rojos” sobre Acedo Colunga, artífice de la represión franquista.

18 octubre, 2022 at 11:51 am

https://www.rtve.es/play/videos/la-aventura-del-saber/la-aventura-del-saber-05-10-22/6707091/

…. Y en la nuestra, calderadas (II)

18 octubre, 2022 at 8:30 am

Ángel Viñas

Por fortuna, o por desgracia, no soy de los patriotas que se dan continuamente golpes de pecho, deplorando que no se consideren suficientemente en la enseñanza de la HISTORIA las glorias del Imperio. Tampoco comulgo con el menéndezpelayismo que se revive continuamente en ciertos medios y, en particular, en las redes sociales. Todo país tiene su pasado y lidia con él como puede y/o como le dejan. Me irrita, sin embargo, que en ellos se agite una versión de los tiempos extinguidos que, no por casualidad, coincide en sus esencias con la que, más o menos, se enseñaba a los niños de mi generación en la posguerra española.

Las críticas de los medios y portavoces de la derecha (PP, Vox y lo que queda de C´s) a las Leyes de Memoria Histórica y de Memoria Democrática han sido constantes en su afirmación de que ambas pretenden “imponer” una versión “única” (la “roja”, la “izquierdista”, la de los “derrotados en una santa guerra civil”). Yo me congratulo de haber aprendido, en España y fuera de España, otra versión que difiere de tales patochadas. También de haber contribuido, muy modestamente, a deshacer algunos de los entuertos de la primera, en la senda de historiadores mucho más importantes que mi humilde persona.

Sigo preguntándome, no obstante, cuál es el objetivo de aquellos “patriotas”: ¿quieren hacer bueno el dictum, tan repetido, de George Orwell del que quien controla el presente controla el pasado y quien controla este último controla el futuro? ¿Quieren reimplantar la hegemonía de una concepción, de un partido y de una clase y que todos los demás se inclinen ante ella como si fuéramos adoradores del dios Baal, sacrificios incluidos? La lucha por el poder no me parece suficiente. Algo falla en mecanismos más profundos.

Si, como deseo, España no llega a seguir masivamente el camino de Hungría, los EEUU de Mr Trump, la Rusia de Putin y el de las amenazas que penden sobre Francia e Italia, cabría suponer que la reciente LMD será asumida más pronto que tarde, como corresponde, por el grueso de  la sociedad española.

No trata de abrir heridas, porque las supuestas “heridas” nunca fueron cerradas; no trata de adoctrinar a los jóvenes con enseñanzas peligrosas para la democracia, porque para la democracia lo peligroso es la evocación de un pasado un tanto vergonzoso; sí acentúa el deseo de no favorecer la marcha hacia la aceptación de un Estado como el que padecimos hasta 1975 (con el aplauso de tantos militares, jueces, “educadores”, funcionarios y eclesiásticos). Se trata, simplemente, de hacer más o menos normal lo que es más o menos normal en los países de nuestro entorno. Cada uno con sus especificidades.  

¿O acaso piensan los cerebros dirigentes del PP, Vox y lo que queda de C´s que la España anterior a 1977 debería ser el modelo a seguir, actualizado para cumplir “imposiciones” extranjeras, pero que económicamente les (nos) benefician? Se basó, ciertamente, en mentiras colosales (de las que a la derecha española cuesta tanto trabajo deshacerse) y a las que, al menos, tres generaciones de historiadores nacidos después de la guerra, en las postrimerías de la dictadura y después de la subida a los cielos del general Francisco Franco hemos tratado de poner los adecuados correctivos.

Lo hemos hecho siguiendo las pautas normales y corrientes en los países occidentales de nuestro entorno cultural: relecturas críticas de los trabajos de los historiadores del “anterior régimen”; búsquedas de evidencias documentales en archivos españoles y extranjeros; importación de los nuevos planteamientos en la historiografía contemporánea; celebración de congresos, simposios y seminarios en los que exhibir las divergencias naturales entre unos y otros. ¿Qué más puede pedirse a los historiadores españoles?

Simplemente contribuimos a deshacer los mitos que abundan en nuestra historia. Como han hecho nuestros compañeros en las historias de sus respectivos países. No pretendemos haber llegado a la cúspide del conocimiento del pasado, pero sí empezar a recuperar el tiempo perdido.

Y aquí incluso hemos innovado, porque la historia no se encierra solo en documentos (que son mi ámbito de preferencia). También se halla en las “tumbas del olvido”, en las cunetas de las carreteras, en las rastrojeras y bosques de Galicia, Castilla la Vieja, León, Navarra, La Rioja, Castilla la Nueva, Extremadura, Andalucía, Levante, Baleares, Canarias, Marruecos y otras más.

Historiadores, arqueólogos, técnicos, especialistas, forenses, etc. han desarrollado -o importado- nuevas técnicas, nuevos instrumentos, nuevos métodos para sacar a la luz la barbarie de los vencedores (y también repasar la achacada a los vencidos, que de todo hubo en la viña del Señor, a pesar que la de estos ya fue puesta en relieve, exageradamente, en la Causa General, que la dictadura nunca llegó a exhibir al público).

¿Por qué, pues, el griterío, un tanto histérico, que ha acompañado al debate de las leyes de memoria?

Servidor tiene una respuesta incompleta, quizá demasiado simple, pero que no he tomado de nadie, que me ha sobrevenido tras años de análisis detenido de las evidencias primarias documentales de época. Como las que fueron dando a la luz desde fechas tempranas Ian Gibson en el caso de Lorca; Paco Espinosa, en el ámbito de la División Orgánica nº 2 en Sevilla y Extremadura; Francisco Moreno Gómez en Córdoba y tantos y tantos otros que después han ido incrementando el volumen y la calidad del conocimiento.

Mi respuesta, provisional como tantas afirmaciones en historia (que nunca es completa, nunca definitiva), es que una de las características fundamentales de la historiografía acuñada en el franquismo sobre la República y la guerra civil estriba en que practicó sistemáticamente, constantemente, una táctica de camuflaje que responde al concepto de proyección.

Me di cuenta de ello demasiado tarde (aunque nunca es tarde si la dicha es buena) y la expuse y argumenté en La otra cara del Caudillo en 2015. Desde entonces me ha sido un instrumento útil para aclarar algunos puntos esenciales en las actividades y propaganda generada por Franco. Consiste, simplemente, en atribuir al adversario (perdón, al “enemigo” en la jerga de Carl Schmitt) un tipo de comportamientos que es el reflejo de los propios.

Así, como han puesto de relieve entre otros Herbert R. Southworth, Paul Preston, Rafael Cruz y Eduardo González Calleja y su equipo, se justificó el asalto a la República; se explicó la creación de una caótica situación de quiebra de la ley y el orden en 1936; se lavó los cerebros con la imprescindible reacción ante el enemigo schmittiano; la tan celebrada “sovietización” de España, cuando lo que se dilucidaba era hasta qué punto debía llegar la “fascistización” de la propia; el tan traído y llevado “cerco internacional”  o la amenaza de la injerencia extranjera tras 1945; el “odio” a la PATRIA de las tres Internacionales carreroblanquistas (la comunista, la socialista y la masónica), amén de un largo etcétera.

Un etcétera a cuya defensa y explicación contribuyeron muchos:  periodistas, militares, curas (incluso en el Vaticano) e historiadores y que encontró su más depurada (y, con frecuencia, también absurda) plasmación en la ingente obra del único autor con dos dedos de frente (no en vano había sido jesuita) que fue Ricardo de la Cierva, hoy ya olvidado incluso por las derechas más o menos histéricas en temas que nos quieren inducir a aceptar sus interpretaciones como leyes de evolución de la historia.

Bienvenida sea, pues, la nueva Ley de Memoria Democrática. No será un fin, pero si es un nuevo comienzo. Quizá ya dejemos de echarnos autoculpas cuando los alemanes (con una historia más horrorosa tras de sí) todavía se las ven y se las desean con la mejor forma de superar el recuerdo de sus dos dictaduras.

Tengan en cuenta los amables lectores que no hay historia definitiva. Con estas palabras da comienzo el prólogo de mi próximo libro que estará ya en las librerías antes de finales del mes de enero. Ahora bien, ya desde aquí planteo una siempre cordial invitación a los historiadores, periodistas, juglares, miembros de la FNFF y lectores que creen a pies juntillas en alguno de esos profesores foráneos que no ha trabajado en su vida en un archivo.

No son quienes han descubierto, por la suprema e incognoscible gracia del Altísimo, las claves de la evolución de la historia española desde la caída de la Monarquía alfonsina. No sé si llegaré a ver a lo mejor a unos y otros exhibir nuevas evidencias primarias relevantes de época, en España y en el extranjero, que puedan oponer con contundencia y exactitud a las que otros historiadores, entre quienes tengo el honor de contarme, han empleado medio siglo años en ir reuniendo a trancas y barrancas.

FIN

En todas casas cuecen habas (I)

11 octubre, 2022 at 8:30 am

Ángel Viñas

Por los todavía escasos posts que llevo escritos en esta nueva temporada académica se me ocurre pensar lo que puede ser que se nos eche encima a lo largo de la misma: al lado de un ejemplo brillantísimo de investigación rompedora sobre ciertos aspectos muy manipulados de la guerra civil, como el de Carlos Píriz, no faltará algún intento de descalificarlo.  También es un curso en el que, ya lo advierto, aparecerá un libro para el cual he ido recopilando documentación, cual ratoncito hacendoso, desde por lo menos 2013. La maldita pandemia me ha permitido terminarlo.

Ese trabajo se inserta en la línea que he ido abordando en los últimos años: el intento, confío que no del todo malogrado, de continuar dando una respuesta documentada (con “papeles” de archivos españoles y extranjeros) a las grandes preguntas de nuestra historia contemporánea: ¿por qué hubo una guerra civil?, ¿quién la quiso?, ¿con qué pretextos?, ¿quién la preparó cuidadosamente?, ¿cuáles fueron, de entre los factores esenciales que determinaron su éxito para los vencedores, la derrota para los vencidos, aquéllos que más controversias han despertado?; ¿qué argumentos se esgrimieron? Son preguntas que se han planteado también otros historiadores de mi generación y muchos más jóvenes. Cada uno ha contribuido a su manera.

No pretendo haber hallado todas las respuestas, simplemente porque NO HAY HISTORIA DEFINITIVA. Sin embargo, al leer el artículo de Natalia Junquera en EL PAÍS sobre las lagunas y barbaridades de que adolecen los conocimientos de los jóvenes españoles sobre memoria democrática, pienso que la labor vale la pena. No porque crea que esos jóvenes, y sus sucesores, vayan a leer mi libro. Lo creo porque pienso que, con otros muchos de otros autores, tal vez ayudará a los profesores de Enseñanza Media e incluso a algunos de la Universidad a presentar una contraimagen, fundamentada empíricamente, a las leyendas franquistas, postfranquistas o simplemente de derechas que pululan a sus anchas por los medios y conductos de la red.

No lo hago, como a veces lo he hecho, dándome golpes de pecho. En todos los países cuecen habas y en algunos, incluso, calderadas.

Espero que no se me tome a mal si en la primera categoría encuadro, a efectos de comparación, ciertas actividades del país que, para muchos, es el que mejor ha tratado de superar una historia horrible y terrible: la República Federal de Alemania. Su palmarés es, pasada la época de la reconstrucción tras la liberación en 1945 de la tiranía nacionalsocialista, bastante brillante. Esto no significa que no adolezca de puntos oscuros.

Como se dice que afirmó el primer canciller federal Konrad Adenauer a un periodista norteamericano, el nuevo Estado podía hacer justicia a los horrores del pasado o construir la democracia. Para él, que había sufrido persecución bajo la dictadura nazi, el camino a seguir era obvio: el segundo. Y, en tal sendero, se cerraron ojos y oídos a muchas de las injusticias y barrabasadas de la época precedente.

En condiciones muy diferentes, la naciente democracia española optó también por esta vía. Muchos funcionarios del aparato represivo (policial, jurídico, político y militar) se vieron exonerados tácitamente.  Muchos han fallecido. Otros, ya pocos, siguen tan panchos. La justicia española los protege. Que el Derecho haya progresado y haya ido adaptándose a nuevas y también horribles experiencias, al parecer es irrelevante. La historia se ha detenido, para ella, en el bienio 1975-1977.

Hay, naturalmente, diferencias fundamentales entre ambos casos en cuanto al enfoque para lidiar con un pasado poco edificante. A trancas y a barrancas, al socaire de funcionarios, movimientos populares y cambios políticos los alemanes fueron encarándose seriamente con su pasado. No había otra alternativa a medida que los crímenes del nacionalsocialismo fueron saliendo a la luz gracias al afán de muchos investigadores, las críticas del extranjero y, no en último término, acontecimientos que despertaron las conciencias de nuevas generaciones. Por ejemplo, los procesos de Auschwitz sobre la Shoah y el juicio de Eichmann a principios de los años sesenta, los movimientos estudiantiles del final del decenio o la exhibición en las pantallas de televisión de una conocida serie norteamericana (“Holocausto”). [Si no recuerdo mal también se proyectó en España, pero no despertó convulsión alguna].

Con todo, es obvio que en Alemania se hicieron cosas que hubieran podido abordarse en nuestro país pero que no se abordaron.

En primer lugar, crear un mecanismo de enseñanza de la historia y de la cultura política de la democracia que conllevara el rechazo explícito de la dictadura nacionalsocialista. Se hizo en fecha relativamente temprana. Se la dotó de medios financieros, materiales y personales y se la incorporó al capítulo correspondiente del presupuesto federal. Se trata de la Bundeszentrale für politische Bildung, establecida en 1961 a partir de otra institución preexistente y sostenida desde entonces por todos los partidos del arco parlamentario en las dos cámaras. Eso sí, al margen de la influencia de los partidos de extrema derecha que han florecido en los últimos años en el panorama político alemán. (Ni que decir tiene que, paralelamente, todos ellos tienen sus propias instituciones paralelas que también reciben financiación pública).

En la “feliz” España de nuestros días hay, sin embargo, que oír el griterío que despiertan algunos modestos intentos de construir un currículum en el que se valorice la experiencia democrática española en la historia. Que la hubo.

En segundo lugar, en Alemania se abordó la tarea de lidiar con algunos retazos que las primeras oleadas de la desnazificación habían dejado de lado. Ante todo, y por las connotaciones que también tiene para España, la execración de los equivalentes (hasta cierto punto) de los sumarísimos de urgencia que introdujo el franquismo.

Ya el 1º de septiembre de 1939 la “justicia” castrense nazi con sus habituales consejos de guerra se amplió a una nueva institución mucho más rápida y menos garantista. A lo largo del conflicto desembocó en una estructura en la que se fusilaba (o ahorcaba) primero y se preguntaba después. Se trató de lo que en la jerga de la época se denominaron fliegende Standgerichte, siempre acompañados -para no perder tiempo- de pelotones de ejecución que no tardaban demasiado en liquidar a los juzgados culpables de los delitos que se les imputaban, se les achacaban o se les inventaban, que de todo hubo en la Viña del Señor. Se añadieron, además, órganos similares en la Gestapo y las SS. Se estima que por sus manos -o sus fusiles- pasaron en torno a 700.000 alemanes, soldados, civiles y “despistados” tras haber sido “tratados” por cerca de 3.000 juristas. Todos o casi todos empeñados en cumplir con su “deber”.

Tras la catástrofe (Zusammenbruch para unos, liberación –Befreiung– para otros) hubo resistencias a lidiar con aquellas “amables” jurisdicciones. Cuando yo estaba en Bonn, era posible leer los ataques que en la prensa se dirigían rutinariamente al presidente del Ejecutivo del estado federado de Baden-Wurtemberg, Hans Filbinger. Tan prominente político, del partido de Adenauer, había ocupado -tan feliz- el rango más bajito (equivalente a capitán) de los jueces de una de aquellas jurisdicciones. Una perla.

Pues bien, a pesar de haberse documentado pormenorizadamente los desmanes de la jurisdicción militar en la época nazi, hubo que esperar nada menos que hasta 1995. Fue entonces cuando la sala competente del Tribunal Supremo Federal consideró como “Blutjustiz” (justicia de sangre, es decir desprovista de todo amparo jurídico) la actividad de tales fieles servidores del Estado nacionalsocialista. Ninguno de ellos fue perseguido en los tribunales.

Los amables lectores que entiendan alemán pueden recurrir a una fuente libre de toda sospecha: https://www.deutschlandfunkkultur.de/deserteure-wehrkraftzersetzer-und-kriegsverraeter-100.html. En ella podrán observar no solo lo que antecede sino también que no fue hasta 2002 (sí, a principios del corriente siglo) cuando el Parlamento alemán deshizo las sentencias de la justicia militar nazi en materia de desertores, de quienes se negaron a servir en filas y de todos los que contribuyeron a “reducir la resistencia armada” a los aliados. Sin embargo, incluso entonces no se atrevió a abordar el caso de los denominados “traidores” a la causa nacionalsocialista.

No estaría de más que alguien tradujera al castellano un resumen de los retortijones alemanes a la hora de lidiar con la justicia nazi tal y como se observa, por ejemplo, en https://zeitgeschichte-online.de/themen/der-dolch-unter-der-richterrobe.

En el caso español, que yo sepa, no hay nada equivalente. El Cuerpo Jurídico Militar no ha manifestado la menor muestra de repugnancia por la actuación de sus antiguos componentes, entre ellos el teniente coronel (luego general de División) Felipe Acedo Colunga y otros más conocidos como el “carnicerito de Málaga”,  un señor llamado Carlos Arias Navarro.

(continuará)

LA REFLEXIÓN DE UN FILÓSOFO SOBRE FRANCO (y II)

4 octubre, 2022 at 12:05 pm

ÁNGEL VIÑAS

Dejemos de lado la guerra civil. Cualquier historiador militar dirá que en ella Franco aprendió sobre la marcha. Por ejemplo, a no perder el tiempo de charla con sus amigotes (como señaló en unos recuerdos no destinados a la publicación el embajador Serrat). O a manejar grandes unidades (porque durante año y pico los militares fascistas y nazis no entendían sus maniobras hasta que él, en su bondad, se lo explicó detenidamente: había que ir ”limpiando” la retaguardia. Añadiré que como luego hicieron los nazis en Polonia y la URSS especialmente)

Dueño y señor de los destinos de España el inmortal Caudillo se lanzó a la tarea de la represión cum recuperación. Aparece así el estratega económico, aunque lamentablemente el profesor Villacañas no parece haber leído ningún libro al respecto (desde protagonistas, por ejemplo, José Larraz a los escasos escritos de Franco se conservan en materia de economía como si la deseable para España hubiera sido una de tipo cuartelero, según la denominó Javier Tusell). Un estratega económico, cuyo genio hacendístico se sacó del magín algunas de las medidas más rocambolescas, sin base económica alguna, como el  arbitrio llamado subsidio del combatiente, el arbitrio del plato único y del día sin postre.

Tampoco analiza nuestro autor la génesis de los lamentables resultados, ni la fundamentación filosófica del Estado franquista, caso de que su conducator tuviese en mente alguna idea doctrinal de lo que era un Estado. El profesor Villacañas se fía de economistas un tanto raritos y que en la actualidad hay que identificar con lupa. Y, en cuanto a los filósofos, llama la atención que no haya hecho la menor referencia a Johann Gottlieb Fichte, que inaugura la filosofía del idealismo alemán y representa el idealismo subjetivo o ético –una de sus tres corrientes principales. Al fin y al cabo es la que intenta introducir la razón en la historia, que es el ámbito de las acciones humanas, éticas y jurídicas, para ordenarla.

Decimos que nos llama la atención porque es precisamente Fichte el autor de El Estado comercial cerrado, un Estado ideal racional, ajustado a la forma totalitaria de organización económica, estructurado como un Estado autárquico, regido por un sistema económico desconectado con el comercio exterior, con una economía planificada defensora de los mecanismos destructivos del libre comercio.

La obra de Fichte contiene las dosis adecuadas de voluntad de poder e ingenuidad económica necesarias para plasmarse en las realidades económicas de los Estados totalitarios de la primera mitad del s. xx. En este sentido, Franco quería industrializar España (por eso dedicó, como han señalado Francisco Comín, Miguel Martorell, Jordi Maluquer de Motes y un montón de otros especialistas) una gran parte de los presupuestos del Estado a las fuerzas de seguridad, a exportar todo lo exportable al Tercer Reich y a depender, críticamente, de los suministros de las repelentes potencias anglosajonas.

Eso sí, el profesor Villacañas recurre a la historia del INI y a su dedicación a las industrias de la defensa para SALVAR A LA PATRIA, por si la atacaban, La historia de las relaciones exteriores, en el período 1939 a 1953, no es importante. Al final, los norteamericanos acudirán en su socorro, como han indicado (¡sorpresa, sorpresa!) algunas publicaciones del Banco de España, como si no hubiera otras.

Hace ya muchos años dirigí una historia de las relaciones económicas de España, bajo la inmarcesible guía de aquel superhombre que hasta hace poco algunos hablaban de elevar a los altares. Un pequeño tomo de 1.500 páginas basadas en EPRE pura y dura. El profesor Villacañas se guía, sin embargo, por Gramsci y su intuición. ¿Qué ocurre? Pues nada menos que Franco supo cómo sacar a la PATRIA (su patria, bien entendido) del atolladero al que la autarquía la había llevado. Que siguiera la reflexión del gran teórico italiano no está probado. Tampoco que su obra contará en las lecturas de mesa de noche del “Caudillo”.

Nos cuenta, eso sí, algo que está más que demostrado: lo de la autarquía, en realidad, fue una entelequia, porque en el fondo, a lo largo de los años cincuenta del pasado siglo, la economía fue regularizándose y gracias a los norteamericanos y a unos cuantos economistas (no olvida citar a Juan Sardá y a Enrique Fuentes Quintana, ¡bravo!) se abrieron las fronteras. Incluso lanza un cable salvavidas al almirante Luis Carrero Blanco, como ya intentó Tusell. Con Gramsci todo se arregla.

En realidad, a Carrero Blanco, como codirector de la política económica de la dictadura, no le salva ni su ángel de la guarda. Yo me siento un poco autorizado para subrayarlo  porque en mis incursiones por los archivos de la Presidencia del Gobierno de la época me encontré con un plan completo, firmado por el señor almirante, para reforzar a toda marcha la producción industrial patria. Lo hizo a finales de 1957, es decir, cuando Franco supuestamente se disponía a seguir al pie de la letra la estrategia gramsciana, aconsejado por algunos ministros del Opus Dei (a quienes, posiblemente, los españoles deberíamos estar agradecidos por los siglos de los siglos).

En la biblioteca de la UCM el profesor Villacañas podrá encontrar los tomazos de Política comercial exterior en España (1931-1975) y en el segundo, a partir del capítulo VIII, un análisis que mezcla las dimensiones político-económica, la actuación gubernamental, papeles internos y los planes del todopoderoso ministro subsecretario de la Presidencia. El original se hallaba en el archivo de la presidencia del Gobierno, serie SG, caja 4, E 115/57. Si prefiere consultar una fotocopia del original, la encontrará en la colección de papeles que entregue hace años a la biblioteca de la Facultad de Geografía e Historia.

Informo de esto porque es de esperar que no haya ocurrido al original lo que pasó con una conferencia secreta, dada por Su Excelencia el Jefe del Estado (SEJE) a la nueva Comisión delegada del Gobierno para Asuntos económicos, meses antes pero en el mismo año 1957. En ella el simpar “Caudillo” ya exaltó las virtudes del guayule como forma de remediar la carencia de caucho que dificultaba los transportes de mercancías que unían a los hombres y tierras de España. ¿Estrategia? Si no ya autarquía, por lo menos de industrialización sustitutiva de las importaciones. Más presentable.

En el caso de que el profesor Villacañas no se hubiera enterado de las proclividades auténticas de Franco y de Carrero  Blanco podría también ir al AGA en el que hallará, salvo que también haya desaparecido, la carta que el segundo envió a su colega y “amigo”, el ministro de Asuntos Exteriores, Fernando María Castiella (olvidadas, por supuesto, sus reivindicaciones de España y su heroica cruz de hierro). Estaba en el legajo R-12028, Expediente 2, y la he utilizado en mis clases de máster. (No recuerdo ya si también la entregué a la biblioteca de la Facultad de Geografía e Historia).

¿Su tenor? España, frente a tres tenebrosas Internacionales (la comunista, la socialista y la masónica) no podía bajar la guardia.  Eran en lo espiritual ateas y en lo político albergaban la pretensión de “dominar el mundo”. Su objetivo común estribaba en “hacer desaparecer los regímenes que, como el nuestro (católico, antisocialista, anticomunista, anticapitalista y rabiosamente independiente) son impermeables a su acción de dominio”.

No sé si esto es lo que también sugirieron, mutatis mutandis, Maquiavelo y Gramsci y que hoy podría recitar, con algunas nuevas tonalidades, VOX.

Claro que los expertos podrían aducir que ello no se compadece con el señero ejemplo en la segunda mitad del siglo XX que dio la España de Franco aceptando un régimen de capitulaciones de cara a los EE.UU. Recuerda en algunos aspectos al del fenecido imperio otomano ante las grandes potencias. Ahí sí que se vio la sabiduría no maquiavélica pero sí, al menos, galaica del tan enaltecido “Caudillo”.

¿Y los orígenes de la “revolución pasiva”? Tampoco hay que volver a pensadores de la Italia renacentista y/o casi contemporánea. Hubo tres vectores detrás. El primero y más importante, la amenaza inmediata de la suspensión de pagos internacionales de España. El segundo, la pugna por parte de los sectores más abiertos al mundo en la Administración civil (no en la militar) por no perder el tren en el contexto de la recuperación de las economías europeas occidentales. El tercero, la falta absoluta de alternativas que no fuera una apertura vigilada, controlada y medida en el aspecto económico. Salvo, naturalmente, que la orgullosa España de Franco se hundiera en la ignominia internacional. No sabemos muy bien por qué el profesor Villacañas presenta la transformación de Francia, bajo De Gaulle, como una circunstancia adicional que contribuyó a que Franco llegase a aceptar el Plan de Estabilización (p. 216).

Pero fue una aceptación muy medida. El Plan de Estabilización y Liberalización de 1959, sobre el que se ha escrito largo y tendido, pero con respecto al cual el profesor Villacañas solo menciona un libro de pasada y un par de artículos de historiadores del Banco de España disponibles en la red, fue un éxito.  La primera contribuyó a arrojar de la España rural a millones de emigrantes en el interior y también al exterior. En ambos casos ya se habían hecho algunas pruebas, incluso de puertas afuera. En este terreno, por ejemplo, con el Reino de Bélgica, en los términos establecidos en la convención bilateral de 1956 (ojo al año).

La liberalización se aplicó a las mercancías, a los servicios y a los capitales (en este caso, con reparos). Pero luego, a pesar de los obispos, presbíteros y religiosos del montón, se abrió la puerta de par en par a los turistas extranjeros. Salvo en este último caso (¡Benidorm!), con cautela en los anteriores.

El profesor Villacañas menciona, correctamente, el sector financiero. Hubiese debido leer algo más porque la liberalización de las importaciones fue casi flor de un día. Duró no más de ocho años. Los suficientes para que la economía se reequipase tras los señeros ejemplos del biscuter y del 600. Se trató de seguir levantando, con capital y patentes extranjeros, eso sí, una nueva industria automovilística y sus derivadas.

En la lectura de esta segunda parte, al igual que en la primera, hay algunas afirmaciones que, aquí y allá, dejan en el lector una sensación de cierto desconcierto. Señalemos, a título de ejemplo, la afirmación según la cual “[l]os republicanos habían hecho desaparecer las reservas del Banco de España, pero Franco lo volvía a comprar.” (p. 308) No parece ésta la mejor manera de expresar la necesidad que el esfuerzo bélico impuso a la República para financiar, con las reservas en oro, la adquisición de armamento que sólo estaba dispuesto a venderle a la URSS, casi en exclusiva.

Asimismo, que se pretenda hacer creer al lector que “se avanzaba lentamente hacia una política de mímesis con Europa, con la aprobación de la Ley de Bases de la Seguridad Social y la creación del Instituto Nacional de Previsión, que extendía la cobertura de Seguridad Social a todos los trabajadores, incluidos los agrarios” (p. 326). Ocurre, sin embargo, que dicha Ley de Bases no pasó de ser una reordenación de sistemas asegurativo-contributivos profesionales ya existentes cuya cobertura distaba mucho de acercarse a la universalidad de prestaciones, y además, no integró los regímenes especiales.

Por otro lado, emanan molestos efluvios de escritor en mi modesto entender algo turiferario cuando aborda los años del Opus Dei. Se trata de la pretensión de hacer pasar de matute la idea de que durante el periodo desarrollista Franco pretendió imitar el esquema europeo (así se encabeza el capítulo 13).

El profesor Villacañas expone las opiniones que López Rodó desarrolla en sus Memorias sobre aquellos años, en las que presenta su obra como la efectiva europeización económica y social de España, con elementos propios de lo que luego nuestro estimado autor denomina “revolución pasiva”: la que puso en práctica las reformas que respondían a los supuestos anhelos regeneracionistas y progresistas de Franco y que, no menos supuestamente, culminaron el proceso modernizador de europeización y vertebración de España defendidas por Ortega (p. 220). ¡NO!

Más adelante, no es López Rodó sino el propio profesor Villacañas, quien sostiene que “Franco había visto que resultaba necesario mejorar las condiciones de vida y alentó la idea de homologación con Europa […] Los tiempos exigían, como dijo, ‘movimientos de integración económica europea’, que afectarán a la estructura de la nación.” (pp. 294-295). ¡No y no! Franco nunca fue un regeneracionista, sino un ultranacionalista de aroma cuartelero que nunca aspiro en primer lugar a asentar y modernizar la convivencia nacional.

Tampoco fue un europeísta, pues para Franco ser cosmopolita era ser antiespañol. Mucho menos un liberal, por mucho que se empeñe el profesor Villacañas al afirmar que “el había sido fascista con los fascistas y ahora liberal con los yanquis” (p. 350), o que había que usar “tanto como fuera posible [a Suárez], antes de que todo el mundo descubriera su inconsistencia, para asegurar la política liberal del franquismo.” (p. 489).

¿Dónde están Castracani, Maquiavelo y Gramsci detrás de ello? Nowhere. Su aparición en el relato de la evolución económica de la España de Franco resulta ser un producto de la imaginación, expuesto eso sí brillantemente, de un catedratico de nuestros días.

De todas maneras, reconozco de nuevo humildemente no ser filósofo. Por eso he acudido a uno de mis amigos. Es economista, brillante; ha pasado muchos años por el corazoncito del análisis económico de la Comisión Europea y, por fortuna, es también doctor en Filosofía. Se ha jubilado recientemente en la Universidad de Valencia. Hace unos años le pedí que pensara en las supuestas glorias de Franco en materia económica.

¿Su respuesta?: fue una rémora para la economía y la política de España. Sin él, y sin su dictadura, nos hubiéramos incorporado mucho antes -y mejor- a la expansión económica europea occidental.

No encuentro nada mejor que reproducir la referencia en la red en la que cada hijo de vecino puede fácilmente encontrarla acudiendo a un ordenador:

https://e-revistas.uc3m.es/index.php/HISPNOV/article/view/2875/1581

En lo que se refiere al desarrollo político no es necesario lanzar las campanas al vuelo. Hubo que esperar a que Carrero Blanco y Franco subieran a los cielos para que la última paria política e ideológica en la Europa occidental tratara de empezar a recuperar el tiempo perdido.

FIN 

 LA REFLEXION DE UN FILÓSOFO SOBRE FRANCO (I)

27 septiembre, 2022 at 9:42 am

ÁNGEL VIÑAS

Soy el primero en señalar que los historiadores de archivo (o equivalentes) nos pasamos la vida buscando evidencias que nos permitan esclarecer facetas del pasado y de las acciones de los hombres y mujeres en él.  La noble aspiración de muchos es poder llegar a demostrar algo que otros no hayan escrito. Reconozco haber caído en tal pecado, que algunos calificarán de soberbia, y entono el oportuno acto de contrición.

Sé, quizá demasiado bien, que no todo está en los papeles u otras evidencias. Ni siquiera en lo que se refiere a Franco, objeto en los últimos años de mi atención antes, en e inmediatamente después de la guerra civil.

Que todos sus papeles no se conocen, es la evidencia misma. Al igual que se destruyeron (gracias a los buenos oficios de ciertos ministros de la epoca y otros gerifaltes falangistas o franco-falangistas) millares y millares de documentos sobre la represión, los de SEJE no abundan, fuera de los archivos habituales. (Ahora, han aparecido muchos nuevos en el Pazo de Meiras, sobre los que sus honorables descendientes no habían dicho ni pio). Un historiador empírico se mesa, naturalmente, los cabellos y soy de quien se pone en primera línea de los entristecidos y de los que tanto lo lamentan.  

Hay, obviamente, otra manera de escribir sobre el pasado que es más simple, más directa y, sobre todo, muchísimo más cómoda. Basarse, por ejemplo, en una mas o menos cuidada selección de lo escrito sobre Franco y aplicar otra forma de ver, de mirar, de comprender (parte de) lo publicado. Los resultados son más rápidos, tan pronto como se identifique esa nueva perspectiva. Escribo esto con todo respeto.

El pasado curso academico se publicó una reflexión sobre Franco y el franquismo. El autor es el profesor José Luis Villacañas, catedrático de Filosofía en la UCM. La publicidad con que se rodeo la obra hizo hincapié en que habría que considerarla como novedosa y el autor, es de imaginar, esencial. El título es ciertamente prometedor y a servidor le llamó la atención por lo que me pareció ser una cierta contradicción en su título: LA REVOLUCIÓN PASIVA DE FRANCO.  

Normalmente, el término revolución no se asocia con pasividad. Si acudimos al DRAE veremos que entre sus acepciones figuran las siguientes: 2. Cambio profundo, generalmente violento, en las estructuras políticas y socioeconómicas de una comunidad nacional; 3. Levantamiento o sublevación popular; 4. Cambio rápido y profundo en cualquier cosa.

Común a tales acepciones son las notas de rapidez, profundidad y acción. La pasividad brilla en todas ellas por su ausencia. Reconozco, evidentemente, que el DRAE, al que acudo siempre que puedo, no es autoridad suprema en materia histórica, salvo del lenguaje, pero tampoco es en modo alguno desdeñable.

Curioso, compré el libro y el pasado verano me he entretenido en leerlo. No puedo decir que de una tirada y que no descansara hasta haberlo terminado. Tampoco que me fascinase. Es, en parte, una reflexión biográfica del personaje; un intento de penetrar en los entresijos de su pensamiento y un análisis de la evolución del sistema político que engendró y que perduró hasta su muerte.

Dificulta la lectura el que, quizá por exigencias de tiempo, carezca de un índice bibliográfico e incluso de nombres. Esto me parece el colmo. Pensar en que hubiera debido considerarse un índice analítico o de conceptos es, en tales condiciones, utópico.

Ciertamente admito que, a veces, por exigencias del calendario de publicaciones de la editorial no dé tiempo a introducir este último, que es el más útil, creo, para el eventual lector. Que tampoco se hayan incorporado los dos primeros es muy de lamentar. Sobre todo, el bibliográfico. No cuesta más de un par de horas y no tiene por qué dedicárselas el autor. Cualquier lector/revisor de la editorial puede hacerlo. HarperCollins es un sello respetable y el libro no se publicó en un período en el que tenía que competir con una multiplicidad de títulos. Salió a mitad de febrero del corriente año.

Los lectores espero que no me consideren tiquismiquis si traigo a colación la banalidad que sobre el “Caudillo” y su obra se han escrito algunos centenares de libros. Del más diverso tipo y con los más encontrados resultados. A favor (en España de forma casi exclusiva hasta, digamos, 1975). En contra, hasta entonces sobre todo en el extranjero (aunque también hubo obras a favor, en general de periodistas -muchos de ellos tramposos). Luego las tornas cambiaron: los autores españoles tomamos la iniciativa y, en mi modesta opinión, creo que no la hemos dejado. Los últimos ejemplos que conozco son los de Matilde Eiroa (ya comentado en este blog) y el recientisimo de Javier Rodrigo (que en pocos días estará en las librerías)

La obra que ahora abordo no pretende ser una biografía en sentido estricto. Sí pretende aportar una “nueva” concepción de la personalidad y obra del   inolvidable “Caudillo”. Aquí está su interés y, para mí, una profunda decepción.

El profesor Villacañas (a quien no tengo el gusto de conocer) aspira a decir algo que no se ha dicho o escrito sobre la figura de Franco. Lo hace de una forma, digamos, un tanto peculiar: conjuga las tesis y escritos de dos autores completamente dispares. e italianos. Está en su derecho, pero no aporta ningún documento ni de la pluma de Franco ni de su paso por la historia que no sea conocido. Se basa en una selección de autores que lo trataron de cerca (en particular su primo hermano) y en un cuidado repertorio de ministros o políticos que han escrito sobre él en memorias y relatos muy heterogéneos, pero en general laudatorios.

Con estos más que limitados, si no limitadísimos, materiales acude para comprender mejor la figura más señera de la historia de España en el siglo XX a nada menos que a Nicolás Maquiavelo en algunas de sus obras. Una es, naturalmente, El príncipe. Otra, de la que confieso no había jamás oído hablar, es la biografía de un condotiero del siglo XIV llamado   Castruccio Castracani. Para explicar al lector de nuestros días la carrera y virtudes del Franco militar parece ser que es la más importante. Utiliza, además, no traducciones. Acude, como es debido, a los textos originales.

Los lectores que no los tengan en casa pueden descargarlos en https://www.academia.edu/25630010/El_Principe_Maquiavelo_Ensayo_     y en  https://archivos.juridicas.unam.mx/www/bjv/libros/2/609/11.pdf, respectivamente.

El procedimiento puede parecer muy interesante, pero es absolutamente erróneo. De haber pensado como historiador y no como filósofo político tendría que haber demostrado que Franco, un militar con resultados mediocres en la Academia de Infantería de Toledo, habría estado leyendo al menos la primera obra  (la más conocida) a lo largo de sus años de aprendizaje militar en África (de la segunda no hablemos porque no hay  -o el profesor Villacañas no la ha aportado- la mas minima referencia de que Franco hubiese conocido de su existencia).

 Es un lugar común afirmar que Napoleón Bonaparte leía El Príncipe. Es posible que de ello sacara altísimo provecho. Al autor del nuevo libro habría que pedirle que lo hubiese demostrado en el caso de Franco. De ello, sin embargo, rien de rien.

No olvido, al contrario, que algunos de los biógrafos, y mas aun los hagiógrafos, de Franco  han afirmado que el futuro “Caudillo”, a medida que se hacía mayorcito y aprendía a manejar las armas en las casi decimonónicas campañas de Marruecos, y luego mientras meditaba sobre la agitación social de la época en Oviedo, y después, ya general, como director de la Academia de Zaragoza, y, sobre todo, en los años de paz de la República leyó mucho: por ejemplo, obras de historia, de filosofía, de derecho, de economia; incluso alguna que otra de gramática para perfeccionar su estilo. O tal vez que  discutió con el genio hacendístico por excelencia que es como solia presentarse a Don José Calvo Sotelo.

¡Ay!, por desgracia nadie ha aportado la menor prueba de lo que antecede. Tampoco el autor del extraño libro que comento. No podría afirmarse lo mismo de sus congéneres entre los dictadores europeos del siglo XX: la biblioteca de Stalin se conserva y con muchas de las obras anotadas o con marcas de lectura; también se ha escrito sobre lo que queda de la biblioteca de Hitler (de educación incluso más limitada que la de Franco). De Mussolini se conoce su gusto por el pensamiento político y la filosofía y desde luego escribió la tira (aunque también le escribieron, como es lógico). De Salazar, catedrático de Universidad, no hablemos.

Es decir, me parece que el autor de este nuevo libro sigue un procedimiento profundamente ahistórico. Impone, para comprender el comportamiento de Franco, una metodología basada en el análisis de dos obras para “demostrar” una tesis absurda. La que, tácitamente, el glorioso “Caudillo” obró como si las hubiese leído cuando una de ellas era probablemente desconocida para los militares españoles de principios del siglo XX (ya que no de los siempre admirables eruditos). Lo que no hace es ir A LOS DOCUMENTOS (públicos y no públicos).

Esto que antecede se aplica, esencialmente a la primera parte intitulada “Príncipe Nuevo”.  Uno puede verse tentado a afirmar la influencia de la lectura de Maquiavelo sobre el inefable caudillo si asocia  su famosa baraka con la idea de fortuna, que utiliza el prepolitologo italiano y que circulaba en el ambiente humanista del renacimiento en Italia. El hombre tiene que habérselas con la fortuna para hacer su vida, y para ello ha de poseer la virtù, una noción que Maquiavelo seculariza más que sus precedentes. Empero, para tener algún valor histórico, cualquier hipótesis que se lance ha de ser contrastada con evidencia empírica de la que en este caso estamos huérfanos.

Pero, más allá de la supuesta influencia de tales obras sobre el pensamiento del inmarcesible Caudillo, en esta primera parte llaman la atención algunas referencias de menor enjundia, pero que dejan con la mosca tras la oreja al historiador menos atento.

A título de ejemplo, se nos dice que, en 1934, los hombres de Acción Católica estaban en contacto con Mussolini para preparar la rebelión en España, cuando ya sabemos que ésta llevaba años preparándose. desde el mismo día en que se proclamó la República; que tanto Calvo Sotelo como Sainz Rodríguez y los monárquicos estuvieron en la operación para conseguir la ayuda militar italiana (pp. 36 y 62). Asimismo, señalemos la mención a la “Legión africana” cuando su nombre no es otro que el original de “Tercio de Extranjeros”, y posteriormente transformado en “Legión Española” (p. 46). No hay nada nuevo y si bastante texto para rellenar pagina tras pagina.

La segunda parte del título “La revolución pasiva” se basa en una interpretación del concepto que de esta acuñó Gramsci. Yo me descubro humildemente. No me considero discípulo del pensador y político italiano, pero para asociarlo con Franco habría que mostrar que, al menos, alguno de los compañeros de milicia y luego ministros de Franco a partir de 1937 hubieran estado influidos por su lectura. Por ejemplo, el cuñado y supuesto mentor, el por tantas razones odiado Ramón Serrano Suñer, alejado oportunamente del poder en 1942.

(continuará)

¡ALBRICIAS, ALBRICIAS!: UN LIBRO, ESPLÉNDIDO, DE UN NUEVO AUTOR, CARLOS PÍRIZ:

20 septiembre, 2022 at 8:30 am

EN ZONA ROJA. LA QUINTA COLUMNA EN LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA (y II)

ÁNGEL VIÑAS

Con las imprescindibles adaptaciones a las condiciones de lugar y tiempo los residuos de la conspiración que lograron salvar el pellejo en las capitales en que no logró triunfar el golpe de Estado se amoldaron a las nuevas circunstancias, pero con el mismo objetivo: derribar la República entonces resistente. Tal fenómeno es muy importante porque, en contra de los alaridos que siguen propagando muchos de los portavoces de la tradición “historiográfica” franquista, la solución de continuidad entre conspiración y guerra brilló por su ausencia.

Píriz examina esta situación prácticamente en numerosos casos en que se presentó. Allí donde se dio el triunfo de los sublevados, empezaron las funciones de los matarifes de uniforme, caqui, azul u otros. Ya habían preparado las “justificaciones” que sirvieron para alimentar y lanzar el golpe (amenaza comunista, peligro de caer en el abismo soviético, imposibilidad de vivir dignamente en medio de los horrores de la primavera de 1936, etc). Se trata de uno de los grandes milagros de la historia de España, tan abundante en ellos, que continúen propalándose todavía hoy. Pero así es. Los voceros que se pronuncian en tal sentido no leen o lo que leen en contrario se lo pasan por cierto sitio.

Naturalmente, no en todos los lugares se obró de la misma manera. En algunos, que no eran cabeza de Divisiones Orgánicas, como por ejemplo Almería, Murcia y Cartagena, y en los que la sublevación tampoco triunfó, se siguieron otros parámetros en la organización del quintacolumnismo. Es curioso, no obstante, de que en ellos la conspiración no hubiese logrado avances fundamentales antes del golpe.

Píriz acude a centenares y centenares de expedientes personales, de militares y civiles, que fueron recopilados por las organizaciones que desde la España sublevada trataron de poner orden en la quinta columna. Primero fue el Servicio de Información Militar (SIM) y más tarde, ya bajo el mando del coronel José Ungría, el no menos famoso SIPM. Ambos se sirvieron de los fugados de la zona republicana por muy diversos canales. Uno de los más importantes fueron las misiones diplomáticas extranjeras en ella. Este es un tema explorado por muchos autores. El libro que comento lo aborda con multitud de ejemplos concretos que muestran que, en manos de los diplomáticos de carrera o aficionados que en ellas estaban, se trató de uno de los canales más importante para obtener información del adversario y para filtrar agentes en uno y otro sentido.

En el juego participaron prácticamente todas las misiones y consulados extranjeros (salvo los de la URSS). Incluso Francia e Inglaterra lo hicieron en ocasiones. Destacaron las misiones de Argentina, Chile y Noruega, que lograron exfiltrar a numerosos protagonistas ulteriores de la política y del Ejército de la España de Franco.

En paralelo, Píriz arroja también nuevas luces sobre los esfuerzos republicanos para contener las actividades quintacolumnistas, en medio de una auténtica histeria contra las mismas. Poco a poco se lograron éxitos, pero no paralizarlas totalmente.

Por las páginas de este libro, y basados en sus expedientes personales, discurren numerosos protagonistas de las mismas. Algunos de personas conocidas ulteriormente. La mayoría de auténticos desconocidos, militares y civiles, que filtraron al enemigo franquista informaciones absolutamente sensibles contra los republicanos.

Los sublevados fueron siempre conscientes de la importancia vital de la obtención de información (incluso desde mucho antes del golpe). Todos los conspiradores participaron en tal creencia, desde la Comunión Tradicionalista (muy estudiada particularmente) al SIFNE, que también goza de merecida fama.

Con todo, los militares rebeldes se fiaron más de sus compañeros. Ya el 14 de septiembre de 1936 la Junta de Defensa Nacional creó el SIM y puso a su cabeza a un veterano jefe de Infantería, el teniente coronel Salvador Múgica Buhigas, uno de los mandos más experimentados en materias de inteligencia. Otros agentes de los servicios republicanos en tiempos de paz no tardaron en sumarse. Italianos y alemanes, más avanzados que los españoles, ofrecieron sus consejos. Los avatares organizativos y operativos los sigue Píriz con suma atención, en particular desde que llegó el coronel Ungría.

A mediados de 1937 lo que había sido una organización hasta cierto punto primitiva se modificó sustancialmente. De lo que se trató fue de explotar de manera efectiva y sistemática las ayudas que pudieran hacer llegar las personas afectas y residentes en la zona republicana. Aquí Píriz brilla por su combinación del detalle y de la visión global que poco a poco fue desarrollando el SIPM. Su archivo, aunque parcialmente explotado por Heiberg y Ros Agudo, lo ha llevado el joven doctor a unas conclusiones absolutamente sorprendentes. No es exagerado afirmar que sin el SIPM los franquistas hubieran tenido muchas más dificultades en ganar la guerra.

Es más, desplegado en el frente, se ocupó también de la propia retaguardia. Se encargó de todos los servicios de investigación militar, seguridad, orden público y contraespionaje. Controló con mano de hierro los territorios propios y los ocupados. Sus agentes se infiltraron en todos los servicios y oficinas del Estado naciente, en los centros de comunicación en las industrias militares, en los hoteles, en los bares, en los cafés.

Con todo ello, las redes quintacolumnistas que operaban en la zona republicana recibieron un apoyo sistemático mucho más estructurado del que hasta entonces no habían gozado tanto en el sector nordeste (Cataluña), como en el centro y en el sureste.

El dominio de la inmensa documentación de archivo de que hace gala Píriz es absoluto. Sus resultados son importantes no solo en el plano general. También contribuirán a alumbrar el perfeccionamiento de los estudios locales. El material acumulado para la represión, tanto sobre la marcha como tras la victoria, fue muy importante y este libro habrá de convertirse en una obra de referencia para futuros estudios en este campo.

Tal dominio de EPRE se observa a lo largo de toda la obra, pero más singularmente en los capítulos finales. Aquí el autor inserta sabiamente los documentos de archivo en la larga lista de testimonios conocidos y no conocidos, monografías y estudios generales sobre el final de la guerra. Demuestra que, como afirma, “la Quinta Columna” era versátil. “Espiaba, saboteaba, evacuaba, asesinaba, delataba, corrompía e inventaba. Todo le servía para azotar a la República”.

En el último año de guerra, sobre el que se ha escrito abundantemente, y bajo la puntillosa dirección inmediata de Ungría, el SIPM puso en marcha dos tácticas que Píriz caracteriza como de “implosión” y de “ofensivas personales”. Se trataba de azuzar, exasperar, incentivar y fomentar las discordias que la marcha de la guerra exacerbaba en el campo republicano. En muchos casos obedecían a factores endógenos, pero estos fueron potenciados y exacerbados por el lado franquista,

Tales tácticas requerían múltiples labores. Desde la continuada infiltración cerca de los hombres y puestos sensibles para el esfuerzo de guerra y no solo para pinchar decisiones, preparativos, informaciones sino también para abrir los ojos de los mandos republicanos hacia las consecuencias de la derrota inminente.  Ello no hubiera sido posible sin el trabajo previo de las redes quintacolumnistas a lo largo del período anterior. Las ofensivas personales, una cristalización de lo anterior en torno a políticos y militares, fue la guinda sobre el pastel. Se trataba de influir sobre todos aquéllos que, por sus puestos y capacidad de tomar decisiones fundamentales, podrían inclinar el fiel de la balanza en un momento determinado.

La aceleración se constata a partir de la primavera de 1938. Es decir, las semillas de la deshonrosa claudicación del esfuerzo de guerra republicano, ya muy maltrecho tras el corte geográfico de su territorio al alcanzar las fuerzas franquistas el Mediterráneo por Vinaroz, se plantaron en aquellas semanas.

Quienes lo traicionaron meses más tarde aparecieron por aquella época: entre los militares, como por ejemplo Matallana y Casado. Entre los políticos, destacan Besteiro y Mera. Se “tocó” también a los propios Rojo y Miaja. Muchos acercamientos, a este nivel tan elevado, no tuvieron demasiado éxito, pero a niveles inferiores sí.

El cuadro general es, naturalmente, conocido desde hace años. Los que se sumaron al trabajo en pos del desplome de la resistencia republicana dejaron memorias. Algunos de quienes lo propulsaron, también. Los historiadores hemos hecho nuestra labor. Lo que Píriz aporta es la documentación operativa del SIPM que en muchos casos no era conocida.

Destaca el caso de José María Taboada, conspirador desde antes del 18 de julio, cuando hizo gestiones difíciles de identificar ante políticos destacados de la época como Juan de la Cierva (hoy más famoso si cabe por el emperramiento del gobierno de la Región de Murcia en dar su nombre al aeropuerto), José Calvo Sotelo, Antonio Goiecoechea, Manuel Fal Conde y José Antonio Primo de Rivera para acercar posiciones comunes de cara a las elecciones de febrero. Por “tocar”, incluso “tocó” después al propio Casares Quiroga. En 1938 creó dos nuevos servicios al amparo de las tácticas desplegadas por el SIPM que se revelaron extraordinariamente útiles.

A pesar de las prisas por terminar la guerra, el SIPM supo esperar a que tuviesen algún efecto las gestiones efectuadas ante Besteiro y Casado, pero las actividades “normales” de sabotaje, desmoralización y espionaje no se detuvieron en la práctica diaria. Para entonces el coronel Ungría ya había sido nombrado jefe del Servicio Nacional de Seguridad, antecedente de la tenebrosa Dirección General de Seguridad de los tiempos de Franco.

La declaración, el 23 de enero de 1939, del estado de guerra en el territorio republicano hizo que los militares -en su mayoría muy desalentados- se hicieran con el poder efectivo en sus respectivas zonas. A Casado se lo pusieron fácil. Había habido una pugna en el interior del gobierno republicano sobre cómo hubiera debido hacerse tal declaración del estado de guerra, pero al final no extrañará que se llevara a cabo de la peor forma posible.

Los papeles del SIPM no dejan en buena luz a los artífices del golpe casadista. Ni siquiera Miaja sale bien librado, a pesar de los heroicos esfuerzos de su sobrino. Tampoco quedan bendecidos los casadistas, mal que les sepa a algunos modernos autores.

No hay que revelar aquí los últimos descubrimientos de Carlos Píriz. Su libro creo que será de lectura obligada para comprender una parte de la socavada política de resistencia negrinista y comunista. También para entender mejor las fuentes de que se nutrió la propaganda derrotista que afectó a importantes sectores políticos y militares republicanos. Lo que el SIPM no logró jamás demostrar fue que la República española estuviera en las garras estalinistas. Es lo que se dijo desde antes del golpe, en el golpe, después del golpe y que un sector de la derecha española, el más agreste, continúa afirmando hoy con la fe del carbonero y el desprecio hacia las evidencias documentales.  

¡ALBRICIAS, ALBRICIAS!: UN LIBRO, ESPLÉNDIDO, DE UN NUEVO AUTOR, CARLOS PÍRIZ:

13 septiembre, 2022 at 8:10 am

EN ZONA ROJA. LA QUINTA COLUMNA EN LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA (1)

ÁNGEL VIÑAS

He publicado, a propósito, el primer blog de la temporada sobre un tema diferente a este porque no me parecía sensato dar alaridos de alegría por la publicación de un nuevo libro a principios de curso. ¿Quién sabe lo que nos traerá entre los gritos de Casandra de tantos profetas que tratan de anticipar el futuro? Ahora, cuando ya todo el mundo ha vuelto al tajo y se inicia un nuevo año político y académico, deseo anunciar la aparición de un nuevo libro sobre la guerra civil que va a trastocar mucho de lo que sabíamos sobre la misma.

A decir verdad, por razones que desconozco el libro en cuestión se distribuyó sin alharaca alguna a principios del pasado mes de julio. Es de esperar que en estos momentos esté ya en disponible en todos los circuitos comerciales. Servidor se permitió llamar la atención sobre él en las redes sociales hace ya un par de semanas y anuncié comentarios más extensos. Tengo un interés particular en que su temática y su desarrollo lleguen a conocimiento de todos los lectores de este blog y de mis cuentas en Facebook y Twitter. Que lo adquieran o no, es algo sobre lo que no puedo influir, pero lo recomiendo muy vivamente.

Me inducen a ello dos factores. El primero es de índole, por así decir, personal. El segundo, profesional. Ambos actúan en el mismo sentido.

Al primer factor ya me he referido en este blog en algún momento. En el mes de julio de 2019 fui presidente de un tribunal de tesis de doctorado en la Universidad de Salamanca. Conmigo estuvieron el profesor Morten Heiberg de la Universidad de Copenhague (que participó por vía telemática) y la profesora Josefina Cuesta Bustillo, desgraciadamente fallecida el año pasado.

Teníamos que juzgar la tesis de un alumno del profesor Juan Andrés Blanco, amigo y compañero de varias aventuras editoriales y otras. Se la dirigieron él y el profesor Gutmaro Gómez Bravo. Ambos aseguraban una calidad excepcional. Yo conocía al doctorando. Nos habíamos visto en numerosas ocasiones y había seguido, a distancia, sus apuros, problemas, incógnitas y esperanzas que suelen ser acompañantes de todo proceso de investigación basado en evidencias primarias relevantes de época (EPRE). Hablar con él me retrotraía a mis años jóvenes, cuando también trataba de explicar un proceso que, en mi opinión, no se había alumbrado satisfactoriamente (debo indicar que volveré a él: no hay investigación que resista el paso del tiempo, sobre todo cuando este tiempo se mide en varios decenios).

Leyendo la tesis antes del examen me quedé en muchas ocasiones con la boca abierta: ante mí se descubría toda una problemática de la que no tenía mucha idea, a pesar de ser amigo de varios autores que habían escrito sobre la misma. Naturalmente, el doctorando los cita reconociéndoles su carácter innovador, que lo tuvieron, pero en historia no hay nada inamovible. Solo los cuentos de hadas lo son (como también los mitos franquistas).

A la experiencia de lectura de una tesis que recibió inmediatamente un sobresaliente por unanimidad y la recomendación de que se la considerase para la calificación máxima de premio extraordinario (que consiguió), me he referido en el prólogo de mi libro EL GRAN ERROR DE LA REPÚBLICA. No se me hubiera ocurrido escribirlo de no haber visto en ella algunas referencias documentales a EPRE conservada en el Archivo General Militar de Ávila. Me obligaban a ampliar mi libro anterior (¿QUIÉN QUISO LA GUERRA CIVIL?) pero, por recomendación de mi editora, Carmen Esteban, que nunca agradeceré bastante, lo que hice fue escribir otro. Recordé este episodio para información de todos los eventuales lectores. No soy autor que desee pavonearse con plumas ajenas.

Por consiguiente, he estado pendiente de que el nuevo y flamante doctor, CARLOS PÍRIZ, reorganizase su tesis y la descombrara de todo el aparato técnico, metodológico y del inevitable estado previo de la cuestión. Abordar tales temáticas es lo normal y lo que casi todo nuevo doctor en Historia debe hacer.   

Los lectores de este blog sabrán lo mucho que he repetido -y sigo repitiendo- una afirmación continuada: para abrir nuevos caminos en historiografía en materia de guerra civil el acudir a la documentación de archivos es prácticamente insoslayable. Quien no lo hace es difícil que innove, por muchos aires que se dé o que le den en estos tiempos de agitación en las redes sociales. De aquella necesidad fui consciente desde mis primeras aventuras en archivos extranjeros y españoles y no estará de más recordar que en estos últimos empecé a entrar, muy suavemente y con las debidas autorizaciones, en 1974, antes del fallecimiento del inmorible. Y ya a saco, en 1977, en condiciones infinitamente mejores.

El punto de partida de Píriz es muy razonable. La Quinta Columna no surgió como consecuencia demorada de un golpe de Estado convertido en guerra civil inesperadamente. Es que ya estaba latente en potencia como prolongación de las redes de la conspiración en base a la cual se había preparado dicho golpe. Lo que servidor hizo fue ligar tal conspiración llegando hasta los momentos preliminares de la República y postulando que en ella no hubo ninguna solución de continuidad. Y añadí dos temas exóticos: los SOS lanzados por sus directores civiles y militares (monárquicos todos ellos) a la Italia fascista y la vigencia irrestricta del acuerdo de marzo de 1934, desestimado por la mayor parte de los historiadores.

La clave estaba en dos factores que Píriz mencionó en su tesis: la aparición de la UME (aunque yo la ligué a la conspiración y dirección monárquicas) y una lista de miembros de la misma que compilaron en 1937 los servicios republicanos, quizá como consecuencia de una operación de infiltración que se prolongó durante 1935.

Así que ello me dio pie para un nuevo libro, en tanto que para Carlos Píriz se trató de un mero aperitivo para abrir el apetito. Ahora con su tesis ya reescrita publica lo más granado de sus descubrimientos y, como es lógico y natural, avanza un paso más en relación con sus antecesores. Es así como procede la investigación histórica, que no es un cuento de hadas sino una ocupación científica y sin pretensiones sobrenaturales. No refleja la forma en que se despliega la voluntad de Dios en el mundo terrenal ni tampoco el juego impersonal de fuerzas superiores a los seres humanos obligando a estos a obrar de una determinada manera y no de otra.

Allí donde triunfó el golpe la quinta columna evidentemente no apareció. Donde se formó fue en aquellos territorios (sobre todo núcleos urbanos) en donde fracasó y quienes la configuraron fueron aquellos conspiradores que lograron escapar a las garras de las autoridades o de los comités de vigilancia que florecieron como las setas tras las lluvias de otoño. Pudieron hacerlo porque sus elementos directivos, improvisados, no divisaron solución de continuidad entre las actividades que ya iban preparando contra las autoridades republicanas y de los partidos del Frente Popular y las que en muchos casos tuvieron que lanzar al fracasar el golpe.

Me ha llamado, por ejemplo, la atención el caso de Valencia. Desde el mes de marzo de 1936 estaban ya agitándose no solo en la guarnición sino también en los partidos políticos autorizados (singularmente entre los carlistas y los miembros de la Derecha Regional Valenciana). La fecha es importante. No le dieron al nuevo Gobierno ni siquiera un mes de respiro. Ponían al pie de la letra las consignas que Don Antonio Goicoechea (que en el infierno esté) transmitió al Duce en octubre del año precedente.

Como el golpe fracasó, algunos de sus líderes pasaron a la clandestinidad, se apalancaron tras nuevas identidades y se dispusieron a hacer el mayor daño posible a las autoridades constituidas o reconstituidas.

De notar es que pocos han sido los historiadores militares franquistas, o en los años de la dictadura, que trataron de reconstruir esta génesis. Uno clama por los Martínez Bande, Salas Larrazábal, Gárate Córdoba y demás componentes del Servicio Histórico Militar. ¿Dónde estaban? ¿En la luna de Valencia?

Carlos Píriz basa su relato en los documentos ya desclasificados que procedieron del SIM o de su sucesor, el SIPM y de otras organizaciones paralelas (SIFNE) que ya habían manejado parcialmente mis buenos amigos Morten Heiberg y Manuel Ros Agudo. En su caso, y gracias a las sucesivas rondas de desclasificación documental en el Archivo General Militar de Ávila, el abanico lo ha ampliado considerablemente. ¿Su procedencia? Los archivos de la dictadura y del SHM. Cerrados a cal y canto mientras duraron y todavía algunos años más.

(continuará)

AVANZAR EN HISTORIA: ¡CUANTO CUESTA!

6 septiembre, 2022 at 8:30 am

ANGEL VIÑAS

Antes de nada, quisiera expresar públicamente el profundo sentimiento, la pena y la rabia con que me he enterado, el 30 de agosto, del fallecimiento -tras un accidente- de mi compañero de Universidad y de la Comisión Europea, durante muchos años, el profesor Francesc Granell, catedrático de la Universidad de Barcelona. Un gran colega y un excelente universitario. Su recuerdo perdurará en mí mientras viva.

En este primer post del nuevo curso académico he de reconocer que poco de lo que me prometía hacer en el verano he podido cumplirlo. Había querido sumergirme en varios libros de historia de entre la pila que he ido acumulando a lo largo de los últimos meses del pasado curso. Procuro estar al día de las novedades, no solo sobre historia contemporánea de España sino también de otros países y temas por los que me intereso. Al final, todo el mes de agosto lo he dedicado a pulir y repulir lo que ya había escrito, y creído terminado, en el curso pasado.

He ido haciéndolo tanto con un sentimiento de futilidad como de cierto berrinche. Gracias a los modernos medios digitales, de los que me he vuelto un tanto adicto, surfeo por internet -o me llega automáticamente al ordenador- y estoy al corriente de lo que se escribe sobre la República, la guerra civil o el franquismo. En general, me doy cuenta de dos cosas: la primera que lo que escribimos los historiadores españoles comprometidos no con los mitos sino con los datos “no pasa”; la segunda, que los mitos franquistas gozan de buena salud, tanto en España como en algunos otros países.
Corresponderá a los “comunicólogos” abordar las razones de este estado de cosas. La técnica que hay detrás es sencilla. Se reúnen unos cuantos centenares de ejemplos en una dirección y a partir de ellos se deducen varias líneas de argumentación. Luego, se “inflan”. Si se quiere, por necesidades del guion, se “combaten”. En ambos casos hay argumentos, según los libros o artículos que se elijan para reforzar las “informaciones” respectivas.
Común a tal tipo de enfoques es que no es necesario, prácticamente, moverse de casa (o, como mucho, ir a la biblioteca más próxima). Si, por azar, el “comunicólogo” tiene relación con alguna universidad puede, incluso, descargar sus apoyaturas a través de sus conexiones respectivas. Sobre todo, si se trata de artículos, que suelen ponerse en la red y, por consiguiente, son objetivos fáciles (mucho más si aparecen en revistas profesionales).
Los “comunicólogos” suelen ser (aunque no siempre son) periodistas. Los de mayor impacto publican incluso en periódicos “respetables”. Si estos son extranjeros, mejor. Pero también es verdad que sus outlets son, en España, los medios digitales (preferentemente) de extrema derecha. Hay la tira y yo suelo poner mis ojos (pecadores) en varios.
El mes pasado un ejemplo lo ofreció el diario parisino Le Figaro. Publicó un artículo despreciable en el que retomó una buena parte de los mitos que tanto gustan a las derechas españolas pero también a alguna que otra extranjera. Es irrelevante, al efecto, que los periodistas no supieran de qué escribían. Se basaron en unos cuantos autores (a uno de ellos no lo nombro nunca, simplemente por un prurito de vergüenza). A otro, sin embargo, no tengo inconveniente en citarlo una y otra vez: es el profesor Stanley G. Payne.
Yo admiro la persistencia y constancia de este último. Hace años publicó dos remedos de biografías de Franco, en colaboración con un periodista español, exmiembro y exresponsable de asuntos internacionales del CEDADE (ruego a los lectores a quienes este grupo sonará posiblemente a arameo que lo miren en Google). Las dos biografías solo se salvan mínimamente de integrarse en un producto de calidad ínfima gracias al buen hacer profesional del otrora respetado profesor. Pero su contenido es tramposo. Personalmente me enfadé hasta tal punto que me molesté en coordinar un número especial de la revista digital HISPANIANOVA para denunciar en particular una de tales biografías. La más seria, aparentemente. La he mencionado con frecuencia en este blog, pero vuelvo a dar la referencia. Mi idea fue que de un lado al otro del planeta pudiera descargarse sin más molestias que apretar un ratón de ordenador: https://e-revistas.uc3m.es/index.php/hispnov/issue/view/448.
El caso de Le Figaro es diferente. En el otoño de 1936 fue uno de los periódicos que más se distinguieron en lanzar bulos sobre la República española, la incipiente guerra civil y las atrocidades republicanas (silenciando o disminuyendo en lo posible las de los sublevados). Sus tesis e “informaciones” calaron profundamente en un sector de la población francesa y, más tarde, por vías perfectamente definibles se introdujeron en la literatura supuestamente histórica proclive a los sublevados. Incluso en España. Todavía hoy algún que otro pardillo (incluidos profesores de Universidad) que las utilizan.
Una parte de las alegaciones publicadas por Le Figaro choca con las investigaciones que hemos llevado a cabo en los últimos años numerosos autores acudiendo a fuentes primarias sobre la República y los orígenes de la guerra civil. Cabe citar, entre muchos otros, a nombres con los que he trabajado tales como Julio Aróstegui, Encarnación Barranquero, Walther L. Bernecker, Juan Andrés Blanco, Carlos Barciela, Miguel I. Campos, Gabriel Cardona, sir Raymond Carr, Julián Casanova, Javier Cervera Gil, Lucio Ceva, Francisco Cobo Romero, Carlos Collado Seidel, Rafael Cruz, Jean-Marc Delaunay, Ángeles Egido León, Matilde Eiroa, Manuel Espadas Burgos, Francisco Espinosa Maestre, Sergio Gálvez, Josep Fontana, Soledad Fox, Ferran Gallego, Fernando García de Cortázar, Gutmaro Gómez Bravo, Eduardo González Calleja, Helen Graham, Ekaterina Grantseva, Morten Heiberg, Fernando Hernández Sánchez, Xabier Irujo, Gabriel Jackson, David Jorge, Santos Juliá, ,José Luis Ledesma, Juan Carlos Losada, Jorge Marco, Antonio Marquina, Jesús A. Martínez, Ana Martínez Rus, José Luis Martín, Abdón Mateos, Ricardo Miralles, Enrique Moradiellos, Víctor Morales Lezcano, Francisco Moreno Gómez, Antonio Niño, Xosé M. Núñez Seixas, Juan Carlos Pereira, Carlos Píriz, Julio Prada, sir Paul Preston, Fernando Puell de la Villa, Josep Puigsech, Hilari Raguer, Alberto Reig, Sergio Riesco, Ricardo Robledo, Francisco Javier Rodríguez Jiménez, José Ramón Rodríguez Lago, Javier Rodrigo, Yuri Rybalkin, Pilar Sánchez Millas, Francisco Sánchez Pérez, Thomas de Swynnerton, Manuel Tuñón de Lara, Javier Tusell, Juan B. Villar, Boris Volodarsky, Olga Volosyuk, William B. Watson. Hay muchos más. Ruego no se incomoden si no los menciono expresamente. Unos y otros son de, al menos, cuatro generaciones. Desde antes de la mía a la más reciente en doctorarse.
Los mitos que resucita ahora Le Figaro tienen sus raíces en los años republicanos y de la guerra civil y en la “historietografía” subsiguiente (Alberto Reig dixit). Esta fue promovida por los vencedores desde el principio para “justificar” su sublevación, el inmenso derramamiento de sangre, la pobreza y la miseria de una gran parte del pueblo español y, no en último término, la larga dictadura. Hoy solo los más obtusos de entre sus seguidores apelan a un anticomunismo primario (sustituido por la deriva supuestamente procomunista de Largo Caballero y sus muchachos) y a la manipulación de las elecciones de febrero de 1936 (sobre este tema y la última obra que la defiende remito, por ejemplo, al artículo de González Calleja/Sánchez Pérez “Revisando el revisionismo” (https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=6565899). A lo que servidor sabe, no ha tenido respuesta y eso que se ha escrito la tira en la senda del Dictamen de la comisión sobre ilegitimidad de poderes actuantes en 18 de julio de 1936.
Si Vdes. leen lo que publican ciertos medios de la derecha española y que ha proliferado este verano como las setas tras las lluvias de otoño (naturalmente cuando las había), se encontrarán con la combinación de tres “informaciones” esenciales, que no han variado casi nada desde 1936: había que salvar a España de caer en las manos del comunismo (luego del socialismo prosoviético); el ejército y las fuerzas vivas de la Nación no podían esperar más, vistos los atentados, asesinatos y el sinnúmero de tropelías cometidos por socialistas, anarquistas y comunistas con la tolerancia de las autoridades; se multiplicaron después, aprovechando los acontecimientos y solo la providencial actuación del glorioso Ejército y las fuerzas vivas de la Nación, que se negaban a morir, abrió un nuevo capítulo en la historia de ESPAÑAAA.
Pensar lo impensable como que la conspiración hubiera surgido y desarrollado a partir de 1932 con la creciente ayuda fascista en apoyo a una restauración monárquica y que ya en octubre de 1935 sus dirigentes anticiparan una sublevación militar en el caso de que las izquierdas ganaran unas futuras elecciones no se le habría ocurrido a ningún historiador de derechas, incluso a los más serios. Pues, fíjense, eso es exactamente lo que ocurrió y para aprovechar la ocasión (calva) nada mejor que excitar a las izquierdas que cayeron como pardillos en las tretas de los conspiradores.
Me cabe el honor (o el deshonor, según el punto de vista) de haber documentado (no inventado sino utilizando EPRE, evidencia primaria relevante de época, esa por la cual el profesor Payne no se ha adentrado jamás) que las cosas no fueron como todavía se dice. Y lo he hecho en la tradición de autores como Ismael Saz, Eduardo González Calleja, Morten Heiberg y algunos otros.
No había podido, hasta ahora, asestar un golpe mortal a otra leyenda, de la que siguen haciéndose eco numerosos autores españoles y anglosajones de vaya usted a saber de qué partido, ahora que la sociedad norteamericana parece volver al segundo tercio del siglo XX: la victoria del Frente Popular hubiera conducido a la SOVIETIZACIÓN de España. En tiempos de la guerra de Ucrania, este viejo camelo ha recobrado nuevas resonancias. Servidor ha estado trabajando en el tema, cual hormiguita hacendosa, a lo largo de los últimos años, sobre todo de pandemia, pero después de acumular pacientemente documento tras documento.
En este verano he terminado totalmente mi trabajito. Un tocho de 600 páginas, que espero salga a la luz en este mismo curso. Los amables lectores me permitirán, espero, que cuando ya esté en la calle dedique numerosos posts a poner al descubierto las miserias de la “historiografía” profranquista o, cuando menos, de derechas.
Ya puedo asegurarles que ni ha sido fácil ni, sobre todo, barato, pero confío que el resultado dé para pensar a los historiadores españoles y extranjeros e incluso a los periodistas de los medios digitales y los “comunicólogos” de pro que tanto nos han inundado con sus ocurrencias históricas en este ya casi pasado verano. Nos reiremos. Mucho más que con el profesor Ricardo de la Cierva, que al fin y al cabo decía que había visto documentos.
Mientras tanto, a todas y a todos les deseo un feliz curso 2022-2023. En los dos próximos posts me referiré a un nuevo libro que, en mi modesta opinión, no deberían perderse.

MIRANDO HACIA ATRÁS Y HACIA ADELANTE EN EL FINAL DE CURSO 2021-2022

19 julio, 2022 at 8:30 am

ÁNGEL VIÑAS

El curso académico ha terminado. También va a hacerlo el político. Las vacaciones -sean como sean- están a la vuelta de la esquina. Es hora de hacer balance y de pensar un poco en el próximo curso. Servidor lo hará refugiado en casa. Sin salir mucho de ella. Escribiendo mañana y tarde. Este es el resumen de lo que ha sido un triste curso académico.  El próximo espero que sea algo diferente para este blog.

En septiembre viajaré a España. En octubre me operarán de cataratas y, si todo va bien, espero poder abordar la continuación de este blog desde otra perspectiva. Por varias razones.

La semana pasada pensé que había puesto fin a un libro para el que, a trancas y a barrancas, he ido recopilando EPRE durante al menos los últimos siete años. A veces con suerte. Otras veces sin ella. Por fortuna me ha tocado leer las pruebas finales de la obra magna de un amigo y colega (Ricardo Robledo) que me obliga a ampliar un par de cuestiones. El texto final lo remitiré a la editorial a principios de septiembre.  Aparecerá, si nada se entrecruza, en algún momento el año que viene.

Advierto que se trata de un “tocho” de casi 600 páginas. Aunque lo he escrito con toda la soltura posible, abordo temas muy discutidos sobre la guerra civil. La EPRE que he ido recopilando me ha obligado a discrepar de muchos autores que antes que servidor han escrito sobre el mismo tema. Me apresuro a señalar que, aparte de quienes no han sabido, querido o podido refutar los incrustados mitos franquistas o para-franquistas, entre ellos figura un cierto número de historiadores muy reputados, en general norteamericanos o de lengua inglesa. Algunos no tienen la menor idea de la historia de España. Otros sí, pero parece ser que no pueden vencer sus preconcepciones ideológicas o, al menos, disciplinarlas. Confío en que en algún momento pueda comentar algo sobre él en este blog. Será una de sus orientaciones,

De forma inmediata habrá otra. El pasado mes de junio llovió mucho en Bruselas y con fuerza. En el tejado se abrió una gotera. El agua se desparramó sobre la buhardilla, el último refugio en donde guardo desde hace muchos años libros y papeles.  Los primeros estaban en estanterías y no les ha pasado nada. Sobre los papeles sí cayó el agua. No se han estropeado muchos porque -mosqueado- subí y los aparté de debajo de la maldita gotera. Los he ido poniendo después en otras estanterías, viejas y nuevas.

Me llevé una sorpresa.  

Creía haber enviado, hace ya muchos años, a la biblioteca de la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad Complutense no solo un montón de libros. También un montón de papeles relacionados con mi tesis doctoral (data de 1973). Creí que ya no los necesitaría. Igualmente trasladé los que se referían a mi tercer libro. Versó sobre la política comercial exterior de España entre 1931 y 1975. Lo elaboré con cuatro colegas y amigos. Apareció en 1979 y me sirvió para desmontar unos cuantos mitos franquistas (uno de los más importantes lo ha reverdecido hace unos meses un estimado colega que, naturalmente, parece ignorar el tocho en cuestión. Está en muchas bibliotecas españolas y extranjeras (me preocupé de que eso ocurriera, porque las ventas de tres volúmenes con un total de 1.500 páginas fueron mínimas). Cuando los envié pensé que ya no tendría que volver a ellos. Me equivoqué. También quedaron unos cuantos papeles.  

Al reorganizar los documentos que se mojaron o que corrieron peligro de mojarse me encontré con numerosas fotocopias que databan de mis primeras investigaciones en los años setenta del pasado siglo. Evidentemente, se me había olvidado enviarlos a la Facultad, porque ni me acordaba de ellos. Como ya han pasado casi cuarenta años es muy verosímil que muchos los hayan localizado otros historiadores. O a lo mejor no. Me llevará tiempo distinguir los unos de los otros.

Así que el próximo curso lo que pretendo hacer es acudir a los papeles no conocidos o insuficientemente estudiados y, de vez en cuando, traer este blog los resultados de mis reflexiones.

Ya he identificado algunos temas que he rozado en libros posteriores a aquellos, pero cuya EPRE subyacente no llegué a utilizar simplemente porque me había olvidado de ella.  Tales temas me servirán para demostrar hasta qué punto son pertinentes dos de las máximas que vengo exponiendo en los últimos tiempos: No hay historia definitiva. Tampoco hay historiadores definitivos. Uno cree haber agotado prácticamente alguna cuestión y de pronto aparecen nuevos o desconocidos papeles y hay que rellenar huecos, realizar cambios o apuntar hacia nuevas preguntas y nuevos interrogantes.

Se me ha acusado de exagerar la importancia de la EPRE. Quizá con razón. Pero resulta que son los hombres -y las mujeres- los sujetos activos de la historia. Que obran en condiciones dadas, con perspectivas acuñadas por el peso de sus experiencias y de sus pasados, y que a veces tratan de modificar su presente siquiera mínimamente. Son argumentos banales.

También lo es, o debería serlo, que los historiadores que tratamos de reconstruir parcelas del pasado no actuamos como si fuéramos mejillones (o langostas, que son más apreciadas). Después de darle muchas vueltas resulta una verdad de Perogrullo. Todos tenemos nuestro corazoncito, nuestras ideas, nuestra ideología y, como solía decir José Luis Sampedro, uno de mis maestros, todos vemos el mundo en torno nuestro y su pasado a través de una retícula axiológica. Quien lo niega, quiere engañar a sus lectores si no es que se engaña a sí mismo.

¿Es, pues, imposible decir algo verdadero o, al menos, cierto sobre el pasado? En el caso más habitual de describir acciones humanas, la respuesta es negativa. De ellas quedan reflejos en documentos, en papeles, en objetos, en construcciones, en fosas, en cadáveres … Son evidencias susceptibles de contrastación y de análisis. Y esto sí se acerca a un procedimiento que no es solo literario. También es científico. Aunque sea blando.

Nunca he creído que el positivismo decimonónico de von Ranke et al sea la única respuesta metodológica más apropiada para comprender el pasado. De hecho, la historiografía hace ya mucho tiempo que utiliza otros instrumentos, simplemente porque han surgido otras áreas temáticas de interés. Tampoco la escuela de los Annales es la única alternativa posible. En los últimos cincuenta o sesenta años se ha experimentado con otros enfoques y los historiadores somos parte de lo que suele denominarse una comunidad científica.

Personalmente juzgo por los resultados. Y, para mí, estos estriban en demostrar si nuestras afirmaciones y nuestras hipótesis contienen algo de verdad sobre el pasado, un pasado que ya no existe y sobre el cual solo tenemos “representaciones” (en la terminología más adecuada, “Vorstellungen”). Esa porción de verdad es la que puede comprobarse aplicando un procedimiento no intuitivo ni tampoco meramente literario. Debe de apoyarse en “pruebas”.

Expandir ese “algo de verdad” (comprobable) es, pues, para un servidor la tarea del historiador. Tengo la seguridad de que si la futura Ley de Memoria Democrática aprobada la semana pasada en el Congreso de los Diputados, lo es también por el Senado y entra en vigor RÁPIDAMENTE, abrirá las puertas para avanzar en una profundización radical en el conocimiento de ese pasado. Es lo que ha ocurrido en otros países de nuestro entorno, también sometidos a dictaduras represivas, sangrientas, y no creo que los españoles seamos genéticamente incapaces de hacer menos.

Lo que se abre ante nosotros será también, no puede ser de otra manera, una tarea interdisciplinaria, segmentada y colectiva. El tiempo de las religiones absolutas y de las verdades incontrovertibles ha pasado. Porque sabemos hoy mucho más sobre el pasado, entramos en una etapa en la que poco a poco nos iremos dando cuenta de que, a pesar de lo mucho conocido, es más lo que todavía queda por conocer.

Desde esta perspectiva, me dedicaré a preparar el próximo curso y a abordar también el siguiente libro. No es el que acabo de terminar. Es otro nuevo. Veremos si consigo llevarlo a buen puerto.

Felices vacaciones. Deseo a todos un excelente verano. Hasta el 6 o 13 de septiembre.

MARÍA ROSA DE MADARIAGA ÁLVAREZ-PRIDA IN MEMORIAM

12 julio, 2022 at 8:30 am

ANGEL VIÑAS

En el lapso de unas cuantas semanas se nos han ido dos historiadores. La primera, María Rosa. El segundo, Fernando García de Cortázar. Conocí a ambos. La primera me sirvió de fuente para informarme de cuestiones sobre Marruecos, de las que yo tenía -y tengo- poca idea. El segundo participó conmigo, amén de dos supervivientes más y otros historiadores ya fallecidos, en el programa ESPAÑA EN GUERRA que TVE emitió en los años 1986 y 1987 con motivo del cincuentenario de la guerra civil.

Del fallecimiento de Fernando ha dado cuenta la prensa. Lógico también si se piensa en su actividad publicística y en sus quehaceres ciudadanos en los años oscuros del terrorismo etarra. Del de María Rosa, no he visto demasiado en internet. Entre los publicados destacan el de EFE, al día siguiente de su fallecimiento (https://www.efe.com/efe/espana/cultura/fallece-maria-rosa-de-madariaga-historiadora-especialista-en-el-rif/10005-4841935), la sentida necrológica bajo la pluma de un eminente arabista, Bernabé López García, que la conocía bien (María Rosa de Madariaga, la gran historiadora del Rif | Opinión | EL PAÍS (elpais.com), publicado el pasado 4 de julio, y de una referencia en Desperta Ferro (https://www.despertaferro-ediciones.com/2022/fallecimiento-de-maria-rosa-de-madariaga/).

No escribiré aquí acerca de Fernando. Sí lo haré, con cariño, de la primera. No por razón de género sino por admiración. A María Rosa la conocí, hace ya muchos años, por intermedio de Carmen Negrín. Eran los tiempos en que me afanaba por escribir sobre el entorno internacional que maniató a la República durante la guerra civil en varios aspectos esenciales y que tanto coadyuvó a su derrota.

María Rosa y Carmen eran colegas y ambas habían trabajado en la UNESCO en su cuartel general de París. A mi alegró mucho conocer personalmente a la primera porque había sido -y sigo siéndolo- un admirador de su obra. Cuando me disponía a recopilar literatura secundaria que pudiera servirme -o no servirme- para abordar lo que terminó siendo, entre 2006 y 2010, una tetralogía, entre ella figuraba su gran obra. Los moros que trajo Franco…. La intervención de tropas coloniales en la guerra civil. La publicó, en marzo de 2002, la editorial Martínez Roca. Un tocho de casi 450 páginas con base en EPRE extraída del Archivo General de la Administración (AGA), del Foreign Office, del Quai d´Orsay y del Servicio Histórico del Ejército de Tierra, de Vincennes. En aquel momento no podía pedirse más.

A mi me encantó, cuando en puridad no debía haber ocurrido. En aquella edición del libro, que es la única que he conservado, no figuran notas a pie de página ni largas disquisiciones más o menos académicas o más o menos quisquillosas sobre otros autores, sus errores y sus aciertos. Pero al leerla me di cuenta de que estaba ante una obra seria, muy seria. Luego se publicaron otras ediciones. En 2015 apareció una corregida y aumentada en Alianza, pero ya no las compré.

El título era toda una declaración de intenciones. Fue la primera línea de una de las cancioncillas republicanas que se hicieron famosas al principio de la guerra:

         Los moros que trajo Franco

          En Madrid quieren entrar.

          Mientras haya milicianos,

          Los moros no pasarán….

Por lo demás, no fue su primer libro. Este honor correspondió a su tesis doctoral, en francés, que dirigió el profesor Pierre Vilar en la Sorbona y que publicó la UNED de Melilla, unos años antes, bajo el título España y el Rif. Crónica de una historia casi olvidada. Yo no lo adquirí, a pesar de la admiración que siempre sentí por el director, íntimo amigo de Herbert R. Southworth, quien en puridad fue uno de mis maestros en metodología de la investigación histórica.

María Rosa tiene una entrada en Wikipedia. Es bastante sucinta y no he advertido en ella ningún error. Alguien la ha puesto recientemente al día ya que figura la fecha de su fallecimiento, a finales del pasado mes de junio.

Era licenciada en Filosofía y Letras, rama de filología románica, y había llegado a la Universidad procedente del Liceo Francés de Madrid. No extrañará que, disgustada con el ambiente de la España de Franco, ansiara salir, como tantos otros, en busca de nuevos horizontes. Tras un pequeño paso por la DGS, los encontró en Inglaterra, pero sobre todo en París. Por informaciones personales he sabido que a su madre no le gustaba que se marchara e incluso, en algún momento, le escondió el pasaporte.

En qué momento ingresó en el PCE no he podido determinarlo, pero es posible que fuera antes de viajar a París ya que perteneció al grupo fundador de la editorial Ciencia Nueva. El caso es que en la capital del Sena se bandeó, como tantos otros de varias formas durante algún tiempo. Un nieto del gran escritor ruso Leon Tolstoy le abrió la puerta para entrar en la UNESCO. En aquel entonces era el jefe de la división de traducción La conexión probablemente pudo establecerse gracias a Isabel de Madariaga, especialista en la Rusia del XVIII. Fue la muy respetada hija de Don Salvador, hiperpolíglota y perfectamente incrustada en la sociedad británica, particularmente en la administración y círculos universitarios londinenses. Sus estudios sobre Catalina la Grande la hicieron acreedora a una fama universal. Servidor llegó a conocerla brevemente.

El recorrido de María Rosa en la UNESCO no es interesante en este caso. Baste con señalar que después de varios años en labores de traducción y revisión (en los cuales coincidió con Julio Cortázar) pudo dar un salto al sector de Cultura. Fue en el seno de la división encargada del seguimiento del encuentro de dos mundos. Esto, evidentemente, encajaba más con uno de sus intereses más antiguos relacionados con el norte de África, a su vez consecuencia de su temprano compromiso e interés desbordante por los avatares de la lucha anticolonial.

Su primera idea fue escribir una tesis sobre dicho tema, pero en París decidió optar por algo más manejable. En la familia se recuerda el impacto que le produjo una noticia que daba cuenta del fallecimiento de Abd el Krim. Al preguntar a su madre quién era la respuesta fue que se había tratado de un moro que, de haber ganado en la lucha contra los españoles, no habría habido franquismo. Esta anécdota la recordó el propio Pierre Vilar en la sesión de defensa de su tesis en la Universidad de la Sorbona, hacia 1988, cuando, medio en broma medio en serio, señaló que la madre había hecho un “raccourci historique” muy acertado.

Para entonces, en París, María Rosa había estudiado intensamente árabe y se empapó de las glorias y fracasos de la historia colonial francesa, como tantos otros que, por aquella época e incluso antes, veíamos en el país vecino una inspiración en comparación con la mediocridad que reinaba en la España de Franco. En su nuevo puesto pudo contribuir con su enorme conocimiento sobre la cultura musulmana. Publicó para la UNESCO sobre El Andalus y sobre la influencia y convivencia de la cultura musulmana en el mundo latino

En algún momento, que no he podido determinar, María Rosa dejó, como tantos, el PCE. Sé, por la familia, que no quiso decírselo a su tío dado el anticomunismo de Don Salvador. Este terminó enterándose por terceras personas y, curioso, le preguntó a su sobrina por qué no se lo había dicho. María Rosa respondió que por no disgustarlo y él, muy tranquilo, inquirió si era de los prochinos o de los prosoviéticos.

En Dialnet hay una lista de sus publicaciones más importantes. No es una lista despreciable para alguien que no trabajó en el mundo universitario: 21 artículos en revistas especializadas y de divulgación; 13 colaboraciones en obras colectivas y 4 libros, además de los dos mencionados: Breve historia de Marruecos; Marruecos, ese gran desconocido; Abd-el Krim El Jatabi; La lucha por la independencia; En el barranco del Lobo: las guerras de Marruecos y España y el Rif. Crónica de una historia casi olvidada.

Aparte de ello María Rosa estuvo presente en periódicos digitales y participó en las controversias históricas del presente. Nos enviábamos algunos de los artículos que pudieran interesar al otro. No puedo ocultar cuanto le agradó mi serie de 17 artículos sobre los manejos, maniobras, mentiras y subterfugios utilizados por Franco para ver si le daban la Cruz Laureada de San Fernando por su tan proclamado “heroísmo”.

De convicciones reciamente republicanas no tuvo grandes dificultades en convencerme de firmar un manifiesto en favor de una tercera República.

El mes pasado pensé en ella y en la sorpresa que, como gran conocedora del Ejército sublevado que se forjó, en gran parte, en las campañas de Marruecos, podrían quizá producirle los tres artículos que pienso publicar en los próximos días sobre una figura tan mitificada como el general Francisco Franco VC, con nueva evidencia primaria relevante de época.  

Por desgracia, una rápida enfermedad, que no tenía por qué ser mortal, se adelantó. Permanecerá en mi recuerdo. Solo le deseo que la tierra le sea leve y que su esfuerzo como historiadora no caiga en el olvido.

Descanse en paz.

NB. Deseo agradecer a Carmen Negrín y a Elena Sánchez de Madariaga su amabilidad en compartir conmigo algunos de sus recuerdos de María Rosa.