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Nuevo curso, nuevos libros (III)

22 septiembre, 2020 at 8:30 am

Ángel Viñas

Desearía en este post señalar algunos rasgos de otras de las contribuciones que figuran en el libro que estoy comentando sobre ciertos aspectos de la guerra civil. Los estrictamente militares están bien estudiados, aunque siempre quedarán retazos y NADIE sabe lo que habrá en los miles de legajos sobre operaciones y similares que en los archivos no se han desclasificado todavía o que, si se han desclasificado el año pasado gracias a la actual ministra de Defensa, que ha prometido continuar, todavía no se han cribado y analizado para incorporar sus contenidos a lo que vamos escribiendo los historiadores. Por lo demás, cabe esperar mucho de la futura Ley de Memoria Democrática cuando entre en vigor.

En el libro que comento optamos por un doble enfoque, con la vista puesta en el interés del lector potencial. En primer lugar, pedimos a uno de los grandes historiadores militares, discípulo, amigo y coautor con el tan añorado Gabriel Cardona, que nos planteara una visión de conjunto sobre las estrategias seguidas en la guerra. En segundo lugar, dado el interés que en la actualidad suscitan las milicias republicanas y, en general, las variantes culturales, los dos coeditores del libro adicionales, se brindaron a poner en conocimiento del lector los avances alcanzados en dos temas que están un tanto interrelacionados. En tercer lugar, solo los más enrabietados historiadores franquistas, que los hay, minusvalorarán la vertiente internacional de la guerra. Dos jóvenes autores explican los efectos de la no intervención, tanto por el lado político y diplomático como en materia de dificultades de suministro para la República, que fue la más afectada y otro pasa revista al papel de la Iglesia. El lector observará que no hemos invitado a nadie que diga algo sobre los suministros al bando franquista. Es un tema mejor conocido, aunque por supuesto todavía quedan cosas por decir.

Juan Carlos Losada parte de la constatación de la que fue gran y permanente diferencia entre los dos contendientes. Por un lado, el sublevado consiguió en tiempo récord la unidad de mando y la amalgama, más o menos forzada, de todas las fuerzas políticas e ideológicas. Manu militari, como estaba predeterminado. En la República, que no aspiraba ni a crear ni mucho menos a mantener un sistema dictatorial, la dispersión de la autoridad fue generalizada. De entrada, y en los primeros meses, cabría hablar incluso de una cierta atomización. Hans Magnus Enzensberger se refirió al período como el “corto verano de la anarquía”. Sin embargo, todavía hoy hay gente que va por el mundo hablando de las tendencias dictatoriales (bajo la égida comunista, para algunos) de los gobiernos de Largo Caballero y, como horror insuperable, más aún de Negrín. Naturalmente todo esto es una pamema, una construcción ideológica ad hoc, en consonancia con lo que se había repetido hasta la saciedad mientras se forjaba la conspiración.

Losada de gran importancia a las consecuencias de la división del Ejército. Lo hace desde un punto de vista cualitativo más que cuantitativo, tan querido de algunos autores porque no abordar a fondo la primera dimensión tranquiliza las conciencias y lleva a la conclusión, para algunos, de que, en el fondo, las fuerzas estaban más o menos igualadas. Las primeras semanas pusieron de manifiesto que tal no fue el caso. Se conoce el desgarro que se produjo en la oficialidad. Losada da ejemplos patéticos. El que a pesar de una cierta lentitud de las operaciones en cuestión de mes y medio ya cayeran Irún y Talavera en manos de los sublevados ilustró la posibilidad de que el Gobierno perdiese la guerra. La gran cuestión es si las columnas de Franco no hubieran podido ir más de prisa. Como es notorio, en sus supuestas memorias Queipo de Llano se quejó de la lentitud de Franco. Digo supuestas porque, como tendré ocasión de mostrar en un próximo libro hay un par de hechos documentables que son un tanto inconvenientes para la leyenda que el yacente en La Macarena se autocreó y que ha sido aceptada como autoridad por todo el mundo.

Tras el fracaso de Madrid (sugiero a los lectores que echen un vistazo a las memorias de Francisco Serrat Bonastre para tener una idea de las altas esperanzas y la desazón que la resistencia de la capital produjo entre los sublevados), la suerte de la guerra se inclinó en una sola dirección tras la desviación y el avance en el Norte. A partir de ahí Losada pone el énfasis, como servidor, sobre la oportunidad que Franco quiso voluntariamente perder para acabar con un rápido avance sobre Barcelona tras la caída de Lleida (es muy  divertido leer las mil y una tergiversaciones de los grandes historiadores militares franquistas) y subraya, aparte del cainismo intra-republicano, cómo los factores políticos ligados a la “necesidad” de una guerra lenta para Franco no permitieron una conclusión mucho más rápida.

Reconozco haber leído con cierta trepidación las aportaciones de mis dos coeditores. No sé mucho de los azares de la formación de milicias, ni en el lado republicano ni en el franquista, y los diversos vectores que sobre ellas incidieron. Sin embargo, para los interesados en historia social y cultural son dos contribuciones de importancia. En un lado se observa el impacto que el enfrentamiento no solo militar sino social tuvo sobre los contendientes (no es de extrañar: la guerra civil fue también una guerra de clases, concepto del que hoy numerosos historiadores abominan). Por otro, a pesar de todos los huecos de que la investigación todavía adolece, quedan claras las insuficiencias del mencionado impulso, insuficiencias que en el lado republicano se vieron afectadas por factores materiales tan pedrestres como la disparidad de armamento, carencias de elementos fundamentales (software para fusiles o ametralladoras o piezas de artillería) y, no en último término, problemas de disciplina que en el bando franquista se liquidaron sumariamente.

La propaganda cumplió su papel, pero en el lado republicano no fue suficiente. Es importante destacar la aseveración del profesor Jesús Martínez de que en 1936 no había dos bloques (algo que chocará a los creyentes en la teoría de las dos o tres Españas) sino que había que configurarlos y en esto la propaganda fue no solo eficaz sino absolutamente fundamental.

Tengo especial interés en destacar las aportaciones de dos jóvenes historiadores en cuyas respectivas tesis doctorales tuve algo que ver. Una de ellas ya está publicada (Inseguridad colectiva, Tirant lo Blanc, 2016, de David Jorge). La segunda, muy revisada, aparecerá en 2022 (uno de los impactos colaterales de la pandemia actual que no deja títere con cabeza) y es de Miguel I. Campos. El primero ha renovado en gran medida la visión de los efectos del vector internacional para explicar la derrota republicana, tras explorar minuciosamente las consecuencias del apartamiento de la Sociedad de Naciones para tratar de la “cuestión española”. Fue una política querida, mantenida y sostenida desde el principio hasta el final por las dos potencias occidentales con mayor peso en las decisiones de la única organización internacional cualificada para hacer frente a los casos de agresión contra uno de sus estados miembros. Ni el Reino Unido ni Francia salen bien parados. Tampoco fue España el primer caso en que ello acaecía. Le precedieron China y Abisinia, pero a la República española le cupo el triste honor de ser el primero de los países europeos en ser entregados a las fauces de los tigres fascistas (el símil no es mío, es de F. D. Roosevelt), algo que naturalmente la historiografía franquista ha tratado de velar en todo lo posible (¿hemos de recordar a Ricardo de la Cierva?).

Remedando a lo que ya dijo Howson hace muchos años, si no hubiera habido una política de no intervención, ¿cuánto tiempo hubiera necesitado la República para abastecerse en los arsenales nacionales de las democracias o en el mercado internacional?. La atención de los historiadores pro-franquistas se ha centrado (y elevado a la enésima potencia) en los suministros (aparentemente apabullantes) que los franceses hicieron a la República a pesar de haber proclamado la no intervención (en puridad fueron quienes la sugirieron). Pero una cosa es la propaganda y otra la dura realidad que se encuentra reflejada en donde debe ser: en los archivos franceses y en los republicanos. La aportación de Campos es solo un aperitivo de lo que nos contará en su obra.

Sobre el final del conflicto, Paul Preston, en una intervención por medio de videoconferencia, reflexionó acerca del ambiente de los últimos días marcados por la debacle militar, el agotamiento físico, político y sicológico de amplias capas de la población, pero como no podría ser de otra manera también por las acciones de los hombres. Se centra en el triángulo Negrín, Casado, Besteiro y sus condicionantes. Los dos últimos, todo hay que decirlo, no salen bien parados. ¿Hubo alguna otra posibilidad? La respuesta es no, pero la cuestión siempre fue cómo gestionar la marcha imparable hacia la derrota. Casado, Besteiro, las fuerzas militares anarquistas comandadas por Cipriano Mera y, para colmo, la bochornosa huída de la Armada bajo el mando del almirante Miguel Buiza, llevaron a la peor situación posible e imaginable. La guerra empezó con una traición y terminó con otra de signo opuesto. Todavía hay algunos que tratan de rescatar a los protagonistas que hicieron posible esta última.

El profesor Rodríguez Lago cambia de tercio. Su contribución es un estado de la cuestión de lo que los historiadores han ido diciendo, y desdiciendo, sobre el papel de la SMIC y la “Cruzada”. Es uno de los grandes expertos en el estudio del vector religioso en la guerra civil y no me atrevo a resumir su aportación. La apertura de los archivos de la Iglesia (muy reducida en lo que se refiere a los de las diócesis españolas: ¡por algo será!) ha permitido realizar avances considerables en los últimos años. El desafío estriba no solo en encontrar nuevos documentos (aunque por fortuna ya se dispone de sólidas colecciones) sino en cruzar unos con otros y reinterpretarlos una vez despejada la hojarasca que recubre las interpretaciones dominantes y que bajo el pontificado de San Juan Pablo II (canonizado por vía ultra-rápida a los nueve años de su fallecimiento) se convirtieron en una apisonadora. ¡No en vano hubo tantos mártires en la supuesta Cruzada!

(continuará alternativamente con lo que señalo en el AVISO)

AVISO: Interrumpiré esta serie en los próximos posts porque un amable lector me ha sugerido que escriba algo sobre el “oro de Moscú” Como encima ha tenido la amabilidad de subir un twit que identifica como emisario a VOX, lo haré con el mayor gusto. Yo no suelo criticar a partidos políticos que, al fin y al cabo, son votados por un sector de la población, pero en este caso lo haré. No creo que tenga mucho éxito pero si sirve para que a los responsables de los temas de historia en VOX se les caiga la cara de vergüenza (si es que tienen alguna) el esfuerzo no habrá sido en vano. No espero que contesten, pero si lo hacen, podremos reirnos todavía más. Añadiré también algunas de las reflexiones que me inspiran las recientes declaraciones del señor presidente de la FNFF en el diario EL PAIS (16 de septiembre de 2020) y que ya he subido a Twitter y a mi página de FB.

Nuevo curso, nuevos libros (II)

15 septiembre, 2020 at 8:30 am

Ángel Viñas

Muchos libros resultantes de coloquios o congresos suelen ser bastante heterogéneos. Esto no es una crítica. Salvo que el acto esté conceptualmente muy circunscrito -lo que ocurre con frecuencia- y se trate de un tema muy acotable y acotado, los intervenientes que se decidan a participar en él lo hacen desde sus especialidades, sus preocupaciones o las investigaciones que más les han interesado. El libro que comento ahora en estos posts en modo alguno se ha escapado a esas contradicciones. La guerra civil española, hoy, no es susceptible de ser categorizada bajo un lema unitario. Quizá pudo hacerse en los años franquistas. Hoy es imposible. La variedad de enfoques, temas, perspectivas analíticas y campos del conocimiento que engloba ha derrumbado aquellas viejas ilusiones. Sin embargo, en el libro publicado por Marcial Pons se ha hecho un esfuerzo por situar los criterios elegidos para sus capítulos bajo un mismo, aunque ancho, paraguas.

La solución ha estribado en dividirlo en cinco partes. Los dos primeros capítulos (de Matilde Eiroa, Alberto Reig) contienen reflexiones generales, pero complementarias, sobre el conflicto. La segunda parte engloba el resultado de análisis recientes sobre sus antecedentes (Ricardo Robledo, Eduardo González Calleja, servidor, Francisco Alía Miranda). La tercera se refiere a aspectos militares o con ellos relacionados (Juan Carlos Losada, Juan Andrés Blanco, Jesús M. Martínez, Paul Preston). La cuarta evoca aspectos internacionales (David Jorge, Miguel I. Campos, José Ramón Rodríguez Lago, Daniela Aronica) y la quinta aspectos múltiples de la represión en la guerra y la posguerra (Gutmaro Gómez Bravo, Francisco Espinosa, Enrique Berzal de la Rosa, Cándido Ruiz González y Eduardo Martín González, Julio Prada Rodríguez). Quedan descolgados un pelín tres capítulos que representan aportaciones sobre temas o muy nuevos (Carlos Píriz, Miriam Saqqa Carazo) o tan importantes que no pueden dejarse de lado bajo ningún concepto (José Luis Martín Ramos).

Desearía empezar por estos tres últimos. Sobre la Quinta Columna se ha escrito mucho. Raras veces con precisión y acopio documentales. Carlos Píriz se ha dedicado durante cuatro años a la tarea de descifrarla. Puedo afirmarlo con cierto énfasis porque en julio del año pasado me tocó presidir el tribunal de tesis doctoral en la Universidad de Salamanca que le dio sobresaliente por unanimidad (y que luego ganó el premio extraordinario del doctorado). El segundo examinador externo fue el profesor Morten Heiberg, catedrático de la Universidad de Copenhague y miembro de la Real Academia de Dinamarca, que había tocado el tema en un libro sobre los servicios secretos de Franco en la guerra civil, escrito a dos bandas con otro historiador español, Manuel Ros Agudo (a quien se deben importantes aportaciones sobre Franco en la segunda guerra mundial, no en vano fue el primer investigador en entrar en los entonces algo más que sacrosantos archivos del Alto Estado Mayor en los que a mí no se me permitió el acceso cuando lo necesitaba).

He de confesar que, para servidor, la tesis de Carlos Píriz fue toda una revelación. Lo que yo sabía de la quinta columna no pasaba de lo que recordaba tras haber leído los cuatro o cinco libros fundamentales sobre el tema, dos de los cuales datan de los años inmediatos de la posguerra, y las aportaciones de un “espiólogo” catalán ya fallecido.  La tesis abrió de par en par una ventana que, historiográficamente hablando, estaba casi cerrada (salvo por el libro de Heiberg/Ros). Espero que muy pronto se publique aunque sea en versión abreviada porque un tocho de casi 800 páginas con centenares de notas al pie y referencias documentales muy nutridas (como debe ser) no es una obra que se lleve para leer en la cama. Piríz ha dejado con doscientos palmos de narices a los aficionados que tanto y tan mal han escrito sobre el tema y no hablemos, por supuesto, de los historiadores franquistas. Como corresponde.

Miriam Saqqa ha hollado, para mí, terreno nuevo (pero con esto solo pongo al descubierto mi ignorancia). Su trabajo versa sobre las exhumaciones de los “caídos por Dios y por España” realizadas después de la guerra. Un tema un tanto fuerte, pero muy revelador sobre las concepciones que dominaban en la mente de los vencedores. Se ha basado en un material inédito pero tomado de ese universo que es la Causa General, no el adelanto publicado en los años cuarenta por el entonces esperpéntico ministro de “Justicia” (entre comillas) y reproducido hace unos años con uno o dos prólogos historiográficamente penosos por una editorial de color que no deseo comentar. De todo tiene que haber en la Viña del Señor. El “management of bodies” (la gestión de los cuerpos) entra así por la puerta grande en la  historia de la guerra civil.

En cuanto al tercer capítulo, del profesor José Luis Martín Ramos, no puedo sino exaltar su enfoque. Abordar (tras haber escrito dos gruesos tomos en catalán y un resumen actualizado en castellano en editorial CRÍTICA y que me hizo el honor de querer que prologase)  las fracturas políticas y sociales en Cataluña durante la guerra y, después de esta, la aparición del franquismo catalán en su variedad y destino diferenciados, así como la “descatalinzación” propulsada por el régimen es un auténtico desafío para recoger el cual hay pocos historiadores más cualificados. No deseo en modo alguno desvelar aquí los resultados.

Otros capítulos cumplen muy bien su cometido a la hora de dar a conocer al público en general aspectos territoriales de la represión que, bien por la abundantísima literatura que sobre ellos existe o porque la que ha ido generándose en los últimos veinte años ha tenido una proyección territorial limitada, no han alcanzado la difusión que merecen a escala global. En el primer aspecto, rompiendo el principio de que los árboles no dejan ver el bosque, Francisco Espinosa, uno de los más relevantes y más conocidos especialistas, aborda las peculiares características españolas a la hora de enfrentarse con el, sin duda, más turbio, más duro, más sangriento y más debatido tema de la represión sobre dos de las regiones más castigadas en la guerra civil. Lo manifiesta de nuevo sobre su reflexión  en torno a una multitud de monografías que han ido desmontando sistemáticamente las leyendas ocultadoras y tergiversadoras de los vencedores y, todo hay que decirlo, del silencio en que rodearon durante la transición y después. El caso andaluz (la región más ensangrentada) está, sin embargo, bien estudiado y las responsabilidades de Queipo de Llano, todavía enterrado en La Macarena debido a su abombada condición de antiguo cofrade).  La investigación en Extremadura tiene otra historia.  Leer sus resúmenes es desesperar, aunque quizá para menos en el futuro si llega a materializarse el volantazo que se anuncia con la futura ley de Memoria Democrática, a punto de aprobarla el Gobierno.

En el segundo aspecto nunca será suficiente dar a conocer los progresos hechos en la materia en regiones como Castilla la Vieja y León en donde, en puridad, NO HUBO GUERRA. Es decir, no se produjeros avances y retrocesos, ocupación del territorio frente a un enemigo armado, muy poco estructurado ciertamente, pero en la que los militares y civiles sublevados, borrachos de ideología y de venganza, sometieron amplias zonas geográficas en las que nunca tuvieron que enfrentarse ni a milicias improvisadas y desorganizadas ni a contingentes militares regulares. Elegir Castilla la Vieja y León era obligado, dado que el congreso se celebró en Zamora y los desparramados artículos y libros que de ella se han ocupado no han tenido la repercusión que merecen.

La represión no fue solo de muerte, asesinatos, juicios sumarísimos y desapariciones. También tuvo un importantísimo componente económico. A algunos fueron a parar los millones y millones de pesetas obtenidos por medio de una presión multimodal que expolió vilmente a quienes no se sumaron a la sublevación y se opusieron a ella o que fueron simplemente de izquierdas, masones, no católicos, republicanos, liberales, socialistas, comunistas, librepensadores, es decir, por definición la “Anti-España”. Un terreno difícil por carencias documentales, mala sistematización de datos, ocultaciones sin cuento. El profesor Julio Prada, a quien personalmente debo preciosas informaciones sobre el mundillo del gran conspirador que fue José Calvo Sotelo, lleva años avanzando en ese terreno que no cuenta con el reconocimiento que merece, aunque obviamente hay ya una literatura que ha emergido durante los últimos años que no es modo alguno desdeñable. De aquí el título de su trabajo sobre lo que ya se sabe de esta dimensión tan importante para los vencedores (empezando, todo hay que decirlo, por su Dux máximo).

Finalmente, pero no en último lugar porque en realidad es quien abre la parte relativa a la represión, el libro cuenta con la aportación del profesor Gutmaro Gómez Bravo, que se ha distinguido por la visión que puede arrojar sobre este tema alguien que no ha vivido los años del franquismo y que, como representante de esa generación que está llamada a tomar las riendas, si es que no lo ha hecho ya, de las nuevas formas de ver la guerra civil, se ha hecho un nombre por esfuerzo y derecho propios.

Insisto en que en esta obra hemos querido reunir a representantes de varias generacions porque, por el paso ineluctable del tiempo, es a las más jóvenes a las que corresponde ya tomar la antorcha. No de otra manera se portó Julio Aróstegui al acoger en su cátedra de la Universidad Complutense a varios de los nombres que aparecen en este libro.  En lo que a mi respecta jamás le agradeceré bastante su apoyo (con el del profesor Antonio Niño) para que volviera a la UCM y precisamente a la Facultad de Geografía e Historia.

(continuará)

A desinformar, que es lo bueno

14 septiembre, 2020 at 5:17 pm

VUELVE EL SEMPITERNO TEMA DEL “ORO DE MOSCÚ”

Pongo en conocimiento de los amables lectores la siguiente noticia, de la que no quito y a la que no pongo ni una coma:

“Hoy se cumplen 84 años del mayor atraco de la historia de la humanidad. ¡Como suena!. Sucedió en Madrid y aún así es desconocido en sus verdaderas dimensiones por lamayor parte de los españoles. Imagínate la de estudios, novelas históricas, películas, obras de teatro,  nada porque lo perpetraron gentes que tienen patente de corso aquí, allí y allá.

Veamos. En la madrugada del 14 de septiembre de 1936 un grupo de cerrajeros, sindicalistas y pistoleros de la motorizada (la guardia personal del líder del PSOE que menos de dos meses antes habían asesinado a Calvo Sotelo) asaltaron el Banco de España que estaba donde ahora, en la plaza de Cibeles. Los enviaba el ministro de Hacienda del PSOE, Juan Negrín. El gobierno lo presidía Francisco Largo Caballero, también del PSOE.

Arramplaron con la que era la cuarta reserva de oro del planeta. El cajero mayor se suicidó de un disparo en su despacho, abrumado por semejante expolio. El presidente Azaña no fue informado y tampoco las Cortes, lo que despeja cualquier duda: no fue, en absoluto, una operación digamos económico-política sino un atraco monstruoso.

El 25 de octubre los buques soviéticos Kine, Kursk, Neva y Volgoles zarparon de Cartagena con el oro, cientos y cientos de tenoleadas, una de las 3 mayores reservas mundiales de oro, rumbo a Odesa y donde Stalin se quedó con todo.

Posteriormente le siguió el asalto a las cajas de seguridad de los bancos de Madrid.

Los mandarines de la memoria histórica callan.

Pero es evidene que todo lo malo que hace la izquierda en este país no tiene importancia o carece de difusión necesaria. COMPARTE Y DIFUNDE!!. Esto también es MEMORIA HISTÓRICA”. 

[Se añaden tres banderas españolas y tres dedos pulgares en alto].

Pásalo todo lo que puedas ahora se puede de 5 en 5.

Este panfleto me ha llegado al móvil el sábado 12 el mensaje que, como se verá, no tiene ni padre, ni madre, ni perrito que les ladre. No es necesario ser un analista aventajado para comprender que los ignorantes que lo han circulado están encamados, como no podría ser de otra manera, en la derecha más asilvestrada.

Lo único que es cierto, en cuanto a hechos, de tamaño bodrio son cuatro:

  • El oro salió efectivamente de Cartagena
  • El presidente del Consejo era Largo Caballero y el ministro de Hacienda Negrín y ambos eran del PSOE. No es un descubrimiento.
  • Se forzaron las cajas de los establecimientos bancarios por razones que más adelante se expusieron, de forma un tanto sibilina, en la Gaceta de Madrid.

Dicen los expertos que la mejor mentira es la que contiene un grano de verdad. Esta contiene cuatro, con lo cual se potencia el mensaje. En todo lo demás, aparte de la interpretación, los supuestos hechos contienen errores de bulto. Incluso hasta en el nombre de dos de los barcos, ¡que ya es! Naturalmente falta cualquier tipo de contextualización. No se trata de atacar sino de atacar de la manera más burda posible y al alcance de gente que no tiene ni la más remota idea del tema.

Los autores de este grotesco mensaje ligan el suicidio del cajero del Banco de España con la salida del oro. SON UNOS IGNORANTES CENTUPLICADOS. Dicho señor se llamaba Tomás Sanz quien se suicidó en noviembre, dos meses después. Dejó escrito las razones. No se encontraba ya con resistencia física ni salud para continuar la intensa y penosa labor que llevaba realizando desde hacía cuatro meses. No podía abandonar su puesto. No tenía sustituto. Faltaba personal. Los servicios funcionaban con dificultad. Y entonces decidió cortar por lo sano.

Y, después de dar a conocer excepcionalmente en mi blog la anterior sarta de estupideces, pregunto a los imbéciles que la han circulado: Si fue así, como dicen, un expolio gigantesco, único en la HISTORIA,

  • ¿qué hizo el glorioso, el inmarcesible, el inmortal general Franco en cuarenta años de poder omnímodo para deshacer tal supuesto entuerto porque la OID (Oficina de Información Diplomática) en diciembre de 1956 anunció ciertas medidas que, naturalmente, se quedaron en el más denso de los olvidos?. Quizá algún partido o grupo de ciudadanos que estén detrás del bodrio que comento podrían hacer luz, tan indignados como se muestran.

Es más,

  • ¿qué hicieron los Gobiernos del PP que, sin duda, habrán conocido los hechos como fueron y no como cuenta la mente enfebrecida de los autores de dicho bodrio que se autoenvuelven, villanamente, en los colores de la bandera nacional?

¡Ah! Misterio. Quizá quienes estén detrás del bodrio en cuestión podrán explicarlo a través de las redes sociales aunque fuese refugiados en el más oscuro anonimato. También podrían aprovechar la ocasión para explicar el profundo misterio que envuelve el origen de la fortunita que se apañó el general Franco mientras sus soldados morían en los frentes de batalla o se desangraban en los hospitales de campaña. Tengo la sospecha de que muchos españoles se lo agradeceríamos. Ciertamente servidor.

ANGEL VIÑAS

14 DE SEPTIEMBRE DE 2020

Nuevo curso, nuevos libros (I)

14 septiembre, 2020 at 5:10 pm

Empieza este curso con presagios sombríos. Al menos, así me parece. Quizá porque vivo en un país que lleva más de un año sin gobierno efectivo y en el cual la pandemia puede desbordarse.  Como también en España. En ambos, la vida económica, laboral, social, cultural y política ha sido afectada de forma contundente. Se ha abonado el terreno para los más negros análisis y/o los más abyectos  negacionismos. Pero la vida sigue. En el terreno en el que en estos años siempre me he movido, que es el de la historia y de la literatura que trata de desentrañar el pasado más o menos parcialmente haré referencia en este y en los próximos posts a algunas de las obras que me han llegado en el verano y citaré  las que me parecen más dignas de mención. Las he ojeado el mes pasado, a la vez que me he dedicado a leer novelas o a escucharlas en versión audiolibro mientras hacía mis ejercicios regulares en bicicleta estática. No ha sido un mes para deambular por las calles, sentarse en una terraza, ir a nuevos restaurantes o estar de charleta con los amigos. Sí para ir por senderos solitarios en los bosques y campos del sur de Bruselas. Empezaré por la obra que conozco mejor.

Acaba de ponerse a la venta el libro (530 páginas) en el que la primavera pasada sus tres coeditores trabajamos afanosamente para conseguir que estuviera impreso antes del comienzo del verano. Gracias a los desvelos de la editorial y, sobre todo, de la persona que se encargó de todos los preparativos técnicos, Mariana Salvador, quedó listo a mitad de junio. Mal momento para darlo a conocer al público. Mejor esperar a la rentrée.

En este blog me he hecho eco en varias ocasiones del simposio que, para recordar el LXXX aniversario del final de la guerra civil (al menos en su parte bélica), tuvo lugar en Zamora en mayo de 2019. Nos reunimos más de una veintena de historiadores de tres o cuatro generaciones. Se presentaron ponencias sobre los más variados temas. De reflexión, de anuncio de nuevas investigaciones, de síntesis y reinterpretación de otras.

En ese año del aniversario no hubo muchos congresos con vocación de dar a conocer las ponencias que en ellos se presentasen. La Universidad Rovira i Virgili se había adelantado en 2018 con una selección de las discutidas el año anterior por una amplia serie de historiadores españoles y extranjeros de tal suerte que la recopilación, coordinada por los profesores Alberto Reig Tapia y José Sánchez Cervelló, coincidió, exactamente con el aniversario mismo.

En este último, y que recuerde, solo hubo otro que se celebró en la Universidad Francisco de Vitoria, en noviembre gracias a los denodados esfuerzos del profesor Javier Cervera. Los resultados están aún por publicar. En ambos casos, sin embargo, las ponencias orales se colgaron en la red y allí pueden consultarse.

Creo que las tres obras muestran varias cosas. La primera, que la investigación sobre la guerra civil, sus antecedentes y sus consecuencias, sigue viva. La segunda, que el interés de los historiadores y de una parte del público no ha decaído. La tercera, que entre dichos historiadores el abanico de edades se ha ampliado desde los por desgracia más que jubilados (como quien estas líneas escribe) hasta los salidos de las aulas pocos años antes. Unos y otros, con ropajes diferentes, con trayectorias y ambiciones distintas, con metodologías y enfoques plurales, aportan sus granitos de arena a la historiografía y en la que no falta tampoco la aportación extranjera.

A la vista de tal número de ponencias, en ocasiones dispares, cabría afirmar que la historiografía en progreso va por un lado y que los debates políticos o periodísticos que nos azotan se encuentran en un universo que prácticamente poco tiene que ver con él. Releer hoy algunas de las intervenciones en los debates de la sesión de investidura de comienzos de este año es un ejercicio que recomiendo vivamente (están colgados en la red, como es lógico). Hay políticos en ejercicio que no saben nada, no han aprendido nada y no quieren separarse de los dogmas de un pasado que muchos creíamos superado.  

El libro al que hoy aludo recoge todas las ponencias presentadas al congreso de Zamora, salvo dos. En un caso, por deseo del autor. En otro, por un despiste lamentable. Si hubiera una segunda edición, algo que en mi modesta opinión sería deseable, trataríamos de incorporar el que se nos olvidó. Sé que es un fallo imperdonable, pero ya  se han presentado las más sinceras disculpas a la autora. Nadie es infalible.

Lo hemos coeditado, cogiditos de la mano, los profesores Juan Andrés Blanco, Jesús M. Martinez y servidor. Los tres, amigos del siempre añorado Julio Aróstegui que nos dejó al poco de salir su espectacular biografía de Largo Caballero (que periodistas, escritores y políticos de medio pelo insisten en ignorar).

En el libro que año y medio después se ha puesto a la venta los capítulos tienen un enfoque distintivo. A nadie se le oculta que a lo largo de los últimos años ciertos medios de comunicación han devuelto a la palestra pública temas que, bien o menos bien, los historiadores habíamos encauzado. Ahora se los quiere desencauzar. La pugna política hace extraños compañeros de cama.

Luces sobre un pasado deformado (Marcial Pons)

Por ello el título del libro, LUCES SOBRE UN PASADO DEFORMADO, conjuga dos ideas: por un lado la vocación del historiador de alumbrar cada vez mejor lo ocurrido y, por otro, la deformación de que esto es objeto. El pasado, en efecto, no puede cambiarse pero sí pueden cambiarse las interpretaciones que del mismo se hagan. Los historiadores, con su bagaje de conocimientos, habilidad y sentimientos se esfuerzan, al menos, en descubrir o reinterpretar las facetas  de un pasado insondable y someter a contrastación y crítica intersubjetivas la forma y manera en que esas facetas se insertan, o no, en las ortodoxias dominantes. Es un tejer y destejer continuos. Una historia de nunca acabar.

El libro en cuestión se ha colocado bajo una larga referencia no a un historiador sino a un novelista, Javier Marías. Reproduzco una parte:

“Si yo fuera historiador, viviría desesperado, porque la labor de estos jamás había caído tanto en saco roto. El historiador investiga y se documenta, dedica años al estudio, cuenta honradamente lo que averigua (bueno, los que son honrados, porque también proliferan los deshonestos a sueldo de políticos sin escrúpulos, los que mienten a conciencia), matiza y sitúa los hechos en su contexto. Nada de esto sirve para la mayoría. Tienen mucha más difusión y eficacia unos cuantos tuits falaces y simplistas, y lo más grave es que casi todo el mundo se achanta ante los aluviones de falsedades…”

(Lo  hemos tomado de un artículo suyo, “Nos complace esta ficción”, El País semanal, 2 de diciembre de 2018, que nos pasó un amigo mío).

A veces, claro, no se trata de tuits, sino de artículos e incluso de libros, en los que se cita mal, se manipula el pasado, se insertan unos cuantos insultos y se lanzan despropósitos a vuela pluma. En este blog ya me he hecho eco de algunos de los temas favoritos de la desinformación: una República “sovietizada”, una guerra civil entre las luces vencedoras y las tinieblas de los vencidos, (el Ángel y la Bestia pemanescos en versión algo edulcorada), el renacer de una España gloriosa bajo la clarividente dirección del “Caudillo” por antonomasia y blablá.

Los coeditores de este libro somos conscientes, claro, de que la sociedad española no es la única en las que se dan cita bulos, estereotipos y fake news, un inefable concepto que tan famosa hizo a una rubia colaboradora del presidente Trump (hace pocos días  ha dejado de la Casa Blanca para dedicarse al cuidado de sus hijos, una tarea mucha más digna). La sociedad española es una de las pocas en Europa occidental que utiliza tales instrumentos como arma política arrojadiza para deformar el pasado y que los ha elevado al rango de una fake history desde instancias mediáticas y políticas.  

Contra esa fake history que a veces se crea ante nuestros atónitos ojos (el episodio de la reciente Convención republicana en Estados Unidos es verosímil que quede como un ejemplo difícil de superar), no hay más remedio que volver al pasado con una perspectiva crítica. Trump será un producto de la sociedad norteamericana, pero nosotros hemos sufrido ejemplos, teñidos de sangre, de la creación de historias “alternativas” de tipo orwelliano: “quien controla el pasado, controla el futuro; quien controla el presente, controla el pasado”. (Sería deseable que tan famosa cita pudiera desgranarse en el futuro en términos de pretéritos perfectos)

En el próximo post haré comentarios más precisos sobre el libro en cuestión, publicado por Marcial Pons, Madrid, en su colección Historia.

(continuará)

Septiembre de 1936: la República tiene perdida la guerra (y VII)

28 julio, 2020 at 8:30 am

Frente al chorro de ayudas a los sublevados a que he aludido en el post anterior y que se materializaron inmediatamente en el transporte masivo de hombres y material de guerra a la península  y la participación de pilotos y avianos extranjeros en operaciones de combate, ¿qué pudo oponer la República? Poco. ¿Cuál fue, pues, la orientación tomada desde el primer momento por los historiadores franquistas? En aplicación de la estrategia de proyección que había ido formulándose a lo largo de los años anteriores, se trató de invertir las tornas y de atribuir al enemigo los comportamientos propios.

De forma drástica este mecanismo se puso en marcha en dos direcciones fundamentales: la primera consistió en disminuir la importancia del apoyo material, político, material y propagandístico de los amigos nazis y fascistas. En paralelo, se cargaron las tintas en el tema opuesto: inflar la ayuda a la República. Esto se hizo desde el primer momento. Propaganda de guerra. Ya se sabe que, según la fórmula clásica, en una guerra la primera víctima es la verdad. Así que, para el historiador, esta propaganda es significativa como representativa de los tiempos de contienda, sangre y venganzas. Lo que es curioso, aunque tampoco demasiado sorprendente, es que ambas direcciones de los mitos caros a la dictadura se mantuvieran hasta los momentos actuales.

Sería interesante que algún joven historiador escribiera una tesis sobre la plasmación de estas dos direcciones de la propaganda de los vencedores, pero en este modesto post me permitiré subir a la cúspide: es decir, de aquel de quien emanaban todos los poderes del Estado y vencedor en las mil y una batallitas de la guerra civil. Me refiero al sumo sacerdote: Francisco Franco, es decir, con la debida pleitesía con que se le trataba, Su Excelencia el Jefe del Estado, para abreviar, SEJE. Ya me he referido a ello hace años en alguno otro post de este blog.

Con la experiencia que le dieron veinte o treinta años de estar sentado en el machito, no cabe olvidar que cuando  Franco se decidió a pergeñar unas cuantas notas sobre el pasado no olvidó incidir en las dos direcciones que hemos indicado. La ocasión la encontró a la hora de escribir sus recuerdos (sus fantasías o sus ilusiones) sobre los funestos años republicanos. Hay dudas razonables sobre cuál fue el momento en que lo hizo. Personalmente, por algunas referencias que en sus notas se encuentran, creo que debió de ser a principios o mitad de los años sesenta (hay en ellas una alusión al papel de los economistas del cual se congratuló recordando que había creado la Facultad de Ciencias Políticas y Económicas en los años cuarenta). Esto me lleva a situar la redacción de sus notas una vez constatado ampliamente el éxito del plan de liberalización y estabilización de 1959.

Tras aludir a los años republicanos -que aquí no interesan- también rozó, mucho más brevemente, los momentos iniciales de la guerra.  Al hacerlo, no se le ocurrió otra cosa que evocar el apoyo del “ángel de la guarda” (sic) hacia  él y hacia sus mesnadas (cabe utilizar esta expresión arcaica, dada una situación en la que, gracias al cielo, se hicieron “milagros en el armamento”, porque “carecíamos de municiones”). [Todo lo que entrecomillo es copia del texto de SEJE]. Incluso el Señor, al parecer, intervino ya que de lo contrario no se comprende su afirmación sobre la “ayuda escandalosa de Dios”. [En mi opinión, casi blasfema].Ya se sabe, no obstante, que cuando escribió estas notas la Santa Madrie Iglesia Católica española poco menos que lo había acogido bajo su amplio manto y, sin duda, perdonado todos sus pecados.

Tampoco podría decirse que Franco elogió demasiado la benevolencia nazi (¿quién era aquel insensato de Hitler que había perdido la guerra?)  y al referirse al período preciso de julio/agosto de 1936 comprimió experiencias ulteriores: “exigencias alemanas: 50% divisas y 50% mercancías a pagar (poca capacidad de pago). Italia más generosa” (Apuntes, p. 41)

Si esta fue la primera dirección de la propaganda que tras referirse a tan elevadas autoridades plasmó Franco, su referencia a la segunda muestra la selección cognitiva que ya embargaba al ilustre dictador. No fue muy preciso en cuanto la ayuda francesa a la República (las exageraciones al respecto se las había dejado a sus turiferarios). A SEJE lo que siempre le “moló” fueron los malvados bolcheviques.  “2.000 comunistas voluntarios por la frontera catalana. Los tanques rusos (…) Ante [la] avalancha admisión de voluntarios más simbólicos (sic)” ¡Caramba! Unos 18.000 alemanes y casi 80.000 italianos, ¿simbólicos? Claro que, escribió contra toda evidencia, que “evitábamos a Italia y Alemania”, pero “demostrábamos al mundo que no estábamos solos” (Apuntes, p. 43). (En este año de gracia -o de desgracia- de 2020, periodistas avezados han escrito loores a la supuesta “necesidad” del 18 de Julio sin ocurrírseles mencionar la ayuda fascista contratada semanas antes).

Leyendo, tal vez, lo que sus  sumisos historiadores escribieron sobre las ayudas a los “rojos separatistas” probablemente a SEJE no se le habría  ocurrido pensar que, por ejemplo, los británicos interceptaban los telegramas de la Komintern y también los de los militares italianos y que los servicios de inteligencia de la rubia Albión, más los franceses, seguían muy de cerca la evolución de los acontecimientos españoles. El “mundo”, es decir, las potencias que se interesaban por lo que pasaba en España, tenía una idea bastante clara de lo que ocurría, aunque la defensa de los propios intereses y/o de la posición se recubriera con toneladas de argumentos marcados tanto por una interpretación sesgada de la Realpolitik. Ciertamente el Reino Unido y sobre todo Francia lo pagaron muy caro después.

Franco hizo lo que pudo. No mucho, salvo entregarse de pies y manos a sus protectores. Esto parecerá un horror a sus turiferarios, pero como ya señaló en un diario privado su primer “ministro” de Asuntos Exteriores, Francisco Serrat, la política hacia el mundo circundante del “jefe” consistió en “pegarse” a las potencias fascistas y en poner a caldo a las democráticas. Ni que decir tiene que militares ilotas y “parvenus” falangistas, que tenían en sus manos la propaganda en la época, se dedicaron a ello con fruición. Sus ecos retumban todavía.

En consonancia con las direcciones que afloran brevemente en los Apuntes del Generalísimo  lo que los historiadores afines habían hecho hasta los años sesenta, y continuaron después, fue abultar todo lo posible la ayuda francesa y, como ya he indicado en un post anterior, presentar la italiana y la alemana como reacciones a la misma. ¿Por qué ninguno de los periodistas que ha escrito sobre el 18 de julio echa un vistazo a las publicaciones sobre los antecedentes publicados en 1945 y a finales de los años sesenta del Servicio Histórico Militar?

Obsérvese, con todo, la “trampa saducea” implícita. En julio y agosto de 1936 los sublevados eran una panda de fueras de la ley en términos del Derecho Internacional de la época. No representaban nada. Se trataba de rebeldes por antonomasia. El Gobierno republicano estaba reconocido por todos los Estados (incluso existían relaciones diplomáticas con la Unión Soviética, aunque todavía no se habían intercambiado embajadas). Y, sin embargo, a iniciativa francesa -con el rechinado entre dientes de diversos sectores de la política y sociedad galas- se puso en marcha la propuesta que conduciría rápidamente a la adopción de una política de no intervención en los “asuntos de España”.

Es decir, Francia puso a rebeldes y gubernamentales a la misma altura. París ante todo y Londres después ni se molestaron en guardar las formas. La prohibición de exportación de armas a España entró en vigor casi desde el primer momento. El Gobierno de Frente Popular que encabezaba Léon Blum (y que, al decir de testigos fiables, había derramado abundantes lágrimas de cocodrilo) se había preocupado, eso sí,  de salvar antes la posibilidad de enviar  aviones (de destino aciago, sin armas, sin sincronización de armamento, sin combustible adecuado). En paralelo,  los portugueses, los italianos y los alemanes se pasaron la sugerencia de no intervención por el arco de triunfo desde antes del momento de su aceptación generalizada.

Esta divergencia esencial de actitud con la aplicación a España de un tipo de comportamiento agravado (muy agravado) en comparación con el que los países democráticos habían mostrado ya en los casos de China (¡cielos!, ¿dónde estaba China?) y Abisinia (“negros despreciables”), se utilizó con mayor contundencia hasta 1939.  Los análisis contables comparativos (de los se ha escrito mucho) pasan por alto la dinámica política, diplomática y de suministros que fue la fuente de tantas frustraciones para la República durante toda la guerra. Con relevantes excepciones en la literatura, como hace tiempo Gerald Howson. La revalidará con documentación española y extranjera, añadiendo una masa de información absolutamente desconocida hasta el momento (la EPRE de turno), Miguel I. Campos.  Cuando se reanude la próxima temporada, estos posts, picotazos sobre temas de historia, la iniciaré con la referencia a un libro, que se habrá puesto a la venta a finales de agosto. En él figuran, además de otros artículos muy interesantes, un anticipo de investigaciones en curso.  

Con este post concluyo “mi” curso 2019-2020. Ha sido muy especial para todos. La pandemia no ha dejado indemne ningún aspecto de nuestras vidas, en los planos personal, familiar y colectivo. Ha alterado nuestra existencia. Se ha llevado por delante (lo más doloroso) a millares de personas. Bélgica, donde vivo, ha sido uno de los que, en términos relativos y comparativos, más ha sufrido. De España no necesito hablar.

Por el momento me mantengo en un encierro escasamente aligerado. Desde hace un mes paseamos los fines de semana por los campos de cereales y los bosques de la periferia sur bruselense. Todas las noches, andamos media hora por calles prácticamente desiertas. Y no dejo de “dar” a la bicicleta estática.  He trabajado sin descanso. El año que viene se verán los resultados (espero verlos también). Quizá entonces los lectores comprendan por qué los posts de esta última parte han tenido ciertas fijaciones: Franco, la República, los inicios de la guerra civil. He procurado no revelar nada de lo que se avecina. El curso que viene trataré de ser menos monotemático, aunque no puedo prometer maravillas.

Para todas y todos los amables lectores mis mejores deseos de cara a las vacaciones. Volveré a estas páginas el 8 de septiembre. Laus Deo.  

FIN

Referencias

Francisco Franco: “Apuntes” personales del Generalísimo sobre la República y la guerra civil, Fundación Nacional Francisco Franco, Madrid, 1987.

Francisco Serrat Bonastre: Salamanca. 1936, Barcelona, Crítica, 2016.

Septiembre de 1936: la República tiene perdida la guerra (VI)

21 julio, 2020 at 9:20 am

A la República la salvó in extremis la intervención soviética a partir de octubre. Lo hizo con el guante que lanzó a la no intervención, con armas (viejas en un primer envío, modernas después), con asesores militares y de inteligencia, con petróleo y otros carburantes, con apoyo diplomático y, no en último término, con la posibilidad de utilizar la Banque Commerciale pour l´Europe du Nord para zafarla del sabotaje de la banca internacional. Nada fue inmediato. Tampoco gratuito. Se combinaron dos necesidades, la soviética y la española. Stalin no quería una revolución comunista en España.  Quería, en el marco de su política de disuasión, demostrar al fascismo que sus agresiones no quedarían sin oposición por la fuerza. No por amor a la República, sino por sentido de preservación. Un factor nada desdeñable. La necesidad española era más urgente y la describió, de manera insuperable, Julián Zugazagoitia.

La necesidad soviética exigía fortalecer a un Gobierno republicano que fuese aceptable para las democracias occidentales y a las cuales Stalin siguió cortejando a su manera. Estamos a mil leguas de la historia que cuenta la inmensa mayoría de los autores antirrepublicanos, sobre todo españoles, o que justifican la no intervención. Fue una apuesta a favor del fortalecimiento de la propia seguridad frente al zarpazo amenazador del fascismo. Sin embargo, transcurrieron casi tres meses para que la variopinta ayuda soviética se pusiera en marcha. Stalin siempre fue muchísimo más cauteloso que los dictadores fascistas. Ya lo subrayó, hace muchos años, Adam Ulam.


Homenaje a la URSS en la Puerta de Alcalá durante la Guerra Civil
| Cordon Press

Claro que, en España, el tiempo también había pasado y en modo alguno pudo recuperarse. Los aviones italianos y alemanes se dedicaron inmediatamente a trasladar tropas a la península. Actuación aderezada de algunos mitos. El primero, que Göring no tardó en aceptar la idea porque sería la primera vez que se estableciera un puento aéreo entre dos continentes. La afirmación del orondo general no está documentada y si la hizo fue, probablemente, a posteriori. Lo que sí está documentado es que ya se les ocurrió a otros. Desde individuos sin nombre conocido que dejaron huella en algunos papeles italianos hasta el propio Franco que pidió aviones de transporte a Berlín y Roma a los pocos días de llegar a Tetuán. Incluso el cantamañanas de Bolín no encontró mejor argucia que autopresentarse en sus memorias como el generador de la idea ya el mismo 19 de julio. Se han escrito, y siguen escribiéndose, muchas estupideces al respecto pero hoy sabemos que a todos ellos se les habían adelantado los monárquicos alfonsinos. Lo que todavía sigue contándose sobre Franco y Mola pasa por alto tan “pequeño” detalle. Tampoco se destaca la importancia de los transportes de material de guerra al teatro de operaciones del sur de la península.

Cuando se examina cierta literatura ennoblecedora de la marcha victoriosa de las tropas de Regulares o, ¡cielos!, del glorioso e inmarcesible Tercio de Extranjeros parece como si su combate en dicho teatro hubiera sido contra hordas de trabajadores y campesinos armados hasta los dientes, enfervorizados por anarquistas y, sobre todo, comunistas para oponerse con miles de ametralladoras a la fuerza de las ideas que impulsaban tamaños defensores de la civilización “cristiana”.

Pero, lejos de la mitología, ¿eran suficientes los tiros a mauser limpio o el crepitar de las ametralladoras que los “africanos” llevaban a cuestas?  ¿O los que tenían quienes se sublevaron guarnición tras guarnición, debidamente “trabajadas” a lo largo de los meses precedentes? Si bien se reconoce, negarlo sería una estupidez, que el de África era el más fogueado del Ejército español de la época, suele quedar en segundo plano que también era en Marruecos donde se almacenaban armas pesadas, repuestos, municiones y otro material de combate que hacían de él un poderoso ariete integrado en comparación con lo que existía en la península. Si se echa un vistazo a los informes de los agregados militares alemanes, franceses, italianos, británicos o a los del Deuxième Bureau en el Marruecos francés tal es la imagen que se desprende.

El 19 de julio, si no ya en la noche anterior, comenzó el traslado por barquichuelos de las primeras unidades de Regulares a las costas gaditanas; no tardaron en unirse al paso, en esta ocasión por aire, los transportados por los pocos aviones militares y civiles allegados por los sublevado; a la par comenzó la recluta de “moros”, aunque no faltaran quienes años antes habían hecho desangrarse a las tropas españolas en la interminable guerra colonial; finalmente, la propaganda por radio y prensa empezó a distorsionar la realidad de cara al extranjero. ¡Había que salvar a España de la inminente amenaza roja!

Se trató de actuaciones imprescindibles a la espera de los aviones italianos apalabrados y los resultados de las gestiones de Franco a través del agregado militar nazi en París o los de la misión que, ¿heroicamente?, había enviado a Berlín.

Cuando fue arribando el refuerzo aéreo nazi-fascista en tres etapas (el Junker de la misión berlinesa, los Savoia Marchetti iniciales y los aviones que Hitler prometió) la situación empezó a sonreir a los sublevados.  En la primera semana de agosto (una eternidad para algunos, en realidad ocho o nueve días después del golpe) empezó a funcionar una división del trabajo: los italianos atendieron al transporte, inmediatamente a las primeras actuaciones bélicas necesarias y los Junkers se concentraron en el traslado de tropas, pero especialmente de material de guerra. Solo hacia mitad de agosto recibieron autorización de operar contra los republicanos.

La propaganda pro-franquista magnificó los ditirambos sobre la aportación (supuestamente más que vital) del denominado “convoy de la victoria”. Que fue una aportación, es innegable. Que palidece ante la que transportó la aviación extranjera, también. El tan, en aquella época, enaltecido Mussolini fue fiel a los contratos firmados con los monárquicos el 1º de julio. Tal y como había decidido, envió las expediciones para cumplimentar los tres que quedaban y, al igual que pasó con la de los alemanes, su ayuda creció casi automáticamente. ¿Por qué? Sobre esto siempre ha habido tesis y contratesis basadas en algunos mitos bien instalados en la literatura pro-franquista.

Es sabido que ya el 4 de agosto, dos viejos conocidos, los jefes de los servicios de inteligencia militar nazi y fascista, el almirante Canaris y el general Roatta, se reunieron en Bolzano, en el norte de Italia,  para intercambiar opiniones. Quizá convenga destacar que la solicitud procedió de la parte alemana unos días antes, es decir, después de que ya hubiera llegado a Tetuán la respuesta de Hitler a la petición de Franco.

A raiz de dicha entrevista las dos potencias revisionistas, que ya se hallaban en proa a una aproximación estratégica y táctica con un futuro más que ominoso, se comprometieron a mantener intensos contactos al nivel de los dos jefes de inteligencia. Su resultado debió de reflejarse en incontables telegramas, hasta ahora no localicados que yo sepa. Por cierto que tal reunión tiene algunos antecedentes que, lo que son las cosas, ha pasado por alto  la historiografía pro-franquista que no ha salido de su letanía habitual, ya consagrada en plena guerra civil, sobre los contactos que antecedieron a la intervención nazi-fascista (léanse las memorias del superembustero marqués de Valdeigleisas), pero reconozco que se trata de  un terreno algo incómodo. Lo que  “mola” es la supuesta conspiración comunista y la “inevitable” intervención estalinista.

En el Centro Documental sobre el Bombardeo de Gernika se han recopilado datos sobre las operaciones de la aviación alemana durante los primeros meses de la guerra. Que yo sepa, pero puedo equivocarme, los guerreros de Franco no conservaron demasiadas estadísticas precisas sobre los envíos iniciales de hombres y material. De aquí que no convenga hacer abstracción de la documentación nazi (tampoco en otras dimensiones). Por ella se sabe que en los primeros veinte días los Junkers pasaron unos 2.850 hombres (no muchos, en realidad) con su material, municiones, repuestos y demás impedimenta (8.000 kilos) y que luego dieron prioridad a esta segunda parte (o se lo pidieron pero que, quizá por la manía de reducir tal “ayudita”, se subestima). En la semana del 17 al 23 de agosto se trasladaron 700 hombres con ya 11.650 kilos de material y en la siguiente 1.275 soldados con 35.300 kilos. Hubieran podido trasladar muchos más de no haber sido por la momentánea carencia de combustible, a pesar de que nazis y fascistas habían enviado desde el primer momento lo necesario para que sus aviones fuesen plenamente operativos desde el primer momento. En Bolzano se acordó que los italianos harían envíos por cuenta de Berlín, no en vano estaban más próximos a Marruecos. El combustible tenía que enviarse por vía marítima. Desde los puertos del norte de Alemania, llevaba más tiempo.  

Sustituir el análisis político por comparaciones contables no siempre es la mejor perspectiva, pero a veces estan resultan útiles. Por ejemplo, a finales de agosto de 1936 nazis y fascistas se intercambiaron resúmenes de los suministros efectuados. Los primeros habían enviado 26 Junkers de bombardeo con sus correspondientes tripulaciones; 15 Heinkel de caza sin ellas (suponemos que irían en barco o que los valientes pilotos sublevados estuvieron en condiciones de volarlos), 20 cañones y ametralladoras antiaéreos, 50 ametralladoras, 8.000 fusiles, 5.000 máscaras antigás más las correspondientes bombas y municiones. Por parte italiana se habían suministrado 12 cañones antiaéreos de 20mm con 96.000 proyectiles, 20.000 máscaras, 5 carros veloces con tripulación y armamento, 100.000 cartuchos para ametralladoras del 35, 50.000 bombas de mano, 12 bombarderos (tres más que a finales de julio), 27 cazas con radio, armamento y tripulaciones (todos llegados en agosto), 40 ametralladoras S. Etienne con 100.000 cartuchos, 2.000 bombas de dos kilos, 2.000 bombas de 50-100 y 250 kilos; 400 toneladas de gasolina y carburante; otras 300 por cuenta de Alemania y 11 toneladas de lubricantes. Naturalmente, pensar que unos y otros se confesaran tales datos a corazón abierto al comienzo de su amistad es debatible, pero no se trata de buscar la perfección.

No se trata porque, en todo caso, fueron inyecciones, todavía limitadas, a los stocks con que contaban los sublevados, si bien los elementos más importantes (aviones modernos o superiores a los existentes en España) no eran nada desdeñables. Y aquí es donde los traslados de material de guerra por los aviones alemanes debieron de quitar algunos dolores de cabeza a Franco, teniendo en cuenta que los nazis no eran como los fascistas que ya habían tanteado el terreno mucho antes del 18 de julio.

Por ejemplo, en la primera semana de septiembre los Junkers transportaron 1.200 hombres a la península con 36.850 kilos de material; en la segunda 1.400 y 46.800 respectivamente; en la tercera 1.120 y 39.0000 y en la cuarta 1.550 y 68.450. Sobre la importancia de estas cantidades puede discutirse, pero la presencia en suelo peninsular, en apenas dos meses y pico, de más de 5.000 fieros combatientes a los que gustaban el saqueo, la matanza  y las violaciones y su equipamiento adicional a los trasladados por vía marítima, tuvo que tener resultados óptimos frente a las depauperadas fuerzas gubernamentales en Andalucía y Extremadura y a los campesinos que dejaban sus hoces para empezar a manejar, como pudieran, armas algo más sofisticadas que las escopetas a las que, en el mejor de los casos, estarían acostumbrados.

Por lo demás, en octubre continuó la ayudita nazi sin la menor solución de continuidad. La prioridad siguió dándose al material (25.550 kilos y 1.600 hombres). Aunque las estadísticas alemanas no son necesariamente fiables, y el resumen final no es el que se obtiene de la suma de los suministros semanales, el total que los contables militares del Tercer Reich reseñaron fue de 13.520 hombres trasladados desde el 26 de julio hasta el 11 de octubre y 270 toneladas de material de guerra. La combinación entre unos y otros fue imbatible.  

La participación italiana, y luego nazi, en operaciones de bombardeo terrestre y marítimo es difícil que se hiciera en contra los deseos de Franco, a no ser que se encuentre documentación en la que este, virilmente, se pronunciara en contra. A servidor no se le ocurre pensar que obrasen sin contar con él. Es más, prontamente se reveló como un protegido muy exigente y, por ende, muy costoso. Satisfacerle planteó problemas operativos, en particular a los nazis. Italia tenía experiencia reciente en el envío a distancia de pertrechos bélicos y unidades de combate gracias a las campañas de Abisinia. El Tercer Reich, por el contario, se encontraba en proceso de expansión y de modernización de la Luftwaffe. Ni siquiera en la Gran Guerra la aviación del Kaiser se había visto inmersa en una actividad de tal volumen actual y potencial. Tampoco la Marina.

(continuará)

Referencias

  • Un análisis de la ayuda nazi-fascista inicial se encuentra en mi trabajo “Negociaciones sobre el apoyo nazi-fascista a Franco”, en Bombardeos en Euskadi (1936-1937), Centro de Documentación del Bombardeo de Gernika, 2017, pp. 21-64,  y en La soledad de la República.  
  • Los lectores que tengan la bondad de leer algo de lo que escribo observarán que siempre que me refiero a Bolín utilizo un calificativo  (“cantamañanas” o similar). Es lo más suave que se me ocurre. Koestler lo inmortalizó en sus memorias con otro y Southworth  hizo algo similar en su obra sobre Gernika. No lo sospecharían quienes se contenten con leer las banalidades que de él escribe un colega suyo en una revista de divulgación en este mismo mes, aniversario del 18 de julio.

Septiembre de 1936: la República tiene perdida la guerra (V)

14 julio, 2020 at 11:05 am

Ángel Viñas

En los posts anteriores he planteado la cuestión de si la República no tendría ya perdida la guerra en septiembre de 1936. Muchos lo pensaban. ¿Por qué? Las respuestas pueden clasificarse en dos grandes categorías: la primera tiene que ver con los avances de los sublevados sobre el terreno; la segunda, con el impacto de las decisiones adoptadas en el ámbito exterior, deletéreo para los republicanos y altamente positivo para sus adversarios. Añádase a ello el peso relativo que se atribuye (o que pueda atribuirse) a ambos elementos y se comprenderá que el debate quedó servido desde que los historiadores (en los años de la dictadura fueron principalmente extranjeros) empezaron a estudiar lo ocurrido con evidencias documentales. Dicho debate continúa hoy. ¿Es posible racionalizarlo? Si los historiadores no lo conseguimos, los periodistas y aficionados (dicho esto con todo respeto) no lo lograrán. ¿Cuántos de entre ellos van en busca de papeles? El marco general se conoce pero detrás de él y por debajo de él moran los diablillos.

Quien esto escribe es muy consciente de que, por un lado, la característica fundamental de la historia es que nunca es definitiva y , por otro, que la que se escribe se hace siempre desde las percepciones del presente. No puede ser de otra manera. Sobre lo segundo poco cabe hacer. Todo historiador vive en su época. No en la pasada y tampoco en la futura. Pero sí puede hacerse, y mucho, en relación con la primera característica.

Hubo una época en que los historiadores de derechas escribieron que el golpe del 18 de julio surgió como la respuesta, desesperada, de grandes sectores del Ejército y de la sociedad ante la inminencia de una revuelta comunista. En este blog ya he pasado por una pequeñita trituradora lo que denominé sus justificaciones primarias. Tal interpretación ha disminuído, aunque no desaparecido, porque no cuadraba con los hechos. Ahora se buscan otras: por ejemplo, el supuesto caos, la terrible carnicería que se abatio sobre la sociedad española, incluso la proliferación de insultos al Ejército, columna vertebral de la PATRIA. Desde parámetros opuestos otros historiadores escribieron que los conspiradores que preparaban el golpe contaban con el previo apoyo de las potencias fascistas. Tesis negada enfáticamente por los primeros.

Esta controversia ha tomado un nuevo cariz. Ahora los malos no son los comunistas, que no pintan nada (salvo quizá para los que divisan un nuevo “Frente Popular” en la España actual de nuestros pecados) sino los socialistas “comunistizados”. No hay, por ejemplo, sino seguir la trayectoria de un eminente historiador de la literatura que ha escrito un éxito editorial, grueso, asequible y actualizado con las adecuadas adaptaciones. Desde las primeras páginas el énfasis se pone en un par de afirmaciones, descontextualizadas, de Largo Caballero. Defiende, además,  un concepto vago y difuso, pero con mucho appeal, quizá porque responde a las sensibilidades del momento: las supuestas tres Españas. Como concepto analítico no vale demasiado. Ni siquiera lo es, en mi opinión, el que le precedió y que tanto acentuaron los historiadores franquistas: dos Españas. Notemos que, con menos énfasis, también se encuentra en la historiografía comparada,  por ejemplo, en Francia (desde las consecuencias de 1789) o en Italia (desde la unificación y el retraso secular del Mezzogiorno). Y no quiero entrar en la formación histórica del Reino Unido, que ahora ha vuelto a renacer en Escocia.

Como este tipo de cuestiones son difícilmente solubles porque tienen que ver con los mitos dominantes en una época u otra, lo que sí cabe hacer, en términos puramente operativos, es enfocarlas de forma sistemática desde las raíces de los comportamientos económicos, políticos y sociales en la medida en que se manifestaron en actuaciones que dejaron huellas reconstruibles.

Por lo menos, con los documentos de época puede avanzarse en el conocimiento de ciertas parcelas del pasado. En el caso español el apoyo exterior a los contendientes es uno de ellos.  ¿Quién de entre los que querían descuartizarse entre sí,  lo tenía más y mejor asegurado, y cómo, o también en mayor o menor medida? Dicho de otra manera: ¿cuáles eran los recursos foráneos a que podían echar mano las variopintas izquierdas (anarcosindicalistas, socialistas, comunistas y otras)?, ¿cuáles las no menos variopintas derechas (CEDA, monárquicos, carlistas, falangistas y otras)?, ¿hasta qué punto estaban involucrados los elementos de fuerza (Ejército, Marina, Guardia Civil, Guardias de Asalto)?. No en último término, ¿cómo se percibía desde el exterior al Gobierno?, ¿cómo a sus  opositores?, ¿quienes eran susceptibles de conectar mejor con las tendencias ideológicas de la época?

Todo esto ha dejado huellas documentales. En archivos extranjeros y también en archivos españoles.  Y, claro, los historiadores se basan, entre otros, en papeles. ¿Cuáles son los aportados por los proclives a los vencedores hasta 1975, merced a las bondades de una censura de guerra y luego de Fraga? En el post anterior me he servido del ejemplo del origen de las Brigadas Internacionales. Toda una construcción pro-franquista desde la guerra misma hasta principios del presente siglo había dejado sin responder documentadamente a tal pregunta.

¿Cuáles son los documentos aportados por el mismo tipo de historiadores respecto a los suministros materiales que recibieron los “nacionales” (término que todavía algunos usan), según dicen tras el primer momento y como respuesta a los enviados a los defensores del Gobierno?

Hace años, todavía bajo la dictadura, pero casi a su final, algún que otro historiador de recias convicciones proclives a los vencedores, se satisfizo con los documentos diplomáticos franceses publicados, los alemanes también aparecidos aunque en versión francesa (una selección sobre los ya disponibles en inglés y alemán) y echó cuentas. La República se precipitó a solicitar la ayuda extranjera. ¡Qué falta de patriotismo!

Que el 19 de julio el nuevo presidente del Consejo José Giral apeló a su homónimo francés está fuera de toda duda. Se supo en el pasado. Se aireó en la prensa, sobre todo la extranjera. Los diplomáticos españoles pasados a los sublevados lo gritaron por todas las esquinas. Un eminente agregado militar, Antonio Barroso, posterior ministro del Ejército, destacó en sus gestiones para impedir los suministros.

Pero…. se pasó por alto que el Gobierno de Madrid estaba reconocido en el ámbito internacional y sostenía relaciones con casi todos los Estados existentes, que nada en el derecho internacional público de la época impedía a un Gobierno con tales características adquirir armas en el extranjero para su propia defensa. Se disminuyó la importancia -cuando salió a la superficie- de que los dos Gobiernos, el español y el francés, habían contraído compromisos en materia de tal orden de suministros mediante un intercambio de notas confidenciales anejas al acuerdo comercial de 1935 (concluido, por cierto, bajo una coalición gubernamental de derechas). Minucias, pero que no han evitado que la controversia prosiga (volveré al tema en el futuro al aludir a un libro reciente)

Por mi parte, en 1974 di a conocer el caso alemán basándome en fuentes primarias. Me opuse a una rancia tradición que alegaba que el funcionamiento del sistema de capitalismo monopolista de Estado imperante en la Alemania hitleriana había puesto sus codiciosos ojos en las materias primas españolas que servirían para empujar aún más y mejor el rearme nazi y que el Tercer Reich había prometido su apoyo a quienes iban a sublevarse. (Nadie ha encontrado hasta ahora la menor prueba de ello).

Al año siguiente, un investigador norteamericano, John C. Coverdale, publicó un libro sobre la intervención italiana en la guerra civil. Se pronunció taxativamente sobre la ineficacia de los compromisos plasmados en un acuerdo de 1934 entre los monárquicos alfonsinos, los carlistas y los máximos dirigentes del Estado fascista (se habían hecho públicos ya en 1937). En la derecha todos se pusieron muy contentos. Nadie revisó en profundidad la tesis de Coverdale, aceptada incluso por Renzo de Felice. En la izquierda el silencio o la aceptación fue lo normal.

Siempre quedó el comodín: los malvados bolcheviques (la expresión no es mía, es de un diplomático español del que aprendí mucho en temas de política de seguridad y que tenía un conocimiento enciclopédico de la internacional). En esto, los historiadores de derechas campaban por sus anchas porque tenían, desde 1936, consolidada una tradición, un montón de publicaciones, una doctrina. ¿No había escrito Bolín a mitad de los años sesenta que río arriba, por el Guadalquivir, en 1936 navegaban barcazas con armas rusas para preparar a las masas comunistas a la sublevación? ¿No había conseguido tan distinguido cantamañanas que el ministro de Asuntos Exteriores de la época, Fernando María Castiella, exdivisionario azul, Cruz de Hierro, le escribiera un encomiástico prólogo?

Y digo que campaban por sus anchas porque los archivos soviéticos estaban cerrados a cal y canto y porque apenas si circularon por España unos libros en castellano que publicaron las Ediciones del Progreso en Moscú con otra versión. El que no circularan fue algo que los historiadores defensores de la sacrosanta tradición franquista debieron de agradecer a los servicios de Aduanas y de seguridad de “su” Estado.

En aquellos momentos, con la historia de la guerra civil de Hugh Thomas prohibida, con la de Gabriel Jackson ignorada y con la carta blanca dada a un técnico de Información y Turismo el régimen se dispuso a capear el temporal que, a buen seguro, cocían fuera los “enemigos de España”.  Dicho técnico sabía mucho de teología, no tanto de historia, pero no en vano había dedicado un libro al generalísimo Franco en términos superbabosos. Incluso se apañaba en idiomas. Así, pues, le correspondió dar la respuesta mientras trepaba hacia las atalayas de la Editora Nacional. Donde, por lo demás, un viejo diplomático (que había servido lealmente a la República) y que por ello tenía que purgar tal pecado de juventud empezó con paso firme a poner al día, para beneficio de todos los españoles,  lo mucho que había aprendido sobre la política internacional en torno a la guerra civil y que, lo que son las cosas, coincidía con la versión dominante.

Es decir, de la dictadura se pasó a la Transición con conocimientos supuestamente a prueba de bomba sobre la carencia de compromisos exteriores previos por parte de los “nacionales” y con la imagen, grabada a fuego, de las aviesas garras de Moscú arrastrando a las hordas comunistas españolas. No en vano se llamó a lo que ocurrió despues “Guerra de Liberación”. Con mayúsculas.  

(continuará)

ERRATA

En el post anterior se deslizó una errata en las referencias.

Las notas del pié pags. 69-70 corresponden a «El escudo…»; y los capítulos 5 y 6 son de «La soledad…».

Presento mis excusas a los amables lectores.

Septiembre de 1936: la República tiene perdida la guerra (IV)

7 julio, 2020 at 8:35 am

Ángel Viñas 

Si alguien preguntara que identificase un rasgo, y solo uno, de la copiosa literatura que desde el mismo comienzo de la guerra civil empezaron a generar los periodistas, lacayos, pelotas y más tarde los autores proclives a los sublevados de julio de 1936 supongo que la respuesta de muchos historiadores hoy tendría una característica común: es bastante insostenible con lo que hemos ido aprendiendo a lo largo de estos últimos casi cincuenta años tras la desaparición de la censura. Esta formulación incluye una amplia gama de posibilidades y permite aceptar la existencia de una pluralidad de opiniones, al menos en los círculos académicos, con divergencias -a veces sustanciales- de modalidades interpretativas. Es lo normal y lo lógico. No hay historia única. Tampoco hay historia definitiva.

Las interpretaciones dominantes en los medios anti-republicanos suelen basarse en tres afirmaciones categóricas:

1ª La República consiguió desde el primer momento un gran apoyo material.

2ª Los sublevados contra la inminencia de la sublevación comunista (luego socialista, en la actualidad la necesidad de atajar la situación de caos, anarquía, asesinatos y destrozos que había tolerado, cuando no fomentado, el Frente Popular) se vieron  obligados a reaccionar.

3ª La manifestación más flagrante del refuerzo a la República se plasmó en el envío de una fuerza comunista, las Brigadas Internacionales.

Empezaré por este último. Tiene un largo recorrido en el que han intervenido historiadores de pro, militares de alta alcurnia, propagandistas de medio pelo y hasta distinguidos académicos. Entre ellos figuran, de forma imperecedera, Ricardo de la Cierva y el gurú de la historia militar de la guerra, el coronel de EM José Manuel Martínez Bande. De los periodistas y panfletarios de la misma cuerda, la relación es innumerable.

En 1974 la versión franquista y castiza recibió un refuerzo inesperado. Un excombatiente de las Brigadas (es sabido que poco a poco estas fueron reforzándose con elementos del Ejército Popular, en parte para compensar los desplomes en el reclutamiento de voluntarios extranjeros, aunque no solo por este motivo) llamado Andreu Castells publicó una obra convertida en clásica.

Ricardo de la Cierva, a la sazón responsable de la censura franquista, autorizó su publicación. Se enorguelleció de ello. No puedo decir que el libro de Castells fuese un caso único. También autorizó la publicación de mi primer libro, con la diferencia que este no ponía en cuestión ningún fundamental dogma franquista. Por el contrario, rebatía un dogma comunista. Lo cual a un servidor no le preocupó lo más mínimo, porque lo que los autores comunistas o pro-comunistas habían escrito sobre los antecedentes de la ayuda nazi a Franco en julio de 1936 solía estar teñido de pura ideología, no se apoyaba en documentos y exigía una modernización considerable.

Castells (pp. 56-57), a quien de la Cierva otorgó implícitamente la máxima autoridad en la materia (¿cómo iba a dudarse de lo que había escrito como exbrigadista?), afirmó que la decisión de crear las Brigadas empezó a gestarse en Moscú el 21 de julio y que se había adoptado formalmente en una reunión de la Profintern en Praga el 26 de julio de 1936. Hoy, a los lectores, esto les sonará a chino. La Profintern había sido establecida por la Komintern en 1921 como la respuesta a la Federación Sindical Internacional (FSI) de tendencia socialista/socialdemócrata y contrapartida de la Segunda Internacional. En la Profintern, el equivalente para la Tercera, trabajaron, entre muchos otros, Andreu Nin y Joaquín Maurín.

Hacia 1936 la Profintern tenía un perfil ya muy reducido (se disolvió al año siguiente, tras la adopción de una nueva estrategia materializada en el apoyo a Frentes Populares). Pensar que una decisión de calado tan profundo como crear una fuerza armada en julio de 1936 que acudiese a ayudar a la República a los pocos días de estallado el golpe daba muestras de una ignorancia profunda de las realidades internacionales del momento. Pero eso no ha sido óbice para que, autor profranquista tras autor profranquista, lo hayan repetido como papagallos. La última manifestación que conozco de su profunda ignorancia (o de la voluntad de tergiversación) data de 2006 por parte de un tal Fernando Ballesteros Castillo, con prólogo del general de Brigada y connotado historiador militar Miguel Alonso Baquer (me pongo en primer tiempo del saludo).

Pensando que Ricardo de la Cierva no podría ser tan ignorante como para desconocer lo que la dictadura a la que servía había escrito al respecto desde fechas lejanas me pregunto (y no sé de nadie que haya planteado esta cuestión) si no “sugirió” a Castells, que fechó el prólogo de su obra en Sabadell-Toss en 1972, que indicase en el libro esta doble vinculación. No tengo en mi biblioteca la Historia de la Cruzada de Arrarás (siempre me he negado a comprarla) y no puedo asegurar si algo al respecto se dijo en ella.

Cabe señalar que en su gestión de la censura en lo que serían sus últimas etapas Ricardo de la Cierva alternó medidas “liberales” con otras constrictivas. Tuñón de Lara, por ejemplo, vio recortadas algunas de sus afirmaciones en uno de sus libros. En lo que a mi respecta la editorial que publicó mi primer libro encargó a uno de sus lectores (un posterior catedrático muy digno de Historia Contemporánea) que revisara mi manuscrito y eliminara todo aquello que pudiera plantear problemas con el censor mayor del reino.

Pues bien, cuando comparo el libro finalizado por Castells en 1972 con el panfleto titulado Las Brigadas Internacionales. La ayuda extranjera a los rojos españoles que publicó la OID en 1948me echo a reir. Lo escrito por Castells coincide prácticamente con lo que aparece en las pp. 23 y 24 de tan estimable folletito.

Este panfleto, que debería reimprimirse para avergonzar a los historiadores que en él continán basándose, representó un avance propagandístico considerable, dejando de lado a Arrarás, con respecto a la basura publicada por un tal Adolfo Lizon Gadea de 1940. Está titulada Brigadas Internacionales en España y ya en su página inicial aseveró que “las primeras fuerzas extranjeras que, organizadas militarmente y agrupadas en unidades, tomaron parte en la guerra de España, lo hicieron en el frente que rodeaba a Madrid en noviembre de 1936”. Obviamente, tal estupidez era ya insuficiente en los años del supuesto “cerco internacional” a la inmortal España rescatada del Averno por el no menos inmortal Caudillo.  (En la breve biografía del Sr. Lizon Gadea que se encuentra en http://dbe.rah.es/biografias/73898/adolfo-lizon-gadea figura entre sus obras esta basurilla de 94 páginas).

Demos un salto hasta llegar a un escritor moderno: César Vidal. Es un genio de la naturaleza que deja chiquitos a los más prolíficos autores de todos los tiempos. De producción y productividad incontables. De ritmo trepidante con, a veces, tres o cuatro títulos en algún año (he dado detalles sobre él en mi libro El escudo de la República, que no repetiré aquí). En la segunda versión de su obra (2006) sobre las brigadas (los expertos que tengan tiempo establecerán las comparaciones que procedan con la de Castells), puso en duda el mito (que remontó a Arrarás). Eso sí, este “impecable” historiador, se inclinó a favor de que la “decisión de formar las BI” se tomó “a finales de 1936” y se apresuró a formalizar esta versión con referencia a dos obras de autores rusos. Hélàs!  Los supuestos, e innominados, ayudantes que pudieran haberle echado una mano en su más que magna obra hicieron figurar en la literatura consultada a un autor francés, Rémi Skoutelsky, con una obra publicada en París en 1998. Skoutelsky, tras la consulta de los archivos soviéticos a los que  a Vidal ni por asomo se le ocurrió ir, ya había dado con pelos y señales la fecha y las circunstancias de la decisión de formación de las Brigadas. Era diferente. Se adoptó en conexión con unos planes elaborados por el Estado Mayor del Ejército Rojo que se examinaron en el Kremlin en reuniones ad hoc alreedor del 18 de septiembre.

En mi libro La soledad de la República analicé el proceso de deslizamiento hacia la intervención por el que atravesó Stalin desde el momento del golpe. La decisión atravesó dos fases: la formación de las Brigadas y, una semana más tarde, el envío de material de guerra a España, sin que los republicanos fueran informados de ello. Dos meses después de que, ¡oh, cielos!, Hitler decidiera ayudar a Franco y una vez que los aviadores nazis y fascistas se ocupran en echar una manita en los frentes de batalla (más los segundos que los primeros, concentrados en el transporte a la península de batallón tras batallón del Ejército de Àfrica con, ¿cómo olvidarse?, tonelada tras tonelada de impedimenta).

Pero, y esta es la cuestión fundamental, ¿cuál fue la fuente de que se alimentaron los propagandistas franquistas? Que yo sepa pocos la han identificado con precisión aunque es notorio que,  en general, la prensa derechista francesa y opuesta por todos los medios al Frente Popular de su país hizo de la ayuda a los “rojos” una de sus más apasionadas denuncias que fueron repercutidas entonces y después por los genios de la propaganda franquista.


 I accuse France hace referencia obviamente al famoso articulo de Zola sobre el caso Dreyfus.

Buscar en la prensa francesa de aquellos días es una tarea que llevaría tiempo. Afortunadamente en los archivos británicos se encuentra un panfleto de tal tenor. Es muy conocido, pero poco utilizado. Yo lo fotografié y en su página 8 se encuentra la referencia a un periodista francés, que existió verdaderamente. Se llamaba Pierre Jacquier. De la creatividad de tal caballero se tradujo una información al inglés que, retraducida de este idioma, decía así:

“El 26 de julio, Le Bureau du Profintern (una organización que realmente dependía de la Komintern, pero bajo el paraguas de Internacional de los sindicatos rojos) decidió la concesión inmediata de un millón de francos a Madrid y también la creación de una Brigada Internacional de Voluntarios Trabajadores. El primer batallón lo compondrían 5.000 hombres y los lugares para reunirlos estuvieron, por una coincidencia singular, todas en Francia: Toulouse, Burdeos y Perpiñán. Podemos añadir y certificar que el primer grupo de voluntarios ya está camino de Francia y el PCF ha encontrado ya alojamiento para estos soldados de la Internacional en el cinturón rojo de París”.

Ahí se encuentra la madre del cordero. Desde entonces quedó inscrita la leyenda en letras de oro. ¿De qué se trataba? De anteponer el golpe “rojo” al “blanco”, de anticipar la ayuda soviética a la de los camaradas fascistas. Desde 1936, atravesando recovecos y divagaciones sin cuento, hasta la más rabiosa actualidad. Como diría Freud, pura proyección. Volveré al tema.

Referencias:

La soledad, notas al pie en las pp. 69-70.

El escudo, cap. 5: ¿Una esperanza por Oriente? y cap. 6: Cambios en Madrid, movimiento en Sochi.

 I accuse France hace referencia obviamente al famoso articulo de Zola sobre el caso Dreyfus. Es muy conocido y alguien debería traducirlo, porque no tiene mucho desperdicio. No tiene nombre de autor que aparece simplemente como A Barrister. Es decir un abogado capacitado para defender a sus clientes ante un tribunal. Fue una reimpresión de THE CATHOLIC HERALD, al asequible precio de seis peniques.

Septiembre de 1936: la República tiene perdida la guerra (III)

30 junio, 2020 at 8:30 am

Ángel Viñas

Tras la interrupción de esta serie la semana pasasa, por la que me excuso de nuevo, creo conveniente explicar por qué las opiniones de Azaña y del teniente coronel Morel, que expuse en los dos primeros posts de la misma, estuvieron fundadas en percepciones representativas. Se trata, no hay que subrayarlo, de un ejercicio teórico (la guerra continuó) pero no  irrelevante. Los hechos mismos se produjeron y fueron conocidos de sus contemporáneos. Para el historiador lo que cuenta es explicar la génesis y  lógica de los mismos. En la medida de lo posible, esto se hace indagando por debajo del relato o narrativa que los acompañaron cuando tuvieron lugar en el pasado. Su mera descripción es asunto de periodistas, de alevines de historiador o de aficionados. Su análisis y contextualización requieren un esfuerzo intelectual y técnico un poco más elaborado.

 

Existen diversas formas de abordar la cuestión. Una, muy extendida, estriba en recurrir a la prensa de la época. Es simple. Lo que publicó en su momento se encuentra en hemerotecas. Incluso, en la actualidad, con frecuencia en línea. La Biblioteca Nacional de Francia tiene por ejemplo una sección en la que es factible hacerlo sin moverse de casa. Lo mismo ocurre con la BNE. Son las que, últimamente, más he consultado. Hay decenas de websites especializadas. Los periódicos mismos, por ejemplo en castellano, ABC, La Vanguardia, El Socialista, son  consultables en internet. Pero, como ya demostró Herbert R. Southworth al abordar el reflejo de la destrucción de Gernika en la prensa de la época, es preciso saber algo que no es directamente captable acerca del tratamiento interno de la información, del proceso de selección y valoración de la misma y de los intereses operativos tras los medios que la publicaban. La prensa NUNCA es una fuente inocente y menos aún en tiempos de guerra.

Se me dirá, con razón, que tampoco están exentas de sesgos las fuentes archivísticas, relacionadas con las actividades de los órganos encargados de recoger informaciones para los respectivos Gobiernos. Pero esto es una cuestión para abordar la cual los historiadores disponen de una formación adecuada que les permite discernir y juzgar su grado y contenido de veracidad como guías para la aceptación crítica o el rechazo.

Objetivamente, la República estaba en mala situación en septiembre de 1936. Los sublevados no habían sido contenidos. Su avance territorial progresaba. Cuando hubo cambio de Gobierno el 4 de dicho mes, la guerra se acercaba a Madrid y el terreno no estaba bien defendido. La frontera con Francia había sido cortada, lo cual representó una catástrofe mayúscula. En España existía una guerra y el Gobierno llevaba la peor parte. ¿Cómo se vio la situación desde fuera? De nuevo, no cabe limitarse a la prensa que, naturalmente, acumuló noticias tras noticias. También difundió una serie de “explicaciones”, basadas con frecuencia en información incompleta y sesgada para generar un efecto determinado. Muchos de sus cuentos y falacias, por ejemplo, siguen siendo difundidos hoy como “verdadera historia” en ciertos círculos y por a veces conocidos autores.

En mi modesta opinión, es más productivo concentrarse en la información filtrada hacia los Gobiernos de la época por sus aparatos diplomáticos y de inteligencia.  Los que cuentan en este sentido fueron, aparte de Francia, los pertenecientes a los dos países que más podían influir en la balanza de fuerzas con todo su peso: Reino Unido y la URSS.  Algo que, desde tiempo inmemorial, han sabido y analizado los historiadores. Tradicionalmente se han concentrado sobre todo en los de carácter diplomático. Menos en los segundos.  El tema no es trivial porque, como ya he señalado en el post anterior, el acceso a ciertos servicios (MI 6 o NKVD-KGB, respectivamente) sigue estando muy restringido.

Existen, sin embargo, otros cuyos productos son consultables en mayor o menor medida. En el caso británico figuran, por ejemplo, los interceptos de comunicaciones extranjeras que realizó  la Government Code and Cypher School (GC&CS) así como los informes del Air Intelligence Service (AIS). En el segundo, los del GRU (Servicio de Inteligencia Militar, el 4ª Departamento del Ejército Rojo), al menos para el período considerado. Se trata de documentación que fue saliendo a la superficie a lo largo del proceso de desclasificación archivística operado en ambos países, ante todo en Reino Unido y más tarde en Rusia tras la implosión de la URSS.

Personalmente me cabe el honor de haber sido, quizá, el primer historiador español en consultar ambos para el período en cuestión en combinación con los más conocidos documentos diplomáticos. No pretendo haber escrito la última palabra al respecto (en historia, nunca me cansaré de repetirlo, no existe jamás versión definitiva) pero sí de haber abierto un camino por el cual se han adentrado posteriormente otros historiadores.

Pues bien, cuando se ponen en comparación los documentos emanados de esas cuatro fuentes (diplomáticas y de inteligencia) de ambos países la conclusión es la misma. La República llevaba las de perder. ¿Por qué?

Por dos juegos de razones: internas y externas. Entre las primeras destacan: el mejor desempeño de las fuerzas sublevadas (adicionadas de las transvasadas a la Península con los Regulares y nuevos reclutas marroquíes del Protectorado más el Tercio allí instalado) y  la desorganización de las fuerzas republicanas, con una explosión miliciana de por medio sin la menor formación militar y una profunda desconfianza hacia los mandos. Entre las segundas la intervención a favor de los sublevados de las potencias nazi-fascistas, sobre todo con material aéreo y el personal que lo manejaba.

En los documentos de los servicios de inteligencia de la época no hay obviamente crítica alguna hacia los Gobiernos respectivos por seguir una línea de conducta que discurrió hasta entonces en paralelo: su retracción a prestar ayuda a una República reconocida internacionalmente. Sin embargo, en los informes de la Komintern y en las manifestaciones en Francia impulsadas por la SFIO (socialistas) y el PCF se sugería ya de forma clara la necesidad de acudir en apoyo urgente de los antifascistas españoles, bajo la invocación -reproducida mil veces con una conocida imagen de Miró´- de “¡Armas para España!” (el título por cierto de un libro fundamental de Gerald Howson).

La importancia y significación de la evolución subyacente han sido siempre desvirtuadas por los historiadores franquistas o pro-franquistas. No en vano se predicó (incluso desde los púlpitos, aunque hace tiempo que la Iglesia católica española empezó a dejarlo de lado) que el golpe militar del 18 de Julio fue una necesidad absoluta y apremiante. ¿Por qué? Para evitar que la PATRIA cayera en manos comunistas y que, con ello, se asestara un golpe demoledor a la civilización cristiana y occidental (los lectores podrán fácilmente recuperar ecos de la primera parte de tal invocación de la boca, en los momentos actuales, de una serie de voceros políticos y mediáticos de gran prestigio).

En paralelo se argumentó, y se argumenta, que tanto el Tercer Reich como la Italia fascista se comportaron de forma “defensiva”, una vez que en Berlín y en Roma se constató el suministro de AVIONES de guerra franceses al Gobierno republicano.  Por consiguiente, se deduce incorrectamente, corresponde a este la responsabilidad por haber introducido el factor foráneo en lo que debería haber sido un “ajuste de cuentas” puramente español.

A ello se añade un segundo elemento que ha caído un poco en desuso en estos tiempos: la argumentación paralela de que el golpe de Estado se adelantó a una inminente sublevación comunista  (manifestación infernal de las aviesas intenciones de la URSS sobre la pobre España), como ya he explicado hace años en este blog.  Así que, tal para cual.

¿Resultado? Al Gobierno republicano se le condena por partida doble: por haber tolerado la expansión de la amenaza comunista y por haber solicitado ayuda a Francia, “obligando” a nazis y fascistas (perdón, alemanes e italianos) a reaccionar.

Esto en cuanto al relato.

En cuanto a los hechos:

Los servicios de inteligencia por un lado y los informes diplomáticos por otro constataron a lo largo de agosto que las operaciones iban de mal en peor para los republicanos. En tales circunstancias, ¿qué hicieron los aparatos gubernamentales franceses y británicos? Pues desde fecha temprana preconizar la necesidad de “hacerse los locos”, es decir, practicar una política de no intervención. Empezó a hacerse operativa a principios de septiembre bajo los auspicios de la potencia diplomática e imperial de la época, es decir, el Reino Unido. ¿La idea? Dejar que los españoles, unos y otros, se masacraran entre sí y tuvieran la amabilidad de evitar que la pacífica Europa -que ya tenía bastante con digerir la crisis económica y la amenaza soviética, no tanto la nazi- se viera involucrada en asuntos que atañían a unos señores morenos y bajitos a los que tradicionalmente les gustaba verter sangre en contiendas civiles y en corridas de toros.

(continuará)

Sobre la carta de Franco a Casares Quiroga de junio de 1936

23 junio, 2020 at 12:11 pm

Ángel Viñas

Interrumpo mis posts sobre cuándo perdió la República la guerra porque un amable lector hizo referencia en uno de sus comentarios al primero de ellos a tan famosa carta. Se apoyó en un despacho enviado al Foreign Office por el embajador británico en España Sir Henry Chilton (él lo presentó como encargado de Negocios, así que podría tratarse de este y no del embajador mismo, refugiado en Francia). La alusión despertó de inmediato mi vocación didáctica y metodológica. De aquí estos comentarios. Señalo que no he visto el despacho o, si lo vi alguna vez, no le di la menor importancia. La explicación la ofrezco en este post.

 

Que la embajada enviara la carta de Franco no tiene nada de extraño. Las representaciones diplomáticas sirven para informar sobre la situación de los países ante los cuales están acreditadas y dar análisis  -los suyos- sobre lo que haya detrás de la evolución que en los mismos se registra en sus diversas facetas: políticas, económicas, sociales, militares, culturales, etc. Todo ello con la esperanza de ofrecer un plus a lo publicado en la prensa o vehiculado de una u otra forma por los medios de comunicación. En ciertos puestos incluso lo que se trata es adelantar acontecimientos que vayan a producirse.

En 1936 no existían muchos canales alternativos para explorar los acontecimientos que ocurrían en otros países: se contaba, evidentemente, con la prensa, por supuesto, pero muchas embajadas recurrían a sus contactos con políticos, intelectuales, analistas, etc. para profundizar algo más. En el caso británico  la embajada, por ejemplo, rebatió con argumentos, sobre todo en el período anterior a Chilton, las en ocasiones sesgadas informaciones que transmitía el corresponsal en España del famoso The Times, Ernest De Caux. Como es sabido, en dicho medio los artículos de los corresponsales no llevaban firma.

Para el caso que aquí nos ocupa el valor probatorio del despacho en cuestión depende de dos variables fundamentales: el momento de su envío y la explicación al mismo dada por la embajada. Ambos están relacionados.

  1. Supongamos que el despacho se envió antes del 18 de julio de 1936. Esto implicaría que la embajada se habría hecho con el texto de la carta por medios confidenciales. Normalmente haber estado en contacto con círculos próximos a Franco o a Casares Quiroga. Deberíamos, pues, otorgarle un valor anticipatorio.
  2. La situación cambia drásticamente si el despacho se remitió una vez que la carta se hizo pública. En ese caso, los comentarios habrían tenido un valor meramente histórico. La diferencia es muy notable y debería tenerla en cuenta cualquier alevín de historiador.

Respecto a 1): la embajada sabía que el golpe de Estado llevaba preparándose desde hacía tiempo. No por méritos propios esencialmente. Un sector de los conspiradores le “soplaba” informaciones porque lo que se pretendía era que el Reino Unido se inhibiera de dar cualquier apoyo a la República cuando llegara el momento. Por consiguiente, la carta abonaría cuando menos la interpretación de que incluso uno de los generales más prestigiosos del Ejército español alertaba al Gobierno de lo que podría ocurrir en España.

Las informaciones sobre España ya desclasificadas que llegaban al Foreign Office en la primavera de 1936 de todas las procedencias (embajada, consulados, servicios de inteligencia e interceptaciones de las comunicaciones de la Komintern con el PCE) las analicé, en sus rasgos generales, en mi libro La conspiración del general Franco, capítulo II. Nunca pude obtener (ni, a lo que yo sé, ningún otro autor lo ha conseguido, excepto un historiador oficial del organismo) sumergirme en los archivos del Secret Service (servicio de inteligencia exterior o MI 6). Siguen cerrados a cal y canto con excepción de algunos relacionados con España en la segunda guerra mundial que se encuentran en los Archivos Nacionales. Hube de contentarme con los del Servicio de Inteligencia Naval.

También cabe preguntarse cómo hubiera podido obtener la embajada la carta en cuestión. Hay dos posibilidades: a) que alguien se la diera en Madrid o b) que la consiguiera el cónsul británico en Santa Cruz de Tenerife. Si bien los fondos de la primera están ya abiertos, los del segundo han desaparecido casi en su totalidad. Es un misterio profundo. Faltan en puntos esenciales y los huecos se notan por los saltos en la numeración. Por consiguiente no veo muy claro cómo mi amable lector o algún otro historiador hubiera podido ver el despacho si fue anterior al 18 de Julio.

Respecto a 2): en este caso la situación se aclararía enormemente. La embajada no hubiera hecho sino cumplir con su deber. No le corresponde ningún mérito salvo el de la mayor o menor profundidad del análisis histórico. He de señalar a mis amables lectores que la carta se difundió enormemente por la zona sublevada. Se publicó, detalle importante, en las propias islas Canarias, en La Gaceta de Tenerife, el 26 de agosto de 1936. Este periódico la presentó como un “documento histórico del que toda la Prensa mundial habla”. El cónsul hubiera faltado a su deber de no haberla enviado.

Desde entonces hasta la más rabiosa actualidad raro es el autor que haya escrito sobre Franco y la guerra civil que no haya mencionado la carta (pinchar aquí y leer comentarios: https://www.elmundo.es/la-aventura-de-la-historia/2016/06/23/576c0098468aeb05268b467a.html). En general los de querencias profranquistas como muestra de hasta qué punto Franco se habría preocupado de evitar la guerra con su invocación para que el Gobierno cambiase su curso de actuación. Los que no tienen tales querencias se hacen luces sobre lo alambicado de su estilo y llegan a plantearse si Franco no hubiera querido convertirse en el espadón del régimen republicano. Hay más y cualquier trabajo de fin de curso en un postgrado de historia podría pasar revista a las diversas categorías de explicación esgrimidas.

De los millares de comentarios que ha suscitado subrayo el del ayudante, primo hermano, íntimo colaborador y confidente del futuro Caudillo, junto con él en aquellos tiempos, el posterior teniente general Francisco Franco Salgado-Araujo. Según esta impecable fuente, obró “impulsado por su patriotismo y buena fé”, al expresar “la inquietud de la oficialidad por las arbitrariedades que se estaban cometiendo”. De aquí a derivar la conclusión de que quiso evitar la catástrofe solo hay un paso.

Quisiera, no obstante, señalar que su principal y más importante hagiógrafo que fue el periodista Joaquín Arrarás dio una explicación que ya no suele tener curso, pero que es también muy verosímil:

“Inquieta y preocupa especialmente a Franco la poda que el ministro de la Guerra viene haciendo en la oficialidad del Ejército y de la Guardia Civil; desmoche que va reduciendo las posibilidades de resistencia, pues la mayoría de los excluídos y postergados son partidarios del movimiento que cada vez se ve más ineludible e inmediato. Entonces el general Franco se decide a escribirle (…) una carta con la secreta intención de contener aquella carrera de destituciones y de remociones, que ponían en evidente riesgo el éxito del movimiento en alunas capitales y regiones”.

La carta suscita, además, tres cuestiones fundamentales: a) ¿la envió o no la envió?; b) si la envió, ¿cómo?; c) ¿con qué texto?.

Salvo error u omisión no conozco a ningún autor (con lo cual revelo mi propia ignorancia) que las haya abordado sistemáticamente, por ejemplo como hicimos en el libro escrito con mi primo hermano (qepd) Cecilio Yusta y el Dr. Miguel Ull bajo el título El primer asesinato de Franco. Basándonos, entre otras indicaciones, en las memorias de Franco Salgado-Araujo ya lanzamos la idea de que Franco estaba pensando en su sublevación desde, certificadamente, el 27 de mayo anterior al menos.

Las tres cuestiones anteriores coinciden en una. A tenor de lo que Franco escribió a Mola (en carta reproducida por Tusell) había enviado una misiva a Casares Quiroga y le incluyó una copia de aquélla. Decía así:

Nada te digo de asuntos de política. Estoy conforme con tus apreciaciones y precisamente comulgando con ellas y en evitación de los estragos que en la moral y virtudes del Ejército están produciendo las disposiciones oficiales, consecuencia de la labor de una docena de militares tendenciosos y sectarios que engañan al ministro, le he escrito esta carta cuya copia te adjunto con la que estoy convencido estarás conforme.

He puesto en itálicas lo más importante. Mola estaba metido de pies a cabeza en la conspiración y Franco pensaba como él. Desde Canarias echaba la culpa de lo que pasaba a la supuesta “camarilla” que rodeaba a Casares, monigote de la misma. Pregunta: ¿envió Franco a Pamplona la carta que dio a conocer dos meses después?

Posteriormente, conocedor de la carta ya divulgada por toda España y parte del extranjero,  uno de los factótums de Azaña, el coronel Juan Hernández Saravia, confesó a Antonio Cordón, incorporado tras el golpe al Ministerio de la Guerra, que Franco “había enviado recientemente una carta muy respetuosa, en la cual hacía protesta de fidelidad a la República y aseguraba que eran falsas las noticias que circulaban sobre un supuesto complot del Ejército”.

El amable lector comprenderá que tal texto, desconocido, difícilmente sería el mismo que se publicó en agosto y que Franco, tal vez, envió a Casares. Salvo que comentara posteriormente a Mola algunas de sus razones para hacerlo, algo francamente difícil de tragar. De lo contrario es de suponer que este no se hubiera apeado de su berrinche. ¡Caramba con “Franquito”, intentando jugar a dos barajas! Es lo menos que hubiese podido pensar en la línea que luego escribió Franco Salgado-Araujo.

Arrarás se anticipó: “Franco consiguió en buena parte lo que se proponía pues al recibo de la carta amainó la furia demoledora del ministro”. Ni fue así ni se modificó a causa de Franco la política, insuficiente, de remoción de peligros.

Por lo demás, no entramos en investigar cómo envió Franco la carta a Casares Quiroga. Nadie lo ha hecho. Exceptuando el uso de palomas mensajeras o un telegrama oficial y cifrado, no había muchas posibilidades a una carta personal que solo podría remitirse por: a) mensajero o b) conducto oficial en sobre cerrado y lacrado. En este caso únicamente por dos medios: correo aéreo o la vía mucho más lenta de la Compañía Mediterránea que aseguraba el enlace marítimo con la península. El lector puede elegir, porque nadie ha documentado la cuestión hasta el momento de manera satisfactoria.

Ahora ya pueden los amables lectores situar adecuadamente el abanico de interpretaciones posibles sobre la importancia, grande, chica o rutinaria, del despacho de la embajada británica al Foreign Office.

¡Ah! Por falta de tiempo no me he molestado en buscar en mis papeles dicho despacho. Si le atribuí alguna significación estará entre ellos. Si no, es que no le atribuí importancia y me doy los imprescindibles golpes de pecho. Guardo todos los despachos y telegramas políticos de la embajada británica al Foreign Office desde poco antes del 14 de abril de 1931 hasta finales de 1936. A ver si algún día me decido a buscar ellos. No tengo tiempo.