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El historiador en tiempos de redes

29 marzo, 2023 at 3:55 pm

Los “hechos alternativos” han llegado para quedarse, envueltos además en ropaje “seudocientífico”. Nunca ha sido más necesaria, en mi opinión, la buena historia que en los momentos actuales

Artículo de elDiario.es aquí

Ángel Viñas

@angelvinashist

Kellyanne Conway, consejera de Trump, en una imagen de archivo, quien popularizó la expresión "hechos alternativos". EFE/Chip Somodevilla
Kellyanne Conway, consejera de Trump, en una imagen de archivo, quien popularizó la expresión «hechos alternativos». EFE/Chip Somodevilla

28 de marzo de 2023 22:26h
Actualizado el 29/03/2023 08:20h

Hubo una época, no tan lejana en el tiempo, en la que no existían dudas acerca de lo que era el pasado. Se reflejaba más o menos nítidamente en documentos, periódicos, memorias, monumentos etc. Era deber del historiador interpretar dicho pasado ateniéndose a evidencias. Algo que venía haciéndose desde la más remota antigüedad. ¿Cómo, si no, hubiese escrito Edward Gibbon su historia sobre la decadencia y caída del Imperio romano? 

Sin embargo, si hay una cosa que no es estática es el pasado. La gran historiadora canadiense Margaret MacMillan lo explicaba con un viejo chiste de los tiempos soviéticos: “No hay cosa que cambie tanto como el pasado”. Hacía referencia a la costumbre de que, cuando ciertos protagonistas de este caían en desgracia, sus nombres desaparecían de fotos, de artículos e incluso de sesudos ensayos en la Enciclopedia Soviética. Luego, algunos volvieron a reaparecer como si no hubiera pasado nada. 

Reconozco que, en tales condiciones, la tarea del historiador se hacía un poco más complicada de lo que es en realidad. 

Ahora las circunstancias son diferentes. Mucho de lo que se escribe sobre el pasado fluye de alguna manera hacia un repositorio, una biblioteca. Incluso se digitaliza y perenniza. Por lo menos mientras existan los instrumentos técnicos que permitan leer tales versiones. 

Sin embargo, la profesión de historiador, academizada a lo largo de los decenios positivistas y racionalistas del XIX cuando la historia aspiró a tener consistencia científica, se ha devaluado. Hoy, cualquier hijo de vecino con acceso a un ordenador se cree en el derecho de opinar y de difundir sus conocimientos, sea cual sea su procedencia, en el amplio mundo digital. Las redes han democratizado hasta límites insospechados la capacidad de intervenir en un debate con opiniones que otrora no hubieran salido del entorno de una tertulia de café.

Es vano quejarse de ello. Los avances tecnológicos son irreversibles e imparables. Continuarán y se acentuarán. Solo el cielo es el límite. Además, la acumulación y democratización del conocimiento no es de por sí algo negativo. Antes al contrario. Es -y en mi modesta opinión debe ser- una pieza fundamental de cualquier concepción acerca de los avances deseables en un sistema democrático. La educación para todos fue siempre una aspiración de los pensadores más razonables del pasado (aunque hubo excepciones). Es una conquista de la civilización a defender por todos los medios.

Con todo, parece evidente que esa difusión del conocimiento, pero también de lo que servidor se permitiría denominar “anticonocimiento”, no está exenta de riesgos o, por lo menos, de trampantojos. No todas las opiniones valen. A algunas se llega mediante procesos exigentes de investigación, reflexión y contrastación inter pares. Otras se lanzan alegremente a la red basándose en suposiciones, cuentos chinos (con perdón) o meras ganas de provocar. Las redes son también un instrumento de manipulación. 

Este es el caso de uno de los países más tecnológicamente avanzados del mundo, Estados Unidos. Como es obvio, ha sufrido durante años. Tal vez sufra algunos más en el próximo futuro. Hemos visto las consecuencias de la manipulación de las redes desde la mismísima Casa Blanca. También desde un partido político otrora responsable. En todo caso, potenciados por una caterva de opinadores sin freno sobre todo lo divino y humano. Un expresidente consiguió la proeza de diseñar, mantener y propagar una realidad paralela, basada en no hechos, rebautizados como “hechos alternativos”. ¡Un hallazgo!

Servidor no tiene ni la varita mágica ni la bola de cristal necesarias para enseñar cómo abordar tales “hechos alternativos”. Sesudos tecnólogos, politólogos, sociólogos, periodistas, teóricos del conocimiento, etc. están en la tarea. 

Mi experiencia es mucho más prosaica. El pasado ha quedado reflejado de diversas maneras en huellas materiales (documentos, monumentos, campos de batalla, fosas, residuos de campos de concentración y de exterminio). Si estas huellas pueden afrontar las inclemencias del tiempo y los efectos del cambio climático no todo está perdido. 

A la “ciencia” de los hechos alternativos hay que oponer las ciencias de la realidad, tanto de cara al presente como de cara al pasado. Ciertamente, hoy no estamos como en los tiempos de Gibbon. Él se basó en historiadores romanos, estableció un método y una forma de crítica. Se trata de un clásico porque, aunque sus contenidos han quedado ampliamente superados, su enfoque respondía a un tipo de racionalidad que no se ha agotado. 

Hoy incluso se habla de historia en casos en los que en el pasado no se hubiera utilizado. Historia de la tierra. Historia del tiempo. Historia del clima. Son, en mi modesta opinión, extrapolaciones sin base real. 

La historia no es simplemente evolución. Exige la agencia humana. Hombres y mujeres que actúan, viven y mueren en condiciones dadas. No las crean conscientemente. Les vienen transmitidas desde el pasado y/o son productos de los esfuerzos de generaciones anteriores por modificarlo. 

Para el investigador es una disciplina: una forma de pensar. No aleatoria. Se basa en una metodología, en un savoir faire. Las afirmaciones que hace el historiador genuino (no los cantamañanas) no son gratuitas. Deben tener una referencia íntima y directa a realidades pasadas, aprehendidas con toda la panoplia de instrumentos técnicos disponibles en una época y en un tiempo determinados. 

Son de muy diversos tipos y sometidos a constante proceso de cambio. Los testimonios personales, si no están fijados en algún soporte material, se evaporan. Si están fijados, se convierten en “evidencia”. Compete al historiador enjuiciar su mayor o menor adecuación como materiales explicativos de alguna parcela de la realidad pasada. 

Una forma de entrar en materia estriba, para mí, en leer y releer Montaillou. La historia y tragedia de una diminuta aldehuela occitana interpretada por el gran historiador francés Emmanuel Le Roy Ladurie. Con base en documentación de la Inquisición (Santa Inquisición habría, para algunos, que decir) reconstruyó una gran parte de la vida, amores, rencillas, pugnas y peleas de los habitantes del pueblecito. De no haberse conservado, no hubiera sido posible sacar aquel diminuto panel del pasado occitano a la luz de nuestra contemporaneidad. 

O, en el otro extremo, leer y releer El queso y los gusanos, de Carlo Ginzburg. Microhistoria en estado puro, como eran las creencias de un molinero italiano, víctima también de la “Santa” Inquisición, sobre el origen del mundo, la relación del hombre con la divinidad en una especie de teogonía en trazo grueso. 

¿Y para qué? No solo para explicar la sed de conocimiento inherente en el ser humano. También para indagar en nuestros orígenes. Ya remotos, ya más próximos. Porque los “hechos alternativos” han llegado para quedarse, envueltos además en ropaje “seudocientífico”. Nunca ha sido más necesaria, en mi opinión, la buena historia que en los momentos actuales. 

Cuándo “se jodió” España? Respuesta a Ramón Tamames

23 marzo, 2023 at 10:09 am

Ángel Viñas

@angelvinashist

El reciente debate sobre la moción de censura ha puesto de relieve, en mi modesta opinión, dos características, una política y otra personal. La primera se refiere a la incuria, incompetencia y desasosiego de la dirección, personal y colectiva, de Vox. No es asunto de mi competencia. La segunda tiene que ver con el patético despliegue que el tan admirado profesor y académico Don Ramón Tamames hizo de su conocimiento de la Historia contemporánea de España. En un momento lanzó una frase, famosa, que me impactó mucho: la superfamosa pregunta de Vargas Llosa sobre “cuándo se jodió el Perú”. Que recuerde, el aspirante a presidente del Gobierno no la respondió taxativamente, pero la dejó caer. 

Los historiadores, que no aficionados, hemos dado vueltas y vueltas a una pregunta similar en dos momentos del tiempo. Una, en el extranjero, mientras duró la dictadura con su censura, primero de guerra. Desde la Ley Fraga Iribarne, de 1966, también dentro de España, en este caso todavía con la debida prudencia. 

La respuesta general, salvo de aquellos enfeudados de una u otra manera a la dictadura, es que no fue en la revuelta de octubre de 1934. La derecha post 1939 puso más bien el acento en las turbulencias y violencias durante la primavera de 1936, preludio del golpe de Estado comunista. En marzo, una reunión de generales examinó la situación. Los más pelotas de entre los autores profranquistas recalcan las supuestas condiciones que expuso el general de División Francisco Franco para unirse a la misma. Entre ellas, la inminencia del tan cacareado golpe comunista. 

De hecho, aquel golpe no se planteó nunca en la realidad. Fue una creación de las derechas más cerriles y que ya reflejaron algunos editoriales de sus periódicos desde antes de 1931. En un libro de próxima aparición, el profesor Francisco Sánchez Pérez examinará el tema con pelos y señales desde la obra seminal de Ben Ami sobre los orígenes de la segunda República. 

En contra de lo afirmado por las derechas, España “se jodió” porque los gobiernos de la primavera de 1936 no acertaron, no supieron o no pudieron cortar la amenaza golpista de la que, en principio, deberían haber estado bien informados. Naturalmente, la culpa histórica no fue solo de ellos sino más bien de quienes preparaban un golpe con pretextos espurios. 

La inminencia del golpe de Estado comunista solo existía en su imaginación. Durante años, fue la “explicación” más extendida. Lo de la violencia vino después cuando resultó literalmente imposible mantener aquella ficción. No crean los amables lectores que fue un proceso fácil. Todavía a principios del presente siglo un eminente historiador eclesiástico, según se dice miembro del Opus Dei, encontró la forma de revivir dicho mito. Y hace no muchos años, tan solo dos, un distinguido, y jubilado, general de División volvió al tema como si no se hubiese demostrado ampliamente tal pamema. 

Los más listos entre los historiadores de derechas evolucionaron a tiempo. Más que la amenaza del supuesto golpe comunista (que en las autoalabanzas militares en tiempos de la dictadura ya preveían para agosto de 1936), lo que contó, según ellos, fue la violencia desatada en las calles de las ciudades españolas, los asesinatos por doquier que tenían lugar en cualquier sitio y, con la vista  puesta en la Santa Iglesia Católica Apostólica y Romana, los templos incendiados y saqueados por las turbas desmadradas con el beneplácito, si no la pasividad, de las fuerzas de orden público, comandadas por políticos izquierdistas y, para colmo, masones.  

Pues no: una larga ristra de historiadores españoles y extranjeros han (hemos) examinado todas estas afirmaciones y demostrado las fabulaciones tras las mismas. Da igual. Vox, un sector del PP, y ahora parece que incluso el tan alabado profesor Tamames, coinciden en señalar que, sin fijar un momento preciso, a España la “jodió” la República. Algunos todavía afirman, con la boca pequeña y sin la menor documentación que lo avale, que fue el resultado de la revolución de octubre de 1934 (que el Ejército, a las órdenes del Gobierno de la República que había declarado oportunamente el estado de guerra no tardó mas de dos semanas en poner coto a tal desmán lo pasan por alto). Es un revival perenne. El ilustre académico profesor Tamames incluso evocó la autoridad de Sir Raymond Carr (lo que Julián Casanova desmintió inmediatamente).

Si no fue en “octubre de 1934” tuvo que serlo en la primavera de 1936. Esto se acerca más a lo que efectivamente ocurrió, pero pocos han sido los historiadores de derechas que hayan profundizado en aquella primavera. Tamames y Vox, al menos, son inequívocos. Retoman las alocuciones en el Congreso de los Diputados de lumbreras políticas tan extraordinarias como José Calvo Sotelo (conspirador de pro) y José María Gil Robles (conspirador sobrevenido) y se quedan tan tranquilos. 

Don Ramón Tamames, dando muestras de su erudición y de, aparentemente, estar al día, evocó otra autoridad. Nada menos que la suprema de un expresidente del CSIC y catedrático jubilado de Derecho Administrativo. No consideró oportuno decir más. Podría haberle escamado que tal autoridad no cita absolutamente ninguna fuente, ningún escrito, libro o artículo, y que en la primera parte de su obra (que es la que he leído hasta aburrirme) solo menciona de pasada a un único historiador, el malogrado Javier Tusell.  Espero tener ocasión de discrepar de un colega universitario nonagenario.

Así, pues, ¿cuándo se “jodió” España? Para mí la respuesta es inequívoca, después de haber escrito tres libros y varios artículos académicos sobre el tema (y a diferencia de muchos otros historiadores de derechas siguiendo no tesis preconcebidas, sino un procedimiento inductivo: a partir del análisis de  las evidencias primarias de época sobre comportamientos reales de políticos y militares): se “jodió” en julio  de 1936. 

¿Pudo no haber sido así? La respuesta solo puede ser especulativa. Abarca dos términos. Que las derechas, solas o con el centro, hubiesen ganado las elecciones de febrero de 1936. O que la República hubiese decapitado la conspiración que sabía estaba en marcha. ¿Y quiénes fueron los malos de la segunda parte de la película? Pues el por algunos todavía reverenciado presidente, Don Niceto Alcalá-Zamora, incompetente, rencoroso y muy bien pagado, seguido por su sucesor, Don Manuel Azaña, sobre todo en su primera función como presidente del Gobierno. Se admite documentación en contrario, que nadie -que servidor sepa- ha aportado todavía.  

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El último libro de Angel Viñas es Oro, guerra, diplomacia. La República Española en tiempos de Stalin, Crítica, 2023

ESPAÑA, ESPAÑA, ESPAÑA

14 marzo, 2023 at 8:30 am

Ángel Viñas

Ruego a los amables lectores que no se desanimen al leer el título de este post y puedan, incluso fugazmente, pensar que he pasado a engrosar las filas, recias, prietas, marciales, de los historiadores que dan soporte al PP y/o a VOX. Estoy encerrado tras cinco candados en el ático de mi casa. Soy presa tardía, pero presa al fin, de la COVID. Me entretengo leyendo algunas novelas creo que no traducidas al castellano sobre la posguerra en Hamburgo de 1946 a 1948. Tienen una impresionante descripción de la corrupción y el estraperlo durante la ocupación británica. Fue en Hamburgo donde me inicié en los misterios del alma germana diez o doce años después y siempre he sentido cierta debilidad por la ciudad hanseática.

De vez en cuando también ojeo trabajos antiguos. Entre ellos, me llamó poderosamente la atención un artículo del profesor, y buen amigo, Juan Sisinio Pérez Garzón (https://elpais.com/diario/1998/12/09/opinion/913158004_850215.html) sobre un libro que entonces obtuvo el Premio Nacional de Historia.

No lo leí. Señalo simplemente que me pareció ser un pasito más hacia adelante en la hercúlea pugna por hacer pasar, en tiempos del nunca olvidado, pero tampoco deseado, Sr. Rajoy por las tragaderas de una sociedad libre, desacomplejada, pluralista, abierta al mundo e incrustada en la Unión Europea un puré intelectual emanado, cocido y desarrollado en gran medida de épocas pasadas.  La labor continúa, soterradamente.

Épocas pasadas, sí pero también vigentes en la actualidad (2023), como puede observarse día tras día leyendo los articulitos sobre historia de la República, la guerra civil y el franquismo que aparecen en medios impresos -y también digitales- de ciertas cadenas.

Siempre me ha irritado el nacionalismo, español y no español. Nunca fui simpatizante de François Mitterrand, pero me sentí al cien por cien detrás de su conocida afirmación: nacionalismo = guerra.  Me escapé de los dogmas franquistas tan pronto tuve oportunidad y por una serie de circunstancias que expondré en un próximo libro terminé escribiendo historia como vi que se hacía en Alemania, Francia, Gran Bretaña y, algo menos, en Estados Unidos. Es decir, no tomar ninguna idea, ningún enfoque, ninguna interpretación que no estuviera basada en o corroborada por evidencia primaria relevante de época debidamente encuadrada.

Tal condición es necesaria, pero no suficiente. Hay que añadir la capacidad de interpretación del historiador. Afortunadamente, no todos somos iguales. Incluso hay algunos que son malos y/o bastante malos.

En ocasiones he afirmado que para mí el pedazo de historia que merece más atención en el caso español es la que se inicia en 1931. Esta aparente boutade es simplemente el reflejo del hecho que las evidencias documentales sobre la misma han estado secuestradas hasta bien avanzada la actual etapa democrática (algunas continúan así). Tal circunstancia no permitió resolver numerosos problemas históricos con el adecuado aparato primario

En contra, asistimos al renovado énfasis en los siglos del Imperio, del descubrimiento de América, de una “Reconquista” de pata coja que duró la friolera de casi siete siglos, la romanización en la que la inexistente España dio a Roma tres emperadores y así hasta llegar a la prehistoria “protohispánica”. Siempre llena de gloria inmarcesible.

Se olvidan cosas. España fue uno de los primeros Estados modernos (como también Francia e Inglaterra, “enemigos” seculares) pero su Imperio no fue español estrictu senso. Fue más bien el de la rama hispánica de la Casa de Austria. Adalid de la Contrarreforma -y por consiguiente en el lado para muchos incorrecto de la Historia. Evitó en su suelo las batallas de religión, sí, pero a costa de otorgar privilegios extraordinarios a una Iglesia que para varios millones de europeos tampoco se encontraba en el lado bueno. Las guerras de religión en Europa central y occidental tuvieron su correlato en la exportación de los tesoros de la explotación de las Indias. Murieron menos “españoles” sí, pero los que no murieron no lo pasaron demasiado bien.

Inmune, merced a una férrea disciplina impuesta por la Iglesia y la Corona  y alineada con el espíritu y la espada menendezpelayista de Trento, tampoco fue aquella España uno de los focos de los que irradiaron las semillas y flores de la Ilustración. No fue una casualidad que crecieran potentes en países no católicos (Holanda, Inglaterra, Escocia, Prusia), en partes de la católica pre-Italia y, tras una serie de guerritas internas, en Francia como eterno rival de España.

Tampoco es de extrañar que la historia nacionalista española, producto en gran medida del siglo XIX, sublimara, tras la pérdida de las colonias, una supuesta virtud especial de la “raza hispánica” y que llegara a su paroxismo en el primer tercio del siglo XX, con numerosos “pensadores” inculpando a los rosacruces, carbonarios y masones, transmutados después por arte de magia en anarquistas, socialistas, comunistas, librepensadores, etc, es decir, en la “Anti-España”. Muchos continúan siendo reverenciados. Da cierto pudor mencionar nombres.

La Corona, la aristocracia vieja y nueva, la Iglesia se abroquelaron ante los efluvios emanados de las revoluciones burguesas europeas y de una muy incipiente industrialización. España se desgarró en sus carlistadas y en los caprichos de dos de sus soberanos más estúpidos de su historia, Fernando VII e Isabel II. La distancia con Europa no se mitigó demasiado. La revolución industrial quedó para después. Y llegó la República.

En un libro que saldrá próximamente y que me cabe el honor de prologar, un estimado colega, el profesor Francisco Sánchez Pérez, abordará el todavía, para algunos, no cerrado tema de cómo y por qué llegó. Sólo hay que echar un vistazo a algunos artículos de los eminentes periodistas, “especializados”, que han aparecido últimamente en ABC.

Fue un paso prometedor, pero ….la República fue vencida merced a la ayuda de Dios, de Nuestra Señora y del apoyo de ángeles y arcángeles, de la Santa Madre Iglesia Católica, Apostólica y Romana y la virilidad de una raza (Franco dixit) que no se resignaba a morir. ¿El masivo apoyo nazi-fascista? Sólo son las izquierdas quienes siguen hinchándolo….

Todavía hoy está por ver que los historiadores patrióticos, desde la extrema derecha a la derecha tibia, asuman la importancia de la doble conjunción que hizo inevitable aquella victoria, ya anunciada en el otoño de 1936. No fue nada sobrenatural: fueron la no intervención (de la SdN ha afirmado recientemente un conocido escritor en un artículo en ABC) y la colosal ayuda de los camaradas de camisas negras y pardas. En paralelo se ha exagerado hasta el delirio la soviética como correlato de la estupidez, todavía viva, de que la República se encaminaba a una revolución pro-soviética.

¿Y de Franco, qué? Ya no se estilan las preces en favor de que el Vaticano instruya un proceso de beatificación. Sin embargo, están por ver los historiadores españoles “patrióticos” que hayan impugnado, con EPRE, los camelos que esmaltan el expediente militar del dictador (al alcance de todos en el AGMS), sus embustes sobre su inigualable valor en una mini-acción en África para que le dieran la Laureada de San Fernando,  sus lloros ante S. M. el Rey (a quien luego traicionó vilmente), sus manejos para hacerse con una fortunita durante la guerra y la postguerra y su aportación para proyectarse en el relato oficial como el líder indiscutible de la sublevación contra la República.

Por no hablar de su galaica sabiduría a la hora de “engañar” a los norteamericanos con su autoproyección como la primera (sic) espada en Europa que venció al comunismo, ocultando eso sí las cesiones de soberanía que costó dios y ayuda reajustar. O los mitos sobre el plan de estabilización y liberalización.

Teóricamente existen alternativas. Pero para defender estas es necesario aportar la evidencia primaria imprescindible. Si no se exhibe quedan en lucubraciones, sueños, deseos o, en el peor de los casos, estupideces.  No sorprende que España, todavía en 2023, no haya sido capaz de ajustar las cuentas con su pasado, mediato e inmediato.

Claro que este último es menos sanguinolento que el de las potencias fascistas y de los gobiernos títeres de la Europa ocupada. Todos han sabido lidiar con su pasado. Una parte de la España de nuestros días, no. Se refugia en el Imperio y desdeña el pasado reciente. Con eminentes historiadores de la talla de los líderes de Vox y del PP, sigue agarrada a supuestas verdades eternas. Incluso pareciera que algunos echan de menos la Santa Inquisición. Vivir para ver.

Con este post desearía despedirme de los amables lectores durante una temporada. He aguantado, con solo una pequeña interrupción, casi diez años. Mi intención la anuncié en diciembre de 2013 y empecé a elevar posts en enero de 2014. Mis intenciones las expliqué en https://www.angelvinas.es/?m=201312

Casi diez años después no he parado de publicar libros, buenos o malos, pero siempre con la intención de revelar a los lectores algunas facetas muy distorsionadas del pasado. La COVID me ha dado un toque de alarma. Conviene que me concentre en finalizar mi tarea. El libro terminado saldrá el año que viene. En el curso de este daré con un amigo un repasito a uno de los factores más distorsionados en la historiografía española y extranjera pero que contribuyó lo suyo a la victoria de Franco (¿el mayor genio militar y político español de todos los tiempos?). No sé adónde llegaremos y por dónde. Decidirá el análisis de la EPRE que vamos acumulando.

NO SE TRATA DE UN CIERRE TOTAL Y ABSOLUTO. AL BLOG CONTINUARÉ ELEVANDO REFERENCIAS A TRABAJOS PROPIOS Y EXTRAÑOS. MANTENDRÉ EL DIÁLOGO CON LOS LECTORES. SUBIRÉ ARTÍCULOS DE OTROS HISTORIADORES. SEGUIRÉ EMPERRADO EN BATALLAR POR LA HISTORIA. Y TAMBIÉN HARÉ CRÍTICA. LO QUE CONSEGUIRÉ ES MÁS TIEMPO PARA PENSAR.

¿Por qué hay en España tantos resistentes a la Historia?

7 marzo, 2023 at 8:30 am

Ángel Viñas

La pregunta que da título a este post podría exigir todo un libro. En parte, alguna respuesta ya se ha dado en numerosas ocasiones en varios de los títulos que conectan la experiencia española con otras foráneas: Estados Unidos, Francia, Italia, Alemania…. Incluso en países con sociedades otrora modélicas, como las escandinavas. Naturalmente aquí yo solo puedo, y quiero, fijarme en algunas características específicamente españolas, es decir, que no se encuentran con iguales intensidad y contenidos en otros países, ya sea de la Unión Europea o fuera de ella, como en América Latina.

Anticipo que mi argumentación no será necesariamente del agrado de muchos politólogos e incluso de numerosos historiadores. Pero creo que está fundada en características propias de la sociedad española, que no es igual que otras sociedades de nuestro entorno, por muchos que sean los rasgos comunes a una y otras.

En la Europa occidental (dejo de lado los países del Este de Europa, incluida Grecia) coinciden características comunes marcadas por experiencias similares: procesos bastante simultáneos de desarrollo económico, social y político, aunque con gradaciones diferentes; exposición a dos guerras europeas (y mundiales) contra el nazi-fascismo; recuperación económica, también auxiliada por la Ayuda Marshall y por los acuerdos de multilateralización de intercambios y pagos subsiguientes; desarrollo económico, político y social en condiciones de guerra fría bajo un paraguas tutelado por Estados Unidos; participación ulterior en mecanismos de integración comercial y/o económica de aspiración más o menos paneuropea; experiencias comunes, aunque no iguales, de pérdida de los imperios coloniales y heterogenización de las sociedades crecientemente eximperiales, dentro de ciertos límites…

Con la relevante excepción de Portugal, que no participó de todos los anteriores rasgos, y de Luxemburgo, que nunca tuvo imperio colonial, es posible argumentar que España no formó parte de ninguno de ellos en el tiempo y con la intensidad que el resto de los países mencionados. ¿La causa? Se enumera fácilmente, mal que pese a los esforzados caballeros de los estandartes con la cruz, el águila de San Juan, el yugo y las flechas de los Reyes Católicos y otros aditamentos ad hoc: la dictadura de Franco. Que, además, estaba encantada de ello.

Mientras pensaba estas líneas puse delante de mí un panfletillo de Ernesto Giménez Caballero titulado “Notas de un alférez de la IVª de Navarra sobre la conquista de Port-Bou” del que copio, alborozado, el sentimiento primordial del entonces incipiente nuevo régimen:

“Si la Historia de España pudiera definirse con una frase, esa frase sería la de tener o no tener Pirineos. Desde el siglo XVIII, España había dejado de empezar en los Pirineos. Según los enciclopedistas franceses, España empezaba en África. Y por eso, aunque empezaba en África y no había Pirineos, fue posible a nuestros vecinos introducir a España -sin pagar aduana- una dinastía francesa, y meternos de matute, y sin frontera, la filosofía francesa, y la lírica francesa, y el romanticismo francés, y las pelucas, trajes, amores, libros, periódicos y perfumes de París. Y que se concibiera a España como una simple prolongación espiritual y política de Francia. Primero con el centralismo borbónico y monárquico; luego, con el separatismo republicano y demócrata. ¡No había Pirineos! Y, por consiguiente, para guardar esa raya ilusoria y fronteriza, hubo que poner allí unos carabineros. Los cuales -lógica, histórica y fatalmente- habrían de formar en su día los mejores batallones democráticos y franceses para atacar a una España al fin no francesa, a una España de nuevo genuina y nacional, que arrancando el 18 de julio justamente de África –donde hasta entonces empezaba España– habría de llegar aquí, a estas mugas pirenaicas; habría de llegar, con sus banderas desplegadas, para hacer desplegar aquí las que hace dos siglos se habían arriado; habría de llegar para hacer aquí surgir -de nuevo, y como un milagro ante los ojos de la Historia- eso: los Pirineos.

Nosotros hemos tenido la gloria de ver alzarse de nuevo en nuestro mapa, como en un movimiento sísmico de la Historia: los Pirineos. La cordillera de montes y de espíritu puesta por Dios y derribada por los traidores al genio de España, que separaba desde siglos la absoluta integridad española de toda avidez imperial vecina.

¡Oh españoles, hermanos míos! Desde el 10 de febrero de 1939 en la primera hora postmeridiana, España, tras dos centurias de agonías, de bofetadas, de renunciamientos, de ofensas y de lágrimas en silencio, acababa de contestar a los descendientes del Conde de Harcourt: “Señores: ¡Hay Pirineos!” “

Estas “paridas”, de un fascista redomado, a quien redescubrieron en la Transición algunos estudiosos de la literatura española, estuvieron detrás del intento de crear la ESPAÑA, grande y libre, que soñara José Antonio y que supuestamente llevó a su culminación el “genio” de Franco.

No es de extrañar que durante cuarenta años a su régimen se le mirara con desprecio, aunque con codicia económica, desde allende los Pirineos. Y tampoco que a Franco hubiera que extraerle a tenazazo limpio, como con un sacadientes medieval, el sí a la liberalización de la economía española de 1959. Potencialmente más peligrosa que el arrendamiento a precio de ganga de la autonomía estratégica y militar de la PATRIAAAA a tenderos yankis, militares yankis y costumbres yankis.

Tres años de guerra, más cinco de ardiente preparación de los espíritus para la guerra deseada y venidera, más veinte de aislamiento político, institucional y mental hacen mucho daño, sobre todo cuando poderosas fuerzas políticas, ideológicas, FRANCO-CATÓLICAS, económicas y culturales los apoyaron en todo lo posible, hasta que se constató, con asombro, que el dictador no era “inmorible”.

En el interín, al menos dos generaciones se habían visto expuestas a los gérmenes mortales del hipernacionalismo, de la hiper-raza hispánica, del Sonderweg hispano tan despreciativo de las democracias inorgánicas, de los derechos humanos y de las libertades solo reconocidas tibiamente, y sin garantías, por el sacrosanto Fuero de los Españoles.

Hay conciudadanos que todavía no se han librado del yugo sacramental, espiritual, racial y genético cuyas bondades cantó el genio superfascista de Giménez Caballero. Son quienes comulgan con las tres “verdades eternas” que difundieron la propaganda y las escuelas de la dictadura: la guerra fue inevitable para salvar a la PATRIAAA del yugo comunista, del peligro de sovietización e incluso de la muerte de la España inmortal, la única por la que valía la pena luchar y morir. Como caballeros legionarios…

No es de extrañar los arrebatos triunfalistas de las autoridades madrileñas a quienes sacaron las castañas del fuego sus progenitores ideológicos, culturales y …. fascistas.

Por consiguiente, tampoco es de extrañar que las investigaciones históricas basadas en documentos o en las ciencias duras de la arqueología, la física, la química y la medicina forense sean repelidas, ignoradas, pateadas y resistidas en todo lo posible para que sus resultados no contaminen a las nuevas generaciones. El futuro pertenece a quien domina el pasado.

Así que, ¡abajo la Ley de Memoria Histórica!, ¡abajo las leyes de Educación!, ¡abajo las leyes de igualdad de género! ¡A denunciar de comunistas a quienes se atreven a tocar una historia patria desgraciadamente contaminada desde antes de la República, porque -ya se sabe- esta fue el último escalón tras el cual España iba a derrumbarse, salvada eso sí  in extremis por la gracia de Dios y del Caudillo.

Nota: La obra de Ernesto Giménez Caballero mencionada en el texto fue impresa por la Editora Nacional, Madrid, MCMXXXIX, Año de la Victoria. La cita corresponde a las páginas 13 y 14. El ejemplar que poseo, un regalo de Reyes, procede de la Biblioteca del Colegio de Nuestra Señora del Pilar madrileño.

            LINDEZAS COMO EN OTROS TIEMPOS

28 febrero, 2023 at 8:30 am

ANGEL VIÑAS

En el post de la semana anterior acudí a una información de la red Quora sobre el “oro de Moscú”. Ya me he desconectado de ella. Leer muchas de las estupideces que contiene sobre historia de España no compensa las informaciones sobre otros temas y de las cuales tampoco puedo fiarme si aplico los mismos criterios.

De vuelta a Bruselas, he tardado en recuperarme de un viaje que me ha dejado absolutamente extenuado. Castigo, sin duda, a mi inherente perversidad. Como me ofrezco unas pequeñas vacaciones he pasado revista a algunos de los comentarios que la salida de mi libro ORO, GUERRA, DIPLOMACIA ha despertado a una serie de lectores que, por el momento en que fueron publicadas, me parece absolutamente imposible que hubiesen leído un libro de 500 páginas.

Un amigo y colega a quien aprecio mucho me contó hace tiempo cómo calificar muchos de los comentarios que publica la prensa en digital y que son accesibles bien a todos los lectores o únicamente a los subscriptores de los medios en cuestión. Siempre bajo seudónimos. Yo solo he hecho, antes de hoy, tres o cuatro comentarios de tal índole. Ni que decir tiene que con toda corrección y a los que he añadido mi nombre y apellidos, a pesar de que la publicación impone el seudónimo. La idea es, naturalmente, que se sepa quién los ha escrito.

En el caso de mi libro ha habido numerosos comentarios elogiosos que, obviamente, no reproduciré. A continuación, sí lo hago con los que aparecieron en un medio que tampoco identificaré. He quitado todos los seudónimos que pudieran identificar a sus autores y no he añadido ni quitado ni una coma. He mejorado, eso sí, alguna que otra falta de ortografía. Supongo que con los modernos buscadores no será difícil llegar a los originales.

Pues bien, mi amigo en cuestión, muy activo en las redes (mucho más que servidor que ya estoy meditando una retirada táctica) suele comparar los exabruptos en tal tipo de comentarios a los que en tiempos menos tecnológicamente avanzados solían pintarse en los urinarios públicos para HOMBRES. Solían ser más crudos y más tajantes. Así que supongo que los mecanismos sicológicos que impulsaban a pintarrajear aquellas muestras de donosura, sagacidad y viveza de espíritu fueron los mismos que impulsan a teclear sus equivalentes hoy.

Naturalmente no voy a entrar en discusión con tales genios de la historia. Incluso con quien parece que sabe algo más hasta el punto de hacer un recorrido por mi carrera profesional y de investigador (totalmente accesible en el cv de mi blog totalmente actualizado). No creo que haya trabajado en las instituciones bruselenses ni que tampoco haya leído mis memorias en la Comisión Europea entre 1987 y 2001 (Al servicio de Europa, Editorial Complutense, Madrid, 2003), otro mamotreto de 500 páginas. Tampoco me parece que esté mínimamente familiarizado con los archivos moscovitas. Por si le sirve de consuelo diré que algunos de estos me recordaron, extrañamente, a los procedimientos que se seguían en el del Ministerio de Asuntos Exteriores en los albores de la Transición y heredados de la tal vez para él simpática dictadura. Ahora bien, en varios de los que visité en Moscú, hace ya muchos años, había entrado la informática y en otros podían consultarse amplios catálogos en busca de lo que pudiera interesar al investigador. En ellos, por lo demás, no fui el primer visitante español. Ignoro si tan poco exacto comentarista conocerá el libro pionero de Antonio Elorza y Marta Bizcarrondo, precursores.  Probablemente ni ha ido a Moscú ni tampoco se destetó, como servidor, en los archivos españoles ya en el bienio 1974-1976 o en casi treinta años de actividad diplomática dentro y fuera de España. ¿Chi lo sà?

Expuestas estas simples puntualizaciones tengo el placer de ofrecer un ramillete de comentarios. Me he limitado a una clásica docena.

  1. La presentación del libro de este tío ha terminado con las pocas ganas que tenía de seguir leyendo este periódico.
  • Este es un falsario de los de izquierda de los que nos quieren hacer comulgar con ruedas de molino.

3.   De historiador solo tiene lo que a él le interesa con su ideología zurda.
Comulga incluso con la Menoría Histórica del granuja de Zapatero.

LA ABERRANTE MEMORÍA HISTÓRICA PROPUESTA POR PRESUNTOS ENFERMIZOS SECTARIOS (..) Memoria Histórica mediante un proyecto de ley propuesto al granuja de Zapatero por PSOE, IU (Comunistas), PNV (Separatistas) y BNG (Comunistas y separatistas del Bloque Nacionalista Gallego).

Los firmantes del “Manifiesto un compromiso ético inaplazable. La Ley de la Memoria Histórica”. Que entre otros firmaban:
– Carlos Jiménez Villarejo Concurrió en las listas de Iniciativa per Catalunya Verds-Esquerra Unida i Alternativa (ICV-EUiA) y en Podemos y que en la década de 1970, militó en la oposición antifranquista, es decir, un antifranquista declarado.
– Francisco Espinosa Martín un pseudo historiador regado con premios en Andalucía de la Sultana Díaz y que entre otras milongas escribió “La Matanza de Badajoz”, de la que estos sinvergüenzas llegan a inventarse que «Manolete» toreó a docenas de republicanos en la plaza de toros de Málaga (otros dicen en Badajoz), dándoles muerte con el estoque taurino.. Incluso a este hombre le da las gracias el republicano Paul Preston, colaborador necesario en su libro: “El holocausto español: Odio y exterminio en la Guerra Civil y después”. En el libro hace una distinción a todos los españoles que colaboraron y al igualo que Espinosa, son todos elementos ANTIFRANQUISTAS.

  • Este pseudo historiador presuntamente está en la nómina del PSOE y no dice ni una verdad a tiros.
  • Menudo embustero…
  • Vaya panfleto un mero libro de corta y pega sin aportar nada nuevo
  • Este no historiador, como confirma el comentario de (…) ya pasó por El Mundo, donde se permitía decir: [Stalin] no sólo no quería que nuestro país adoptara el modelo soviético, sino que estaba particularmente interesado en que el Gobierno de Manuel Azaña se mantuviera dentro de unas coordenadas democráticas.

8. (…) hacía los siguientes comentarios:
Indalecio Prieto:’¿De quién puede estar las mayores posibilidades del triunfo de una guerra? De quien disponga de más medios, de quien disponga de más elementos. Si la guerra, cual dijo Napoleón, se gana principalmente a base de dinero, dinero y dinero, la superioridad del Estado, del Gobierno de la República, es evidente. Todo el oro de España, todos los recursos monetarios españoles válidos en el extranjero; todos, absolutamente todos, están en poder del Gobierno: son las reservas de oro que han venido garantizando nuestro papel moneda. El único que puede disponer de ellas, porque en sus manos se hallan, es el Gobierno. Ese tesoro nacional permite al Gobierno español, defensor de la legalidad republicana, una resistencia ilimitada, en tanto que, en dicho orden de cosas, la capacidad del enemigo es nula’. Cuando hacía 3 meses que el oro estaba en Moscú, el gobierno socialista del Frente Popular hizo público un comunicado CLARIDAD, 20.1.1937, contraportada. EL ORO ESPAÑOL ESTA EN ESPAÑA

Manuel Azaña en su libro `Memorias políticas y de guerra”: «De nada sirve que el presidente de la República hable de democracia y liberalismo, si al propio tiempo las películas que nuestra propaganda hace exhibir en los cines, acaban siempre con los retratos de Lenin y Stalin.»

9. El cónsul de Noruega en Madrid cuenta en su diario que el embajador de Stalin entraba en los despachos ministeriales a dar órdenes sin llamar siquiera a la puerta….. El PSOE se bolchevizó con Largo Caballero y las JJSS de Carillo eran estalinistas, no digamos ya el PCE. No se combatía por una democracia sino por una revolución…y resulta que Stalin no quería eso, nos cuenta Viñas

10. Por mor de la precisión: el señor Viñas ha escrito muchos libros de historia, pero no es en absoluto un profesional de ese campo, ni desde luego un profesor universitario de historia. Estos datos son públicos y bien conocidos. Es (ha sido, porque está jubilado) funcionario del cuerpo de Economistas y Técnicos Comerciales del Estado, y funcionario de la Unión Europea (sin oposición, por cierto, porque se le designó director general por cuota política nacional y luego se le funcionarizó, un procedimiento que existía hace años). Su experiencia en la universidad como catedrático (hasta mediados los años 80) se centra en distintas áreas de economía, no de historia. Su análisis del asunto del oro de Moscú fue un encargo político, no de naturaleza académica, y peca además de defectos metodológicos graves: el señor Viñas desconoce absolutamente la lengua rusa, en la época en la que lo llevó a cabo el acceso a los archivos soviéticos era el que era (no es que ahora haya mejorado mucho, por cierto) y sobre el terreno se movió siempre de la mano de funcionarios locales que le dieron acceso a aquello que Moscú consideraba conveniente. A principios de la década de 2010, a punto de jubilarse, se pasó un tiempo breve en la facultad de historia de la Complutense de Madrid, pero como profesor subalterno y solo para materias marginales (algún posgrado por ejemplo); la designación fue sin duda (otra vez) política, o en ella mediaron al menos amigos de su misma órbita política, la del PSOE. En la comunidad académica de la historiografía carece del más mínimo prestigio: se le considera un aficionado, otro advenedizo más. Cosa distinta es el eco que puedan en el medio tener sus publicaciones, entrevistas…

11. Viñas es un historiador muy sesgado a la izquierda, y carece de objetividad histórica, como otros de signo ideológico opuesto. El tema del oro de Moscú es un asunto muy suculento para la derecha y la izquierda política e historiográfica.

12. De lo que se dice en el texto deduzco que Viñas entrevistó a Stalin y este le contó todo lo que iba hacer. No habla de la decoración de la Puerta de Alcalá. Temía tanto al fascismo que luego firmo la alianza con Hitler
Muy triste Viñas, tú has fumado algo

Dice un refrán castellano que piensa el ladrón que todos son de su condición. A este último caballero puedo informarle que no he tomado jamás ninguna droga y que el tabaco (generalmente en pipa) lo dejé en cuanto leí la introducción a sus peligros del primer informe que publicó el Dept. de Sanidad de Estados Unidos tras vencer la guerrita que interpuso durante años contra él la industria norteamericana del tabaco. Por supuesto, para mejorar la salud de las ciudadanas y ciudadanos.

Finalmente, recuerdo que he escrito un libro de 500 páginas con referencias muy cuidadas. ¿Me engañaría si atribuyo a tales patrióticos, desinteresados, nacionalistas españoles de rara prosapia que hacen comentarios de la manera indicada más arriba, una cierta inclinación hacia el PP, Vox y, ¡oh, cielos!, la olvidada FET y de las JONS?

DISPARATES SOBRE “EL ORO DE MOSCÚ”

21 febrero, 2023 at 8:30 am

Angel Viñas

Mientras estaba la semana pasada en Madrid preparé una lista de las estupideces que salieron en las redes en relación con mi libro ORO, GUERRA, DIPLOMACIA. Mi idea era que sirviera de información, para quienes no leen ciertos medios, sobre lo que han dicho, siempre con seudónimo, como está obligado, algunos “lectores” sobre él. Pongo el término “lectores” entre comillas, porque me parece raro que en el lapso de unos días, no más de una semana, se hubieran empapado del contenido. En cualquier caso, no creo que repetiré el intento. Estoy de vuelta en Bruselas y aquí me esperan contenidos más estimulantes.

Los sustituyo, todos ellos, por la última “parida” de una mente calenturienta. La he visto ayer o anteayer en Quora. Una red de información de lo más dispar, a la que alguien me “suscribió (un decir: es absolutamente gratis) y que difunde informaciones sobre historia de los más diversos tipos y períodos. También sobre mores sexuales, pero a lo mejor es lo que quien me “suscribió” pensó que me interesaría. No es el caso. No tengo especial curiosidad al respecto.  

El hecho es que el otro día apareció esta suculenta noticia:

Jose Manuel Pérez 12 febrero 2023

 · 

Seguir

Que el gobierno «socialista», en su tradición más pura decidió coger 510 toneladas de oro y enviarlas a Moscú bajo las órdenes de Largo Caballero

Y nunca más se supo

193 toneladas de oro restantes, el total de las reservas de España fueron vendidas a Francia

Y nuevamente «nunca más se supo»

Lo habitual entre los gobiernos socialistas.

Pero tranquilo que te dirán que lo robó Franco

1,4 K visitas

Ver 116 votos positivos

Obsérvese: si los gestores de Quora llevan bien la cuenta, este cúmulo de burradas ha tenido 1.400 visitas. Me parecen demasiadas para el parvo contenido que aporta. De ellas, 116 parecen comulgar con la “verdad” que, aparentemente, ha descendido sobre el autor. Lo he buscado con ese nombre. Si se le añade un segundo apellido el primero que aparece en nómina es un colega catedrático. NO ME LO PUEDO CREER. Así que supongo que se tratará de un seudónimo.

El autor no tiene ni la menor idea. Miente como por los cuatro costados. Insulta, indirectamente, al común de los mortales (y probablemente a la mayoría de sus lectores que no dicen ni pío, anegados por el torrente de información).

No es la primera vez que en Quora aparece este tipo de mentiras relacionadas con la guerra civil. Al escribir mi último libro estuve dudando en si incorporar o no alguna sobre el oro. Al final decidí no hacerlo. No quise, por fin, hacerles tal honor en una obra seria.

Esta pequeña anécdota de la que me hago eco en este blog es, sin embargo, más que significa. Evidentemente, la supuesta red de información no tiene el menor control de calidad. Se convierte así de facto en una red de desinformación, muy en consonancia con el Zeitgeist de nuestra época. Cuanto mayores y más exageradas sean las “paridas”, mejor.

Está en la tónica con la que en numerosas redes se conduce la información política y cultural en estos tiempos. Contra ello, ¿qué hacer? Estoy pensando en nuevas posibilidades. Al fin y al cabo, acabo de publicar un libro y he dado a la editorial otro, ya para el año que viene. Sigo apañándome con un tercero, al alimón con un economista e ingeniero industrial catalán, Guillem Martínez Molinos. Vamos a intentar ver lo que hay detrás del caso TEXACO. Que sepamos, la mayor parte de lo que figura en la literatura sobre la guerra civil es pura filfa. Incluso en una reciente historia que pretende, nada menos, que ser “total” y que sigue por los cauces abiertos, por muy limitados y sospechosos que sean.

¿Por qué? Porque en un principio está siempre la disconformidad de lo escrito sobre un tema. En los últimos años me he hecho cuestión de aspectos varios del comportamiento del general Franco, “vendedor de café”, de sus pompas y de sus glorias. ¿Y si tales rasgos hubiesen sido coetáneos de “su” sublevación y de su “cuele” en el vacío de poder que se creó tras la desaparición de los dos líderes, civil y militar, del golpe. Es decir, Don José Calvo Sotelo y el teniente general José Sanjurjo.

Veremos.

Sobre Stalin y un nuevo libro pero no mío

7 febrero, 2023 at 8:30 am

Ángel Viñas

Hace unas pocas semanas, al anunciar en las redes la futura presentación de mi último libro, ORO, GUERRA, DIPLOMACIA, un amable lector me escribió preguntándome si conocía una obra del profesor Geoffrey Roberts en la que había un capítulo sobre la guerra civil española. Respondí que no. Me dio los datos exactos y me faltó tiempo para encargarla. Me la entregaron en mano, cortesía de la librería Marcial Pons, en el mismo acto de la presentación de mi obra en el Ateneo el pasado 1º de febrero.

Se trata de un volumen de más de 600 páginas titulado LAS GUERRAS DE STALIN. DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL A LA GUERRA FRÍA, 1939-1953. En la contraportada se afirma que “contiene prólogo exclusivo del autor a la edición española”. Al parecer, según me dijo mi amable comunicante, se puso a la venta en noviembre del pasado año. Está publicado por Historia Rei Militaris SL, de Zaragoza (abreviadamente HRM). No es de extrañar que no me hubiese enterado, a pesar de que tengo cierto cuidado en mantenerme al día de lo que se publica en los asuntos que me interesan.

No conozco personalmente al profesor Roberts, aunque sí tengo en mi casa varias de sus obras. No la última, por cierto, dedicada a una aproximación a Stalin a través de los libros, muchos anotados y comentados, de su biblioteca. Este enfoque se ha puesto en práctica en otros casos (que recuerde ahora, en el de Hitler).  

Me interesa resaltar aquí que la obra del profesor Roberts contiene una impresionante relación de documentación soviética, procedente de los archivos soviéticos, publicada y no publicada, y también algo de archivos norteamericanos y británicos. Lógico. En la literatura secundaria, muy extensa, el predominio absoluto es de obras escritas en ruso y en inglés. Como excepciones figuran un par de artículos en francés más un libro (muy conocido) y un artículo sobre el mismo tema en alemán.

Yo no trataría con tal distanciamiento la producción de dos escuelas historiográficas tan importantes como la francesa y la alemana. Siquiera porque proceden de países que algo tuvieron que ver en las guerras de Stalin y porque en inglés ya se dispone de la masiva obra de origen alemán sobre el Tercer Reich y la segunda guerra mundial, cuyo episodio central es precisamente la ofensiva nazi contra la URSS y su derrota.

En el caso del capítulo introductorio a la edición española, páginas 23 a 40, el enfoque es similar: predominio de las publicaciones en ruso y en inglés y de autores de origen ruso (soviético) o angloamericanos. Solo se menciona la traducción de un libro ruso al castellano y a dos autores españoles (traducidos al inglés, uno de ellos servidor en el caso del oro y de hace más de cuarenta años). Por el contrario, el profesor Roberts sí conoce la colección documental soviética que me ha servido de base para mi último libro y también la que sobre España y el GRU está en vías de publicación y a la que me referí en el prólogo de mi propio libro. Roberts anuncia, por lo demás, la publicación de una futura obra de Michael Carley sobre la fallida gran alianza de Stalin en su pugna en favor de la seguridad colectiva y que contiene un capítulo sobre España.  Habrá que estar atentos. Yo lo estaré.

Por lo demás, queda muy lejos de mi ánimo hacer la menor crítica al profesor Roberts. Es un autor sumamente respetable y digno de todo encomio. Naturalmente hay otros historiadores que discrepan de él en puntos sustanciales. Esto es normal y lógico y constituye el pan y la sal de la historiografía académica.

Sí deseo subrayar que, en su corto capítulo introductorio y con énfasis en la vertiente diplomática, no he encontrado nada que me haya obligado a revisar mis afirmaciones. Ni las que hice en 1976 y1979 en torno a la cuestión del oro ni las que fui desgranando a partir de 2006 en mi trilogía sobre la República en guerra, ni en las que he desarrollado en Oro, guerra, diplomacia. Tampoco sobre lo que yo interpreté como un “deslizamiento” de Stalin en el proceso de decisión que le llevó a la ayuda activa a la República.

Es cierto que, al no hablar ruso, no estoy tan familiarizado como él con la literatura y las fuentes en este idioma (sí en las que se han vertido a otros idiomas más abordables para mí como francés, inglés, alemán o italiano), pero de lo que Roberts ha escrito en el capítulo introductorio no veo nada importante que merezca la pena reseñar aquí.

A tal autor, evidentemente, le pasa con España lo que a mí con Rusia. Monográficamente hablando servidor ha sido más incisivo en dos afirmaciones fundamentales que compartimos: uno de los factores de la intervención soviética en la guerra civil fueron “las limitaciones de la capacidad de defensa nacional” (Roberts) y que Stalin siguió muy de cerca la evolución de la contienda en España (“el catalizador más importante para la creciente atención de Stalin a los asuntos militares fue la guerra civil”). También destaca Roberts, como lo hizo servidor incluso con documentación diplomática republicana de antes de la guerra, la importancia de una amenaza creciente del Japón como factor inhibitorio en la ulterior ayuda soviética a la República.

Dicho esto, me parecería pueril destacar algunos puntos menores en los que mi tratamiento, mucho más pormenorizado, muestra algunas diferencias con Roberts. Por ejemplo, cuando se refiere a la fusión entre los partidos socialista y comunista españoles. La idea no fue originariamente de Stalin sino de Prieto (que no tardó en distanciarse de ella) y Roberts no examina, como es lógico, la reacción puesta en marcha por Negrín para aguarla, sin que sus resultados por cierto tuvieran efectos negativos.

Para las lecciones que la guerra de España extrajo Stalin, y a su rastra la Comintern, creo que Fernando Hernández y servidor podríamos ofrecer matizaciones al debatido tema de en qué medida la experiencia española sirvió de catalizador a la concepción del concepto político de una democracia popular de nuevo tipo. La gran diferencia estriba, naturalmente, en que Stalin en 1936-1938 se dio por satisfecho con ayudar a una República que pudiera ser aceptada por las democracias occidentales en tanto que después de 1945 la ocupación de vastas extensiones geográficas por el Ejército Rojo en la Europa Central y Oriental invitaba nuevas perspectivas. Esto es algo que ni Fernando ni yo elaboramos.

De todas maneras, la lectura de las casi veinte páginas del capítulo introductorio de Roberts de su nueva obra no me hace retroceder un ápice en mi propia interpretación de la conexión URSS-República española antes y en la guerra civil. Ya sé que algunas referencias de medios han despertado en lectores innominados burlas masivas contra mi (no me parece desproporcionado aprovechar este blog para ponerlos al descubierto).

Al contrario. Si un especialista de gran calado en historia soviética ha llegado a tal tipo de conclusiones me parece evidente que constituyen un nuevo clavo en el ataúd de las versiones franquistas, filofranquistas y simplemente conservadoras que todavía pululan por los escritos de autores españoles y extranjeros. Bolloten y sus seguidores no estaban, ni están, amparados por la documentación relevante de época tanto de origen español como soviético y la superestructura ideológica que montaron -y que en parte sobrevive, aunque mal- no es más que una lectura de base estrictamente ideológica y fundamentada en algo tan importante como el relato que esparcieron los enemigos (que no adversarios) de Negrín para explicar la derrota evacuando responsabilidades hacia él y sus soportes políticos, institucionales y militares.

Es como si el gobierno actual fuese juzgado en los años venideros por la basura que sobre él ha ido vertiéndose en una parte de las redes y en las publicaciones de derechas (a veces emparejada con VOX) como si toda ella fuese historia. ¡Ja, ja, ja!

ANTE ORO, GUERRA, DIPLOMACIA

31 enero, 2023 at 8:30 am

Ángel Viñas

Dado que mi nuevo libro está ya en la calle y que mañana, 1º de febrero, lo presento personalmente en Madrid me gustaría hacer unos comentarios sobre su génesis. No es mi intención darme coba. Simplemente quisiera ubicarlo dentro del contexto en y para el cual lo he escrito. Todo libro tiene una prehistoria y todo libro se justifica por una serie de razones.

El contexto inicial lo enuncio en el prólogo. El año pasado se cumplió el tercer centenario del establecimiento de relaciones bilaterales, digamos modernas, entre los reinos de España y Rusia. En Moscú se celebró previamente con la coedición, en castellano y en ruso, de un mamotreto que abordaba muchas de las vetas que han acompañado tal relación: culturales, políticas, diplomáticas, de influencia artística, etc. Lo normal. Continuó, ya en la pandemia, con un congreso on line en el participamos autores de ambos países. Muchas de las ponencias presentadas se publicaron después, en castellano y/o en ruso.

Servidor tenía la idea de escribir algo para conmemorar la ocasión, a mi manera, tan pronto como deshice algunos de las leyendas que todavía hoy, en España y en parte de la literatura que producen algunos historiadores extranjeros, lastran la explicación de los motivos o de las razones por las cuales en 1936 estalló una sublevación militar.

No había entrado demasiado en las relaciones bilaterales hispano-soviéticas durante aquel período porque no se conocían bien y porque mi intención estribaba en destruir el infundio de que la sublevación de julio se hizo para prevenir una toma del poder por los comunistas españoles (versión castizamente franquista) o por los socialistas bolchevizados (algo sobre lo que ya he escrito en este blog identificando a más o menos notables historiadores que siguen afirmándolo tan panchos).

Se interpuso la pandemia. Un desastre sin paliativos para todo el mundo. Las pérdidas humanas, económicas, culturales, etc. que ha ocasionado son enormes. Cada uno ha lidiado con ella como ha podido y/o como le han dejado.

En mi caso, una de las ventajas de estar jubilado es no tener que salir a trabajar y ya estaba acostumbrado. Me encerré en casa, salí poco, bicicleteé (es un decir, ha sido estáticamente) varios centenares de kilómetros y me concentré en escribir. Como en los viejos tiempos, en dos y a veces tres libros a la vez. Cuando me cansaba de un tema pasaba a otro. Ya tengo dos en buenas vías para este año y el siguiente.

Dejando de lado la conexión con el tercer centenario, aproveché la ocasión para echar  luz sobre algunos de los capítulos de las relaciones hispano-soviéticas con los que me había topado a lo largo de mi carrera. Para ello había ido recopilando, cual hormiguita hacendosa, bastantes papeles de archivos y literatura secundaria antes y a la par de que me planteara abordar hacia 2011 algunas dimensiones de la conspiración militar (y también no militar) que llevó al estallido de julio de 1936.

Llovía sobre mojado porque algunos aspectos (por ejemplo, la cuestión del oro de Moscú) ya había empezado a tratarlos en 1974 y 1979. Fue también la que constituyó el núcleo en torno al cual giró una parte de las relaciones bilaterales en la guerra civil (abordado en una trilogía a partir de 2006 y, si se quiere, tetralogía con la inestimable coautoría en el cuarto tomo de uno de los más brillantes historiadores del comunismo español, Fernando Hernández Sánchez). Aprovecho para recordar que los cuatro volúmenes (varios miles de páginas están de nuevo disponibles en el mercado tras el agotamiento de anteriores ediciones). No parece, por cierto, que los políticos, funcionarios, periodistas (es un decir), historiadores e influencers del PP y de Vox les hayan hecho demasiado caso.

Previamente a este libro que ahora ha salido publiqué otros dos (¿Quién quiso la guerra civil? y El gran error de la República) en los que creo haber demolido las versiones ¡oh, cuán castizas!, de que la responsabilidad del estallido de julio de 1936 corresponde exclusivamente a las izquierdas. No fue así. Diferenciando entre condiciones necesarias y condiciones suficientes, creo haber puesto de relieve que los tan hiperbolizados factores estructurales (hay quienes lo remontan a principios de siglo) no llevaban por sí a la guerra. Fueron los hombres (ciertos hombres) quienes la quisieron y la provocaron. Algo que todavía hoy no parece haber calado en la mente de muchos españoles, para quienes tales leyendas (propagadas antes, en la guerra y después de la guerra durante cuarenta años) parece que todavía tienen validez.

Así que este nuevo libro es una consecuencia lógica de mucho de lo que he escrito anteriormente. ¿Cómo lo he hecho? No acudiendo a una glosa de la literatura existente (enfoque que suele recomendarse a los doctorandos para que antepongan en sus tesis un “estado de la cuestión”) sino yendo directamente a las fuentes documentales. Es decir, lo que llamo EPRE (evidencia primaria relevante de época) y que tantas carcajadas ha suscitado en ciertos autores que se abstienen cuidadosamente de buscarla, contextualizarla, analizarla e interpretarla. En tal ámbito siempre cito a un muy distinguido historiador norteamericano, darling de la derecha española y que ahora no mencionaré. 

Solo a partir de la EPRE (española, soviética, francesa, británica, alemana, italiana, etc) fui construyendo el relato en el que tras pergeñar un borrador bastante elaborado inserté la literatura secundaria. Porque es evidente que esta no ha faltado tampoco en la presente ocasión. El procedimiento a que me atengo lo he descrito en al menos dos ocasiones en este blog y no es el caso de retornar a ello.

Debo enfatizar y subrayar que lo que ha escrito servidor -y otros historiadores españoles y extranjeros que han trabajado sobre el mismo período- no hubiera sido posible sin la apertura de archivos: de los soviéticos en primer lugar (en los que investigaron, entre otros, Gerald Howson, Antonio Elorza y Marta Bizcarrondo, Daniel Kowalsky, Frank Schauff, Josep Puigsech Farràs y otros) y de los archivos españoles (en los que también han husmeado muchos autores pero sin hacer la conexión con los primeros, salvo en el caso de Ricardo Miralles).

Es evidente, literalmente de cajón, que para describir y analizar relaciones bilaterales se necesitan, en primer lugar y ante todo, papeles de ambos lados. Cuantos más, mejor.

He tenido mucho cuidado en no reproducir demasiado aspectos presentados previamente a los lectores en otras obras mías. Subrayo lo de demasiado porque a veces ha sido imprescindible, pero no se trató nunca de condensar los capítulos soviéticos de la tetralogía para “engordar” el libro que acaba de salir.

No puedo olvidar que fue en un período en el que todavía estaba en vida un general llamado Francisco Franco cuando, tembloroso, me adentré en los arcanos de los archivos departamentales del Banco de España, en los del Servicio Histórico Militar y en los de la Delegación de Hacienda de Burgos, entre otros, para husmear las huellas que pudiera encontrar en ellos sobre el supermitificado “oro de Moscú”.

Por cierto que, en vano porque la obsesión antirrepublicana, y para ello anticomunista, todavía subsiste en numerosos autores, militares y civiles, historiadores y periodistas, políticos y copiones. Todos los cuales la han esparcido a la población y a los lectores.

En lo que a mí respecta, no puedo dejar de dedicar unas palabras de recuerdo a los profesores Enrique Fuentes Quintana y Rafael Martínez Cortiña quienes, sin quererlo, me desviaron de mi profesión de economista para enriquecerla con lo que pudiera arañar de un pasado histórico entonces tan discutido y controvertido como sigue siendo en la actualidad.  

Ciertamente ya no es tan incomprensible. Los historiadores españoles y extranjeros hemos hecho nuestro trabajo y hoy se conoce infinitamente mejor que entonces. Lo cual no impide que ciertas editoriales hagan su agosto vendiendo obras de calidad ínfima pero que confortan la versión que los vencedores de la guerra civil presentaron como la única posible. Consiguieron y siguen consiguiendo que varias generaciones de españoles la deglutieran, de buen o mal grado, como si no pudiera haber otra.

Pues no.

La “historia” que diseminaron los vencedores es una historia basada en la proyección.  Es decir, atribuyeron sistemáticamente los comportamientos propios a los adversarios (perdón, enemigos ontológicos) y se los endilgaron como si los suyos hubieran sido los que correspondían a ángeles de la luz.

Pues tampoco.  

¡Que se abran radicalmente los archivos! ¡Que los doten de más medios y de más personal! ¿Quién teme a la historia? ¡Viva la EPRE!

En capilla con un nuevo libro, lanzo un desafío

24 enero, 2023 at 8:30 am

Angel Viñas

Mañana, 25 de enero, sale a la venta mi nuevo libro. Trata de las relaciones entre la República española y la URSS en el tiempo de Stalin, es decir, entre 1931 y 1939. No es la primera vez que me acerco al tema. Debuté en 1976/77 con El oro español y la guerra civil; seguí en 1979 con El oro de Moscú; continué con el “vil metal” en el punto central en mi trilogía, La soledad, El escudo y El honor de la República. También escribí algo en Las armas y el oro. Todos en el mercado. Nadie podría decir de mí que, en este tema, sea un novato.

Ahora hago algo diferente y desde el principio enseña bandera. El libro comienza y termina con dos afirmaciones rotundas. No hay historia definitiva. No hay historiadores definitivos. Creo que las casi 500 páginas que median entre el principio y el final demuestran sobradamente lo bien fundado de tan rotundas declaraciones. Avanzar en historia depende, en gran medida, de las evidencias que se manejen y de su interpretación. Claro es que cualquier historiador puede equivocarse en el análisis de un documento. Es más difícil cuando 400 o 600 apuntan en una sola dirección.

Pero es que, además, a la provecta edad que ya es la mía también he llegado a otra conclusión. Aunque las interpretaciones de qué es la historia son abundantes, disimilares, contradictorias etc., en general en casi todas ellas termina abordándose la acción de los hombres (y en los últimos decenios crecientemente también de las mujeres) en el pasado.

Este es un pasado en el que, como ya afirmó un reputado pensador del siglo XIX (abominado para la derecha), los seres humanos actúan en condiciones dadas, es decir que no son las que quieren sino aquéllas en que nacen, viven y mueren. Condiciones, pues, objetivas y sobre las que influyen, independientemente de la voluntad de quienes las soportan, fuerzas de muy diversa índole: económicas, políticas, sociales, culturales. Ha habido, hay y probablemente seguirá habiendo grandes debates en cuanto a su génesis e importancia relativas, pero esto es otra cuestión.

En este libro he explotado documentación soviética que apenas si se ha rozado en Occidente. Que yo sepa (aunque puedo equivocarme), tan solo dos autores lo han hecho, pero muy superficialmente (uno es inglés, el segundo norteamericano). Es posible que en otros idiomas (francés, alemán, ittaliano y por supuesto rusos otros lo hayan hecho también, pero no en castellano ni en inglés). Todos los voceros e historiadores españoles más o menos enfeudados al PP y a VOX han ignorado a uno y al otro olímpicamente. Uno se pregunta por qué será.

Quizá (esta una suposición mía susceptible de refutación con facilidad) sea porque, como sus respectivos partidos con cuyos principios y políticas comulgan en mayor o menor medida, están en posesión de la verdad suprema, a ella se atienen. No existe, ni puede existir, debelación posible.

Un vistazo a las estanterías de las librerías o un pequeño recorrido por algunas de las cabeceras de la prensa española, escrita y digital, basta para salir corriendo si de lo que se trata es de echar luz sobre un pasado turbio.

Servidor siempre ha tratado de acercarse al caso español con la mente muy abierta. A veces me he equivocado (nunca adrede). Pero si he caído en el hoyo con cierta frecuencia, porque no he dispuesto de toda la información relevante, cuando ha llegado a mis manos he ampliado o rectificado.

Ahora estoy trabajando, casi como siempre, en dos libros futuros a la vez. Cuando me canso de uno, paso al otro. El no salir con frecuencia de casa ayuda. Espero poder terminar ambos.

En uno de ellos abordo un temita que fue el cogollo de mi primer libro, publicado en 1974. Muchos lo citan, aunque mucho menos alguna de sus dos rectificaciones. Ahora acometo una tercera. ¿Por qué? Porque nueva EPRE ha llegado a mi conocimiento. Y también porque ha aparecido un nuevo motivo para emprender tal tarea.

Subrayo que esto no lo considero ningún mérito. Es una obligación ética y profesional. Lo que no hago, cuando aparecen nuevos papeles que a ello incitan, es no rectificar. Tampoco dejo de lado otros trabajos publicados si llegan a mi conocimiento y son importantes para el trabajo entre manos. Hacer lo contrario me parece poco profesional y servidor siempre (o casi siempre) ha aspirado a comportarse con profesionalidad. En el trabajo corriente, y nunca sometido a decisiones del ser o no ser, he aplicado la máxima norteamericana: I stand where I sit.

En el libro que aparece mañana no critico a muchos autores, pero sí a varios. Son de diversas categorías. En una propia aparece, ¡cómo no!, el profesor Stanley G. Payne. Nadie podría decir que lo esquivo. Cada vez que se cruza en mi camino (no le busco) le dedico algunas palabritas. En otra, surge un colega y amigo. Le tengo mucho aprecio, pero como dijo alguien lo tengo mayor a la verdad (en el sentido nunca finalista de la documentable). Finalmente, menciono a otra colega que se ha dejado llevar a afirmaciones para las cuales la evidencia primaria relevante de época (que siempre hay que analizar y contextualizar) no ampara varias. He tratado de evitar que pueda aplicárseme a mí la misma fórmula que aplico a otros.

¿Significa esto que he llegado a determinar la verdad de lo ocurrido? En absoluto, pero sí he intentado poner el listón lo suficientemente alto para que quienes vengan detrás (que vendrán) se vean obligados a esforzarse un pelín. Como probablemente no lo veré, tampoco podré discutir con ellos.

En el ínterin, no levanto la guardia en lo que se refiere a la historiografía franquista, pro-franquista y, si se me apura un poco, de derechas. En mi modesta opinión pontifica sobre la República y la guerra civil, con sus causas, su desarrollo y sus consecuencias, desde un punto de vista viciado de origen por su falta de utilización de las nuevas evidencias ya disponibles.

Tal historiografía está, en mi opinión y como he dicho tantas veces, de afectada en origen por un permanente síndrome de proyección. Es decir, evacua hacia el adversario un tipo de comportamientos que fueron, en realidad, los propios. Como si los militares, policías, juristas, funcionarios y leguleyos del franquismo hubieran recibido del Altísimo la única comprensión posible, y deseable, del pasado.

Sugiero a mis amables lectores un nuevo jueguecito: ¿por qué no echan un vistazo al libro y me hacen las preguntas que deseen o me planteen las razones de su eventual desacuerdo?

Nadie, que yo sepa, lo ha hecho hasta ahora con los dos libros anteriores (¿Quién quiso la guerra civil? y El gran error de la República) en que más intensamente me he preocupado por ilustrar aquel síndrome, no solo sicológico, sino también político, ideológico y cultural.

Este libro es, en cierta medida, y en al menos en lo que se refiere a dos capítulos (el primero y el último) una continuación de mis dos trabajos anteriores.  

Dicho lo que antecede, me agradaría mucho si el nuevo libro agradase a los lectores. Lo he escrito en condiciones materiales poco habituales, casi sin salir de casa salvo cuando era imprescindible, con limitaciones totales de acceso a bibliotecas y a archivos y solo con el único recurso a la mía, a los papeles que tenía (en ocasiones desde hace muchos años) y a los documentos que ha ido suministrándome desde Madrid una excelente colaboradora, la Dra Pilar Sánchez Millas.

Por lo demás, los lectores verán que la lista de mis agradecimientos es larga y, en particular, a muchos de los mentores, colegas y amigos que por desgracia ya no están entre nosotros.

Un tuit sobre la manipulación del pasado español

17 enero, 2023 at 8:30 am

Angel Viñas

El 29 de diciembre un amigo mío, Julián Casanova, circuló un tuit con el siguiente contenido que abrevio: “Las frases sobre el siglo XX español más difundidas con ignorancia en redes sociales: -La República provocó la guerra -Franco nos libró del comunismo -El franquismo fue un antecedente necesario de la democracia. Y citó como fuente de autoridad a …” tres nombres que servidor se resiste a reproducir. Hay muchos otros.

Las tres afirmaciones anteriores no contienen un grano de verdad. No responden a los hechos. Forman parte del argumentario político de la derecha más extrema. Las dos primeras aparecieron, en el adecuado formato propagandístico, pero con casi idéntico sentido ya de cara a la sublevación de julio de 1936 o en los primeros meses de la guerra. La tercera tiene un origen algo más deslavazado que cabe situar en los años posteriores a 1959, tras confirmarse el éxito -aunque no el coste social- del plan de liberalización y estabilización. Los españoles que recordamos el período anterior somos, por desgracia, cada día menos y de nosotros solo una ínfima minoría ha estudiado el proceso político, económico y social que llevó a aquel cambio de estrategia. El carácter de tal aseveración puede hasta cierto punto refutarse recurriendo a la comparación con casos próximos: digamos Italia, Portugal, Grecia, Irlanda. Y, por supuesto, yendo a los archivos españoles correspondientes.

Respecto a las dos primeras la pregunta que se suscita es la siguiente: ¿cuáles son las evidencias documentales en que se basan tales propagandistas mencionados por Casanova y potenciados ahora por partidos tan significados como VOX o algunos sectores ligados a las “verdades” eternas del franquismo?

Ya sé que hay autores (en este blog he citado a algún nombre que sigue escribiendo como si tal cosa cuando la cara debería habérsele caído de vergüenza torera) que limitan la responsabilidad por la guerra: ya no es la República in totto sino fracciones determinadas de los partidos políticos que la apoyaron. Para los sublevados no hubo la menor duda: ¡los comunistas! Hoy esta acusación unilateral ha decaído un poco. Nadie ha encontrado un papel que lo sustente. La desviación (también bendecida por ciertos sectores del PP que no necesitan identificación) se ha producido a “favor” de otro conglomerado: los socialistas. Y, como este era demasiado heterogéneo, se ha constreñido: los largocaballeristas. Lo ha afirmado, por ejemplo, reiteradamente Andrés Trapiello en las sucesivas ediciones de su libro Las armas y las letras.

El Excelentísimo Ayuntamiento de Madrid también tomó hace unos años, por mayoría del PP, Vox y C´s, la decisión -innoble, en mi opinión- de derribar la placa en la plaza de Chamberí en donde había nacido Largo Caballero. Aquello suscitó una protesta de centenares de historiadores, españoles y extranjeros, que firmamos el oportuno comunicado. El papel pudo utilizarlo el Sr. Alcalde, abogado del Estado, para otras actividades que no hay que mencionar. Hace unas semanas el Tribunal Supremo le quitó la razón, a los que votaron a favor de los tres partidos mencionados.

El razonamiento del TS y el desarrollo reglamentario de la LMH (que personalmente desearía se hiciese con la mayor rapidez posible) abrirán la puerta a la eliminación de otros nombres ligados a los sublevados, con pretextos espurios, de 1936.

Antes de que terminara el año 2022 me entretuve en deshacer algunas de las argumentaciones de un ilustre catedrático de una universidad confesional que ligaba la sublevación a la necesidad imperiosa, esencial, vital, de contener la supuesta deriva española hacia el comunismo. Tal peligro lo evocaron las derechas antes de 1931, después de 1931, en 1936 y desde entonces. Quienes hoy siguen argumentando en aquella dirección no son muchos en los libros de historia que pretenden ser serios. Por lo general, son o eran militares.

Atribuyo a tal calidad una significación especial. No en vano, la UME estuvo desde 1933 jaleando en los cuarteles el peligro comunista. En ello comulgaron personajes a los cuales hoy cabe añadirle un cierto hálito de infamia.

Como en las entregas anteriores me he basado en la fuente un tanto escondida del ilustre catedrático madrileño de Historia a que se referían, acudiré de nuevo a los señores vicealmirantes los hermanos Moreno de Alborán y de Reyna quienes, en su obra imperecedera, reflejaron aspectos como los siguientes:

  1. “A partir de mediados de agosto de 1936, la Unión Soviética decidió intervenir en la guerra de España en favor del gobierno marxista” (p. 890). 
  2.  “Del 15 de agosto al 15 de septiembre llegaron a puertos rojos cuatro mercantes soviéticos que, entre otros efectos, descargaron 30.000 toneladas de petróleo” (p. 891)
  • Es, sin embargo, la presentación contenida en el capítulo XVIII de su magna obra (vol. III, pp. 1685-1696) lo que supone toda una serie de disparates  sobre las implicaciones internacionales de la guerra de España. Para tales autores, “Adolfo Hitler y el nacionalsocialismo irrumpieron en la escena política tras haber ganado limpiamente las elecciones democráticas de 1933 con el apoyo masivo del pueblo alemán”. Él y Mussolini “contuvieron las expansión comunista en zona tan vital para Europa” (p.  1.686). A Largo Caballero  (p. 1687) lo presentaron como “socialista filocomunista”.

Será una casualidad, pero leo en la prensa que la comisión permanente del Consejo General del Poder Judicial ha validado, como expresión de la opinión personal y no institucional, la afirmación del señor presidente del TS del TSJ de Castilla-León según el cual “también el Partido Nacional Socialista llegó al poder por las urnas en Alemania en 1933”. Sin querer, en la menor medida, hacer comparaciones odiosas, cabe recordar que lo sucedido no fue exactamente así.  El tema ha salido ocasionalmente en este blog. Véanse, por ejemplo, las entradas del 21 de octubre de 2014 y 5 de julio de 2016.

De notar es que el centro católico no sobrevivió. Los interesados pueden incluso leerlo en Wikipedia, al alcance de cualquier ratón:   

https://es.wikipedia.org/wiki/Rep%C3%BAblica_de_Weimar#:~:text=La%20Rep%C3%BAblica%20de%20Weimar%20(en,en%20la%20Primera%20Guerra%20Mundial.

No cabe olvidar que las más estúpidas fantasías franquistas las recogieron los ilustres marinos de forma algo más que detonante: “De continuar el gobierno del Frente Popular, la situación degeneraría hasta llegar a caer, indefectiblemente, en la órbita de Moscú, es decir convertir a España en un país satélite -anticipándose a lo que sucedería con la Europa del Este a partir de 1945- con un férreo régimen comunista y las consecuencias que ello implicaría” (p. 1688). Están en la misma línea en que estaba Franco en 1936, según relata en sus memorias -no destinadas a la publicación- el embajador Francisco Serrat.

Tales autores tampoco tienen demasiada simpatía por el Reino Unido. Para cuando escribieron la política británica hacia la guerra civil española había sido diseccionada en numerosos trabajos de investigación. Incluso por un vicealmirante de tal nacionalidad (Sir Peter Gretton) y un joven historiador español, Enrique Moradiellos, pero ello no les impidió ser tajantes: “El gobierno de Su Majestad no se dio cuenta de ese riesgo para Europa. Tras una España comunista, y siguiendo la política de fichas del dominó -de la que se tiene suficiente experiencia- habría seguido Portugal y a continuación Francia, que ya estaba al borde de ello” (p. 1.688).

Claro: cree el ciego que todos los demás son de su condición. Como si el gobierno británico solo tuviera las fuentes de “información” que se inventaron los conspiradores de 1936 y la España “nacional” durante la guerra.

Observarán los amables lectores, cito fuentes caras a los autores que mencionó Julián Casanova en su tuit, pero sigo planteándome la misma pregunta: ¿cuáles son las bases documentales para sus afirmaciones?

No existen.

Naturalmente, nadie tiene por qué creerme.

Lo que cabe hacer es obvio: reclamar a los autores, periodistas, influencers y aficionados que hagan el favor de exhibir sus bases documentales y no las cretinadas que siguen sirviéndonos algunos partidos políticos que, no por casualidad, son de derechas. El no añorado Ricardo de la Cierva fue, en general, más inteligente.

Postdata 1:

Un lector ha tenido la amabilidad de escribirme diciendo que mi post precedente no le ha gustado y que es promocional de mi nuevo libro. No lo oculté, pero mi idea fue hacerlo de pasada. El libro todavía no ha salido. Seré más preciso. También me informa que todos mis supuestos esfuerzos contra el profesor Stanley G. Payne (a quien suelo mencionar con alguna frecuencia) están destinados al fracaso. En general, solo acudo a él como paradigma de una cierta interpretación sobre los orígenes inmediatos de la guerra civil y varios de sus capítulos más sobresalientes (Gernika, por ejemplo), siempre sin haberse contaminado por los miasmas de los archivos públicos y privados (salvo en unas cuantas ocasiones en los de la FNFF, a tenor de lo que él mismo ha escrito).  Espero que tampoco le agradará el libro que se avecina, en el que soy el primero en reconocer su influencia. No para bien de la historia documentable.

Postdata 2:

Otros amables lectores, a quienes no se lo agradeceré bastante, me han informado que el periódico EL DEBATE ya está digitalizado. Hay dos direcciones en las que puede consultarse:

La primera,  https://repositorioinstitucional.ceu.es/handle/10637/11973

Y la segunda, https://prensahistorica.mcu.es/es/consulta/registro.do?id=3126.

Con respecto a esta segunda me informan que se incorporó, procedente de la Hemeroteca Municipal de Madrid y de la Biblioteca Pública del Estado en Vitoria, al repositorio digital del Ministerio de Cultura en 2022.

Me es particularmente grato difundir esta información porque, para quienes no vivimos en Madrid, que somos la mayoría, la digitalización de la prensa es esencial. Sobre todo, en el caso de la segunda República, porque cualquier historiador puede así mostrar la distancia entre lo que se publicaba, lo que ocurría y lo que discurría entre bastidores. En tiempos como los presentes, una necesidad ineludible para restregar la diferencia entre “desinformación” y la realidad de los cuarteles.