Los camelos políticos e históricos de hoy no son cosa nueva: tienen antecedentes directos en la publicística española (V)

13 diciembre, 2022 at 8:30 am

ESTA SERIE ESTÁ DEDICADA A LA MEMORIA DEL PROFESOR RICARDO MIRALLES, CATEDRÁTICO DE HISTORIA DE LA UPV, EN EL RECUERDO Y CON MI ADMIRACIÓN

Ángel Viñas

La impresión que surge tras la lectura de las informaciones que he reproducido en entregas anteriores es que la supuesta decisión del Politburó del PCUS (no había otro: no se trataba de una decisión de la Comintern) se “construyó” a posteriori. Esta noción se acentúa porque tampoco encaja con el ulterior desarrollo de los hechos (materia prima de cualquier historiador que se precie). El programa de la coalición de Frente Popular no recogía muchos de los puntos que aparecían en el “documento” milagrosamente exhumado por el diligente autor ya identificado.

De todas maneras, es igualmente obvio que tampoco en febrero de 1936, a los pocos días de las elecciones y en espera de una segunda vuelta, se habría planteado en Moscú la “eliminación” de Alcalá-Zamora. No estaba en las manos de los dirigentes moscovitas otear el futuro español a la manera de un conjunto de Nostradamuses de los tiempos soviéticos.  En el momento del triunfo de la coalición de Frente Popular eran otros los problemas que en España se suscitaban de inmediato, aunque naturalmente muchos de sus integrantes estaban descontentos (con razón) con la actitud previa de Don Niceto que había metido la pata hasta el corvejón adelantando las elecciones y destruido las esperanzas y proyectos de un Gil Robles, más inteligente y sinuoso.

En todo caso los amables lectores comprenderán que el vocablo “eliminación” tiene siniestras connotaciones. Lo que surgió fue la deseabilidad de sustituir a Don Niceto por otra persona más acorde con las sensibilidades de la coalición que había ganado las elecciones. Esto ha dado origen a numerosas discusiones. El gobierno, de entrada, lo asumió Azaña (en el cual no se lució demasiado) y después de muchos conciliábulos se planteó la posibilidad de que pasara a la presidencia de la República. Azaña pensó que Prieto podría colocarse al frente del Ejecutivo. Que los soviéticos (que no pintaban nada en la alta política republicana) dibujasen en su gélido invierno moscovita tal escenario a los diez días de las elecciones de febrero es de auténtica carcajada.

Las medidas del Gobierno que surgió, un tanto inesperadamente tras la deserción inmediata del hasta entonces presidente del Consejo, Portela Valladares, se orientaron en otra dirección: proceder al cambio de destino de dos de los jefes militares de quienes las izquierdas no podían fiarse lo más mínimo. Los generales Franco y Goded. No fueron oprimidos. Simplemente se les trasladó a lugares donde siguieron conspirando (sin que las autoridades movieran un dedo). Al general Cabanellas, que había declarado el estado de guerra en la V Región Militar (cabeza en Zaragoza), no le pasó nada. Quizá lo protegieron los tan cacareados masones, pero allí se quedó y siguió conspirando.

Naturalmente hubo después otros movimientos, pero ¿qué jefes y oficiales fueron coaccionados y reprimidos? Son palabras mayores. El diligente autor de la preciada Universidad privada y católica parece ignorar que incluso Ricardo de la Cierva, mucho antes de 2011, había alumbrado a varios de los más importantes: se estaba desarrollando una conspiración en ciertos sectores del Ejército que -afirmó mendazmente- se había relanzado poco antes de las elecciones.

¿Y qué decir de las expropiaciones y nacionalizaciones de la propiedad, incluido el propio Banco de España? En primer lugar, el programa del Frente Popular se había constituido formalmente el 15 de enero de 1936. Se hizo público (es fácil encontrarlo en Internet en el ABC del día siguiente).  Lo han comentado numerosos historiadores. Muchos de los planteamientos más extremistas no se le habían incorporado. Que después de las elecciones el Politburó incidiera en, por ejemplo, la nacionalización de la banca hubiera sido incomprensible. Ni siquiera se hizo durante la guerra, cuando supuestamente la mano de Moscú se abatía sobre la desgraciada España. ¿Se cerraron por lo demás iglesias y casas religiosas en la primavera de 1936? Cuando hubo asaltos fue por motivos y exasperaciones bien documentados.

No hablemos de la independencia de Marruecos, la declaración de guerra a Portugal, la creación de la República Soviética Ibérica, etc, etc ¿Cómo fue posible publicar tan egregias estupideces en 2011? Por una razón muy sencilla: el tan distinguido catedrático de la Universidad privada madrileña absorbió glotonamente una leche nutricia pero que estaba envenenada de raiz. Es la misma leche que alimentó, en su momento, las fobias de la derecha más carpetovetónica y que acudió a las banderas golpistas en el verano de 1936.

Nuestro autor quiso probablemente reivindicar, contra centenares de títulos escritos y millares de documentos, la probidad, supuestamente impoluta, de quienes se situaron tras la sublevación. Es decir, salvar el honor -es un decir- de las partes del Ejército rebeldes, de Falange, de los carlistas, de los monárquicos, de la Iglesia (sobre todo, de la Iglesia), unidos contra una banda de “facinerosos” al frente del gobierno del Estado. Que eso tenga que ver algo con los hechos y con las pulsiones que aletearon detrás es algo que no le preocupa.

Es decir, se aplica la técnica del despropósito justificativo después de la sublevación desvirtuando esta de manera tal que la lista pudiera servir de “explicación” ex ante de la imperiosa necesidad de prevenir una “revolución prosoviética” ex post. Es la misma lógica que estuvo en la base del famoso Dictamen de 1938 de la comisión montada por el inefable abogado del Estado y ministro de la Gobernación, también cuñado de Franco, Ramón Serrano Suñer (otro embustero de armas tomar) sobre la ilegitimidad de los poderes actuantes en 18 de julio de 1936. No en vano figuraron en ella destacados conspiradores de los que prepararon el golpe de Estado. Algunos desde casi el comienzo de los años republicanos.

Como bazofia “histórica” los amables lectores admitirán que la supuesta decisión del Politburó de febrero de 1936 es difícil de superar. No es de extrañar, pues, que desde hace años numerosos historiadores y servidor vengamos sosteniendo que las pretensiones de la sedicente “historiografía” neofranquista con respecto al origen de la guerra civil no están respaldadas por evidencia documental solvente.

Tampoco crean, en ningún caso, que el tan ilustre catedrático (de una Universidad confesional) objeto de este sucinto comentario es un caso aislado. En este mismo blog he tenido ocasión de abordar las últimas producciones (de 2019 y 2021: no me acusarán de no estar al día) de dos incluso más ilustres generales -de Brigada y de División- que abordan la cuestión bajo las mismas, o parecidas, perspectivas: constitución -¡en Asturias!- del Ejército Rojo, sovietización de España, peligro existencial para la PATRIA.

Es como si no se hubiera escrito nada al respecto desde que los historiadores dejamos de pasar por una censura destinada a guardar las doctrinas intangibles de la dictadura. Quizá cuando salga mi próximo libro, tengan algún sobresalto adicional.

 ¡Ah! ¿Y Negrín? El tan denostado Negrín, a la derecha y a la izquierda, demonizado por los franquistas, los anarquistas, los conservadores, los “liberales” y los poumistas. No seré el único en 2023 en recuperar su memoria. Otros (entre ellos, por añadidura, algún extranjero) lo harán también. Con papeles. No con inventos en los que tan consumados son algunos políticos, comentaristas y periodistas del montón en las tierras de Dios que son ESPAÑAAAAA.

(continuará)

Los camelos políticos e históricos de hoy no son cosa nueva: tienen antecedentes directos en la publicística española (IV)

7 diciembre, 2022 at 10:09 am

ESTA SERIE ESTÁ DEDICADA A LA MEMORIA DEL PROFESOR RICARDO MIRALLES, CATEDRÁTICO DE HISTORIA DE LA UPV, EN EL RECUERDO Y CON MI ADMIRACIÓN

Ángel Viñas

Una de las características de la historiografía profranquista, derechista, falangista, profascista, o como quieran denominarla los amables lectores, es que no acude a fuentes primarias y profundiza en ellas como suelen hacer hasta los historiadores normalitos. No me refiero, naturalmente, a los investigadores de pro. Pero la primera, cuando toma referencias, suele distorsionarlas à gogo. Abundan las obras que se basan en otras y, en particular, abundan la prensa o las revistas. También relatos de quienes sufrieron bajo las izquierdas republicanas. No suelen faltar Asturias y, sobre todo, Paracuellos, aunque en los últimos veinte años el abanico se ha ampliado. En este blog he citado a autores militares (aparte de los del SHM, a algunos generales, ya sean de brigada, de división e incluso tenientes generales) y a autores civiles, pero he sido más comedido con estos últimos, salvo la excepción norteamericana todavía en activo a la que he dedicado los correspondientes posts en diversos momentos del tiempo.    

En cuanto a sus orígenes, hay que pensar sobre todo en lo que se ha escrito acerca del período entre 1933 y 1935. Desde el punto de vista de aquella publicística barata no fueron tiempos de preparación para parar el golpe definitivo que afirman iban a propinar las izquierdas. Es lógico, dado que desde otoño de 1933 se sucedieron varios gobiernos de signo diferente. Ya a principios de los años sesenta del pasado siglo Herbert R. Southworth propinó un duro golpe a dicha subliteratura que proliferó durante el primer franquismo y sentó, literalmente, cátedra y cátedras. Ni que decir tiene que son escasos los cantamañanas que hoy citan a tal autor. Con frecuencia, incluso lo hunden en el ludibrio. Pero Southworth tenía razón y ha sobrevivido.

En la presente ocasión me centraré en un ejemplo señero, de principios del segundo decenio del presente siglo (dejo de lado el libro de un general de división aparecido en 2021, pero volveré a él si interesa a los lectores). Al primero le otorgo importancia y, desde luego, más que a cualesquiera periodistas o gacetilleros porque su autor es relativamente joven (no pertenece a las generaciones “heroicas” de quienes hicieron frente al desconocimiento extranjero sobre la “verdad de España”). Es también catedrático en una universidad (confesional). Dado que, como señaló Ricardo de la Cierva, la KGB introdujo numerosos agentes solapadamente en la estatal, quizá pudo haber pensado que fuera de ella estaría más seguro.  Ha escrito varios libros, en general biografías de militares sublevados. Incluso ha trabajado de guionista o coguionista en una serie, en mi opinión ramplona, sobre la guerra civil. Viene aquí a cuento porque también ha escrito una historia sobre ella. La publicó en una connotada editorial madrileña. En puridad, no puede pedírsele más. Es, lo reconozco humildemente, una autoridad para los propósitos de estos posts. Su nombre es Luis E. Togores.

En esa “historia” (las comillas son ahora intencionadas y las añade servidor) tal autor hace un diagnóstico “preciso” de los orígenes de la guerra civil. Acude, sin que al parecer se le haya rebelado el ordenador, a una FUENTE DOCUMENTAL para demostrarlo.

Descúbranse e inclínense los lectores. Nada menos que una decisión del Politburó moscovita del 28 de febrero de 1936. Afirma con toda seriedad que los gerifaltes soviéticos aprobaron entonces nada menos que un programa político para España.  Tiemblen los lectores. Contenía los siguientes puntos (cito literalmente para lo cual pongo las correspondientes comillas):

  • “La eliminación del presidente de la República Alcalá-Zamora
  • El empleo de medidas especiales, de coacción y opresión, contra los jefes y oficiales del Ejército.
  • La expropiación y nacionalización de toda clase de propiedad privada, tanto en fincas rústicas como en consejos (sic) industriales y económicos.
  • La nacionalización de la banca.
  • El cierre de iglesias y casas religiosas.
  • La independencia de Marruecos y su transformación en un estado soviético independiente.
  • El terror dirigido para el exterminio de la burguesía.
  • La creación del Ejército Rojo.
  • El asalto del proletariado al poder y, no en último término,
  • La creación de la República Soviética Ibérica y la declaración de guerra a Portugal”.

La Internacional Comunista (Comintern) contaba, además, hacer la revolución en España con el apoyo de los socialistas de Largo Caballero, Prieto y Negrín.

Ruego a los amables lectores que no se rían y que se tomen la cosa en serio. Me he limitado a transcribir. No crean, por favor, que me he inventado algo. Ahora bien, ¿qué habría hecho ante tales paparruchadas un historiador normal y corriente, incluso si me apuran medianillo?

En primer lugar, se preguntaría en dónde el autor en cuestión ha encontrado tal catálogo de decisiones que, sin duda alguna, auguraban no un negro sino negrísimo porvenir para la católica e inmortal España. En realidad, no solo para ella sino también para Portugal y para Marruecos (supongo que en su versión del Protectorado español porque el francés era otra cosa). Se trataría de una pregunta razonable, habida cuenta de la enormidad de los indeseables escenarios que encerraba tan malvado y peligrosísimo programa. (Los lectores pueden añadir los adjetivos que estimen más oportunos o sustituir los anteriores).

El historiador en cuestión no da explicación alguna. Lo toma como si fuera una revelación del libro negro del Maligno (perdón por la analogía). A mí, francamente, me sorprendió. Para cuando publicó su magna obra en 2011, el conocimiento de los pormenores del proceso que condujo a la intervención soviética en España había dado pasos de gigante gracias a varios historiadores españoles y extranjeros. Entre ellos figuraban ingleses (E. H Carr, J. Haslam), norteamericanos (D. Kowalsky) y alemanes (F. Schauff). Entre los españoles A. Elorza, M. Bizcarrondo y un servidor. (No citaré a los que ya abordaron el tema antes, como D. Cattell, en los años cincuenta). Todos los mencionados fuimos a Moscú en busca de evidencias primarias o, en los casos de Cattell, Carr y Haslam, consultaron las ya disponibles (también en ruso) en el mundo occidental. Podría haber acudido a la colección documental que editó un norteamericano, R. Radosh, que terminó viendo la luz hoy diríamos trumpiana, pero tampoco figura en sus fuentes.

Los demás investigadores hemos buceamos en los archivos de la Comintern, del Politburó y de otros repositorios moscovitas. ¡Cielos! Ninguno encontró el menor rastro de aquella decisión del 28 de febrero de 1936. Así que no es exagerado afirmar que tan distinguido autor simplemente se la inventó. (Tampoco ofrece la menor referencia, pero en esto no destaca ya que no da ninguna, absolutamente ninguna). 

Inventarse cosas es, por lo demás, algo muy habitual en la tradición en que hunde sus raíces tan sugerente catedrático (en ella sobresalen autores muy renombrados como Joaquín Arrarás, Manuel Aznar, Burnett Bolloten, Ricardo de la Cierva, Juan Manuel Martínez Bande, Luis Suárez, etc, entre otros menos conocidos, pero no menos sesgados y siempre ayunos de fuentes soviéticas).  Si bien, en general, proporcionan referencias e incluso notas a pie de página, a tan estimable investigador le basta una discusión de unas cuantas páginas sobre literatura “relevante” para encontrar la savia necesaria y producir, en tipos generosos, un libro de 370 páginas de texto de gran interlineado. Quizá para facilitar la lectura a los no acostumbrados.

No oculto que también cita a servidor, a quien bautiza de una manera muy incorrecta: ”el nuevo Arrarás del siglo XXI, pero abiertamente escorado a favor de una de las facciones existentes en el Frente Popular”. Hay formas menos crípticas de expresión. Arrarás fue un autor vomitivo y turiferario de Franco. No ignoro que menciona a Jackson y a Thomas. Es un alivio, aunque solo relativo. Escribieron en tiempos en que el acceso a archivos, españoles y extranjeros, no era posible. No hay referencia a ningún otro. Ni siquiera a Sir Paul Preston. 

Al examinar el invento del Politburó cualquier licenciado en Historia normalito pensaría que tan distinguido catedrático es algo descuidado. Ignoró lo que suele aprenderse en el primer curso de prácticas (al menos en muchas facultades extranjeras; en la que él estudió lo veo algo más difícil en su tiempo, pero no imposible). Cuando uno se basa en un solo documento hay que examinarlo cuidadosamente desde el punto de vista externo e interno. Ubicarlo, por así decir, con precisión: orígenes y contexto. También la utilización que de él se ha hecho, porque él, evidentemente, no fue a Moscú a ver papeles..

Al proceder de tal manera se observa que hay ciertas cosas que no cuadran. En el plano externo, ¿qué autor ha alumbrado que el Politburó siguiera tan de cerca la evolución política española como para tomar una decisión de tanta trascendencia a los pocos días de las elecciones de febrero de 1936? Nuestro autor ni se plantea la cuestión. Cuando él escribió ya se habían identificado las reacciones moscovitas a la evolución política española. Un servidor había incluso acudido a los mensajes enviados desde Moscú a la antena del PCE en Madrid. Eran descifrados sistemáticamente. Están en Kew, al alcance de un corto vuelo y, en aquellos años, a un precio módico. Luego fueron gratuitos si se hacían en los propios archivos. Además, existían compendios documentales (en ruso) y una parte del fondo cominterniano podía ya, creo, consultarse hacia el año 2010 desde el AHN en la calle de Serrano madrileña, (Innecesario es decir que el autor en cuestión no menciona ningún archivo). Servidor aportó incluso los informes del GRU (el servicio de inteligencia militar soviético) que llegaron a la mesa de Stalin y describí pormenorizadamente el proceso de deslizamiento en el cual se produjo su decisión. Lo hice ya en 2006 en La soledad de la República, pocos años antes. Nadie me echó a los perros.

Ahora pasemos al lado interno de tan amenazadora decisión. En febrero de 1936 no había socialistas de Largo Caballero, Prieto y Negrín. El PSOE estaba más o menos dividido entre seguidores del primero, del segundo y de un tercero que no era Negrín sino Julián Besteiro. Negrín no se había perfilado lo suficiente y se situaba inequívocamente dentro de la corriente del segundo. Que la derecha lo haya maldecido en la guerra y después de la guerra es comprensible. Negrín siempre fue el hombre a abatir. Tampoco tenía, al filo de las elecciones de febrero, la estatura política que después llegó a alcanzar. Que su nombre fuera conocido antes de ellas de los grandes prebostes del Politburó requiere, pues, aportar evidencia específica. Y aun así habría que demostrar que se utilizó en o de cara a la supuesta reunión. En definitiva, me temo que tan curioso y trascendente investigador, al menos en lo que se refiere al conocimiento de la dinámica política republicana al filo de las elecciones de 1936, cometió un pifio mayúsculo.

(continuará)

Los camelos políticos e históricos de hoy no son cosa nueva: tienen antecedentes directos en la publicística española (III)

29 noviembre, 2022 at 8:30 am

       ESTA SERIE ESTÁ DEDICADA A LA MEMORIA DEL PROFESOR RICARDO MIRALLES, CATEDRÁTICO DE HISTORIA DE LA UPV, EN EL RECUERDO Y CON MI ADMIRACIÓN

Ángel Viñas

Confío en que los amables lectores no se hayan desanimado porque me haya permitido recordar en los dos posts anteriores aspectos que a muchos historiadores les sonarán como trivialidades. Pero me parecieron necesarios a fin de preparar el terreno en el que se mueve esta pequeña serie de posts. En el presente centro la cuestión.

A lo largo de la guerra civil y la posterior dictadura franquista (casi cuarenta años) hubo una reacción única a los, en mi modesta opinión, cuatro grandes interrogantes de la evolución histórica española en la primera mitad del siglo XX:

  • ¿Por qué hubo una guerra civil?
  • ¿Quién la quiso y preparó?
  • ¿Por qué?
  • ¿Quién empezó antes a matar?

Las respuestas fueron inequívocas y excluyentes. Se expresaron, eso sí, con mayor o menor contundencia a lo largo del período. Espero no ser demasiado conciso si señalo que los camelos, históricos y políticos, difundidos fueron del siguiente tenor:

  • La guerra civil fue inevitable
  • La quisieron y provocaron las izquierdas.
  • Una gran parte de ellas deseaba establecer en España un régimen soviético o para-soviético.

(Tras el colapso de la URSS pasó a afirmarse que lo que en realidad querían era un régimen revolucionario de características que no se han precisado demasiado).

  • También fueron las izquierdas las que empezaron a matar porque en la primavera de 1936 crearon una situación intolerable e invivible, con destrucciones, saqueos, asesinatos, incendios, asaltos, etc. Un contexto, pues, absolutamente apocalíptico.

Los amables lectores observarán que no menciono el caso de la insurrección obrera de Asturias, aunque un sobresaliente general de división, descendiente de uno de los generales rebeldes, continúa impertérrito afirmándolo hasta en fecha reciente acudiendo a “autoridades” de risa. Sí cabe afirmar que tuvo dos efectos fundamentales. A los militares que más tarde se sublevaron les enseñó que contra un amplio sector del Ejército, debidamente preparado y condicionado, el Gobierno tendría poca fuerza que oponer. Los Gobiernos de la primavera de 1936, en cambio, ni interiorizaron ni, sobre todo, operacionalizaron las lecciones que cabría extraer de aquellos acontecimientos.

Todo esto he tratado de explicarlo en mi libro El gran error de la República y no lo repetiré aquí. Junto con el precedente (¿Quién quiso la guerra civil?) he documentado, en lo posible, cómo se combinó el haz de factores que determinaron las condiciones suficientes para el posterior estallido. Ni que decir tiene que la explicación de la dictadura fue, desde el comienzo del golpe, muy diferente.

En esta explicación, y supuestas las circunstancias de desbarajuste total, no pudo extrañar que la parte más sana de las fuerzas armadas y de un amplio sector de la propia sociedad española se vieran obligadas a recurrir a la legítima defensa. Únicamente gracias a tal reacción se evitó que España se convirtiera en un bastión del comunismo y, por ende, en una amenaza para Europa e incluso para toda la civilización occidental. En realidad, se les debía todo el reconocimiento que recibieron en la dictadura y que todavía reivindica un amplio sector de la derecha española más o menos manipulado.

Aun en nuestros días se publican libros o artículos que, de una u otra manera, defienden y argumentan lo bien fundado de las anteriores afirmaciones y, por ende, sus resultados.  Puedo citar como ejemplo el de un distinguido general ya mencionado en este blog en un libro aparecido a bombo y platillo en el año 2021. Otros retroceden incluso a los tiempos del glorioso Imperio en el que no se ponía el sol y a la envidia torera que su existencia y sus éxitos despertaron en otros países, cualidades negativas que suponen siguen teniendo efectos hasta nuestros días.

La situación me parece un tanto sorprendente. A principios de los años cincuenta aparecieron en la República Federal de Alemania algunas memorias o biografías que trataron de explicar, de manera no demasiado condenatoria, el proceso que llevó al Tercer Reich y a la segunda guerra europea y mundial. Con prudencia, eso sí, porque la derrota y la ocupación estaban todavía muy presentes en el recuerdo de todos.  Constituyó un golpe de efecto el que, en 1985, a los cuarenta años del final de la guerra en Europa, el presidente Richard von Weizsäcker se pronunciara oficialmente, desde su alta magistratura, en el sentido de que tal desastre, colapso o hecatombe (Zusammenbruch en alemán) había sido, en realidad, el momento de la liberación (Befreiung) de la tiranía nacionalsocialista.    

Cada país lucha con sus demonios pasados como quiere y como puede. En España hubo que esperar a 2007 para que las Cortes aprobaran la Ley de Memoria Histórica y hasta el reciente mes de octubre para que lo hicieran con la Ley de Memoria Democrática. Eso sí, tras un duro forcejeo mantenido por las derechas sin excepción y con subterfugios que no afectaban a lo esencial. No recuerdo a ningún prohombre o minifigura de las derechas que no haya disimulado una parte de la propia historia. Ricardo de la Cierva modernizó, como pudo, el canon acuñado durante el franquismo y sus resultados le han sobrevivido, aunque sean hoy los menos quienes lo citen. 

Pero como la historia siempre se escribe desde el futuro analizando los hechos, datos, decisiones y circunstancias de los que para quienes la hicieron eran su presente, hoy, cuando ya se han abierto bastante los archivos (no todos) podemos afirmar sin temor a equivocarnos demasiado que algunos (y no en las izquierdas) desencadenaron la guerra civil y mantuvieron en pie la dictadura.

Sin embargo, no es la evolución de la derecha española lo que aquí me interesa. Me interesa más lo que se afirma en algunos libros de historia, con sus combates de frente y de retaguardia. En el próximo post me referiré a uno de sus más denodados defensores en un libro que se autodenomina de historia. Dejo de lado las estupideces que circulan por internet y las que distribuyen aficionados, periodistas y militares connotados, siempre como si fueran verdades inapelables y eternas.

Para servidor la desvirtuación frontal de la historia de los orígenes de la guerra civil (es decir, la cuestión clave de la que se derivan todas las demás) se encuentra en dos libros inequívocamente de la derecha más acrisolada, es decir la de cuño franquista. Casi todo está en ellos. Hay otros, por ejemplo, la Historia de la Cruzada española de Joaquín Arrarás, pero el autor era un periodista de medio pelo, cuyos grandes méritos consistieron en ser miembro de Acción Española, es decir del núcleo más inequívocamente monárquico alfonsino de la conspiración, y haber escrito la primerísima biografía del omnisciente, del elegido por la gracia de Dios y de su santa Iglesia, vencedor del comunismo y salvador de España, el general Francisco Franco.

Los dos libros en cuestión son

Servicio Histórico Militar: Historia de la Guerra de Liberación, tomo 1 (no tuvo seguimiento), Madrid, 1945, y

Ricardo de la Cierva: Historia de la guerra civil española.  Antecedentes. Monarquía y República, 1898-1936, Librería Editorial San Martín, Madrid, 1969.

(Aprovecho la ocasión para sugerir al Ministerio de Defensa la publicación del primero, con o sin edición comentada: sería un gran servicio a la historia y a la democracia)

(continuará)

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ESTA SERIE ESTÁ DEDICADA A LA MEMORIA DEL PROFESOR RICARDO MIRALLES, CATEDRÁTICO DE HISTORIA DE LA UPV, EN EL RECUERDO Y CON MI ADMIRACIÓN

15 noviembre, 2022 at 10:32 am

Los camelos políticos e históricos de hoy no son cosa nueva: tienen antecedentes directos en la publicística española (I)

Angel Viñas

La creciente polarización de los discursos políticos e históricos en estos últimos años tiene muchas causas y no solo la de los ataques al gobierno “social-comunista” como empezó a afirmar VOX en el debate parlamentario de enero de 2020 y continúa hoy la presidenta de la Comunidad de Madrid, entre muchos otros. Una de tales causas podría ser la competencia con y en el PP y sus advenedizos líderes. No me compete abordar la cuestión. De ello se ocupan muchos mejores analistas que servidor. Prefiero concentrarme en la historia, porque para abordar el pasado disponemos de evidencias primarias relevantes de época más seguras.

Después de haber sacado los colores, hasta cierto punto, a un eminente historiador norteamericano en los dos posts anteriores, ahora me dedicaré a sacárselos a un menos eminente historiador español. Haré una excepción. No mencionaré su nombre, pero daré pistas para que los amables lectores puedan identificarlo sin grandes problemas.

La idea se me ocurrió después de dar la conferencia inaugural el pasado 2 de noviembre en un encuentro en torno a la represión educativa durante el franquismo en el distrito universitario de Salamanca. Se me pidió que hablara en términos generales sobre la historia y memoria de la misma y que diera una visión global. No pude negarme por razones personales y profesionales. Como en aquel día estaba cegato, a consecuencia de una doble operación de cataratas (problemas de la edad), y bastante fastidiado, no pensé en improvisar. Penosamente fui puliendo a lo largo de las semanas precedentes mi intervención.

Ahora la retoco de forma sustancial con otra finalidad: la de reflexionar sobre un ejemplo -para mi egregio- de cómo un historiador (cuya filiación política exacta no me consta, aunque de la ideológica no tengo muchas dudas) puede llegar a tergiversar de manera radical y absoluta el pasado. Un pasado, por cierto, bien conocido, documentado, explorado y analizado por multitud de otros colegas, mayores y también mucho más jóvenes que él.

Recordaré, a todos los efectos, que el tema de la represión franquista hace tiempo que se ha convertido en el capítulo más vivo, más vibrante y, me atrevo a señalar, más innovador de la historiografía española contemporánea. Es un capítulo que ha reunido a historiadores, forenses, arqueólogos, sicólogos, juristas, médicos y otros especialistas en los trabajos de campo y de laboratorio como raras veces se ha visto en nuestra sociedad. Es un ámbito bastante trillado, aunque nunca lo suficiente. Todavía queda mucho por descubrir y, por tanto, analizar.

Me apresuro a señalar que, en esto, como en otras ramas del conocimiento histórico, los españoles hemos seguido, adaptado y renovado ejemplos extranjeros. Los interesados fuera de España por temas similares ya se habían atrevido a desentrañar las peripecias por las que, en sus países respectivos, atravesaron los temas relacionados con la gestión de las víctimas de dos guerras mundiales y su recuerdo.  Los españoles también los hemos abordado a la par que la sociedad ha ido cambiando y se ha hecho más consciente de su propia historia. Ha planteado a los poderes públicos una serie de cuestiones con una intensidad que no siempre había atosigado a sus antecesores.

El tema de por qué ha sido así ha dado origen a análisis sin cuento. También a diatribas. Desde la lejanía en la que, por lo general, he abordado y sigo abordando capítulos de la historia de España, creo que algunos identificadores deben figurar en todo caso. En primer lugar, la modernización del marco social y cultural, efecto de diversos factores:

  • La incorporación plena de España y de los ciudadanos a las democracias europeas.
  • Los impactos que ello ha conllevado en un mundo en el que la comunicación nacional e internacional se han hecho casi instantáneas.
  • El propio cambio intergeneracional por el transcurso del tiempo y, no en último término,
  • La necesidad cada vez más intensamente sentida de ajustar cuentas con nuestro pasado.

En general, nada nuevo bajo el sol. Otras sociedades (en Europa, América Latina, Asia, África) han tenido que lidiar con problemas similares, cada una con sus mecanismos, sus situaciones de partida y sus desafíos políticos y culturales.

Servidor no actuó nunca sobre el terreno en el ámbito de las “fosas del olvido”. He visto los toros desde la barrera en dos puestos de cierta responsabilidad: como director general (en el sentido español) para América Latina y los países del sudeste asiático primero y como responsable de la política de derechos humanos en la Comisión Europea después. En ambos tuve que dar mis propias batallitas para empujar la actuación directa, frente a otras múltiples necesidades. Puedo asegurar que conozco un tanto las dificultades para arbitrar recursos y las sempiternas explicaciones para justificar la carencia de fondos.

Tampoco olvido que el estudio de la represión en la guerra civil española no es un capítulo nuevo en nuestra historia. En pleno desarrollo de la contienda los vencedores ya sintieron la imperiosa necesidad de ir exponiendo ante sus partidarios y ante el mundo los resultados de lo que denominaron la “vesania roja”. Por supuesto silenciaron la propia y no tardaron en establecer un “inventario” de los crímenes republicanos. (Siguen en ello). Algunos (no todos) de sus esfuerzos se reflejaron en un Avance de la denominada Causa General publicado por el sedicente Ministerio de Justicia en 1943. No tuvo seguimiento hacia el exterior, en España o fuera de España. Los miles y miles de expedientes en que se plasmaron sus hercúleos esfuerzos quedaron cerrados a cal y canto. El Avance, hoy disponible en el mercado en varias ediciones sucesivas, pero con prólogos cada vez más incendiarios, fue la única plasmación de aquel hercúleo esfuerzo.

A diferencia de lo ocurrido durante la dictadura, la democracia española ha puesto tales expedientes en Internet. Hay autores que han escrito artículos y algún libro sobre el tema sin abandonar su lugar de residencia, incluso en el extranjero. Milagros, claro, de las modernas técnicas de información y comunicación.

Hoy está de moda señalar en algunos ambientes que el caso español NO ES (repito, NO ES) un caso radicalmente diferente en comparación con otras sociedades europeas que también han atravesado por guerras o confrontaciones internas. Se subraya que se adapta bastante bien, en particular, a lo que ha sucedido en otros casos del espacio común europeo. Sesudos estudios han mostrado pautas relativamente similares en cuanto a la evolución de los indicadores económicos, sociales y culturales, sobre todo en la Europa occidental.

Hélàs! Quizá por mi larga permanencia en el extranjero, y mi propia experiencia personal en Bruselas o en Nueva York (Naciones Unidas), mi percepción es algo diferente. Uno siempre está influido por su propia carrera de funcionario experto en algo o historiador.

España no participó en los dos crisoles en que se formaron las sociedades europeas occidentales de nuestros días: a saber, las dos guerras mundiales. Fueron los vencedores y los vencidos quienes, apenas terminada la primera contienda, comenzaron a abordar los problemas prácticos, teóricos y conceptuales de la gestión de las víctimas, militares y civiles, y la significación más apropiada que debería darse a sus sacrificios. Todavía seguimos en la senda abierta por aquellas experiencias. El culto a los muertos y desaparecidos se extendió particularmente en Francia y Bélgica (países en los que he vivido) y en Italia. Todos fueron campos de batalla. También se extendió en el Reino Unido y Alemania (los conozco un poco igualmente porque he vivido en ellos). Las consecuencias fueron inmensas para sus sociedades. No puede ni debe extrañar que al cabo del tiempo ocurriera algo similar en nuestro caso…

(continuará)

Salvador Gómez Valdés entrevista a Ángel Viñas, catedrático emérito de la Universidad Complutense de Madrid, para hablar del libro “Castigar a los rojos” sobre Acedo Colunga, artífice de la represión franquista.

18 octubre, 2022 at 11:51 am

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Sobre la «hábil prudencia» de Franco (y V)

4 octubre, 2016 at 8:30 am

Ángel Viñas

Con este post termino mis comentarios sobre SOBORNOS. Estoy ya metido, hasta el cuello, en la aventura del año que viene. Reconozco que un libro que combina medidas convencionales con otras de espionaje da para mucho más. Pero no me dedico a la autopropaganda. Así que en este último post quisiera simplemente llamar la atención sobre el espacio que doy en mi libro a una de las figuras que más han llamado la atención de numerosos historiadores y aficionados: el almirante Wilhelm Canaris, jefe de la Inteligencia Militar alemana, la famosa Abwehr.

Scherl: Der s¸dafrikanische Vertreidigungs- und Sicherheitsminister Pirow verliess gestern abend Berlin. UBz: ihn beim Abschreiten der Front der Ehrenkompanie der Luftwaffe vor dem Anhalter Bahnhof; rechts von ihm Admiral Canaris, der in Vertretung f¸r Generaloberst Keitel erschienen war und links der Kommandant von Berlin Generalleutnant Seifert. Fot. Wag   27.11.1938

Scherl:
Der s¸dafrikanische Vertreidigungs- und Sicherheitsminister Pirow verliess gestern abend Berlin.
UBz: ihn beim Abschreiten der Front der Ehrenkompanie der Luftwaffe vor dem Anhalter Bahnhof; rechts von ihm Admiral Canaris, der in Vertretung f¸r Generaloberst Keitel erschienen war und links der Kommandant von Berlin Generalleutnant Seifert.
Fot. Wag 27.11.1938

Confieso que nunca me he sentido fascinado por Canaris. Recuerdo que en los lejanos tiempos en que andaba preparando mi tesis doctoral, allí por 1972, hice una larga visita a los archivos militares alemanes de Friburgo. Ya tenía escrito el 90 por ciento. Entonces se buscaban papeles gracias a un catálogo establecido según los cánones de la época. Utilizando palabras clave, y cubriendo un amplio abanico, dí con un grueso legajo en el que, inesperadamente, me encontré con las andanzas de Canaris en la España en los años veinte y principios de los treinta. Ello me obligó a rehacer la orientación de la tesis. Los documentos ilustraban que el origen de  la apelación que Mola hizo a los alemanes después del 18 de julio de 1936 hundía sus raíces en contactos anudados en aquellos años y no cuando Canaris había estado brevemente en Madrid en plena primera guerra mundial. Me adelanté, por cierto, a su afamado biógrafo alemán, Heinz Höhne, un periodista que se había hecho un gran renombre en Der Spiegel y que, naturalmente, me ignoró.

En los años en que José Antonio Martínez Soler dirigió la revista HISTORIA INTERNACIONAL al comienzo de la Transición la cubierta de uno de sus números exhibió una de las poquísimas fotos de Canaris en España durante la guerra civil. Me la dio un exagente suyo. Canaris fue la persona encargada por Hitler de informar a Franco, a finales de octubre de 1936, de la inminente llegada de la Legión Cóndor. En el artículo sobre Canaris demostré con documentos de la Abwehr que al famoso servicio alemán la sublevación de los militares españoles le había cogido en mantillas.

Hoy todavía, en una recientísima biografía de Sir Michael Oldfield, uno de los jefes de MI6 durante la guerra fría, su autor, Martin Pearce,  afirma de que el mismo Canaris ya llamó la atención de Franco en 1938 sobre los planes de agresión de Hitler el año siguiente, por lo que el astuto Caudillo ya estaba en guardia y pudo así inhibirse de entrar en guerra al lado de Alemania. Sería una historia estupenda si fuese cierta. El problema es que no está basada en la menor evidencia, en tanto que los británicos sí recogieron pruebas abundantes de que Hitler no se esperaba el estallido de la conflagración en 1939. Pelillos a la mar.

Los ingleses han tenido siempre una atracción particular por Canaris desde los tiempos de Ian Colvin, periodista que sentó cátedra en 1951. ¿Su tesis? Gracias a los consejos de Canaris, traicionando a Hitler, Franco no entró en guerra. Innecesario es decir que esta afirmación sigue vivita y coleando hasta el día de hoy aunque no está apoyada en ningún tipo de documento.

La misma tesis la resucitó un experiodista de The Times que se pasó a la City, Richard Basset, en un libro que apareció en 2005 y que al año siguiente tradujo Crítica. Se ha considerado el no va más. Por desgracia, y para el caso de España, Basset no se basa en ninguna evidencia ni vieja (que no existe) ni nueva. Es más, como no tiene la menor idea de España, no extraña que cometa algún dislate que otro. Que yo conozca, nadie ha llamado la atención sobre ellos pero, en cualquier caso, y en lo que se refiere a temas españoles dicho autor  no constituye la menor autoridad.

Por el contrario, la mejor biografía de Canaris, debida a un autor alemán, Michael Mueller, pone seriamente en duda el papel que al almirante se le ha atribuído en sus relaciones con Franco. Dicha biografía se ha traducido al inglés pero todavía no al castellano. Una lástima.

Pues bien, si se utilizan los hallazgos de Mueller y se les combina con algunos documentos españoles que ha publicado nada menos que la benemérita Fundación Nacional Francisco Franco, es posible llegar a conclusiones más próximas a Mueller que a Basset y, en último término, a Colvin.

 

Russland, Wilhelm Canaris, v. BentivegniEl análisis crítico demuestra una vez más el dicho de que “el papel aguanta todo lo que le echen”. Un señor afirma, tan pancho, una cosa inventada, se copia y reproduce como si fuera no el va más hasta sentar cátedra. Desmentirla cuesta después sangre, sudor, lágrimas y un montón de dinero.  Y, en este caso, podemos llegar a que un señor que no deseo identificar se pregunte, y no dude en inclinarse por la afirmativa, si Franco no llegó a tener en Canaris un espía al lado del Führer.

La pregunta invita a la contrapregunta: ¿Y dónde está la evidencia? Pues ya puede buscar el lector que no la encontrará. Sí hallará en cambio, como señala Mueller, que lo más que puede afirmarse tras compulsar la evidencia circunstancial existente es que Canaris no puso toda la carne en el asador para convencer a Franco para que echase su cuarto a espadas con Hitler.

Pero, para ese viaje, no se necesitaban tantas alforjas. Ni Basset, influenciado por Colvin, ni Mueller podían conocer lo que después ha salido a la luz, gracias a la desclasificación de los papeles británicos que alumbran la operación que he denominado SOBORNOS.

El tema, por el que he pasado un poco sin profundizar en él en mi libro, tiene alguna trascendencia. La supuesta traición de Canaris a Hitler se exhibió, prometedoramente, en una época en que algunos alemanes buscaban con cierta desesperación algún héroe que, por mor de la salvación de la PATRIA, hubiese sido lo suficientemente agudo como para inducir en un error fatal al causante de todas las desdichas del pueblo alemán.

En aquella época, finales de los años cuarenta y principios de los años cincuenta, todavía no se había reconocido plenamente el papel de la resistencia a la dictadura nacionalsocialista en lo que ya era la República Federal de Alemania, recién subida a la pila bautismal por los vencedores occidentales en la segunda guerra mundial. Costó mucho esfuerzo que ese reconocimiento progresara y lo hizo, claro, por los grupos que no planteaban demasiados problemas: los círculos eclesiásticos (católicos, pero también protestantes), los civiles (no muchos), los militares (empezando por Canaris y sus muchachos). Lentamente se fue progresando hasta reconocer la importancia de la oposición de derechas, conservadora y nacionalista entre los militares. Quedó un poco de lado la de izquierdas, aunque la de los socialdemocrátas no podía taparse. Se olvidó cuidadosamente la comunista, al fin y al cabo enemiga existencial.

En este proceso hay que distinguir, obviamente, entre los avances en la historiografía y los que se filtraban hacia la cultura popular o se generaban en esta. Los primeros empezaron por chocar a grandes sectores del buen pueblo alemán hasta que se convirtieron en el cauce principal. Hoy podemos leer que el vocabulario nazi vuelve a introducirse en ciertas manifestaciones del discurso político de Alemania y vemos que algún que otro nuevo partido, populista y de extrema derecha, ya empieza a querer revisar una historia de horror. No es para llorar. Es para prestar atención, mucha atención, a esa nueva efervescencia. Hay historia que no es inocente.

Sobre la «hábil prudencia» de Franco (IV)

27 septiembre, 2016 at 8:30 am

Ángel Viñas

En la historiografía convencional no era frecuente hasta hace unos cuarenta años incorporar a la narrativa lo que los anglosajones llaman la “missing dimension”, es decir, la dimensión que falta o que faltaba. Con ella hacían referencia a la incorporación al discurso historiográfico normal de las actividades clandestinas, subterráneas o no convencionales. En una palabra, el espionaje. Hoy tal dimensión está plenamente reconocida.

9788498925531En contra de lo que pudiera creerse no ha sido la curiosidad que despiertan los relatos de espionaje en el público en general la que ha permitido tal incorporación. Esos relatos, tan antiguos como la Biblia misma, siempre han estado presentes en el imaginario popular y, desde finales del siglo XIX, han sido territorio favorito de todo tipo de obras, en general de aficionados o de periodistas con un gusto por lo sensacional. La historiografía académica, seria, en gran medida los ha ignorado, incluso tras la experiencia de la primera guerra mundial en la que los relatos sobre la segunda ocupación más antigua (adivine el lector cuál sería la primera) experimentaron una notable expansión.

La razón no es difícil de explicar. En la medida en que la historiografía académica tiene, esencialmente, una base documental, es decir,  se fundamenta en evidencias primarias los historiadores no podían hacer mucho porque las fuentes estaban cerradas. Episodios como el de la mitificada Mata-Hari, con su mezcla de sexo y espionaje, eran buenos para gacetilleros y novelistas, pero no para historiadores serios, hechos y derechos.

Tampoco después de la segunda guerra mundial y la evolución de la guerra fría cambiaron demasiado las tornas. En general, los Estados que habían pasado o estaban pasando por ellas fueron avaros de sus secretos. Episodios como los de Philby y el gang de los espías de Cambridge dieron pie a numerosos relatos pero no indujeron a que se abriesen los archivos.

Todo este panorama ha ido cambiando. En el país en el que los relatos de espías han hecho furor tradicionalmente, el Reino Unido, la situación empezó a aclararse cuando, por diversas razones, se autorizó una publicación que aludió abiertamente a la importancia de la densa malla de desciframiento de las comunicaciones alemanas en la segunda guerra mundial. Siguió otra en la que se puso de relieve la actuación del Comité XX que había conseguido que todos los espías alemanes que los nazis introdujeron en el país o trabajasen para los británicos o fueran derechitos a la horca.

Y en lo que se refiere a la guerra fría misma, a los pocos años de colapsarse un espía de la KGB que se pasó a los británicos les regaló miles y miles de extractos de documentos que conforman lo que ha dado en denominarse el “archivo Mitrokhin”.

Desde tales hitos, muchos historiadores se han lanzado sobre masas de documentos desclasificados. En la actualidad, los archivos de inteligencia han revelado una amplia muestra de sus arcanos. Siempre con restricciones impuestas por motivos de “seguridad nacional” u oscuros intereses burocráticos. Los norteamericanos no fueron a la zaga e incluso se adelantaron, pero guardando siempre un núcleo duro. Hoy la historia de las actividades de inteligencia ha ocupado por derecho propio un nicho en la historiografía. La editorial Crítica ha publicado recientemente un libro importante, de síntesis, de Max Hasting, sobre tales actividades en la segunda guerra mundial. Es un buen correctivo a las exageraciones que han permitido a autores sensacionalistas hacer caja.

En España vamos atrasados. Son escasos los historiadores que han tratado de integrar temas de inteligencia en el cuadro general. Para la primera guerra mundial los trabajos de Fernando García Sanz, Eduardo González Calleja y Pierre Aubert han abierto brecha. En cuanto la guerra civil el panorama no es mucho más alentador a pesar de los trabajos de Hernán Rodríguez, Pedro Barruso  y José Ramón Soler. Un libro, también publicado por Crítica, de Morten Heiberg y Manuel Ros Agudo no tuvo demasiado éxito. Fue, sin duda, prematuro. El público lector español no estaba todavía entonces preparado para estudios de tal tipo. Luego se han hecho algunas incursiones periodísticas en el espionaje soviético en España pero ningún autor español ha estado a la altura de las investigaciones de Boris Volodarsky, también publicadas por Crítica. Sin duda me dejo algunos nombres pero me fijo en obras de rigor académico y no en otras.

Un autor que trabajaba en la NSA norteamericana prometió hace años un estudio sobre las actividades de inteligencia de la Legión Cóndor pero todavía lo estamos esperando. A lo mejor murió. O se descartó el proyecto. Sería una auténtica pena porque hubiera sido muy interesante. Naturalmente plantea la pregunta de si los archivos de inteligencia de la Cóndor estaban en la NSA, ¿qué diablos habrá hecho de ellos la poderosa agencia de espionaje electrónico norteamericana?

Con respecto a la segunda guerra mundial Luis Suárez ha hecho referencia a que Franco tuvo algunos agentes incrustados en la embajada británica en Madrid. Los informes que de ellos se han dado a conocer, en bruto y sin examen crítico adecuado, no hacen pensar que llegaran muy allá.

Y, después, abundan las especulaciones y los relatos basados en fuentes periodísticas. Existe un rumor, que no sé si será cierto y que aventuro con todo cuidado, a tenor del cual en el Archivo Militar General de Ávila se custodia lo que quedan los archivos en materia de inteligencia militar desde principios del siglo XX. Supongo que escudriñar las actividades de los espías militares en las campañas del Rif debe de ser un asunto tan sensible que nadie se ha atrevido a sugerir su desclasificación.

En este campo todo autor se ve obligado a poner límites a la imaginación. Es fácil dejarse llevar por la luz de presuntas aventuras y el atractivo de los temas. En realidad, de lo que se trata es de escribir historia que se atenga a los principios metodológicos esenciales. Escudriñar los documentos, examinar su consistencia interna, su relación con otros, su pertinencia y, no en último término, la atención que se les prestara. Si es que se les prestó alguna.

Bien o mal, es lo que he intentado hacer en SOBORNOS. No fue ciertamente una operación de espionaje en sentido clásico pero sí tuvo un fuerte componente de extracción y aprovechamiento de información secreta y de influencia sobre el decisor último, Franco; de compra de voluntades y de exploración de escenarios. Ya que se pagaban auténticas fortunas es de esperar que los británicos las sometiesen a contrastes y confirmaciones. Salvo en casos muy puntuales (y refiero algunos de ellos) no he encontrado huellas de ese típico procedimiento de dilucidación y esclarecimiento, bases necesarias -a decir verdad, imprescindibles- para una acción correcta.

Pero, a lo mejor, eminentes historiadores o políticos pro-franquistas tienen en sus manos las llaves de las puertas del reino de la verdad y nos franquean el paso. No habrá lector más contento que quien esto firma. En el próximo post daré un ejemplo.

(Continuará)

Sobre la «hábil prudencia» de Franco (III)

20 septiembre, 2016 at 8:30 am

Ángel Viñas

No desearía que los amables lectores de este blog creyeran que lo utilizo para hacer publicidad de mis trabajos. Así que no trataré de sintetizar los resultados de mi último libro. Sí espero que me permitan realizar algunas consideraciones sobre comentarios que he leído en los medios digitales en donde se han publicado conversaciones conmigo acerca de SOBORNOS. Reflejan con frecuencia una forma curiosa de entender la historia y el trabajo del historiador. Hoy me limitaré a unas breves consideraciones por razón de categorías.

hitler-y-franco-hendaya-1941Quienes más han comentado son los denigradores. Lo han hecho  desde dos puntos de vista. El primero, el de los sabihondillos. El segundo, el de los cargados de ideología.

El primero es el más interesante. Huelga decir que no han leído el libro, pero ya exponen sus argumentos con supuesta autoridad. Digo supuesta porque se hacen siempre desde el anonimato. Yo solo me he sentido impelido a hacer un comentario una vez. Lo hice para contestar a un artículo de un distinguido columnista de ABC en el que me achacaba (junto con otros colegas, entre ellos Julián Casanova) que con lo que escribíamos jamás entraríamos en la Real Academia de la Historia. Me limité a responder, con mi nombre y apellidos, que nunca había sentido tal deseo. Por supuesto, no hubo la menor reacción.

Pues bien, abundan quienes afirman que “eso de los sobornos” ya es cosa sabida. Tienen, por supuesto, razón. Se conocen desde 1986. Los dio a conocer el profesor Denis Smyth, entonces en Cork College. Se hizo famoso instantáneamente. Es amigo mío y hoy está feliz en la Universidad de Toronto. Lo señalo en el prólogo de mi libro. Y, como historiador profesional, también indico a todos los demás autores que han retomado la referencia a los mismos. Solo hay, entre ellos, un español que haya encontrado algo que haya enriquecido mínimamente las referencias  de extranjeros, aparte de Smyth (entre los cuales destaca David Stafford). Ni que decir tiene que, al publicar en 2016, añado nuevos autores, hasta al menos el año anterior.

Pero, que yo sepa, los sobornos no constituyen la pieza fundamental de ningún otro trabajo que los haya examinado desde los aspectos operativos, tácticos y estratégicos. Así que me perdonarán tales sabihondillos si no puedo tomarles en serio.

La segunda categoría dice más de quienes opinan que del libro. Sus comentarios, en los que se me achaca una ideología que no llegan a concretar, se hacen desde una postura de quienes se sitúan au-dessus de la mêlée, es decir, de  ciudadanos que presuntamente solo se preocupan de una no menos presunta actitud, la de la objetividad.

Aparte de que ello no se compadece con los dicterios con que esmaltan sus comentarios creo que lo que demuestran es que se ven afectados por una cierta confusión conceptual. Y esto es, para mí, lo más significativo.

Tales comentaristas ignoran que no hay, ni puede haber, historia sin ideología. Quien afirme lo contrario simplemente no sabe de que habla. Todos los seres humanos contemplamos el mundo que nos rodea, y también el que ha rodeado a nuestros antepasados, a través de lo que uno de mis maestros, el profesor José Luis Sampedro, solía denominar una “retícula axiológica”. Es decir, los seres humanos filtramos nuestras percepciones por nuestros valores. Quienes no lo reconocen confunden objetividad con imparcialidad.

Aplicada esta confusión al campo de la historia se olvida en qué consiste el objetivo el historiador. Desentrañar o iluminar parcelas de algo que ya no existe, el pasado. Lo hace, sin embargo, ateniéndose rígidamente a unas reglas destiladas a lo largo del tiempo. Sobre todo desde que el escudriñamiento de ese pasado se configuró como fundamento del conocimiento específico que llamamos “historia” en tanto que disciplina (algo que ocurrió en Alemania, Francia e Inglaterra esencialmente en el siglo XIX).

Tales reglas hacen que la investigación histórica tenga una cierta pretensión de “cientifismo”, no como el de las ciencias naturales sino que se acerca más al de las ciencias sociales. Son reglas que permiten diferenciar entre afirmaciones banales, sin sustento salvo en las propias opiniones, y las que son resultado de un trabajo de exploración de las fuentes. Estas son, lógicamente, muy diversas (desde restos de obras arquitectónicas, pasando por las piedras talladas, los papiros y pergaminos hasta una variada gama de artefactos culturales).

Es decir, son fuentes que manifiestan en concreto la acción de los seres humanos en el tiempo, sometidos a influencias económicas, sociales, tecnológicas y culturales en contextos en cambio, y que tienen o han tenido existencia fuera de ellos. Las afirmaciones de los historiadores genuinos son objetivas porque dependen crucialmente de algún tipo de soporte, del cual las han extraido siguiendo una metodología, inductiva o deductiva, consolidada en la discusión inter pares de generación en generación.

Quienes alegremente se desatan en descalificaciones e improperios, sin base en un examen crítico de las fuentes, no son objetivos sino parciales. Aventan opiniones que pueden no tener base alguna salvo la que componen sus emociones, posturas axiológicas o preferencias políticas e ideológicas.

En mis investigaciones, por el contrario, reivindico la estricta referencia a la base, apoyaturas o sustento en fuentes que existen, con independencia de mis valores. De hecho, una gran parte del trabajo del historiador, y del mío propio, estriba en buscar e identificar esas fuentes que suelo denominar evidencia primaria relevante de época.

Al analizar esa evidencia trato de ser objetivo en la medida en que no suelo ir muy por delante de lo que la misma permite inferir siguiendo por lo general un procedimiento inductivo. Esto no quiere decir que sea imparcial. No puedo serlo porque tengo, como todo ser humano, ciertos valores. ¿Cuáles son? Esencialmente los de la Ilustración, con el imperativo categórico al frente aplicado a la búsqueda de la verdad (al menos la documentable). ¿No suele decirse que “la verdad nos hará libres”?

En SOBORNOS, como en numerosas obras anteriores, doy ejemplos de autores que no se atienen a las reglas de la metodología histórica y que no dudan en manipular, tergiversar o distorsionar la evidencia, primaria e incluso secundaria (las “fuentes”). Hasta reciben prebendas y alguno ha logrado la proeza de introducirse en la Real Academia de la Historia.

Y porque mis valores son, en general, los de la Ilustración confieso que no me gustan ni Franco ni su régimen. Gracias a la desaparición de la censura (vigente en su España desde 1936 hasta 1976) toda una serie de historiadores españoles y extranjeros han tenido la posibilidad de demostrar que ambos fueron una mancha negra en la historia española, un tiempo de mentiras, de deshonor y de represión multifacética y multimodal.

Así, pues, confieso que no hay otro deber más importante para el contemporaneista interesado por España que poner al descubierto todas las facetas de dicho régimen y de la persona que lo dirigió y en torno a la cual autores enajenados por el dinero, honores, influencia o ideología tendieron una tupida red de tergiversaciones.

SOBORNOS, y el libro -esta vez colectivo- que le seguirá el próximo año, no son sino una pequeña muestra de lo que hubo detrás de aquel régimen y de su fundador. Ahora bien, cuando he encontrado alguna evidencia que puede resultar favorable a Franco no la he desdeñado. Al contrario, me he deleitado en destacarla para demostrar que trato de ser objetivo y me atengo, críticamente, a los documentos. No como algunos de los historiadores que afloran, con no demasiada buena luz, en mis libros.

(Continuará)

Sobre la «hábil prudencia» de Franco (II)

13 septiembre, 2016 at 8:30 am

Ángel Viñas

Una de las dificultades de escribir en materia de inteligencia en una situación de guerra estriba en cómo insertar los resultados de las operaciones que se abordan en los contextos dentro de los cuales se llevaron a cabo, tanto en el plano estratégico como en el táctico. Los autores suelen dividirse. Están, por un lado, los que contemplan tales operaciones en sí mismas, es decir, los que se sienten tentados por describirlas y analizarlas como un fin y no como un medio para un fin. La apetencia del público por las historias de espías es, por lo  demás, un aliciente. 

1370283643_748941_1370283757_noticia_normalPor otro lado, están los autores que procuran abordar el impacto de tales operaciones más allá de sí mismas. Naturalmente, para un historiador normal esto es  lo que tiene más morbo. Hay operaciones que fracasan, otras con resultados puntuales y otras que tienen un impacto concreto sobre planteamientos estratégicos y tácticos. Es obvio que no en todos los casos puede identificarse dicho impacto.

En el caso español, la única operación que se ha estudiado con tales fines ha sido la denominada CARNE PICADA (MINCEMEAT). Se le han dedicado una película (EL HOMBRE QUE NUNCA EXISTIÓ) y varios libros. Uno de ellos ha sido publicado por CRITICA en su serie sobre la segunda guerra mundial. El profesor Denis Smyth escribió centrándose sobre su contexto estratégico y táctico. Lo hizo de forma profesional y con gran autoridad. Su libro no se ha publicado en castellano.

Pues bien, lo que yo he denominado operación SOBORNOS fue mucho más importante y significativa que CARNE PICADA. De Constituyó la base sobre la cual se asentó la estrategia británica para contener las apetencias de Franco por entrar en guerra. Pero también el fundamento de la política de Londres hacia el régimen español, tout court.

Nunca se permitió, en efecto, que otras operaciones u otras valoraciones interfiriesen con SOBORNOS. En la cúpula británica (de Churchill como primer ministro y ministro de Defensa, al Gabinete de Guerra, al Gobierno en general, a los Jefes de Estado Mayor y a los servicios de inteligencia) se introdujeron compartimentos estancos destinados a protegerla. Había que dar tiempo al tiempo y que se hiciera sentir la influencia de los sobornados sobre Franco para que minaran la confianza que el jefe del Estado tenía en su consejero aúlico y ministro de Exteriores Ramón Serrano Suñer.

El número de personas que supo de SOBORNOS se redujo al mínimo. En Madrid estaban al corriente, aparte del embajador, el ministro consejero, los agregados militar y financiero y el naval, que fue quien impulsó la operación desde el primer momento. No he encontrado constancia de que otros funcionarios supieran de su existencia en la capital española. En Londres solo dos ministros conocieron su lanzamiento: el de Asuntos Exteriores y el del Tesoro. Era imposible hacer nada sin contar con ellos.  Posteriormente hubo que informar también al ministro de Guerra Económica para que dejara de incordiar, ya que estaba al frente del Special Operations Executive (SOE), es decir, la agencia creada por Churchill para llevar el sabotaje y la subversión a la Europa ocupada por nazis y fascistas.

Ni que decir tiene que los roces burocráticos fueron, al principio, la regla. Para lidiar con ellos, los ministros al corriente apelaron a un pequeño grupo de altos funcionarios dignos de toda confianza. Esto fue así hasta el punto que en los diarios del subsecretario permanente de Estado en el Foreign Office, y hombre clave en SOBORNOS, sir Alexander Cadogan no solo no se encuentra nada respecto a la operación sino que incluso abunda en despectivos calificativos, al menos al principio, contra el embajador en Madrid y alma de la operación, sir Samuel Hoare. Quien, por cierto, no solo no dijo nada en sus publicadas memorias sino tampoco en un esbozo de otras complementarias que no llegó a terminar antes de su fallecimiento.

Salvo los primeros telegramas en los que se planteó la operación, todas las referencias a la misma se diluyen en la correspondencia burocrática y en los informes y telegramas políticos y militares. De aquí la importancia de los que se desclasificaron en 2013. De no haber sido por ellos, hubiera sido imposible avanzar mucho en su conocimiento. Hoy, sin embargo, ya sabemos cómo se gestó, cómo funcionó y qué resultados obtuvo.

Por SOBORNOS discurrió un chorro de dinero. Los datos que figuran en la literatura son inexactos. Pero es que, además, la cobertura financiera hay que enfocarla tanto desde la perspectiva británica como desde la de los receptores. En la primera, fue evidentemente una microgota en un océano de gastos militares. En la segunda, las tornas cambian de forma radical. Sobre los generales y el hermano de Franco cayó una tromba de dinero (pesetas, escudos, dólares, libras) que pudo quitarles toda preocupación financiera para el resto de sus vidas.

¿Supieron los generales, y el hermano de Franco, uno de los personajes más corruptos de la época, de dónde procedían los dineros?

Se ha aducido, sin la menor prueba, que no, que no lo sabían. Bueno, al menos uno de los sobornados sí tuvo que estar enterado. No fue un cualquiera. Fue el coronel Valentín Galarza. El antiguo “técnico” que coordinó el golpe de Estado en julio de 1936 y que sucedió a Serrano Suñer y luego al propio Franco como interino al frente del Ministerio de la Gobernación.

SOBORNOS, por lo demás, llegó a contar en el Gobierno no solo con Galarza, sino también con el bilaureado general José Enrique Varela, ministro del Ejército. Es decir, el banquero mallorquín Juan March, también financiador de la sublevación de 1936 para adquirir material bélico en Italia y alquilar el Dragon Rapide (luego prestó a Franco un volumen inmenso de recursos), no se anduvo con chiquitas. Fue a la cabeza y por lo grande

No es de extrañar que SOBORNOS se rodeara de un tupidísimo velo y que los británicos subordinaran a su intangibilidad cualquier operación clandestina que quisieran montar otros servicios de inteligencia en España, particularmente el SOE.

La cuidadosa selección de las personas a sobornar, los altos y bajos por los que atravesaron las fortunas militares británicas en la primera fase de la guerra mundial, los alaridos falangistas, la preocupación por hacer Gibraltar inexpugnable y la creencia de que la mejor forma de lograr los objetivos estribaba en influir directamente sobre Franco vía personas de su confianza explican que una operación que se planteó en un principio para seis meses durase casi tres años. Fue adaptándose a las circunstancias, asumió objetivos secundarios, cambió en ocasiones de carácter pero siempre fue el último as de la baraja en manos británicas.

(Continuará)

 

 

 

Sobre la «hábil prudencia» de Franco (I)

6 septiembre, 2016 at 8:30 am

Ángel Viñas

Tras la pausa veraniega reanudo, como había prometido, este blog. Estos primeros posts de la nueva temporada se dedicarán a encuadrar mi nueva investigación. Su argumentación y resultados se reflejan en un libro que ahora se pone a la venta. Quizá interese a los amables lectores que siguen este blog conocer los porqués de la misma.  

portada_sobornos_angel-vinas_201606131548Desde que, en 1974, di a conocer los resultados de un trabajo que me había encargado, en mi etapa en la embajada en Bonn, el profesor Enrique Fuentes Quintana mi labor como historiador se ha centrado  en escudriñar mitos del franquismo. En aquel momento fue lo que hubo detrás del insólito apoyo inicial de Hitler a Franco en los albores de la sublevación. Luego fue el “oro de Moscú”. Más tarde, en plena transición me dediqué con un equipo de colegas a poner al descubierto la sinuosa trayectoria de la política económica exterior española, desde la instauración de la República hasta la muerte de Franco, gracias al apoyo personal e institucional del profesor Rafael Martínez Cortiña (qepd). Se publicó en 1979.

Hoy, cuarenta años más tarde, me doy cuenta de que mi labor como historiador se ha situado siempre en la misma perspectiva. Desmitificar, comprobar, analizar y progresar en el conocimiento, siquiera modestamente, de nuestra historia contemporánea. Entendiendo siempre por esta el período comprendido por la República, la guerra civil y el franquismo.

El libro que ahora sale a la luz, SOBORNOS, es un intento de despejar una de las cuestiones que la historiografía pro-franquista no se ha atrevido nunca a indagar seriamente. Porqué España permaneció “neutral” durante la segunda guerra mundial. Obsérvese el entrecomillado.

Sobre el tema se ha escrito abundantemente. Todavía durante la guerra misma, y allá por 1944, la dictadura se preocupó de establecer un canon que después fue afinando, refinando y edulcorando sin pausa. Al hacerlo creó toda una serie de mitos que, más o menos adaptados, duran hasta nuestros días.

Los lectores de este blog recordarán que en la pasada temporada ya llamé la atención sobre el, por ahora, último producto de esa larga tradición. La hagiografía que sobre Franco y sus relaciones con Hitler publicó, hace ahora más o menos un año, uno de los grandes historiadores pro-franquistas todavía activos (afortunadamente para él y su familia), desaparecido ya Ricardo de la Cierva.

Cuando critiqué la obra del profesor Luis Suárez Fernández estaba lidiando con el libro que ahora empieza su andadura en las librerías. Confío en que merezca el favor del público. Me ha costado los proverbiales sangre, sudor, lágrimas y un montón de euros. Conviene recordar que la investigación en archivos puede ser muy interesante, muy atractiva y despertar felices sentimientos si acaba bien, pero es también siempre muy costosa.

SOBORNOS aborda un tema conocido en la literatura. Como suele ocurrir en la que se refiere a la posición de España en la segunda guerra mundial, esta literatura es más bien extranjera que española. Afortunadamente, en esta última ya hay notables excepciones.

En la primera mi libro es tributario de las aportaciones de, ante todo, Denis Smyth, Paul Preston y Richard Wigg. Entre los españoles hay menos pero sí destacan con luz propia Carlos Collado Seidel, Enrique Moradiellos, Manuel Ros Agudo, Javier Tusell y Emilio Sáenz-Francés. En cualquier caso no creo haber olvidado a ningún autor relevante. Si lo he hecho, presento desde aquí mis excusas. No oculto  que he dejado fuera a autores que no han aportado, en mi opinión, ningún conocimiento al tema en cuestión, pero siempre es posible que me haya olvidado de otro u otros.

La lista de libros y artículos que he manejado comprende, por lo menos, ciento treinta títulos amén de una treintena de naturaleza biográfica más veinticinco tomos de fuentes primarias publicadas y, sobre todo, una considerable documentación procedente de una decena de archivos, españoles y extranjeros. Manejar todo este volumen de fuentes, en media docena de idiomas, puedo asegurar que no ha sido fácil.

Lo que es rotundamente nuevo es la incorporación a la literatura de dos nuevos tipos de documentos: por un lado, los que el Gobierno británico desclasificó en 2013, hace ahora tres años, sobre una serie de detalles operativos de una actuación que se consideró tan supersecreta que se le aplicó un plazo de cierre de 70 años, es decir, muy elevado (aunque hay fondos que permanecen inaccesibles durante un siglo y otros, los menos, sin plazo previsto de apertura).  Por otro lado, fondos que aunque abiertos desde los años setenta no habían merecido, sorprendemente, la atención de ningún historiador, español o extranjero.

Dado que el conocimiento del pasado es contingente (depende de la accesibilidad de nuevas fuentes, de la aplicación de enfoques o paradigmas adecuados y del análisis y contextualización más amplios posibles) los historiadores solemos estar atentos a lo que se abre en los archivos, sobre todo en aquellos que siguen una política más o menos previsible. Los británicos son uno de ellos, como los franceses y los alemanes, de entre los países más relevantes para España de nuestro entorno. (No es el momento ahora de hablar de los norteamericanos, un caso un tanto especial).

Cuando en 2013 se desclasificaron varios legajos de documentos sobre la política británica hacia España en los años de la segunda guerra mundial, quien esto escribe vio el cielo abierto. La operación de compra de voluntades a militares y políticos españoles por los británicos, que había descubierto Denis Smyth hace ahora exactamente treinta años, quizá podría permitir identificar y aplicar nuevas perspectivas.

Y esto es lo que, con mejor o peor fortuna, he tratado de llevar a cabo en el nuevo libro.

Me apresuro a señalar que la operación que he bautizado como SOBORNOS (nunca se le dio una denominación específica, tan secreta fue) no se concibió nunca como la única actuación para evitar que Franco sucumbiera a la tentación de alinear su suerte con el Eje.

La literatura ha puesto de relieve otros factores que coadyuvaron a tal finalidad como, por ejemplo, las presiones políticas, diplomáticas, de propaganda y económico-comerciales (que ya empezamos a alumbrar en 1979). Ahora he añadido tres factores complementarios: la peculiar política de Hitler hacia Franco sometida a vaivenes constantes dentro de una cierta vacilación geoestratégica y geopolítica, las operaciones de espionaje e inteligencia en España (en lo que puede documentarse sobre ellas) y la planificación política contra Franco que desarrolló la más misteriosa y más secreta agencia creada por Churchill para reblandecer la moral enemiga (y para influir eventualmente en la española).

(Continuará)

(No quisiera terminar este post sin desear a los amables lectores la más feliz rentrée posible en una reanudación del curso político que se anuncia complicada. Espero que hayan tenido un feliz verano. En lo que a mi respecta lo he pasado -salvo una semana de vacaciones- trabajando en un nuevo proyecto que espero salga a la luz el año próximo).