Un capitán traidor a la República
En los días de ocio de las ya casi olvidadas vacaciones me dediqué esencialmente a leer. Entre los libros que me ocuparon figura uno que me parece ser un excelente aperitivo para el plato fuerte que nos promete en un próximo futuro el profesor Ángel Bahamonde. Está relacionado con las discusiones en torno a las razones por las cuales los republicanos perdieron la guerra, unas discusiones que han levantado sangre en el pasado y que, verosímilmente, continuarán levantándola en el futuro.
Ángel Bahamonde ha partido de una idea brillante. Examinar los expedientes de los consejos de guerra incoados a los militares republicanos del Ejército de Tierra terminada la guerra civil. Su hipótesis, perfectamente plausible, es que en ellos aparecerían datos sobre actividades anti-republicanas en el curso del conflicto. La noción de que el Ejército Popular albergó a numerosos traidores en su seno se remonta a los días sangrientos de la guerra civil y desempeñó un cierto papel en las querellas del exilio. Se vio, claro está, estimulado por el traicionero golpe del coronel Segismundo Casado.
El tan denostado SIM fue una de las piezas claves montadas (lo hizo Indalecio Prieto en su época de ministro de Defensa Nacional) para atajar tal tipo de actividades subversivas. Las repetidas llamadas de los dirigentes comunistas sobre su proliferación en las filas del Ejército Popular han solido achacarse a la paranoia estalinista y, ciertamente, en los informes de los asesores soviéticos enviados a Moscú las quejas sobre traiciones, reales o inventadas, son continuas.
Ahora, gracias al profesor Bahamonde, pueden precisarse aspectos poco conocidos o totalmente desconocidos. De él tomo el ejemplo que más me ha impactado. Por ejemplo, cuarenta ocho horas antes de que los republicanos lanzaran la ofensiva sobre Brunete sus planes habían llegado a conocimiento del Cuartel General de Franco. Es un tema importante, porque a la luz de esta nueva información habrá que examinar la actuación comandada por el tan ensalzado Generalísimo. No es lo mismo hacer frente a una ofensiva sin saber a ciencia cierta lo que persigue el enemigo que tener en mano sus planes de batalla. Aun así, y por razones que en algún momento se descubrirán, si es que han quedado papeles, el ejército franquista se vio sorprendido e, inicialmente, desbordado.
Recordemos que tanto los plumillas franquistas y neo-franquistas, amén de algún que otro historiador, han atribuido la ofensiva de Brunete a incitaciones soviéticas. Uno de los últimos en hacerlo es el conocido autor británico Antony Beevor. Está ya demostrado que no fue así y que fue el Gobierno republicano, compuesto de civiles, el que preconizó la acción. Tras la caída de Bilbao, la moral estaba por los suelos. Brunete fue, en puridad, la primera gran ofensiva republicana. Se saldó más bien con un empate y no logró su proclamado objetivo estratégico de detener el arrollador avance franquista en el Norte. El consejero militar jefe soviético recomendó a Moscú un estudio detenido de la operación, que plantea toda una serie de cuestiones tácticas y logísticas de la mayor importancia.
Ahora bien, ¿quién, de entre los lectores, ha oído hablar del capitán Agustín Delgado Cros? Este caballero, nos dice Bahamonde, era próximo a Falange. Conocía la trama conspirativa de cara a julio de 1936. Fue considerado desafecto y estuvo incluso detenido en la cárcel de Ventas, en Madrid, hasta enero de 1937. Se reincorporó, gracias a los buenos oficios de un familiar suyo, al Ejército Popular y sus jefes inmediatos no ignoraron sus predilecciones. ¿Hicieron algo para neutralizarlas? Parece ser que tal no fue el caso. Gracias a su amistad con alguno de ellos Delgado se hizo con documentación reservada y, ¡zas!, en cuanto se perfilaron los planes de la ofensiva de Brunete los hizo llegar al otro lado. En diciembre de 1937 el SIM lo detuvo. Las acusaciones probablemente hubieran debido llevarle al paredón pero, por razones que ignoro, el hecho es que pasó el resto de la guerra en la cárcel. Terminado el conflicto se incorporó tranquilamente a los vencedores. Tan tranquilo. Incluso combatió en Rusia.
El capitán Delgado Cros es un mero ejemplo. Por las páginas del libro de Bahamonde (Madrid, 1939. La conjura del coronel Casado, ediciones Cátedra) desfilan otros caracteres que le superaron con mucho. Entre ellos figura el general Manuel Matallana, íntimo de Rojo, del que algunos investigadores ya examinaron su expediente personal hace varios años. Tras ello llegaron a la conclusión de que igualmente había traicionado a sus compañeros. Pour la bonne cause. Bahamonde lo ratifica.
La traición no hizo estragos solo en el Ejército de Tierra. También se dedicaron a ello muchos de los no muy numerosos mandos profesionales de la Flota que se quedaron con la República. Uno de sus objetivos estribó en reducir las actividades de la Armada al mínimo imprescindible y alejarla en lo posible de las zonas de riesgo. Encontraron una excelente coartada en la imperiosa necesidad de proteger los convoyes que transportaban armas, medicinas, alimentos, petróleo y materias primas para el esfuerzo de guerra republicano. En cuanto se refugiaron en Bizerta, tras la doble traición de Buiza a Casado y a Negrín, se apresuraron a hacer valer sus méritos a los vencedores. Los lectores no ignorarán que, durante la primera parte de la segunda guerra mundial, uno de los papeles más importantes de la Royal Navy fue proteger las rutas marítimas en el Atlántico por las que transitaba el apoyo material (en armas, materias primas y alimentos) norteamericano.
Naturalmente, nada de ello significa que la República perdiera la guerra solo a causa de la traición pero si se tiene en cuenta que, como ya señalaron en su día muchos combatientes, los emboscados y sospechosos tendían a concentrarse en los Estados Mayores y mucho menos entre los mandos combatientes, es verosímil que el daño fuese considerable. Stalin tomó nota y la aplicó con fruición y salvajismo inaudito a sus sangrientas purgas del Ejército Rojo.
La única arma en donde, al parecer, menos traidores hubo fue la Aviación. Era la más joven y más tecnificada y sus integrantes atravesaron en gran medida por los cursos de aprendizaje en la URSS. Los aviadores republicanos se batieron con arrojo hasta el amargo final. No extrañará que la furia de los vencedores se desatara sobre sus componentes.
Aviso a futuros investigadores: en el archivo histórico del Ejército del Aire, en Villaviciosa de Odón, próximo a Madrid, se conservan todos los expedientes de los consejos de guerra montados a los aviadores. Constituyen la materia idónea para, en relativamente poco tiempo, preparar una tesis doctoral sobre la represión de la postguerra en las FARE. Por desgracia, nunca he tenido tiempo de emprender un estudio sobre tal tema. A buen seguro que daría lugar para interesantes conclusiones.
¿Se anima alguien?
¡Estimado profesor Viñas!,es una pena aunque entendible en el mundo actual, que un investigador de su envergadura ceda al discurso antisoviético y anti-stalin,clave esencial en la retórica democrática occidental.
Hoy en dia contamos con evidencia más que suficiente para demostrar que no hubo «paranoia stalinista» sino más bien la vigilancia constante frente a una intrincada red de conspiraciones contra la URSS que centuplicaban las que sufría la propia República española.
En 1948 ya lo habían demostrado con suficiente evidencia documental aunque no de índole primaria,Michael Sayers y Albert E.Kahn en su libro «La Gran conspiración contra Rusia»;naturalmente el libro fue tachado de delirio y libelo estalinista y motejado con todo tipo de insultos sin entrar en el escrutinio crítico de lo que se mostraba allí.
Actualmente el profesor Grover Furr,basándose en las investigaciones que se están haciendo en Rusia, está demostrando la seriedad de esta tesis lo que le está valiendo naturalmente la excomunión de la derecha norteamericana ó sencillamente la censura académica, incluida la de la «izquierda integrada».
La evidencia que aporta en estos dos libros creo sinceramente que es difícil de refutar:
.The Murder of Sergei Kirov: History, Scholarship and the Anti-Stalin Paradigm,434 pages
Publisher: Erythros Press and Media, LLC (2013)
.Blood Lies: The Evidence that Every Accusation against Joseph Stalin and the Soviet Union in Timothy Snyder’s Bloodlands Is False,581 pages
Publisher: Red Star Publishers; 1ST edition (2014)
En este último libro, Furr al estudiar la «Yezoschina» y la «polish operation» cuestiona claramente la afirmación que usted hace en su texto sobre la «fruición y el salvajismo de sus sangrientas purgas», juicio que en mi opinión no está corroborado por la evidencia existente al día de hoy.
Incluso hay un investigador español especialista en Rusia, Antonio Fernández Ortiz que trabaja en esta línea y obtiene conclusiones parecidas a las de Furr.
Veáse su libro «Ve y lucha .Stalin a través de su circulo próximo»,Barcelona, el Viejo topo, 2012 y los artículos publicados en la revista de igual nombre(vid.http://tribunaymemoria.blogspot.com.es/ ).
Un saludo muy cordial y enhorabuena por sus excelentes libros iconoclastas.
Respondo en los mismos términos que a un comentarista precedente. Con el ruego, eso sí, renovado de que me disculpe por mi tardanza en contestar a su comentario. La recientísima biografía de Stalin de Oleg V. Khlevniuk deja en claro la realidad de la dictadura estalinista. Lo de Kirov no se tiene en pié y la participación directa, inmediata y permanente, de Stalin en el terror de los años 1937-1938 está más que demostrado. Yo solo he entrado en los archivos soviéticos para analizar la ayuda a la República en la guerra civil pero Khlevniuk, con todos mis respetos a los autores que Vd. menciona, se ha pasado treinta años abriendo brecha en ellos y es, en mi opinión, una de las autoridades mundiales sobre el período estalinista.
Estimado profesor:
Como sabe, llevo consultando y analizado desde 1995, parte de los 2.100 sumarísimo de urgencia, instruidos a los miembros de la Flota Republicana tras la guerra civil, y los 18.000 abiertos por el Ejército de Tierra, contra los militares y civiles de toda categoría. En total he revisado unos 9.000 expedientes sumariales en casi diecinueve años, en el Archivo Naval del Arsenal de Cartagena.
En consecuencia, he llegado a las misma conclusiones que el profesor Bahamonde, en relación con el contingente de espías y traidores, agazapados entre las filas leales a la II República, siendo su papel en la Armada realmente devastador. Y como botón de muestra citaré un solo caso:
EDUARDO ARBADA SABAU, Teniente de Navío. Detenido por su tripulación tras escapar, a instancias de esta, en pleno enfrentamiento durante la batalla del Ferrol el 18 de julio de 1936 y días siguientes. Fue entregado en Málaga a las autoridades republicanas y posteriormente juzgado por el Tribunal Popular en Cartagena. En las diligencias previas, aparece probado su intención de llevar el buque a Ceuta, frustada por la tripulación. El día del juicio ningún miembro de aquella se presenta a testificar, y por ser la vista del mismo esencialmente oral, y siendo imprescindible la ratificación por los testigos de las acusaciones, el fiscal asiste impotente al pronunciamiento de una sentencia benigna, que se sustancia en el apartamiento del servicio de armas, cofinándolo a labores burocráticas en el Arsenal.
¿Qué había sucedido?. Recibida orden expresa de la Subsecretaría de Marina (Prieto), el destructor en donde estaban embarcados los denunciantes, zarpó el día anterior al juicio, con una misión adoptada precipitadamente. Eduardo Armada es salvado con este ardid, de una sentencia que a buen seguro y dada la gravedad del delito, le hubiera conducido irremisiblemente ante el pelotón de ejecución.
El 6 de marzo de 1938, el TN Armada, se encontraba a bordo de buque insignia de la armada republicana, el crucero “Libertad” como primer comandante del mismo. El favor que mereció, incompresiblemente, de Prieto y/o de elementos pro-franquistas, instalados en la escala jerárquico-política de la marina, le permitió llegar a mandar la mejor unidad de la flota de la República.
Ya en plena batalla contra el crucero “Baleares”, durante la batalla de Cabo de Palos, y por estar a bordo el jefe de la flota, Luís González Ubieta, sintiéndose Armada prisionero de unos acontecimientos que le obligaban a combatir contra los suyos, y alarmado tras comprobar la eficacia de las primeras andanas de su artillería contra el buque fascista (la dirección de tiro era autónoma para las torres, sin que pudiese intervenir el puente en la determinación de objetivos una vez abierto el fuego), Armada sugiere a Ubieta cesar el ataque al “Baleares” y ordenar la continuación del ataque a los destructores, para –supuestamente- preservar su barco de un supuesto ataque por sorpresa del “Canarias” cuya situación real se ignoraba. Así se hace, regresando a Cartagena a toda máquina, y quiere la suerte que de los cuatro destructores que lanzan sus torpedos contra el “Baleares”, fuesen los del “Lepanto” (por cierto, ¡oh casualidad!, el único cuyo comandante es comunista) el que le acertase de lleno y lo envíe directamente a rendir pleitesía al dios Neptuno.
La Flota Republicana basada en Cartagena y su Arsenal, fue un auténtico hervidero de traidores, espías y derrotistas.
Manuel López Franco, el mejor investigador hoy en España, sobre la actuación de los comités y el comisariado en la Flota, comparte conmigo la convicción de que si la flota consiguió mantener un cierto grado de actividad –más disuasoria que belicosa- frente a la Flota de Bloqueo franquista, fue por el compromiso de buena parte de la marinería y de la tropa de tierra, de los comités (hasta finales de 1936), de parte del comisariado no afecto al PSOE, del SIM, y de la valiente –aunque ineficaz- denuncia de los sabotajes de los traidores, llevada a cabo por oficiales y jefes leales, como la del Teniente Coronel Benito Sacaluga, director de la Escuela Naval Popular y posteriormente Jefe del Servicio de Máquinas de la Armada. Sus constantes informes y denuncias del mal funcionamiento de parte de los buques, así de la lenidad culposa de sus mandos, se archivaban en los cajones de la Subsecretaría de Maria y del Estado Mayor de la Armada, ante la impotencia y la ira de los leales. Los autores de los sabotajes, los derrotistas y los espías, permanecieron impunes hasta el final. Y así se perdió la guerra.
Confirmo el interés de la sugerencia por la que usted invita a los investigadores, a echar mano de esa extraordinaria fuente documental, que son los sumarísimos de urgencia de los archivos y juzgados militares, hoy día accesibles sin demasiados trámites, tras pasadas y casi cruentas batallas por romper su bloqueo. De lo que como sujeto activo, doy fé… (me sonrío).
Muchas gracias profesor.
Muchísimas gracias. Lamento no haber visto este correo antes, pero es que no he tenido tiempo. Hasta hace una semana no he parado. Espero que su libro salga pronto. La Flota es una de las grandes desconocidas de la gce. Cordiales saludos
Angel Viñas
Me ha parcido sorprendente que mi comentario haya desaparecido. Supongo debido a algún error. Insisto, el Capitán en cuestión jamás combatio en Rusia y nunca traicionó pues no peleó en ese bando, las traiciones habría que buscarlas muchísimo más arriba. Un cordial saludo.
Muchas gracias. Si lo que Vd. es cierto, sería interesante que enviara alguna prueba al profesor Angel Bahamonde. Yo dije claramente cual era mi fuente. Lamento el retraso en responder pero es que el sistema no me dejaba ver hasta ahora cuándo llegaba algún mensaje al blog. Misterios de la informática. Ahora creo que ya está resuelto. AV
Gracias por la respuesta. ¿como me podría poner en contacto con el profesor Angel Bahamonde? Un saludo.