ANTE UN NUEVO AÑO Y UN NUEVO LIBRO: REFLEXIONES DE ANDAR POR CASA
Ángel Viñas
Ya han acabado las fiestas. Volver al curro es difícil. Reconozco que también para mí, porque solo trabajo en casa. Me pregunto en estos días si el año que ha acabado de empezar será mejor que el que ha terminado. La respuesta depende, esencialmente, de la perspectiva que se adopte. En este blog, que no está dedicado a temas del presente, la que utilizo se refiere, entre otras, a aspectos a los que cabe aplicar su lema inicial: la historia no se escribe con mitos. Suelo centrarme en la República, la guerra civil y el franquismo y la interminable controversia en torno a los años treinta y cuarenta del pasado siglo. Últimamente, y a medida que me he sentido más seguro de los perfiles históricos, también lo hago en los debates sobre memoria histórica y democrática. En este sentido, preveo avances y progresos.
De todas maneras, no hay que ser un avezado zahorí para pensar que proseguirán, o incluso que se recrudecerán, las controversias del año que acaba de terminar. En un tuit que ha tenido una gran resonancia, mi buen amigo el profesor Julián Casanova, desde su observatorio de la Universidad de Michigan en Ann Arbor, ha señalado los puntos esenciales en debate y, en particular, las fuentes nutricias de los camelistas, que se ponen en plan de historiadores y alimentan la discusión de las redes. Confieso que son para llorar.
Otra cosa son los intentos de “recuperación” de interpretaciones más cercanas a las fuentes historiográficas anteriores a la desaparición de la censura. Soy de quienes creen que muchos de los autores de aquel período, españoles en su mayoría, son acercables a una situación de desguace tan pronto se salen de temas estrictamente militares (y no en un sentido lato del adjetivo en su acepción contemporánea sino en la que dominaba hasta poco después de la primera mitad del siglo pasado). Querer reverdecer los laureles de numerosos protagonistas de aquella literatura me parece un error de planteamiento.
Con casi la práctica totalidad de los archivos extranjeros abiertos a los períodos comprendidos entre 1931 y, digamos, 1975 así como con la silenciosa, pero por el momento imparable, apertura de los españoles, los historiadores pro-franquistas y sus sucesores post-franquistas o neo-franquistas lo han tenido, tienen y tendrán algo más difícil. Mi impresión en términos generales es que peor será su futuro.
Las cuestiones claves no han variado: ¿por qué hubo una guerra civil en España?, ¿quién la quiso?, ¿para qué se quiso? Son temas esenciales. Quién más, quién menos ha tratado de defender sus respuestas. Oscilan desde el arco de las extremas derechas al opuesto de las extremas izquierdas pasando por el medio. Con la notable reaparición de una supuesta “tercera España”, que sigue siendo defendida contra viento y marea. Quizá copia de una clásica “tercera Francia”.
Servidor también ha pretendido dar algunas respuestas. Tal vez con una singularidad: no me he basado en una muestra, más o menos amplia, más o menos restringida, de la inmensa literatura existente. Lo he hecho dejándola de lado para concentrarme desde el principio en la evidencia primaria relevante de época (EPRE). Reconozco que ello ha sido posible gracias a la apertura de archivos (que también he buscado. Como Enrique Barón recordará, fuimos el profesor Marichal y un servidor quienes en una cena con él y con Fernando Claudín, a la sazón director de la Fundación Pablo Iglesias, sugerimos la posibilidad de incorporar a la entonces en negociación Constitución Española un artículo que previera el derecho de acceso a los archivos, cosa que se logró merced a Gregorio Peces Barba (art. 105b).
A partir de tal EPRE pude avanzar en la construcción de un relato fundamentado, y siempre provisional, que he contrastado y contrasto con las aportaciones de autores, españoles y extranjeros, que me han parecido o parecen significativos. Algunos todavía en vida. Otros, la mayoría, desaparecidos. Siempre, todo hay que decirlo, una selección representativa. Las derechas no podrán quejarse.
He comprobado no tener muchos seguidores. Aunque vivo en Bruselas, y me encerré hasta septiembre del pasado año a causa de la pandemia, tampoco crean los amables lectores que dejo de estar al día. Padezco del mismo síndrome que aquejó a Herbert R. Southworth. Él se deshizo de gran parte de su biblioteca que vendió a la Universidad de California en San Diego. Servidor regaló casi la mitad de la mía (excluidos los libros sobre España) a la UCM. A Southworth le sobró tiempo para reponer una buen porción de la que se desprendió (que su heredera pasó al Centro Documental del Bombardeo de Gernika, contra una suma que ya no recuerdo). Servidor tiene dispuesto que la otra mitad de la mía, y los libros que he continuado adquiriendo, sigan el mismo destino que los anteriores.
Esto significa que he continuado comprando. Por ello me sorprende constatar cómo algunos autores solo de manera mínima han acompasado sus análisis (a veces entroncados con historiadores pro o parafranquistas) a los nuevos descubrimientos. Son los generados por, al menos, dos o tres generaciones de investigadores para quienes el franquismo es historia remota. Como para mi generación lo fueron, en gran medida, las guerras carlistas o la de Cuba.
Pertenezco al grupo de quien creen que profesionalidad implica mantenerse al día cuando aparecen nuevos libros. No es algo evidente por sí mismo. Por ejemplo, el mes pasado se ha publicado uno que aspira (lo dice su autor, no servidor) a ser una historia total de la guerra civil española. Todavía no lo he leído entero, pero ya puedo decir que no ha tenido en cuenta las aportaciones no ya de quien suscribe, que es lo de menos, sino de una gran parte de los historiadores de mi generación y siguientes que más han contribuido a renovar los estudios sobre tal período. Hayan utilizado nueva EPRE o aplicado nuevos puntos de vista y perspectivas.
Limitándome a los años de paz republicanos ignorar las aportaciones de Eduardo González Calleja y su equipo o de Rafael Cruz me parece lamentable (adjetivo que también podría aplicarse a la un tanto sesgada selección que aquel autor utiliza). Presentar al coronel Martínez Bande, del SHM, como epítome de la historiografía militar de la guerra civil, es desconocer todo lo que evadió de episodios que hoy cabe perfilar perfectamente en el AGMAV o en el AGA y que cualquier hijo de vecino puede consultar. Este mismo enfoque puede aplicarse a otros autores.
Servidor se precia de no seguirlo. Daré dos ejemplos.
Hace poco he leído que acaba de salir la traducción castellana del libro de un historiador norteamericano, Sean McMeekin, La guerra de Stalin. Es un deber moral felicitar a la editorial. La versión original apareció en 2021. La adquirí de inmediato y está incorporada al libro que CRITICA publicará dentro de quince días. En él figuran mis desavenencias con tal autor en la medida, y solo en la estricta medida, en que se refiere, de pasada, a la guerra civil española. No va a los documentos disponibles. Se basa en las afirmaciones de otro historiador también norteamericano, a quien yo tengo por costumbre mencionar con acusada condescendencia.
Creer como realidades pasadas las evocaciones de protagonistas es un pecado mortal. Sobre todo, si se refieren a aspectos que el propio autor considera importantes. Nadie, por definición, debe estar exento de confrontación con las fuentes. En un tema que, por ejemplo, se considera muy significativo para la victoria de Franco las leyendas se perpetúan sin que nadie se haya molestado en indagar qué es lo que hay detrás de ellas. En estos últimos meses he estado trabajando con un colega, Guillem Martínez Molinos, para enviar a la basura en este mismo año algunas de las que más se han repetido hasta la actualidad. ¿Por ciencia infusa? No. Por el trabajo en archivos.
Nada de lo que antecede hace que un historiador sea mejor que otro. Lo que sí los diferencia es un conjunto de cualidades. En primer lugar, la predilección por ir a las fuentes primarias. Esto no es sino la derivación de la curiosidad innata a cualquier investigador que quiera decir algo nuevo o, por lo menos, fundamentarlo. (Fuera de la historia contemporánea en España se trata de un truismo que no merecería la menor mención). En segundo lugar, que acepte la conveniencia de no dejar de lado a cualquier historiador relevante que se encuentre en vida. Es decir, que esté en condiciones de responder (por eso suelo citar la última obra que haya escrito el connotado “investigador” norteamericano al que suele alabar desmesuradamente la derecha española). En tercer lugar, la capacidad de enfrentarse con las construcciones ideológicas del pasado y que sigan retumbando en la actualidad (de aquí las referencias que he hecho a un general de División en el Ejército del Aire y a otro que lo es de Tierra y cuyos nombres ya han aparecido en este blog).
¿Resultado preliminar, parcial y sujeto a críticas al que he llegado por el momento? Mi convicción de que la historiografía de derechas está en general constreñida por un vicio de origen: su interpretación teleológica de la de la sociedad española hacia el “benemérito” régimen del general Francisco Franco. Gracias a los cuales en su España se exorcizaron los supuestos demonios familiares de las izquierdas antipatrióticas, más o menos vendidas al “oro de Moscú”.
Termino con una indicación: tal vez muchos eventuales lectores puedan llevarse una pequeña sorpresa cuando acudan, si es que lo hacen, a mi libro de inminente publicación. Y atrévanse a discrepar, pero con pruebas documentales en la mano, ya sean propias o leídas.