La copia, aunque a veces chapucera pero siempre letal, de los métodos de «trabajo» nazis es particularmente clara en el caso de la represión franquista. Francisco Moreno Gómez ha escrito sobre «Auschwitz en España». No es una expresión atolondrada. No quiere significar, obviamente, que el campo de exterminación de Auschwitz-Birkenau, en Polonia, y que quizá algunos de los lectores hayan visitado, como quien estas líneas escribe, se reprodujera miméticamente en tierras españolas. La Shoah, insisto, es irrepetible. Sí se repitieron en España ciertos métodos de trabajo. No debería extrañar dado que, desde 1938, las policías nazi y franquista colaboraban estrechamente y se habían firmado, en los tiempos en que el brutal general Severiano Martínez Anido era ministro de Orden Público, acuerdos y protocolos de colaboración que dejaban abierta la puerta a todo tipo de actuaciones. El lector que quiera leerlos puede encontrar su texto, considerado durante muchísimos años como poco menos que un secreto de Estado, en la obra de Manuel Ros Agudo La guerra secreta de Franco (Crítica, 2002).
El desarrollo de la colaboración no se ha documentado todavía. Parece ser que la evidencia primaria de época ha desaparecido (una casualidad) si no es que sigue cerrada a cal y canto. De por dónde iban las pistas cabe inferirlo de la exposición de motivos de la Ley de 8 de marzo de 1941 por la que se reorganizaron los servicios de Policía (no se olvide esta fecha al lector). Tomemos algunos sabrosos párrafos, publicados en el BOE del 8 de abril del mismo año y hoy olvidados:
«La victoria de las armas españolas, al instaurar un régimen que quiere evitar los errores y defectos de la vieja organización liberal y democrática, exige de los organismos encargados de la defensa del Estado una mayor eficacia y amplitud». En consecuencia, la «nueva policía española» se encargaría de realizar una «vigilancia permanente y total indispensable para la vida de la Nación que, en los Estados totalitarios, se logra merced a una acertada combinación de técnica perfecta y de lealtad». La «policía política» (sic) se configuró, pues, como el órgano «más eficiente para la defensa del Estado».
No sé si la técnica llegó a ser tan perfecta como las de la Alemania nazi y la Italia fascista, tal y como se deseaba, pero lo que es evidente es que la «formación» adecuada resultaría más fácil si se buscaba inspiración necesarios en aquel país que parecía invencible en los campos de batalla: el Tercer Reich.
Entre los «métodos de trabajo» aplicados a la represión carcelaria figuró, en primer lugar, el hambre. COMO EN AUSCHWITZ. No me consta, pero con ello revelo mi ignorancia, que las decenas de plumillas y autores neo-franquistas se hayan esforzado mucho por hacer llegar a sus lectores informaciones sobre las condiciones materiales y de vida en Auschwitz. Traducen una similitud sorprendente con el caso cordobés.
El personal de las SS gestionaba los almacenes y las cocinas y se quedaban con los alimentos y productos de mayor calidad (entre ellos la carne, la margarina, el azúcar, el trigo, la harina y las salchichas). Los ingredientes disponibles eran, pues, insuficientes para proveer las raciones alimenticias que preveían los reglamentos. Como en Córdoba.
A tenor de la documentación no destruida del Instituto de Higiene de las SS en Rajsko, al que llegaban muestras de las raciones suministradas a los prisioneros, a la sopa que se les daba le faltaba entre el 60 y el 90 por ciento de la margarina prescrita, el pan era duro como una piedra y las salchichas contenían la mitad aproximadamente de la grasa que debían recibir los reclusos. Las sisas, el estraperlo y las ventas clandestinas estaban a la orden del día. Como en Córdoba. Así, pues, en lugar de la ingesta calórica prevista en los reglamentos (entre 1700 calorías para los prisioneros que no realizaban grandes trabajos físicos y 2150 calorías para los que sí los hacían) a los reclusos se les suministraban entre 1300 y 1700 calorías diarias respectivamente. Es decir, una ingesta muy superior a la de Córdoba. Claro, podría afirmarse, que en Auschwitz hacía mucho frío, no así en Andalucía, pero la diferencia es muy notable. Sobre todo porque, a tenor de la documentación sobre las comidas conservada en el archivo del sub-campo de Trzebinia, perteneciente al conglomerado en torno a Auschwitz-Birkenau, los componentes eran muy parecidos: NABOS, patatas y pequeñas cantidades de cebada y otros cereales amén de un extracto «nutritivo», el famoso «Awo». Los españoles, más chapuceros, utilizaban grasas para las carretas y para llegar a resultados más rápidos habían fijado la ingesta calórica en niveles anormalmente bajos. Chapuceros, sí, pero sumamente expeditivos.
En definitiva, se trataba de raciones de hambre (aunque quizá, potencialmente, más «apetitosas» que las españolas) y a las pocas semanas de disfrutar de tal tipo de alimentación la mayor parte de los presos de Auschwitz empezaban a mostrar señales de depauperación. Desesperados, echaban mano a las basuras lo que no aplacaba el hambre pero sí contribuía a epidemias de diarrea y disentería. Como en Córdoba. Por lo demás las condiciones sanitarias y de salubridad eran muy parecidas: hacinamiento, falta de higiene, piojos. (Para información de los lectores he tomado los datos anteriores de un libro publicado por el Museo Estatal de Auschwitz-Birkenau, que puede obtenerse in situ, y que contiene un interesante artículo sobre la vida diaria de los reclusos (los no gaseados directamente ni asesinados por inyecciones letales) debido al historiador polaco Tadeusz Iwaszko).
¿Quiénes eran los mandos en Córdoba? Los alcaldes fueron Manuel Sarazá Murcia y Antonio Torres Trigueros. Si hicieron alguna gestión ante las autoridades de la prisión debería constar en el archivo del Ayuntamiento. El presidente de la Diputación era Enrique Salinas Anchelerga. ¿Se inmiscuyó? El Gobierno civil estuvo a cargo del comandante de Artillería Joaquín Cárdenas Llavaneras y del camisa vieja Rogelio Vignote, militar retirado. ¿Intervinieron? En el Gobierno militar se sucedieron el general Francisco Fermoso Blanco, en la reserva en julio de 1936 y rápidamente nombrado Gobernador General por los sublevados (pasó a vocal del Alto Tribunal de Justicia Militar el 5 de noviembre de 1936), y el coronel Antonio Pérez Torrealba. La Falange provincial la dirigía Jesús Aguilar y el secretario local de Córdoba tenía un nombre ilustre, Fernando Fernández de Córdoba. A mediados de septiembre le sustituyó Manuel González Ruiz-Ripoll. Si alguno de ellos hizo algo en relación con la cárcel, se ignora. No cabe descartar que tal vez sus descendientes puedan documentarlo.
Naturalmente las autoridades cordobesas respondían a una cadena de mando. Es conocida. En 1941 el ministro de la Gobernación era el coronel Valentín Galarza. Había sido el coordinador de los hilos de la sublevación en 1936. No se había arredrado ante la posibilidad de que desembocara en guerra. Monárquico de quienes no hacían ascos a los sobornos británicos que vehiculaba Juan March. Los directores generales de Seguridad fueron José Finat y Escrivá de Romaní, conde de Mayalde, falangista, y un militar escasamente conocido, Gerardo Caballero Olabezar. El director general de Prisiones era el general Máximo Cuervo Radigales, hipercatólico y miembro eminente de la ACNDP (Acción Católica Nacional de Propagandístas), del Cuerpo Jurídico Militar que tanto contribuyó «técnicamente» a la salvaje represión. Salvo Caballero, los restantes conocieron horas de gloria y murieron como Dios manda, con todas las bendiciones necesarias. Rudolf Höss, el «normalito» comandante de Auschwitz, fue ahorcado como criminal de guerra en Polonia tras una azarosa búsqueda que constituye, de por sí, un auténtico thriller.
[Los lectores que quieran saber más acerca de las políticas penales y carcelarias, sus presupuestos ideológicos y su organización en la postguerra española pueden también acudir a los excelentes trabajos de Gutmaro Gómez Bravo].