EL ESCURRIDIZO MR. MIDDLETON
El pasado es una zona oscura. Desvelar sus dimensiones es una tarea progresiva. Ningún historiador dispone de un foco de luz que alumbre todas las dimensiones a la vez. Sobre los antecedentes inmediatos de la preparación del 18 de julio hemos descubierto en los últimos años muchas cosas nuevas. Otras están por determinar. Hubo gentes curiosas y de todos los pelajes. Entre ellas un norteamericano poco conocido pero escurridizo como una anguila: William Taylor Middleton.
Se trata de una figura borrosa ligada a los intentos de los conspiradores por adquirir armamento del Tercer Reich de cara a la sublevación. En otro contexto, ya apareció en este blog el 21 de enero pasado. La misión que le asegura una nota a pie de página en los prolegómenos de la “revolución nacional” se la explicitó el agregado militar en París, el entonces comandante Antonio Barroso, el 24 de julio de 1936. Barroso acababa de pasarse a los sublevados. Middleton debía ir a Berlín a hablar con el a la sazón consejero aúlico de Hitler en materia de relaciones exteriores (años más tarde, tras pasar por Londres como embajador, fue nombrado titular de la cartera) Joachim von Ribbentrop y rogarle que “enviase rápidamente la ayuda prometida”.
Las circunstancias en que quedó reflejo escrito de tan extraordinaria petición se detallan en una carta de Middleton a Esteban Bilbao del 28 de enero de 1940. La reproduje y la comenté en mi libro LAS ARMAS Y EL ORO. Argumenté que había buenas razones para que Barroso se dirigiese al acaudalado norteamericano pero no pude ir muy adelante. El trasfondo que condujo a una posible “promesa” de envío de armas nazis a España se desconoce. Quizá, especulé, fuera una consecuencia del viaje de Sanjurjo y Beigbeder a Berlín en marzo de 1936 y sobre el cual reina la oscuridad más absoluta.
Ahora un excelente amigo, el catedrático ya emérito de la Sorbona III y gran hispanista Jean-Marc Delaunay, me ha llamado la atención sobre algo que se me había pasado. Entono un mea culpa. No se me ocurrió acudir a un libro muy famoso que se publicó en París en 1954 (ya ha llovido desde entonces). Se trata de las memorias de François Piétri, embajador que fue de la Francia de Vichy en la España franquista de 1940 a 1944. El autor es más que conocido. Era corso y empezó su carrera política como diputado por Córcega. Un vistazo a la Wikipedia francesa basta para saber que había sido ministro seis o siete veces en los gobiernos de la III República. Naturalmente había apoyado a Franco durante la guerra civil. En plena tragedia de Francia fue uno de los partidarios del armisticio con los alemanes.
Pétain hizo a Piétri ministro de Comunicaciones que se convirtió en un lavalista empedernido. Un pequeño análisis biográfico y personal se encuentra en la conocida obra de Michel Catala Les relations franco-espagnoles pendant la deuxième guerre mondiale, aparecida en 1997. Luego Piétri pasó a Madrid. En 1948 se le condenó a una pena de cinco años por “indignidad nacional”. Falleció en 1966 en Córcega. Fue autor de docena y media de libros e incluso recibió un premio de la Academia Francesa.
De las memorias de Piétri se trasluce que Middleton pasó en Madrid la mayor parte de los años de la segunda guerra mundial, algo que era presumible pero que no se había documentado. Al parecer no se llevaba demasiado bien con la embajada norteamericana. Criticaba la política de Roosevelt y hacía mucho hincapié en sus convicciones republicanas, presumimos que extremadamente conservadoras. Los yanquis le pusieron la proa cuando se enteraron que él y Piétri se habían hecho amigos y pasaban mucho tiempo juntos. Piétri señaló que Middleton era un hombre muy culto y que estaba bien informado de muchas cosas, entendemos que de política. Sus opiniones las consideraba de la mayor importancia.
Esto es algo sorprendente. Piétri no tenía, antes de llegar a España, experiencia diplomática alguna. El primer secretario, Armand du Chayla, que conocía bien el entorno español, se había opuesto a Vichy y marchado en 1941. A medida que la guerra mundial fue desarrollándose en contra de los alemanes las defecciones en la embajada se hicieron muy frecuentes, empezando por los agregados aéreo y naval y varios diplomáticos. A partir de marzo de 1943, se intensificaron: el primer consejero, el segundo secretario, los agregados militar, financiero y eclesiástico amén del personal consular. Confrontado con esta ola, Piétri reafirmó su fidelidad a Pétain y no es exagerado pensar que en el hueco creado las confidencias o informaciones que le transmitiese Middleton podrían haber sido algunos rayitos de luz.
Debemos recordar que antes de la guerra civil Middleton y su mujer, francesa, circulaban entre los medios de la extrema derecha del país vecino. Existen indicios que permiten pensar que el norteamericano no gozaba de demasiada buena fama en los medios policiales franceses y, quizá por ello o por circunstancias todavía no conocidas, Vichy le miraba con desconfianza. Piétri había recibido instrucciones muy precisas. No debía darle visado para entrar en Francia porque, se le dijo, Middleton hacía campaña contra el régimen petainista. En estas condiciones la amistad que le profesó Piétri no deja de llamar la atención.
El salto, indirecto, a la historia de la embajada francesa en Madrid lo hizo Middleton a finales de 1943. Fue entonces cuando sugirió a Piétri, según cuenta este en sus memorias, que convendría que el primer ministro de Vichy, Pierre Laval, cambiase de orientación. El consejo se lo dio Middleton en conexión con la visita a la embajada de un periodista norteamericano amigo suyo y que suministró al embajador algunas informaciones que Piétri creyó eran similares a las noticias que le habían llegado procedentes de ciertas gestiones norteamericanas en Tánger.
De ser esto cierto (y habría que explorar más detenidamente los papeles de la embajada francesa en Madrid) Middleton y el desconocido periodista influyeron para que Piétri recomendase el 5 de enero de 1944 a Laval que modificase el sentido de su actuación política. El Gobierno de Vichy, afirmó el embajador, no podría resistir a la posibilidad de un desembarco aliado en Francia (lo cual era la evidencia misma). A Roosevelt no le hacía gracia el que el general De Gaulle se hiciera con el poder apoyado por los comunistas (lo que también era cierto). Lo nuevo fue la noción de que en Washington habría gente dispuesta a entrevistarse con algún emisario del Gobierno francés. No sorprenderá que Piétri sugiriese que lo hiciera a través de Madrid. Nada de esto tiene demasiada importancia. Hoy se conocen perfectamente los vaivenes de la política norteamericana respecto a Vichy. Más significativo nos parece que Piétri recomendase a la vez que se convocara al Parlamento y que se permitiera que saliesen a la luz algunos personajes de la III República que se habían apartado de la evolución política de Vichy. Laval no le hizo el menor caso de entrada. Cambió un pelín en agosto de 1944, como ha destacado Jean-Paul Cointet en su historia de Vichy. Era, evidentemente, demasiado tarde una vez producido los desembarcos aliados en Normandía y en Provenza. Las horas de Vichy estaban contadas. Las de Piétri también. Middleton se quedó en Madrid hasta que el panorama se despejó. Entonces volvió a Francia. Un aficionado más. Una figura que se movió por la trastienda. Sería interesante conocer algo más de sus relaciones con los carlistas.